En Montevideo, rodeado por su tribu femenina, el sobreviviente recuerda los momentos más duros de los 72 días que pasó en la montaña, reflexiona sobre cómo trabajar en equipo lo salvó y los desafíos que enfrentó más tarde
- 12 minutos de lectura'
El 13 de octubre de 1972, un grupo de estudiantes del colegio uruguayo Old Christians partía rumbo a Chile para jugar al rugby contra el club Old Boys sin imaginar el giro inesperado que tomarían sus vidas. A bordo del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, que había salido desde Montevideo, se escuchaban risas, chistes y se sentía esa sensación de salir de casa a conquistar algunos sueños. Sin embargo, el avión en el que viajaba Carlitos Páez (68) –entonces tenía 18 años– junto a otros cuarenta y cuatro pasajeros se estrelló en medio de la cordillera de los Andes, a 4200 metros de altura. Diez días más tarde, se decidió dejar de buscarlos tras concluir que nadie podría sobrevivir a 25 grados bajo cero y sin víveres. Pero setenta y dos días después, cuando dos de ellos, Nando Parrado y Roberto Canessa, lograron atravesar las montañas para pedir ayuda, el mundo supo que dieciséis sobrevivientes luchaban por volver a sus casas. Desde entonces son los protagonistas de una historia icónica de supervivencia, según catalogó National Geographic. A 50 años del accidente (él odia catalogarlo como milagro o tragedia), y a días de celebrarse un nuevo aniversario del rescate (22 de diciembre), Páez posa para ¡HOLA! en Montevideo rodeado por sus nietas mayores, Justina (19), Mia (18), Violeta (16), como un símbolo de que la vida continúa, como dirá más tarde.
LA PRIMERA CORDILLERA
“San Francisco decía: ‘Empieza por hacer lo necesario, luego lo que es posible, y te encontrarás haciendo lo imposible’. Nosotros lo hicimos y es por eso que 50 años más tarde todavía estamos hablando de aquello. Esta es una historia extraordinaria que le pasó a gente común, por eso sigue interesando”, opina Carlitos. Y se sumerge en los recuerdos: “Era uno de mis primeros viajes. Éramos chicos, al principio no había lugar para asustarse. Fueron dos pozos de aire en los que bajamos 600 metros en cada uno, según dicen. Sentí el avión acelerar y el impacto. En el medio recé el Ave María porque el Padre Nuestro era muy largo y no estaba seguro de poder terminarlo, y el Gloria era demasiado corto y no iba a quedar suficientemente bien con Dios. La Virgen tuvo bastante que ver con nuestra historia”.
–¿De qué manera?
–Todos los días rezábamos el Rosario. Yo era un poco el que lo lideraba porque mamá me había dado uno. Mi padre [el artista Carlos Páez Vilaró], como buen creativo, escribió “Entre mi hijo y yo, la luna”, pero el vínculo era con mi madre. De hecho, cuando volví a casa recuerdo que ella me dijo: “Carlitos, yo salía a la Rambla a mirar la luna porque sabía que tú la estabas mirando”. Me gusta rescatar estas pequeñas cosas positivas que también pasaron.
–Impacta que puedas hacerlo teniendo en cuenta lo vivido...
–La nuestra es una historia de lucha contra el no porque había uno por día. Primero fue el accidente, después, que no nos buscaran más. Siguió la decisión de alimentarnos de nuestros compañeros muertos, que fue un proceso y, si queríamos vivir, no quedaba otra. Después, encontrar la cola del avión y no poder hacer funcionar la radio, la avalancha, que fue como que Dios nos daba vuelta la espalda, ahí murieron ocho más… Nosotros al no le dijimos que sí gracias a una actitud grupal. La actitud, la pasión y la perseverancia nos sacaron de ahí. Y ni que hablar de la humildad, que aprendés con el tiempo. Porque uno puede ver esta historia como que el aprendizaje fue la Cordillera, pero el aprendizaje fue la Cordillera más los 50 años siguientes.
–¿Cómo fue esa primera noche en la montaña?
–Lo primero que se te pasa por la cabeza es si es realidad lo que estás viviendo. Como decía Roy Harley, uno de los sobrevivientes, esa primera noche se compara con el infierno. Había gente que desvariaba, gente que moría, muertos de sed, de frío y de miedo. Yo estaba sin mi mamá, sin mi papá y sin mi niñera, que me había criado de chico pero que fue la que me hizo las valijas para el viaje. No servía para nada, tomaba el desayuno en la cama, no sabía lo que era el frío, o el hambre. Vivía en una situación acomodada y de repente me encontré en la condición más baja que se puede encontrar el ser humano. Y gracias al grupo, empezás a transitar un día a la vez y das pelea contra la incertidumbre.
–Siempre hablás del poder de la unión. ¿Fue así desde el inicio?
