Inteligente, misteriosa, dueña de un cuerpo privilegiado, la artista que sedujo a varias generaciones y coqueteó con el trash repasa su mágica vida
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Bailarina, actriz, bomba sexy, musa del rock… Edda Bustamante es una mujer única en el mundo del espectáculo local. Misteriosa, de bajo perfil, cultora del silencio, desde que apareció en el show business –con esa melena oscura, su cuerpo esculpido en horas y horas de ejercicios en la barra, una personalidad arrolladora y su mirada insinuante– hizo valer su talento y sus condiciones, lo que la convirtió en un rara avis. En los 70 y 80 brilló en varios musicales que marcaron época (Pippin, Chicago, A Chorus Line y Sweet Charity), hizo cine y televisión, en 1989 protagonizó una de las tapas de Playboy más vendidas en la historia de la publicación en Argentina, el mismo año en que los “chicos malos” de Ataque 77 caían rendidos a sus pies dedicándole un tema (“Caminando por el Microcentro (Edda)”) que se convirtió en himno, pero nunca se dejó encasillar. Ni encandilar. Tuvo una juventud marcada por la muerte de su hermana en un accidente de tránsito, conoció la fama, el poder y el dinero, vivió amores apasionados, posó para desnudos que resultaron “un malísimo negocio”, no quiso hijos… Con la excusa de su vuelta al teatro en Quince días para hablar de amor, la obra que sube a escena los fines de semana en el Regina, conversó con ¡HOLA! en su departamento de Palermo de todo eso y mucho más, en una entrevista en la que puso una sola condición: no hablar de su edad.
–Hiciste cine, televisión, teatro de revistas, comedia musical… ¿Cómo te definirías profesionalmente?
–Artista, soy una artista. Pero básicamente me definiría como una bailarina. Lo que pasa es que cuando llegué a Buenos Aires (nació en San Juan), ser bailarina no te daba para vivir, porque siempre el bailarín fue peor pago que el actor. Entonces me desvié un poco de la danza porque, además, necesitaba la palabra, sentía que no me bastaba con bailar para expresarme. Por eso, y de manera mágica e inexplicable, entré en la comedia musical.
–¿Es cierto que bailaste en Broadway?
–Sí, cuando fui a ver Cats. Yo había hecho tantas cosas con gente de Estados Unidos y todos querían que estuviera en Broadway, que bailara, que cuando estuve ahí me dije: “No me voy a quedar entre el público”. Y en el entreacto –en Cats no corren el telón– caminé por el pasillo, subí las escaleras y me puse a bailar en el escenario. Veía a todos los gatitos a los costados que me miraban, pero seguí bailando. Cuando me cansé, paré, y todo el público estaba de pie, aplaudiéndome. Saludé como una bailarina, saludé a los gatitos de un costado, a los gatitos del otro costado, bajé la escalerita y me senté en mi butaca. Eso tiene mucho que ver con la sociedad, con una sociedad en la que comprenden el código del show y todo lo que sea espectáculo está bien visto. Si yo acá hubiese subido al escenario en un entreacto de cualquier obra viene un patovica y me dice: “Edda, no sea loca, baje de ahí”, y a lo mejor hasta termino presa.
–¿Sos una mujer apasionada o racional?
–Las dos cosas. Tengo un raciocinio apasionado, en el sentido de que cuando me enfrío y tengo que tomar una decisión, esa decisión siempre está movida por algo poderoso. Pero puedo llegar a ser muy fría, porque también soy muy intuitiva. Tengo un tercer ojo total y absolutamente abierto, que es lo que me mueve a lo que muchas veces me salva y lo que me detiene para tomar decisiones.
–¿Preferís la rutina o que la vida sea un constante desafío?
–Necesito las rutinas, pero móviles, que no tienen que ver con el horario, porque para mí el tiempo no existe. Lo único que me contiene con rutinas es cuando tomo clases de danza, o cuando tengo una estructura que tiene que ver con el movimiento, con pilates, con los ensayos. Eso me funciona, porque hay una estructura del afuera que me ordena. Pero estando sola en mi casa tengo mis propias rutinas. Cuando estoy muy cansada me pongo a ver televisión, me relajo. Tengo equipos para mover el cuerpo, tengo también bolitas para el piso, todo programado para relajar mi cuerpo. Por eso hablo de rutinas móviles, porque yo sé que cuando llego a un punto de agotamiento tengo que cerrar el celular y ponerme a ver una película. Busco si tengo algo rico para comer, o me voy a un bar a comer algo con un libro.
