El cronista ganó una cucarda y descubrió algo que - dice - es casi imposible de contar en una nota.
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Esta historia se remonta al comienzo de la humanidad. Adán y Eva vagaban por el Edén disfrutando la suave caricia del sol en todo su cuerpo. El viento recorría cada pliegue de su ser; por la noche, la luna plateaba sus músculos. La última frontera con la naturaleza era su piel. Ellos eran, aun sin saberlo, nudistas. Pero un buen día perdieron la gracia de Dios y, entre varios castigos, se volvieron “textiles”.
Así llaman los nudistas a quienes usan ropa: textiles. Es decir, a casi toda la humanidad. ¿Quién no tuvo alguna vez la pesadilla de encontrarse desnudo ante la mirada amenazante de una multitud? Pues bien, hay un grupo de personas para quienes no es una pesadilla, sino un placer. Se autoproclaman nudistas y están ahí afuera, camuflados: viajan al trabajo, cumplen con sus tareas, saludan al vecino como un textil más. Y lo hacen con el mayor disimulo. Puede ser el panadero que te completa el cuarto de miñones. La veterinaria que con todo amor le pone la vacuna a tu perrito. El amable policía que ayuda a la anciana a cruzar la calle. Es fácil caer en el engaño, pero bajo ese delantal con harina, ese guardapolvo con pulgas o ese uniforme marcial, se puede ocultar un potencial nudista. ¿Cómo descubrir quién es quién en este mundo? ¿Cómo ver, más allá de la ropa, a un nudista? Solo hay una manera real, concreta, profunda, de saberlo: poner el cuerpo.
Así como alguna vez fui un caballo para contarlo acá en Brando, aprendí a pilotear un avión para que voláramos juntos o descubrí los secretos del firmamento, llegó el momento, estimado lector, de dejar de ser un simple textil para vivir tres días y dos noches, y completar una carrera, como Dios me trajo al mundo: en bolas.
Un lugar en las sierras
Durante años escuché de ella como un rumor, pero no había mucha información. En internet encontré apenas un cartelito casero, pocos datos, la fecha, ni siquiera coordenadas exactas, tan solo la ciudad más cercana y un número de teléfono. El título sí era muy claro: carrera nudista.
El lugar, sabría después, era un campo escondido pasando la ciudad de Tanti, en Córdoba. Lo supe a través de quien me atendió el teléfono, Miguel Suárez, un ingeniero civil a punto de jubilarse después de trabajar 40 años en vialidad y al que, dos décadas atrás, un suceso fortuito le cambió la vida.
De vacaciones en Buzios con su pareja, en su recorrida por las playas, recalaron en Olho de Boi (Ojo de buey), conocida por ser “informalmente” nudista. ¿Qué significa esto? Miguel lo explica: “No era obligatorio, pero el líder del lugar nos informó que había que desnudarse”.
En 2003 nació el emprendimiento nudista Yatan Rumi, que en quechua significa «piedra desnuda». Su alma mater es Miguel Suárez, quien en diciembre del 2005 organizó la primera edición de la carrera nudista.
El ingeniero miró a su pareja: dudaron. Nunca les habían mostrado sus cuerpos a extraños. En eso llega el heladero, el clásico trotamundos de las playas con uniforme blanco y heladera térmica al hombro. “El tipo paró en la entrada, apoyó la caja de helados en el piso y con prolijidad se sacó toda la ropa”, relata risueño Miguel. “Verlo tan natural nos decidió. A partir de ahí fuimos a esa playa todos los días”.
Al regresar a su casa en Córdoba, Miguel empezó a preguntar por un lugar similar por la zona. Era el año 2000 y aún Google no daba las respuestas a todas las preguntas. Escuchó de un sitio llamado Agua Escondida, donde se practicaba el nudismo. Era lo que buscaba, hasta el nombre sonaba muy bien. “Resultó que Agua Escondida era solo una persona que tenía permiso en un campo para meterse en un arroyo, desnudo”.