–No. La avalancha rompió los pequeños grupos, porque hasta entonces funcionábamos como compartimentos estancos, éramos cinco amigos íntimos y ahí murieron dos, entonces comenzó la historia de trabajo en grupo.
–Durante esos días cumpliste 19 años.
–Sí. Y todavía hoy, cuando cumplo años, me digo: “Pensar que hace 50 años justo había sido la avalancha y nos quedamos tres días enterrados bajo la nieve… Hoy las cosas se ven diferentes. En ese momento pensábamos que no salíamos y hoy estamos en plena vida. Tengo un recuerdo no tan desagradable a pesar de que tenía ocho muertos alrededor.
Se ve que tenías una fe de hierro…
–No me tenés que ver como un hombre de 68, sino como uno de 18. En casa todos cumplíamos años por la misma fecha, era una época de mucha ilusión para mí. En el medio del caos les dije a mis compañeros que cumplía años y me respondieron si pretendía festejarlo. “Y sí, en la medida en que estemos vivos vale la pena”, les comenté.
–¿Cómo fue la vuelta?
–Los primeros ocho días nos quedamos en Chile, el mundo entero estaba pendiente. En setenta días ves la capacidad del ser humano de transformarse, de evolucionar y salir adelante. Por eso es tan importante no sólo el accidente, sino todo lo que vino después. Volver a Montevideo fue, por un lado, de las cosas más lindas que me pasaron pero, por el otro, de las más tristes por los que no volvieron. Y, a la vez, con todos pendientes te sentías el rey del mundo. Sin duda, uno de los momentos más felices de mi vida fue cuando llegaron los helicópteros. Eran el pasaje a la libertad, que era por lo que peleábamos. No peleábamos por Hollywood, ni por libros, ni fama, sino por cosas simples como volver a casa con tu mamá, con tu perro, estar en tu cama… Salimos como gente común y volvimos como celebridades. No le creo al que diga que no le gusta salir en el diario. Recién hablaba con Nando Parrado de que a nosotros nos ayudó lo que vivimos, pero también a mucha gente que tiene sus cordilleras y esta historia los ayuda, es su referencia.
–Leí que en el rescate te robaste tres cinturones de seguridad. ¿Es así?
–Empezaba a manejar y los cinturones de seguridad recién aparecían y eran más una moda. Me los llevé para el auto de mamá. Era un símbolo, un pensamiento infantil que me vinculaba con ella. Lo cuento para que la gente sienta que pudo haber estado ahí.
–Contar una y otra vez la historia, ¿en algún momento la naturaliza?
–Por suerte no. Pero sé que, como los Beatles, estoy condenado a cantar “Yesterday” todos los días. Y está bueno, porque esta historia ya no me pertenece, le pertenece al mundo. Nosotros la seguiremos contando. E incluso hay gente que la cuenta y no la vivió. La llaman historia motivacional, yo no soy motivador porque no me verás nunca en el escenario gritando “Tú puedes”. Lo que sí, la historia manda y es la que dice que el ser humano puede.
–Mucha gente que sobrevive a situaciones imposibles busca un sentido o una misión para su vida. ¿Te pasó?
–Sí, al principio. Pero de los dieciséis sobrevivientes soy el único que hizo terapia y gracias a Dios esa mochila me la saqué. ¿Por qué yo? Y, porque me tocó. Y no por eso tengo que ser mejor persona o le debo algo a alguien, ni soy un predicador de la fe. Soy una persona común a la que le tocó vivir una historia extraordinaria.
–Me sorprende que sólo vos hayas hecho terapia.
–En aquel momento no era bien visto. Pero no te creas que fui a terapia por los Andes. Siempre digo que cada cual tiene su propia cordillera y ninguna es más importante que la otra, sólo que la mía tiene mucho marketing: tres películas, nueve documentales, veintiséis libros y ahora se viene la película de Netflix [dirigida por Juan Antonio Bayona, donde él hará de su papá]. Tu cordillera es igual que la mía, no hay un dolorímetro ni un angustiómetro.
–¿Cómo era la relación con tu padre? Él tuvo un rol fundamental.
–Siempre tuvimos buena relación pero, a la vez, difícil porque ser hijo de un famoso no es fácil. Después, papá fue uno de los tipos más importantes en nuestra búsqueda por ser el que mantuvo la esperanza. Fue un tipo muy importante.
–¿Te ves con otros sobrevivientes? Siempre lo mencionás a Parrado.
–Sí. La misa por los 50 años fue muy emotiva y también fueron las familias de los que murieron. El Papa nos mandó una carta y en diciembre nos vamos a volver a juntar. En cuanto a Nando, él perdió a su madre y a su hermana y aun así ve el lado positivo de todo, como yo. Algunos otros, que no los condeno, van más por el lado dramático de la historia. Me niego rotundamente a ir por ahí. Yo era un poco el de La vida es bella, tratando de ver una realidad diferente. Creo que es lo que más aporté, la buena onda es importante.
