A los 72 años, se entrega a una charla sincera, profunda y divertida, en la que revela cómo superó el dolor por la viudez, detalles de su vida como empresaria y sus secretos para verse divina
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En el verano del 73, un fotógrafo la descubrió en la playa, pero ella no aceptó que la fotografiara. En cambio, fue el padre de Adriana Costantini quien dijo: “Mañana vamos a estar en este mismo lugar. Ahí le podés sacar fotos si querés”. Así comenzó su carrera de modelo. Un mes después ganó el concurso Miss Siete Días, llegó a los almuerzos de Mirtha Legrand y se transformó en una de las modelos top de esa década. En 1985, ya casada y con sus dos hijos grandes, se animó a transformarse en empresaria y lanzó la marca de ropa que lleva su nombre, aunque no todo fue fácil: en 2001, en plena crisis económica, su empresa entró en quiebra y cerró todos sus locales. “Debimos hacer una reingeniería del negocio. Alquilamos una casona en Belgrano, que es divina, y desde acá, arrancamos de nuevo. Y te voy a decir que quiero más esta etapa de la empresa que la anterior, es más verídica, sincera y controlada, somos una marca argentina sin ningún inversor atrás y ahora tenemos veinte locales, pero nos sentimos una pyme. Tengo un equipo fabuloso y un socio, Elio De Angelis, que es el director creativo de la marca y me acompaña incondicionalmente”, nos cuenta Adriana.
–¿Cuál es la fortaleza de tu marca? Pasan los años y las mujeres siempre apuestan por vos.
–Entiendo la cabeza y el cuerpo de las mujeres y saben que en mi local siempre van a encontrar lo que buscan; sé cuál es el talle o el corte que nos favorece. Además, vestimos a varias generaciones porque siempre apostamos a los tonos y las cosas cómodas y modernas.
Su poder de resiliencia una vez más la puso a prueba. Tenía 58 años cuando su marido, Néstor Ferrari, murió. “Si bien fuimos muy inteligentes con él y mis hijos para enfrentarnos a su muerte –hicimos terapia, nos refugiamos en la religión –, fue durísimo. Mis hijos ya vivían en Bariloche y cuando ellos regresaron allá, a sus vidas, yo me quedé sola en un caserón en San Isidro. Mi mamá fue una gran compañía, pero el primer año me dediqué sólo al trabajo, no tenía vida social. Era la primera vez en 58 años que vivía sola. Antes de Néstor tuve un matrimonio muy cortito y después lo conocí a él. Pero en el dolor encontré una gran oportunidad porque conocí a otra Adriana, descubrí mis flaquezas, mis gustos… Obvio que lloré y grité muchísimo, pero tuve un gran terapeuta que me ayudó en ese proceso. Al año comencé a salir con amigas, me animé a viajar sola, pero en grupo de mujeres. Y descubrí que era maravilloso. Mi primer viaje fue a la India. En Varanasi participé de la ceremonia de ofrendas en el Ganges. Entregué mi angustia y mi tristeza y fue mágico porque la opresión en el pecho que sentía se fue. Después me fui a Bali con cuatro personas del mismo grupo. Ese viaje fue como un cuento de amor. Todo era lindo: el lugar, las flores, la delicadeza de las mujeres… Ese viaje me suavizó y, cuando volví, empecé a reencontrarme con mis grandes amigas, como Graciela Borges y Evelyn Scheidl”.
–Y una vez sanado el dolor, el amor volvió a aparecer…
–Pasaron siete años y también fue un gran trabajo que hizo mi terapeuta. Él me decía que era joven para cerrarme al amor. Fue Graciela Borges la que ofició de Celestina. Ella me decía que tenía el hombre perfecto para mí y yo le respondía que no quería saber nada. Un día me invitó: “Vamos a comer las dos solas”, y cuando estábamos en el restaurante, pasó un amigo a dejarle un sobre. Era Rómulo Pullol, productor audiovisual que trabaja en el INCAA. Pero no nos dimos bola. Meses después él la invito a Graciela al Festival de Cine de Mar del Plata y le dijo: “Venite con tu amiga Adriana”. Yo no sabía nada de ese comentario. [Se ríe]. Fuimos con Evelyn y ahí me reencontré con Rómulo. Así empezó todo.
–¿Cómo te diste cuenta de que con él podías volver a abrir tu corazón?
–Me gustó físicamente y que no supiera nada de mi carrera, ya que él viene del palo del cine. Me invitó a salir un domingo de noche y yo ese día siempre lo tenía destinado a comer y jugar al burako con mi mamá y mi hermana. A la tardecita ya me encerraba en mi casa. Sin embargo, ese día salí chocha y ahí me di cuenta de que me gustaba. Fue todo muy relajado. Atravesé la vergüenza que me daba volver a estar con alguien, el miedo a comparar… Fue tan divino e incomparable que así empezó el amor. De otra manera jamás hubiese podido.
–¿Cómo lo recibieron tus hijos? [Adriana tiene dos hijos, Guido (45) y Bruno (44), y cinco nietos, que viven en Bariloche, donde producen cerveza artesanal].