Pero un buen ingeniero no se desmoraliza ante el primer error de cálculo. Intentó publicar un aviso en el diario buscando personas con el mismo interés. “El tema es que en el diario querían poner el aviso en el rubro 59, el de oferta sexual, ¡justo lo que no estábamos buscando!”, exclama Miguel más cerca de la risa que del enfado: “Al final no nos quedó otra que aceptar con tal de que lo publicaran”.
Así fue que luego de muchas llamadas queriendo inscribirse a orgías, salidas de exhibicionismo y otras confusiones, lograron reunir un grupo de unas 15 personas que solo pretendían desnudarse sin molestar a nadie. Ahora faltaba el lugar, cuando nuevamente llegó un dato.
Sobre el río San Antonio se corría la voz de que había un sitio apartado donde hacían nudismo, se lo llamaba “la playita de los hippies”. Hacia allá fueron Miguel y su flamante grupo. “No encontramos ni un nudista, pero sí varios hippies”. Tampoco se desmoralizaron. La entusiasta tropa decidió explorar río arriba en busca de una ubicación más propicia. Caminaron por más de media hora hasta un paraje muy bello, con unas hoyas hermosas. “Lo adoptamos como nuestro”, recuerda el líder de la campaña: “Pero no terminaba de ser lo ideal. Cada tanto pasaba algún pescador que nos miraba con ojos desorbitados”. Tenían que conseguir un terreno propio, y otra vez el diario trajo una solución.
Alquilo casa de campo con 1200 hectáreas. Eso decía el aviso, un número de teléfono y no mucho más. Para tener una relación de superficie, la Reserva Ecológica Costanera Sur, en Buenos Aires, tiene 350 hectáreas: esto era más del triple. El ingeniero llama, lo primero que busca es constatar si hay un error en la superficie, le responden que no hay equivocación, que eso es lo que se alquila. “Y para no dar más vueltas le dije para qué lo queríamos: un campo nudista”, relata sobre la llamada que cambió el destino.
"Correr vestido o desnudo es casi lo mismo, solo que te sentís más libre."
Luis, de Rafaela
“Del otro lado de la línea se produjo un silencio de 10 segundos –recuerda Miguel–. Nos respondieron que era un campo familiar que dejaban de usar porque los chicos crecieron, y agregó: «Ahora te voy a contar un secreto: cuando vamos al arroyo nunca llevamos ropa». ¡Ya era nudista de antes!”.
El 15 de febrero del 2003 nacía allí Yatan Rumi. “Que en quechua quiere decir «piedra desnuda»”. Ahora, el propietario del emprendimiento es Miguel, que fue el único en poner dinero y, principalmente, compromiso. En busca de ampliar el público, en diciembre del 2005 se organizó la primera edición de la carrera nudista. Desde ese momento, cada primer domingo del último mes del año se sale a correr desnudo por las sierras de Yatan Rumi, dando inicio a la temporada. Ahí me encontraba yo, el pasado 5 de diciembre en la línea de largada.
He corrido en Viena y en Río de Janeiro, en Ushuaia y en la Cordillera de los Andes, en Orlando y en Fráncfort. Llevo más de 150 carreras. Corrí en el hipódromo de Palermo y en el autódromo de Buenos Aires. Pero nunca, en los escenarios más dispares, había llegado a pensar que algún día iba a correr en bolas.
Todo comenzó una semana antes.
Como pez en el agua
¿Cuándo empieza un viaje? ¿Cuando surge la idea, cuando armás la valija, cuando llegás al destino? Para mí empieza cuando tenés los pasajes. Una vez con el boleto hacia Tanti, me sentí oficialmente destinado a terminar desnudo.
Las repercusiones de mi entorno fueron de lo más variopintas: “Ahí es un descontrol, se dan todos con todos”. “Yo si tuviera tres centímetros me animaría”. “¿Y qué pasa si hace frío?”. “Mucho no podés correr así porque se te paspa”.