–Por algo sos el que da las charlas (brinda conferencias alrededor del mundo dando testimonio de lo vivido), aunque no te guste llamarlas motivacionales.
–Le pongo humor. Pensarán cómo una historia en donde murieron veintinueve personas puede tener humor. Y bueno, el humor es necesario, es mi mecanismo de defensa, la manera de salir del drama.
–¿Cuántas veces volviste al lugar del accidente?
–Tres. La primera fuimos once de los sobrevivientes, otra vez fui con Discovery Channel, por un documental, y la tercera volví con mis dos hijos y con cuatro de mis nietos, y como cien personas más. Cuando fui con mi familia la pasé mal, no podía estar en plan humorístico. Es duro volver al lugar y se siente mucho dolor ahí, hay una energía dura, de mucho sufrimiento. Ahora me están insistiendo para volver.
SUS OTRAS CORDILLERAS
–Ya de vuelta tuviste que batallar contra el alcohol y las drogas.
–Para mí fue más difícil salir de la droga que de la Cordillera misma. Después de los Andes tenés un poco un pasaporte para hacer lo que quieras y la mayoría te justifica por lo que viviste. Primero empecé con el alcohol y luego terminé con la droga. Pero un día, viendo pasar el último vagón de la vida, caí que después de haber peleado tanto por la vida no tenía sentido meterme en un proyecto de muerte. Empecé en Narcóticos Anónimos, compartiendo con un grupo mi vida, y comencé a transitar un camino de sobriedad. El 29 de octubre cumplí 31 años limpio de alcohol y de drogas.
–Es llamativo lo desafiante que fuiste con la muerte…
–Soy de escorpio, somos bastante autodestructivos. Pero otra vez recurrí al grupo. El dolor compartido es menos doloroso, y la alegría compartida es más alegría.
–Hace poco tuviste una nueva cordillera.
–Hace dos años tuve un tumor debajo de la lengua, me irradiaron, tuve treinta y cinco sesiones y, por ahora, estoy bien.
–Tema superado.
–Por hoy. Porque esto es por hoy.
EL LEGADO DEL ABUELO PARKER
Falta poco para que cortemos y Parker, como le dicen sus nietos de manera cariñosa –por un programa que tenía en radio–, pregunta sobre las fotos. Aunque en un principio parece un tema de coquetería, enseguida explica: “Mis nietas se prepararon especialmente, van a querer tener este recuerdo”.
–Se los nota muy compinches.
–Sí. Tengo cinco nietos uruguayos, además de Justina, Mia y Violeta, están Juan Justo (11) y Alexis (7), todos de mi hija Gochi (María Elena de los Andes). Y mi hijo argentino, Carlos Diego, está esperando una beba para marzo y la van a llamar Venus. Los nietos son el símbolo de que la vida continúa. Somos más de ciento treinta que vivimos gracias a los que nos salvamos en los Andes. Entonces creo que valió la pena nuestra historia para que triunfe la vida.
–¿Qué compartís con ellos?
–Muchas cosas, especialmente con las más grandes, vamos a comer o las llevo de viaje. Por ejemplo, una de ellas me acompañó a las islas Canarias, donde me entregaron un premio, otra al Fashion Week, en Nueva York, que lo clausuré dando una charla y estaba como loca. Todas las semanas hacemos programas. Continuamente hay cosas, participan de esto, lo mismo que mi hija, que al principio me ayudó mucho con el tema de las conferencias (da más de cien por año, en todo el mundo). Ellos son el porqué de la vida.
–¿Y cómo fuiste como padre?
–No creo haber sido un buen padre. A mí me malcriaron mucho y yo también malcrié. El lema en casa es que se la pase bien. Me hubiera encantado tener carácter para formarlos de otra manera, pero es lo que hay. [Se ríe].
Otras noticias de Revista ¡HOLA!
Milagros Maylin. En su departamento de Palermo Chico, habla de su amor con Horacio Rodríguez Larreta: “Es el hombre de mi vida”
Las mejores fotos. La romántica boda de Milagros Blaquier y Máximo Diez: todos los invitados, los looks y los detalles
Amores de primavera. De Emilia Attias a Poroto Cambiaso, los romances que salieron a la pista
Más leídas de Revista ¡HOLA!
Inés Berton. La sommelier de tés, que conquistó a estrellas de la música y de Hollywood, nos recibe en su casa de San Isidro
Milagros Maylin. En su departamento de Palermo Chico, habla de su amor con Horacio Rodríguez Larreta: “Es el hombre de mi vida”
Al rojo vivo. Juliana Awada deslumbró con un sensual look en la comida de la Fundación Hospital de Clínicas: todas las fotos
Realeza. El acierto fashion de Máxima, la emoción de Kate en su año más difícil y el nuevo logro de la hija de Carolina de Mónaco