–Ellos ya tenían ganas de que estuviera con alguien para que no siguiera sola. Primero le presenté a Rómulo a mamá, que quedó encantada, y después decidimos hacer un viaje a Europa. Antes nos fuimos a Bariloche a conocer a los chicos. Les cayó bárbaro, mis nietos lo amaron, lo llaman “Tata”… Cuando se le venció el alquiler del lugar donde vivía, le pregunté si quería quedarse en casa mientras resolvía ese asunto y nunca más se fue. [Se ríe]. ¡Y eso que tengo un departamento chico! Nos llevamos espectacular, nos gustan y divierten las mismas cosas. A los dos nos gusta vivir de una forma sencilla.
–¿Te sentiste invadida en algún momento?
–Para nada. Él cocina bárbaro, me mima. La única diferencia es que a él le gusta dormir más y yo me levanto temprano.
–¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres?
–Bueno, tengo 72 años y me doy cuenta de que no tengo hobbies porque siempre me dediqué a trabajar. Me gustan las plantas, pero tengo un solo balcón, así que en un sábado a la mañana ya lo termino. [Se ríe]. No soy una gran lectora, pero algo leo, y sí me gusta ver series o películas con Rómulo. Lo que más disfruto es irme a mi casa de Bariloche para ver a mis hijos y nietos.
–¿Te cuesta vivir lejos de ellos?
–Mi ex marido siempre decía que de grandes nos íbamos a ir a vivir allá y Rómulo también. Si es por él, ya nos hubiésemos ido, pero a mí me gusta más el ir y venir. Ahora me quedo más tiempo cada vez que voy, pero me encanta extrañarlos y que me extrañen.
–¿Cómo sos como abuela?
–Soy muy permisiva, los dejo hacer lo que quieran, pero me gusta que sean educados.
“SÓLO TOMO CLASES DE YOGA POR ZOOM”
–¿Cómo se hace para estar siempre impecable como vos?
–[Se ríe]. No te creas, ¿eh? Yo llego a casa y automáticamente me saco la ropa y me pongo siempre una calza, un remerón negro y zapatillas. Es un equipo con el que me veo y me siento bien. Tengo un equipo de verano y otro de invierno. No me gusta pensar en la ropa. ¡Yo vivo fácil! A esta altura de mi vida, si me invitás a una fiesta y tengo que ir con tacos altos, no voy.
–¿Te cuidás mucho?
–Nada. Sólo hago yoga dos veces por semana con clases que tomo por Zoom. Aunque sí voy todos los meses a hacerme punta de diamante, limpieza facial o radiofrecuencia. Pero nada más. Tengo algo de panza porque tomo champagne. Cuando llego a casa a la tardecita, me tomo una botellita de las chiquitas. Antes la acompañaba con un cigarrillo, pero ya no fumo más. No me cuido tanto, pero tampoco soy tonta y si siento que algo me puede afectar lo dejo… Sin embargo, el champagne me hace bien, me relaja.
–¿Cómo nació Las rubias, el programa de Marcela Tinayre en el que estabas?
–Fue Marcela la que dijo: “Chicas tenemos que hacer un programa… Miren cómo nos divertimos cada vez que nos vemos”, y así nació Las rubias, un programa que amé hacer. Lástima que en la última etapa fue más complicada porque la productora nos descuidó. Marcela quería que siguiéramos, pero Evelyn dijo “Ni loca”.
–¿Se pelearon Evelyn y Marcela?
–Sí, aunque ya se arreglaron. Marcela es brava, pero es muy generosa. A mí su bravura me hizo bien. Yo sólo quería hablar de moda y de desfiles internacionales, no pretendía más de lo que se veía de mí en el programa y creo que por eso lo disfruté más que nadie.
–Me imagino que cuando se juntan deben arder los oídos de muchas…
–No somos de sacar el cuero, pero sí nos divertimos mucho. Una vez fuimos a Miami con Tere Calandra, Evelyn, Marcela Gotlib y allá nos encontramos con Marcela. Salir a comer y hacer compras todas juntas fue genial. Parecía un viaje de egresadas.
–¿Qué compartís con cada una?
–Con Graciela [Borges] las charlas, me divierto. Con Evelyn estamos conectadas desde otro lugar, nos entendemos mucho. Con Tini de Bucourt amo hablar, te cuento por qué: soy ariana y, por ende, muy impulsiva. Tini armó un círculo de mujeres en el que practiqué la escucha y eso me ayudó a comprender los tiempos del otro. Trabajé mucho esa parte mía, me volví más reflexiva... Antes quería todo para ya y mejoré mucho gracias a Tini. Y Marcela [Tinayre] es muy divertida… Antes de volver a estar en pareja disfrutábamos mucho de hacer barra en los bares. A las dos nos gusta beber, aunque yo un poco más que ella, lo confieso. [Se ríe].
–Ahora que estás en pareja, ¿ya no salís tanto con las chicas?
–Y ahora mucho menos… No hago vida de mujer sola como antes. Además soy bastante casera y comparto tiempo con Rómulo, pero sé que tendría que verlas más seguido.
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