–¿Cómo era la relación con tu padre?
–Maravillosa. Yo era su preferida. Él era un violinista que después empezó a hacer otras cosas para mantener a la familia. Fue muy fantástico, aunque mi madre decía: “No tan fantástico, eh, como marido no tan fantástico”. [Risas]. Un hombre muy feminista, muy a favor de la mujer, que me desafiaba con las cosas que me proponía. Siempre supo incentivar todo lo que yo tenía de bueno y de talentoso, y me motivó a una competencia conmigo misma. Por eso quiero estar con los mejores arriba del escenario, porque eso me potencia. No soy competitiva con el otro, soy competitiva conmigo. Estoy leyendo de nuevo la vida de Steve Jobs, aunque ya sé todo, es como si hubiese salido con él. [Risas]. Jobs hablaba de los pequeños detalles, de la armonía en determinadas cosas, y en eso es igual que yo. Él, como perfeccionista del diseño, y yo, como perfeccionista de mi cuerpo. Porque las bailarinas estamos con los mismos movimientos desde que tenemos 5 años. Y eso te da una estética, una cosa armoniosa, que a veces no la consigo en la vida.
–¿Fuiste más amada por los hombres de lo que amaste?
–A mí no me han dado mucho tiempo para amar. Me han amado mucho y, a través del tiempo, había una zona a la que no llegaban. Entonces yo, que iba transitando para poder acercarme un poco a lo que veía que sentía el otro, me quedaba sin tiempo físico, porque siempre recibía. Yo recibí muchísimo. Eso siempre me angustió, porque resulta atractivo pero abrumador.
–¿Quizás vos no los dejaste llegar a ese lugar?
–Reconozco que soy bastante hermética, pero tengo una transparencia en el trato y te muestro también una fisura. Y cuando convivís conmigo la ves, lo que hizo que muchas veces me hayan dado por esa fisura. Lo que nunca se dieron cuenta es que estaban sonados, porque si alguien no te cuida la fisura, ¿para qué lo querés?
–Das la sensación de ser una mujer que sabe cuidarse sola…
–Sé cuidarme bien, pero, así y todo, he estado embarcada en barcos emocionales peligrosos. Esos que te hacen decir: “Bueno, metete con cuidado, porque todo lo que sentís está bien, pero en una de esas te podés equivocar”. Y no me he equivocado. Está tu instinto que te da señales. Con mis amigos y mis amigas me pasa lo mismo. Yo me entrego y saben cómo soy, pero cuando me responden metiéndose en la fisura soy lapidaria, maldita y altamente peligrosa. No te voy a herir gratuitamente y, si lo hago, espero volarte la cabeza, porque hasta que no te vuele la cabeza no voy a estar tranquila. Y no es venganza, es placer.
–¿Te acordás en qué momento escuchaste por primera vez “Caminando por el Microcentro (Edda)”, el tema de Attaque 77?
–En mi barrio de ese momento, Arenales y Juncal, siempre había chicos que se juntaban ahí. Y yo salía para irme a ensayar y los chicos me dicen: “Edda, ¿escuchaste tu canción?”. “No”, contesté, porque no tenía ni idea. Y me dieron un casette. Subí a mi casa para escucharlo y no entendí nada, bajé, se los devolví y les dije: “Ya me voy a enterar”. Tomé un taxi para ir al ensayo y ahí el taxista me contó: “No sabés, lo pasan constantemente. Habla de que te buscan en el microcentro y dice Edda, Edda Bustamante”. Después la escuché bien, pero me costó: era un rock un poco pesado para mí. Me gustó. Siempre digo que esa canción es como un moño en mi carrera.
–Sos la única mujer que tiene una canción de rock dedicada con nombre y apellido…
– [Risas]. Sí, y es una canción muy popular y pegadiza. Ya es como un clásico, ¿no?
–¿Estuviste en algún show de Ataque 77 cuando cantaron el tema?
–Sí, estuve cuando lo presentaron en Obras la primera vez. Me dijeron “te esperamos” y yo me fui, con un jean y una remerita, y de golpe me reciben estos rockeros y el líder de la banda me dice: “Edda, es la primera vez que vamos a tocar tu tema en Obras y tenés que subir al escenario”. Y yo pregunté: “¿Cuánto tiempo tengo?”. “Empezamos en media hora”. “Ay, me voy a mi casa, ya vengo”. Me fui a mi casa, busqué ropa interior negra divina, medias caladas negras, unos tacos enormes, una bata y me los llevé. Cuando salí vestida así explotó Obras. Fue increíble.