Llegué a la terminal de Tanti un viernes por la mañana y me senté a esperar a que un desconocido me viniera a buscar para llevarme a desnudarme. En realidad, fueron dos desconocidas: Nora (la pareja de Miguel) y Verónica (la cocinera del complejo). Estaban vestidas, claro. Se sumó otro visitante que, digamos, se llamaba Santiago y tenía treinta y pico. Y acá vamos a empezar a mezclar nombres reales con ficticios. Escuchemos los motivos de Santiago: “Nadie de los que me conocen sabe que vengo acá, que hago nudismo”. Santiago vive en el Gran Buenos Aires, trabaja los fines de semana en diagnóstico por imagen. “Hace dos años sin planearlo terminé en la playa Chihuahua [en la bahía de Portezuelo, Maldonado, Uruguay], descubrí el nudismo y me encantó la sensación”.
"Para conocer el nudismo es necesario desnudarse. Es una sensación imposible de describir con palabras. Nosotros brindamos todo el asesoramiento posible, pero la experiencia solo puede ser personal."
Florencia Brener
Mientras avanzamos por caminos de ripio, cuenta que se lo propuso a su novia y a ella no le interesó. “Y, la verdad, mis amigos tampoco saben nada. Solo dije que me iba una semana a Córdoba”. Al llegar al predio donde se encuentran todas las instalaciones, ya la cosa cambió. Básicamente porque ahí empezamos a ver gente desnuda. El primero fue Miguel, que vino a recibirnos y a indicarnos dónde dejar nuestros bolsos. Luego de unos cinco minutos, y viendo que nadie me venía a decir nada, lo encaré y le pregunté:
–¿Y, qué hago, me pongo en bolas?
–Y... tenés media hora de aclimatación.
–¿Me estás cronometrando? –repliqué para romper un poco el hielo. Nos reímos y me fui al dormitorio a sacarme la ropa, a cambiarme sin que nadie me viera.
El momento más intransferible, el que no te vas a olvidar nunca, es el de sacarte la ropa por primera vez y salir desnudo a encontrarte con desconocidos. Haré el intento de graficarlo. Imaginemos que nunca tuvimos contacto con el agua, jamás sentimos la lluvia en nuestro cuerpo, nunca nos bañamos ni bebimos líquidos. Hasta que luego de varias décadas de vida, se nos presenta la oportunidad de meternos en una pileta.
Eso experimenté: la sensación de tirarme de cabeza a algo desconocido. Una vez sumergido en el agua de la desnudez, la encontré muy agradable. Un líquido fluido, envolvente, cálido y refrescante. Después de ese primer chapuzón, todo transcurrió con normalidad. Las personas te prestan la misma atención que si estuvieses vestido.
Los desnudistas
Mario ahora es asistente del lugar, aunque primero fue un visitante. “Pasaba por la tranquera muchas veces cuando iba a los Gigantes a hacer escalada”, recuerda el cordobés. “Hasta que un día me animé a entrar. A mi esposa no le gusta, incluso una vez que estaba vacío acá y Miguel me había dado la llave, la quise traer para que comprobara que no había nada raro, pero no vino”. Hace ya un par de años que Mario da una mano en la temporada, y disfruta del nudismo. En uno de sus tantos ingresos al predio, mientras cerraba la tranquera, un día se detuvo una camioneta con cuatro adolescentes:
–Hola, jefe, ¿cómo va? ¿Qué onda acá? ¿Se arman lindas jodas, no? –le disparó el pibe que manejaba, buscando la risa del grupo.
Mario, ya baqueano del nudismo, le explicó que lo sexual no tenía nada que ver con la propuesta, que el concepto es encontrarse con la naturaleza en un marco de respeto. Los chicos se interesaron, empezaron a preguntar y entraron al predio. Hasta que uno de los cuatro se plantó, con resistencia, pero argumentos cada vez más débiles ante la insistencia de sus compañeros. Entonces se acercó a Mario, lo miró suplicante y le confesó:
–Disculpe, señor, le voy a decir la verdad. Yo quisiera entrar también, pero el problema es que la tengo muy chica.
No del todo sorprendido, conocedor de la mayor barrera que enfrentan los hombres ante el nudismo, Mario le explicó que es tan trascendental el tamaño de sus genitales como el de su nariz o sus orejas, que no tiene ninguna importancia. Pero el muchacho insistía, Mario le daba más argumentos, hasta que el joven fue a lo hechos:
–Te estoy hablando en serio –le dijo mientras se le acercaba–. Mirá –y se abrió la bragueta confiado en tener una prueba irrefutable.
