La reconocida diseñadora desembarcó en Buenos Aires y conquistó a todos
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Los últimos días de agosto fueron fríos, lluviosos y particularmente grises. Se habló de vientos fuertes, de ciclogénesis. Pero, con la llegada de Ágatha Ruiz de la Prada (64) a la Argentina, con todos sus colores estridentes, el clima fue otro. Desde que bajó del avión, la española trajo su propio huracán: en tan sólo una semana, de lunes a lunes, realizó un sinfín de actividades: desde asistir a comidas de bienvenida, inaugurar “Textiles y Bocetos Icónicos” –la muestra en el Centro Cultural Recoleta (CCR)–; recibir una placa en el Distrito Buenos Aires Fashion & Arts-BAFA en la que se la nombró como la primera Embajadora Internacional de la Moda; asistir al Colón a la inauguración de “De Punta al Arte 2024″, una exhibición organizada por la fundación de su amigo Julio Bocca; visitar junto con Belén Ludueña el edificio donde se filmó El encargado, la serie argentina de la cual es fan confesa; conocer Colón Fábrica y pasear por La Boca; ir a bailar tango y a teatros independientes a ver obras junto con sus amigos argentinos; dictar una charla en el BAF y reunirse con un grupo de diseñadoras en el CCR…
“¿Has visto? No paré. Me ha shockeado todo lo que hice, pero también lo que no hice. Por suerte, como siempre, traje muchísima ropa, toda de mi propia marca, por supuesto, porque me visto sólo con lo que hago. Y eso sí, muy práctica y cómoda. Gracias a la democratización de la moda y al fast fashion, que es un fenómeno liderado por España, hoy todo el mundo puede estar relativamente bien vestido. La última gran revolución de la moda ha sido la comodidad: Melinda Gates, la mujer más rica, se viste con ropa deportiva porque se le da la gana y porque es cómoda. Entonces, hoy, si una señora quiere estar guapa, tener hijos, trabajo, cultura, amantes, no puede hacerlo con tacos altos. Te duele el alma”, dice ella mientras enrolla y guarda en una bolsita una de las camperas y chalecos coloridos que llevó El Descanso, la isla del Tigre donde pasó el domingo, rodeada de amigos y gastronomía argentinos.
–¿Cuál es tu balance de esta nueva visita? Lograste “agathizar” a todo el país.
–Estuve a full full full. Estoy muy metida en el rollo de la Argentina. Este país no para; está muy de moda. Esto va más allá de que yo piense que tienen a Milei, el presidente más mediático, cachondo, divertido y el más libre del mundo. No es sólo mi opinión: en España, se ve el cambio. De Buenos Aires, donde estuve todos estos días, me ha fascinado muchísimo la arquitectura; hay mejores edificios acá que en Madrid. La ciudad desborda de cultura y mucha marcha. Este ha sido el viaje más bonito de mi vida. Fue una semana de grandes planes: me han invitado a muchísimos sitios y estoy triste y rabiosa por los que no hice. Hubiera querido ir a todos, que era un consejo que me dio mi abuela y que siempre seguí a rajatabla.
–Entre todas tus actividades, presentaste Mi historia, tu nuevo libro. En él, hablás bastante de tu familia.
–En el libro, cuento muchas barbaridades. ¡Qué necesidad tenía de contar tantas! Tuve 14 abogados de la editorial recortando el texto, que tiene muchos chismes de la aristocracia. Pero he sido siempre muy sincera. Me puedo permitir el lujo de decir la verdad. Decidí escribir ese libro porque tengo muy mala memoria y, antes de que se me olvidara todo, me dije “Voy a escribir mi vida”. Sí, mi infancia ha sido muy importante. En el libro, cuento [en España, la publicación es un boom editorial y va por su cuarta edición], por ejemplo, que vengo de una familia en la cual, salvo mi padre, que fue un gran coleccionista de arte contemporáneo, nadie trabajaba. En un momento determinado, en España, si había dinero en las familias, ni el hijo ni el nieto ni el bisnieto ni el tataranieto trabajaban. Cuando empecé a trabajar, todos me decían que estaba loca, que no iba a vender nunca nada: “Ágatha, olvídate, no vas a vender nunca nada”. La verdad es que yo no necesitaba trabajar: vivía en la casa de mi madre. De repente, gracias a El Corte Inglés, a mi perfume y a la suerte, empecé a hacer cosas. Fue un momento en el cual la moda y el arte estaban muy distanciados. Trabajé de manera bestial. Trabajar ha sido un canto a la libertad para mí.
–Desde hace dos años estás con Manuel Díaz-Patón [es abogado y muy conocido en Madrid, ya que fue dueño de una conocida discoteca llamada Archy].
–Sí. Y estoy contenta. Patón [así lo llaman sus conocidos y ella también] es diferente a los hombres que he conocido. Y creo que es el más guapo de todos…, un poco creidillo y él lo sabe. Se cuida mucho y quiere que yo me cuide, pero es difícil, eh. Esta semana, por ejemplo, me la he pasado comiendo de todo: la comida argentina me encanta.
–¿Volverías a casarte? ¿Dirías que tenés una Susanita adentro?
–No tengo ninguna Susanita. Lo paso muy bien sin ser Susanita. He sido muy feminista desde siempre, desde Simone de Beauvoir. Yo no me hubiera divorciado [en 2017, se divorció de Pedro José Ramírez Codina, su ex marido y con quien tuvo a sus dos hijos, Tristán y Cósima] porque estaba acostumbrada; no estaba enamorada. Pero no me arrepiento de nada: como decía Édith Piaf, todo lo haces por algo. En el amor, no se aprende nunca: ¡qué más da saber o no saber! La cosa fue que me divorcié y, cuando lo hice, me fui al Museo del Prado, que es infinito y va más allá del tiempo, de los divorcios... Puede sonar cursi, pero la cultura te salva. Fue la generación de mi mamá la que sufrió mucho con el divorcio; pero si te fijas, el 90 por ciento de las mujeres de ¡HOLA! son divorciadas. No hay nada que se ponga más de moda que estar divorciada. Hoy me pregunto por qué no lo hice antes: no me imaginaba que la vida de divorciada sería tan divertida. Pero digo algo: todo bien con los hombres, pero no son lo único importante. Ellos pueden ser muy atractivos, pero, cuando estás mal, son tus amigas las que te ayudan. Y también los planes: yo no paro de tener planes, desde mis clases de tango que me va regulín porque me cuesta un poco, hasta mi próximo libro y la retrospectiva de mis 100 mejores trajes que haré en el Malba en marzo de 2025.
–Entonces, de boda no se habla…
–Gracias a Dios, estoy muy bien ahora. No diría que es mi mejor momento, pero sí diría que es uno muy interesante. De casarme, no tengo ganas. No he sido nunca promatrimonio; eso sí, vivimos juntos de manera intermitente: a veces, sí; a veces, no. Es una situación privilegiada porque, a esta edad, estar todo el día juntos puede ser complicado. Para mí, el amor a los 60 ha sido más agitado que cuando era joven. Nunca tuve tanto jaleo amoroso como a esta edad: cuando sos joven, tienes miedo, complejos; tienes que tener hijos; todo es bastante aterrador. A esta edad, no necesitas dinero, casa o hijos. Sólo necesitas divertirte. Y el que más te divierte gana.
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