La reconocida artista, que fue la musa y un gran amor del bandoneonista y compositor, nos recibe en su casa de Barrio Norte
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La leyenda empieza, para muchos, con aquel “Amelita, Piazzolla quiere conocerte”. A fines de los sesenta, el bandoneonista Astor Piazzolla buscaba por todo Buenos Aires una voz femenina para una ópera-tango audaz que había escrito junto con el uruguayo Horacio Ferrer. En 1968, en una peña folclórica, dio con María Amelia Baltar quien, con su voz de contralto, sería clave para María de Buenos Aires, la obra que patearía el tablero de la música argentina: revolucionaría el tango, el folclore y el rock nacional, y se convertiría en un espectáculo de éxito sin fronteras. “Cuando me avisaron que Piazzolla quería verme, yo no tenía idea de quién era: él todavía no había grabado nada”, cuenta a ¡HOLA! Argentina Amelita Baltar (83). A los 28 años, cuando el compositor marplatense apareció en su vida, Amelita ya era “la Baltar”, una mujer que ya se había hecho un lugar en un mundo de hombres. Era, además, madre –su primer hijo, Mariano (60), es fruto de su matrimonio con el conductor y productor televisivo Alfredo Garrido; y el segundo, Patricio (42), del modelo Ronnie Scally–. Era un torbellino de talento y belleza que pisaba fuerte en el mundo del folclore: había grabado un disco como solista y venía de ganar el premio revelación en el Festival Nacional del Disco de Mar del Plata. Pícara y, sobre todo, filosa – “pero siempre con buena onda, eh”–, ella contará de aquel encuentro de 1968: “Después de mi show, salí y le extendí la mano. Piazzolla era un señor gordito mal vestido, medio pelado y me llevaba veinte años. ‘Mucho gusto, señor’, le dije, tal como me habían enseñado en mi casa. Yo era una chica bien”.
–¿Cómo es eso de chica bien?
–Yo nací en Recoleta, pero mi familia es de Junín, provincia de Buenos Aires. Soy la única hija que tuvieron mis padres, María Amelia e Higinio Baltar. Ellos se instalaron en Capital escapándose de mi abuela materna, que estaba furiosa con mi papá. Al quedar viuda, mi abuela se volvió un poco como Bernarda Alba: le impuso a su familia un luto riguroso. Como no podía acercarse a mi madre, mi padre decidió “secuestrarla”. Se casaron en La Pampa y, después, se instalaron en Barrio Norte. Mi madre era monísima y mi papá era tremendo. En todo sentido: no laburaba, iba a los cabarets con amigos, se gastaba la guita. Físicamente, se parecía a Alain Delon. Tanto hombres, mujeres y curas se paraban en la calle para mirarlo de lo lindo que era.
–Se entiende, entonces, de dónde viene tu belleza.
–[Se ríe]. Linda como un sol. Tuve un físico que siempre causó atracción. Aún hoy, que estoy a punto de cumplir 84, me miran por la calle. Pero, de chica, vivía escondiéndome: tenía la cola muy parada y me daba vergüenza. Sé que, cuando Piazzolla me conoció, además de ponderar mi voz, comentó: “¡Qué gambas tiene esta mina!”. Era febrero, y yo estaba diosa, bronceada; llevaba un vestido naranja cortito comprado en Avenida Alvear… y estas piernas.
–Al principio, no te impactó, pero se enamoraron...
–Sí, y estuvimos juntos por siete años. Conmigo Astor tuvo su mejor momento. Escribía, escribía y escribía para mí. Quería estrenar los temas cuanto antes. ¿Si tenía mal carácter? Claro que tenía sus arranques, como los tiene cualquiera. A mi hijo Mariano lo adoraba: le enseñó a pescar cerca de Carmen de Patagones.
–Te separaste como pareja y también en lo profesional. ¿Él imaginó que lo ibas a dejar?
–Cuando le dije que me volvía a la Argentina, no podía creerlo. A mí se me había ido el amor. Lo que me pasó con Astor, también me pasó con Alfredo [Garrido] y con Ronnie [Scally]: los tres me amaron y a los tres los dejé yo. Meses después de volver al país, conocí a Ronnie. A Astor lo volví a ver en una entrevista televisiva, donde él conoció a su última mujer [se refiere a Laura Escalada, presidenta de la fundación que lleva el nombre del artista]. Con Astor, tuvimos un gran desencuentro: cuando yo quise casarme, él no quiso; y, cuando él quiso, la que no quise fui yo. ¡Qué tonta fui! Si me hubiera casado con él, ¿sabés la guita que tendría hoy? Además, ella [por Escalada] me prohibió hacer María de Buenos Aires. Hasta que vinieron de Japón a buscarme para hacerla. Si me odiaba tanto, seguro era porque sabía que yo fui el gran amor de Astor.
