Prócer del periodismo deportivo y maestro de periodistas, se anima a mostrar su costado menos conocido. “Fui un abuelo que puso límites, pero siempre estuve al lado de ellos”, dice.
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Enrique Macaya Márquez (88) tiene un perfil público que lo convirtió en leyenda del periodismo deportivo: el de hombre récord Guinness que cubrió diecisiete Mundiales de manera ininterrumpida (distinguido por la FIFA y la Asociación Internacional de Prensa Deportiva), profesional prestigioso, respetado y admirado por todos, maestro de periodistas (es titular de la cátedra Fútbol Argentino y Mundial en la Licenciatura en Periodismo Deportivo de la Universidad de Palermo). Y también tiene otro perfil desconocido para el público, que sólo se revela en la intimidad familiar y que le valió el reconocimiento más preciado para él: el de marido, padre y abuelo amoroso, que marcó la vida de hijos y nietos con el ejemplo. Pocos saben que Macaya Márquez se enamoró para siempre en la primera cita de Noemí Amanda Fernández, con quien se casó cuatro veces (ella murió en febrero de 2016), tuvo dos hijos, Andrea y Gabriel, y cinco nietos, Ornella (32), Giuliana (29), Fabrizio (26), Yago (17) y Siena (13). Y aunque su vida podría contarse en domingos fuera de casa, él supo compensar esas ausencias a su manera: cuando sus nietos eran chicos, por ejemplo, a la vuelta del colegio los esperaba un mensaje del abuelo en el contestador. Todos los días. Ya grandes, fue capaz de vencer pudores y prejuicios para escribirles valiosas cartas –que ellos atesoran– cargadas de sabiduría y emoción. De todo eso conversó con ¡HOLA! Argentina junto con sus nietos, (Ornella no pudo estar) en su piso de Palermo.
–¿Cómo conoció a su mujer?
–La conocí discutiendo. Ella trabajaba en la editorial Creaciones, que editaba revistas para la mujer, y quería hacer publicidad en radio El Mundo, donde yo trabajaba en el departamento comercial y llegué a ser gerente. Y bueno, ella deseaba pasar publicidad de su empresa en la radio, pero quería tener la posibilidad de manejar una cuenta corriente, y nosotros teníamos ciertas reglas que había que cumplir para tener una cuenta corriente. Así que fue así, empezamos discutiendo, después nos conocimos mejor, fuimos a tomar un café y de ahí en adelante empezamos a relacionarnos.
–¿Cómo es eso de que se casaron cuatro veces?
–[Risas]. Sí, cuatro veces. Nos casamos en San José de Flores, en 1960. Después, cuando cumplimos 25 años de casados, volvimos a casarnos en el exterior, en Jerusalén, porque los dos tuvimos como movimiento táctico salir de vacaciones a países donde el fútbol no me iba a llevar. A India, por ejemplo. Entonces, íbamos a todos esos lugares, donde éramos turistas, y nuestro casamiento era una de las cosas que podíamos sembrar. Al volver, un sacerdote de Villa Luro con el que yo tenía cercanía me dijo: “Pero ¿cómo que te casaste en otro lado?”. Así que bueno, para que no se enojara, nos volvimos a casar en su parroquia. Y, por último, cuando cumplimos las bodas de oro, renovamos los votos con una ceremonia celebrada en nuestra casa.
–¿En Jerusalén estaban con sus hijos?
–No, nosotros solos. La intención era renovar nuestros votos. Es una linda historia, sobre todo después del enojo del sacerdote, que se ofendió porque me había casado otro. [Risas].
–El fútbol lo obligaba a pasar mucho tiempo afuera. ¿Pudo ser un papá presente?
–En el prólogo de uno de mis libros les hago una dedicatoria “a la viuda y los huérfanos de todos mis domingos”. Y eso de alguna manera simboliza lo que yo sentía, aunque estaba acostumbrado. Uno sabía que tenía que resignar muchas cosas, esencialmente los domingos.
–¿Había chance de que lo acompañaran en algún viaje?
–En general le buscábamos la vuelta para viajar en pareja. De hecho, mi señora me acompañó a muchos Mundiales. No digo que disfrutara, porque para ella el fútbol era el trabajo del marido, no un entretenimiento, pero más allá de eso disfrutábamos de la oportunidad de conocer otros países.
–¿Alguna vez pudo llevar a sus hijos?
–No, nunca los llevamos. Era bastante complicado con el tema del colegio. Con los chicos nos íbamos de vacaciones.
–¿Sus nietos lo acompañan?