Ahí sí Mario largó la risa y le dijo que se dejara de joder, que no dieran más vueltas y entraran todos. Al final, los cuatro la pasaron bárbaro, hicieron un asado, se quedaron todo el día, recuerda Mario. Antes de irse, el muchacho le agradeció haberlo invitado y, al oído, le confesó, aliviado: “Al final, ¡encontré uno que la tenía más chica que yo!”.
“Poné que me llamo Luis Alberto”, dice tras unos bigotes espesos y canosos, un cuerpo duro, grande, curtido por la intemperie, más de 60 años, herrero de profesión, hombre serio y campechano. “Es que esto no se puede comentar en mi pueblo porque lo toman para la mierda, piensan que es una degeneración”, explica Luis Alberto y hace referencia a un poblado de la Argentina ganadera que no llega a los 10.000 habitantes. “Una vez le conté a un amigo que había venido y nunca más me dirigió la palabra”.
“Hace como 10 años pasé en moto por la puerta del campo y había un cartel que decía Reserva Naturista. Pensé que cultivaban plantas medicinales o algo así”, recuerda sobre su primer contacto con Yatan Rumi. “Como a los cinco años volví y ya decía Nudista, pero pasé igual. Luego de entrar me di cuenta de que estaba desubicado vestido, me desnudé y, al poco tiempo, me sentí cómodo, lo disfruté”.
Rubén Asensio tiene 65 años, es médico psiquiatra, y nudista. “Es una manera fuerte de poder mostrarse tal cual se es, rompiendo con estereotipos de belleza y entender que el cuerpo desnudo no es solo para el sexo”, explica con calma, pelo rubio y lacio hasta los hombros. “Vestido podés ser más agresivo que desnudo desde lo sexual”.
"Es una manera fuerte de poder mostrarse tal cual se es, rompiendo con estereotipos de belleza y entender que el cuerpo desnudo no es solo para el sexo. Vestido podés ser más agresivo que desnudo desde lo sexual. "
Rubén Asensio
“La reacción general con el nudismo es de querer hacer, pero no animarse”, afirma Asensio y recuerda su primera vez: “Fui a playa Escondida, estaba viendo cómo me animaba hasta que llegó una familia, los padres de unos 60 años, la hija tendría 40, y se desnudaron con total naturalidad. Ahí me di cuenta de que no era para pensarlo tanto”.
Rubén hace 15 años que corre, incluso completó la maratón de Nueva York. Porque, no nos olvidemos, aún todos debemos reunirnos tras una línea de largada, desnudos.
La carrera
En Padasjoki (Finlandia) o en Tampa (USA), en Sesimbra (Portugal) o en Sopelana (España), en Australia, Dinamarca, el Reino Unido o Canadá, hay opciones para correr desnudo. Pero ninguna en Sudamérica más allá de Yatan Rumi. Podríamos hacer un análisis muy liviano sobre la moral cristiana de las excolonias españolas, pero lo cierto es que la madre patria es uno de los países con más carreras nudistas del planeta.
Más allá del calendario deportivo mundial, había llegado el domingo, eran las 11 de la mañana en las sierras cordobesas y poco más de 60 personas estaban listas para correr, dentro de una nube.
Quizás la naturaleza ese día tuvo pudor, quizás fue solo una coincidencia, pero lo cierto es que una nube cubrió las más de 1000 hectáreas de Yatan Rumi. Ni siquiera tuvo que bajar mucho, ya que el campo está a 1300 metros sobre el nivel del mar. Lo cierto es que la visibilidad no superaba los 20 metros. Los participantes llevaban pintado en el cuerpo su número de corredor: algunos en rojo, otros en negro. Lo único que podían llevar era calzado y corpiño, en el caso de que alguna mujer quisiera. Ninguna lo usó, pero también es cierto que la gran mayoría eran hombres y con el número en témpera negra.