–¿Lograste ganar plata con tu carrera?
–Cuando estuve con Piazzolla, gané mucho. Pero gastaba mucho también. En esos años, cuando viví en Europa con él, cada peso que juntaba, además, lo mandaba a la Argentina para mi mamá, que estaba cuidando a mi hijo. Me fui afuera porque acá no había trabajo. Ahora trabajo en lo que quiero: conduzco El nuevo rumbo [un programa que se emite en la radio La 2 x 4] y tengo a mi cargo los ciclos del Club Social Cambalache, en San Telmo. Con las clases de interpretación que doy en mi casa, vivo bien.
–¿Qué te generan los premios?
–Me han homenajeado en el país y en el mundo. Es emocionante sentir el cariño de la gente y el reconocimiento de los grandes artistas. Astor fue un genio y muy generoso conmigo. Me presentó a todos los tangueros: “Ay, viniste con la nena”, decían siempre con gran cariño los tangueros. Los rockeros también me quieren. Al principio, no entendía por qué: y después me di cuenta de que, cuando hacíamos María de Buenos Aires con Astor, los rockeros iban siempre. A muchos de ellos los he convocado a cantar conmigo en mi disco El nuevo rumbo (2012): Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, los Catupecu Machu, Pedro Aznar, Luis Salinas, Ricardo Mollo. Soy muy rockera.
–¡Y, desde hace un año y medio, tenés en tu vida a Brianna, tu primera nieta!
–Era lo que me faltaba para completar mi felicidad. Como Patricio, mi hijo menor, y su mujer viven en Martínez, le mando videos: “Soy Abu y te amo”, le digo. Cuando puedo, me tomo el colectivo y los visito. Mi hijo Mariano [fue modelo y hoy es coach] vive en el mismo edificio que yo, unos pisos más arriba. Y también tengo a mis amigas: las cinco compañeras con las que cursé la primaria y la secundaria en el Colegio de la Anunciata. Nos juntamos, nos divertimos. Las adoro. Todas tenemos casi 84 y estamos intactas. Hoy sólo una tiene marido.
–¿Están buscando candidato?
–Ellas no sé. Yo querría tener un novio cama afuera, pero a mí no se me acercan. [Se ríe]. Meto miedo. Antes, cuando me gustaba alguien, le clavaba los ojos y hasta conseguirlo no paraba. He vivido como un hombre: lo que quería trataba de tenerlo. Fui así siempre, en cualquier momento de mi vida, de soltera, casada, divorciada… Enamoradiza y muy de ir al frente. Ahora me volví más cauta. Y no tiene que ver con la edad –porque a esta altura podría hacer cualquier cosa–; ni tampoco con el físico –porque ni rollitos tengo y mis gambas siguen estupendas–, sino que no hay nadie que me mueva el piso. –¿Nadie? –Bueno… hay un señor con el que nos vemos cada tanto. Es lindo como un sol y me ama. Ya veremos qué pasa.
–¿Dejarías de trabajar?
–No podría ponerme a hacer tartas o a tejer bufandas, como me sugirió una de mis amigas. Soy muy movediza. Hace poco, un señor me dijo: “Amelita, usted, cada día canta mejor”. “Soy como Gardel”, le respondí yo. “No: Gardel se murió a los 33 y quién sabe si, a su edad, cantaría como usted”. Cantar es lo que me gusta y no se me ocurriría dejar de hacerlo. Ahora, junto con el grupo Tanghetto, estoy sumándome a un proyecto de tango electrónico. No tengo idea la edad que tengo. Voy a cantar hasta los 90 años y digo 90 por decir un número. Porque cada día canto mejor. Hace unos años, me llamó por teléfono el papa Francisco, que ama el tango. Le gusta mucho Piazzolla…y, sobre todo, cuando yo cantaba sus temas. A pesar de que tengo mis dos caderas operadas, le dije si llego a ir a Europa, primero, me doy una vuelta por París y después, voy al Vaticano y le canto “Balada para un loco”.
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