–Acá sí, me acompañan bastante. Al último partido que jugó la selección argentina en la cancha de River fui con mi nieta mayor. Iba a ir con mi hijo, que después no pudo, y me acompañó ella. Y la verdad es que como ellos tienen conocimiento realmente de lo que yo hago, de lo que es técnicamente mi trabajo, lo disfrutan.
–¿Qué clase de abuelo es? ¿Cómo se definiría?
–Fui un abuelo que puso límites. Y quizás no supe encontrar el camino más fácil y más directo para el mimo. Pero siempre estuve al lado de ellos, permanentemente. Es que un poco me siento responsable de lo que de alguna manera van a recibir y están recibiendo como educación. Pero cada uno tiene su vida. Hoy en día son absolutamente independientes.
–Deben estar orgullosos de usted…
–No sé. Para ellos el abuelo no es una estrella ni un personaje, sino un tipo que trabaja de periodista, nada más. Ellos sabrán quién es el abuelo.
Giuliana: Estamos muy orgullosos de él, aunque creo que, porque crecimos con eso, no terminamos de entender la verdadera dimensión de lo que ha logrado en su carrera. Es un récord Guinness.
–¿Quién se parece más al abuelo?
Fabrizio: Yo. Él es muy metódico, ordenado, puntual, bastante obsesivo, y yo también.
–¿Sabe sorprenderlos?
Giuliana: Sí, claro. A mí me sorprende ver lo abierto que es. Capaz que mi mamá en algunas cosas es más conservadora, y de repente me encuentro con alguna respuesta de mi abuelo que me dice: “Vos tenés que hacer lo que te haga feliz”. No es la respuesta que esperás de un hombre de 88 años.
–¿Sus nietos le piden consejos?
–Hablamos, aunque me cuesta sacarles una idea más madura de algunos temas… Puede ser que me apresure un poco o sea demasiado ansioso en tratar de conseguir una respuesta en cosas que preocupan más a los mayores y que los pibes de hoy todavía no la ven.
–¿Qué aprendió a partir de ser abuelo?
–Aprendí a equilibrarme un poco más en el pensamiento trágico. Uno de pronto cree que está todo mal y está preocupado por eso, pero no puedo exagerarlo, tengo que vincularme con el futuro de mis nietos, entender qué es lo que ellos pretenden y darles una expectativa diferente de lo que va a venir. No es algo sencillo. Además, no olvidemos que estamos hablando de un abuelazgo ya grande y en retirada.
–¿Hasta cuándo piensa trabajar?
–No sé, no lo tengo pensado. Pero hay días que digo: “Bueno, ya está”.
–Y, después de 17 Mundiales…
–Lo de los Mundiales fue un poco una casualidad. A veces lo pienso y digo: los Mundiales son, en general, en el invierno argentino, y yo nunca estuve ni resfriado, lo que me hubiera obligado a ausentarme. Es decir: hay que tener suerte. Y además tuve trabajo para poder ir a cada Mundial.
–Pero no todo puede ser casualidad…
–No, claro. También tiene que ver con lo que uno va sumando como valores, cosas positivas, me doy cuenta de eso. Pero sé que no es todo mérito mío. Hay algo de mérito y algo de casualidad.
–Y vio a los mejores equipos de todos los tiempos.
–Sí, pero al principio yo no era el mejor. El del pasado no era todavía el mejor Macaya respecto del plato que se me ponía adelante para que pudiera degustar. Pero bueno, todo se va coordinando de alguna manera, y combinando de otra, hasta que uno aprende a gustar de esos platos superiores y comienza a darse cuenta de que hay tres clases de mentiras: la pequeña mentira, la gran mentira y las estadísticas. Hoy en día trabajan demasiado con estadísticas y hay cosas en que las estadísticas tienen razón, pero hay otras en las que no pueden demostrar que tienen razón. Yo siempre planteo ciertas dudas, ciertos interrogantes, por eso les exijo a mis alumnos que se aferren mucho a la disciplina del conocimiento.
–En el último Mundial recibió un reconocimiento de FIFA y de los periodistas internacionales y eso lo convirtió en una estrella universal.
–Sí, estaba con mi hijo, que me acompañó, y un poco jugábamos a que me filtrara las entrevistas, porque si no era una locura. Me venían a buscar uno detrás de otro, y no podía ni descansar. Y eran medios importantes, a los que no quería decirles que no.
–Usted sigue siendo muy activo como periodista, pero ¿es el mismo hombre después de que murió su mujer?
–No, porque ahora me siento solo. Todo lo demás en mi vida sigue siendo más o menos igual. Sigo muy metido con mi familia, con mi trabajo, pero de pronto, cuando estoy solo en casa, a mi señora la sigo escuchando.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola.
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