La necesidad de una mirada con perspectiva de género a partir de la experiencia de las mujeres
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“No me arrepiento de este amor”, parece cantar santa Gilda desde el mural como una forma de bendecir a todos los automovilistas que atraviesan el paso bajo nivel de la avenida Nazca en el barrio de Villa del Parque. Esta obra, necesaria para aliviar las demoras que provocaba el cruce de la Línea San Martín del ferrocarril, comenzó a construirse en marzo de 2017 y se inauguró en noviembre de 2018. Durante esos 21 meses se tapiaron unos 400 metros de la avenida, lo que implicó no solo achicar considerablemente el espacio para que caminaran las personas y transitaran los vehículos, sino que también ese muro de chapa generó largos callejones oscuros, puntos ciegos y veredas con obstáculos. Esto provocó que las mujeres del barrio, para caminar 200 metros en línea recta, tuvieran que dar un rodeo de varias cuadras para sentirse seguras. Y, al bajar la circulación, muchos comercios debieron cerrar sus puertas. Los vecinos y las vecinas del barrio pidieron refuerzos de seguridad, pero sucedió lo que no debería haber sucedido: la violación de una empleada de un local ubicado en un punto medio del trayecto.
El urbanismo feminista es, en principio, una mirada diversa de la ciudad que nos permite comprender que mujeres y hombres la usamos de modos diferentes de acuerdo con los papeles sociales atribuidos a cada género, a la edad y a la clase de la cual provenimos.
Este caso lo conté hace un par de años en un foro de urbanistas, cuando recién resurgía con fuerza el urbanismo feminista y los arquitectos hacían comentarios con desconfianza demostrando que el mercado profesional es otro espacio estructuralmente machista y que las ciudades fueron pensadas desde una perspectiva masculina, de clase media y de una edad en la que se mantiene la plenitud física.
El urbanismo feminista es, en principio, una mirada diversa de la ciudad que nos permite comprender que mujeres y hombres la usamos de modos diferentes de acuerdo con los papeles sociales atribuidos a cada género, a la edad y a la clase de la cual provenimos, lo que provoca un sinfín de miradas diferentes sobre un mismo espacio. En la actualidad, la experiencia de la mujer en la ciudad está marcada por el género, ya que deben acomodar su conducta desde antes de salir de su casa: tienen que pensar en el tipo de ropa que van a usar en función de los horarios y las zonas en las que se mueven, en el tipo de medio de transporte por utilizar o por dónde sentirán menos acoso. Según el 1° Índice Nacional de Violencia Machista impulsado por #NiUnaMenos, el 97% de las mujeres y mujeres trans entrevistadas para el informe sufrieron al menos una situación de acoso en espacios públicos o privados.
Si hablamos de movilidad urbana debemos pensar también en una mujer embarazada o con niños pequeños: ¿cuál es el estado de las veredas? o ¿cada cuántas cuadras hay una parada del transporte público? Las mujeres en la ciudad se trasladan de un modo fragmentado; muchas comparten el trabajo remunerado con la crianza de sus niños, lo que las hace trasladarse de un lado a otro todo el tiempo, y las grandes tendencias de este siglo, como el metrobus o el uso masivo de la bicicleta, no estarían siendo una solución a estas dinámicas.
Teniendo en cuenta estas y otras problemáticas, algunos colectivos de urbanismo feminista se proponen primero desjerarquizar y despatriarcalizar para escuchar a la gente desde un plano de igualdad. En estos territorios, la mixtura de usos, la movilidad, el hábitat y la vivienda, la participación, la salud y la seguridad son variables que conforman un mismo paradigma donde el derecho a la ciudad debe ser un derecho humano para todas las personas.
Al llegar a este punto, se puede preguntar qué hace un varón heterosexual cis escribiendo sobre este tema. Lo hago porque es un tema que me interesa desde hace tiempo y porque soy padre de Lara, una niña que ama las ciudades. Cuando pienso en su futuro recuerdo la frase que escribió Vivian Gornick en La mujer singular y la ciudad (Narrativa Sexto Piso, 2018): “Cuando observo el mundo civilizado me siento conmovido por el esfuerzo que el ser humano ha hecho para repeler lo que le es ajeno”. No hay nada más ajeno que las injusticias y las violencias, y el feminismo hace un esfuerzo enorme para luchar contra muchas de ellas.
*Asesor urbano. Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.