“La verdad, otros años estuvimos más parejos con el color”, me reconoció Mario, sorprendido. Antes de pasarte el pincel, su pregunta era: “¿Tenés problemas de que se muestren fotos tuyas en las redes sociales?”. Si la respuesta era sí, usaba el color rojo. En caso contrario, pintaba de negro. La pregunta es algo ociosa porque ninguna red social va a permitir la publicación de fotos con genitales o pezones femeninos. Pero sí había un par de fotógrafos para retratar el momento, y luego esto se publicaría en el blog de Yatan Rumi. De todas formas, la nube funcionó como un blureo natural.
¿Cómo fue correr en bolas? La realidad es que ya lo había vivenciado los días previos y casi no hay diferencia con correr vestido. Y si la sensación de contacto con la naturaleza en medio de las sierras es muy potente, en la línea de largada estaba más en modo competitivo que debutante. Llevaba ganadas 50 carreras, incluso las seis últimas antes de llegar a Tanti, y no quería cortar la racha. Más aún, anhelaba, por primera vez, ganar una carrera desnudo.
Largamos. Eran 6 kilómetros para la distancia competitiva (los que solo querían ser parte sin cansarse mucho hacían 3 km), la nube nos envolvía y el circuito se metía por campos sin senderos marcados. Por momentos nos perdíamos un poco. Éramos decenas de personas desnudas corriendo desorientadas entre la niebla. Encontramos la salida a la primera vuelta y nos lanzamos por un camino de tierra para autos que entre subidas y bajadas perdía altura. Para quien le interese el dato deportivo, llegué a hacer un kilómetro en unos 3 m 20 s. En la mitad de la carrera empecé a quedar solo en la punta. Alcancé la última parte donde se subía a campo traviesa. Tenía el cuerpo empapado por la humedad, la elevación del terreno se notaba en la merma de oxígeno y en mi agitación. Me vi jadeando, bañado en un sudor cálido, saltando entre los pastizales, sin ropa, y el reflejo de cientos de antepasados salvajes atravesó mi cuerpo. Hasta que, al fin, crucé la llegada, primero.
Desnudo final
Como casi siempre sucede, la historia más interesante no es la del ganador. Luis se llama Luis y tiene 61 años. Corrió toda la vida. “Por placer nomás, pero hace seis años que me anoté a un grupo y empecé a competir”, relata. Un amigo, apodado “el Hueso”, lo había invitado a inscribirse en la edición del 2020. La iban a largar juntos, pero la pandemia prohibió la entrada a Córdoba y se suspendió la carrera. “No pudimos largar y quedamos en ir a la siguiente –recuerda Luis–, pero el boludo a los cinco meses se pegó un tiro en la cabeza”.
“Vine a correrla por él”, agrega Luis, quien llegó a competir en distancias de 110 km en montaña varias veces. “¡Y poné que soy de Rafaela!”, me exige. También explica: “Cuando se enteraron en mi entorno todos me apoyaron, ya saben que estoy medio loco y siempre les suelo caer con algo raro. Correr vestido o desnudo es casi lo mismo, solo que te sentís más libre. Voy a tener que volver”.
“Para conocer el nudismo es necesario desnudarse”. Así de sencillo lo explica Florencia Brener, abogada, artista plástica y, como ella misma define, con más de 70 años. También una de las fundadoras de Apanna (Asociación para el Nudismo Naturista Argentino). “Es una sensación imposible de describir con palabras. Nosotros brindamos todo el asesoramiento posible, pero la experiencia solo puede ser personal”.
Esa experiencia fui a buscar para contarte a vos que leés, probablemente vestido, esta crónica. Y descubrí que por más que escriba, la experiencia hay que vivirla. No pensé que iba a sentirme tan cómodo, yo que toda la vida me mostré vestido. No fui consciente de cómo nos condiciona la ropa hasta que me encontré desnudo. Podría seguir un rato más escribiendo conclusiones, pero prefiero dejar, más que certezas sobre el nudismo, curiosidad.
Mark Twain escribió hace un siglo su encantadora obra El diario de Adán y Eva. En el desenlace de la historia, que podría ser esta historia, dice más o menos así: “Ya muchos años después, expulsado del Edén y perdida la gracia divina, Adán afirmó: «El paraíso estaba donde estaba ella, desnuda»”.