–¿Qué sentís respecto a que varias generaciones te consideren un ícono de la sensualidad?
–No me molesta. Siempre cuento que, desde chica, desde los 14 años, empecé a tener conciencia de que la gente me miraba. Evidentemente yo generaba algo, aunque no me daba cuenta. Después, al llegar a Buenos Aires y hacer televisión, eso me calmó la ansiedad, porque sabía que me iban a mirar porque estaba en televisión.
–Las fantasías de los otros pueden ser incómodas.
–La fantasía del otro siempre me alteró. Soy también muy colocada en que cada uno con su mundo. Y creo que puede haber una desilusión, porque no vas a llenar nunca la fantasía del otro.
–¿Cuál es tu secreto para mantenerte siempre vigente?
–Al ser tan hermética, no suelo salirme de esa zona de confort. Siempre he sido muy silenciosa, he dejado hablar, entonces se genera una cuota de cierto misterio que es lo que ha sostenido mi carrera. Siempre hay algo que no digo, que me guardo.
–¿Por qué creés que las mujeres te quieren?
–Las mujeres me quieren porque saben que si hay un hombre ocupado, yo no voy a tener nada que ver con él, aunque el tipo avance.
–¿Es verdad que nunca te hiciste una cirugía?
–Sí. Siempre tuve buenas lolas, esa caída tipo Venus de Milo me encanta. Pensé en levantarlas un poco, pero como bailarina sé que cualquier cuerpo extraño en mi cuerpo lo voy a sentir, me va a molestar, y como tengo una mente de decirte “esto es lo que hay, si vos querés otra cosa, buscá en otro lado”.
–¿Alguien conoce tus zonas oscuras?
–Todos tenemos zonas oscuras y zonas claras. Algunos conocen mis zonas oscuras, otros no las han visto jamás. Mis zonas claras son bien visibles, porque yo lo hago muy bien, además, y cuando voy a lo social es porque quiero y me siento estupenda.
–Una de tus hermanas murió muy joven en un accidente y alguna vez hablaste de esa tragedia como uno de los peores momentos de tu vida. ¿Cómo la recordás hoy?
–Es un antes y un después en mi vida. Éramos muy pegadas, era mi hermana preferida, y siempre está en mí. No en el sentido de despertarme y pensar en ella, sino que siempre está en esa parte de atrás del pensamiento, que es conciencia, donde está lo importante y eterno que late como la existencia misma. Ahí está mi hermana, por eso está todo el tiempo conmigo, porque no necesito que aparezca, ¡está! No necesito recordarla, porque se me viene siempre a la mente, oleadas de cuando caminaba, y su cara, y su cosa fresca, pero todo como si fuera una época hermosa y lejana.
–¿Cómo salís de los momentos difíciles?
–En lo cotidiano, tengo una fórmula: silencio, comer muy bien, dormir muy bien, y no pasarle bola a nadie. Además, sé pedir ayuda: si no puedo sola, pido ayuda a gritos. Y en las cosas más importantes, siempre comparo lo que sufrí con la muerte de mi hermana y el hecho de que mi hermana no esté con los problemas que me pueden surgir, o los dolores que me pueden surgir en las relaciones. Ahí, al toque encuentro la real dimensión de las cosas. Vuelvo al momento del accidente de mi hermana y eso me da el verdadero valor de lo que estoy viviendo.
–¿A qué le tenés miedo?
–Tengo miedo a que mi familia no me creme cuando yo me muera. Me estoy asegurando a través de todos, les digo a todos, pero tengo miedo de que no lo hagan. Tengo gente y amigos que me dicen: “Sí, quedate tranquila”, pero mi familia se muere de risa. Después, pasar al otro lado no me da miedo.
–¿Y la vejez?
–Es que yo no voy a ser nunca vieja. La última vez que la vi a China Zorrilla fue en un restaurante. Me acerqué a saludarla y ella me dijo: “Negra, prometeme una cosa. Que la próxima vez que nos veamos vas a estar vieja”. [Risas]. Es el mejor bocadillo que me han dicho en mi vida, ¡el mejor! No voy a darle a la vejez ninguna oportunidad. Ninguna.
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