Palabras de cierre de algunas de las personas que estuvieron en el detrás de escena de esta hermosa aventura de casi dos décadas que este mes de febrero llega a su fin.
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Desde su primera edición en septiembre de 2005 –con David Nalbandian trajeado en tapa– hasta este número, el último, Brando fue mutando. Lo hizo a la par de sus integrantes, de sus colaboradores y colaboradoras, pero, sobre todo, de los tiempos. Y si supo recoger el pulso de cada época fue porque valoraba a quienes la leerían. Y bajo una premisa: hacer la mejor revista que se podía hacer (y, mientras tanto, pasarla bien). Aquí, anécdotas, recuerdos y sensaciones de algunas de las tantas personas que estuvieron en el detrás de escena de esta hermosa aventura que duró 17 años y que ahora despedimos.
Sentido de pertenencia, por Humphrey Inzillo (editor)
Hace muchos años, en la playa de ipanema, Fito Páez me dijo: “Las ciudades son las personas”. Parafraseándolo, yo diría que las revistas son las personas. Llegué a Brando golpeado, con la fobia de quien viene de sufrir un desengaño amoroso. Así que en principio fue un bálsamo. Si en los primeros meses me sentí un huésped de lujo, pronto se transformó en mi propio hogar periodístico. Le agradezco al cosmos la fortuna de haber encontrado una jefa-compañera (desde hace mucho queridísima amiga) no ya con el talento, sino también con el compromiso humano de Fernanda Nicolini. Hacía 15 años que venía trabajando en distintos medios cuando me sumé al staff de la revista. Sin embargo, en los siete años que duró esta aventura, siento que crecí muchísimo trabajando, mes a mes, espalda con espalda, con ella.
Un grupo de trabajo puede (debe) ser un equipo. Con Martín Pérez, jefe de Arte, habíamos compartido varios planteles, y éramos amigos desde que descubrimos, en 2002, que éramos fanáticos de Mamagubida, un disco de Tryo, un grupo de reggae acústico, francés, con unas canciones sensibles y extraordinarias. Vimos infinidad de recitales juntos, entrevistamos a Fermin Muguruza (¡salimos en la Rolling Stone española!) y hasta lució una riñonera en mi casamiento. Martín es un diseñador talentosísimo, y es también la persona más hinchapelotas del mundo con San Lorenzo de Almagro. En las dos décadas como compañeros de redacción, no hubo ninguna reunión, laboral o informal, que no hiciera una mención explícita al Ciclón. La mayoría de las veces, sin una razón que lo ameritara.
Inés Auquer también viajó a Montevideo para mi casamiento, y eso habla de por sí del cariño que nos tenemos. Fotógrafa excepcional, se construyó como editora en diversas revistas de la editorial. Se sumó al equipo hace apenas un año, y reencontrarnos en la redacción (virtual) fue una alegría. Su antecesor, Gaspar Kunis, no solo es uno de los editores más expeditivos que conozco, también es una de las personas más gentiles con las que tuve el placer de cruzarme en esta profesión. Talentoso y generoso, fue el hombre detrás de especiales que llegaron a la pantalla de LN+, de las stories delirantes que filmábamos con Valeria Mollo con las recomendaciones culturales para los fines de semana en nuestra cuenta de Instagram y de infinidad de momentos que trascienden al ámbito laboral (y acaso sean, en definitiva, los más importantes). Antes de él, la delicadeza visual de Vera Rosemberg, una esteta superlativa que construyó la identidad visual de la marca.
Nos quedan anécdotas. Como la de ese diseñador que en medio de una cena amenazó al director. “Estás matando a mi criatura”, lanzó, cuchillo en mano.
Muchos colegas suelen decir que el rol del periodismo es incomodar al poder. Y siento que Brando, que en sus inicios fue craneada como una revista de lifestyle, elitista, enfocada al lujo, masculina, con el paso del tiempo se transformó en un medio que cambió sus objetivos. Sin perder el foco en el buen vivir, el peso de las experiencias ganó protagonismo. Brando fue una plataforma en la que convivían los restaurantes cinco tenedores con las cantinas tradicionales, las historias de vida y los relatos en primera persona, dioses y diosas del espectáculo, y crónicas filosas sobre temas (para muchos, incómodos; para nosotros, necesarios) como la soberanía alimentaria, solo por nombrar una tapa que me enorgullece especialmente. También nos llevó a situaciones impensadas, como haber conocido a Manu Ginóbili. La foto que los integrantes de esta redacción nos sacamos con uno de los exponentes más notables del deporte argentino es una síntesis del poder de nuestro trabajo.
Ese sentido de pertenencia es el que le deseo a cualquiera que trabaje en un medio. Cada mes, cuando hojeaba la revista, sentía orgullo por el producto. Por cada una de las firmas (el plantel de colaboradores es un lujo y podría extenderme largamente sobre cada uno de ellos), por las fotos, por el diseño, por la calidad (imprescindible el ojo clínico de nuestra correctora, Mariana Casajús) y el cariño que sabía que había detrás de cada una de las páginas. El mayor anhelo es que lo sintieran las y los lectores, y creo que así ha ocurrido. Al cosmos, y a ustedes, muchas gracias.
La intuición y la pasión, por Nicolás Cassese (exdirector de Brando)
Una gran diseñadora, Alejandra Bliffeld, alguna vez dijo que las revistas se terminan pareciendo a sus editores. En su larga y cambiante historia, Brando se pareció a Víctor Hugo Ghitta, a Pablo Perantuono, al Conejo Martelli, a mí, y ahora, en su fase final, a Fernanda Nicolini. Habanos y relojes, ropa cara, chicas semivestidas, deporte, aventuras, gastronomía, música, innovación, tecnología, arte, música y un poco de todo el resto: el cóctel de contenidos que nutrió estas páginas que hoy se despiden fue variando con los tiempos, adecuándose a los gustos de sus editores y las audiencias. Mientras tanto, los que tuvimos el placer de trabajar armando sus páginas disfrutamos de un proceso que fue desafiante, creativo y libre.
La categoría de revista de lifestyle para hombres siempre fue difícil en la Argentina. Están, o estaban, las de negocios y actualidad y las que apuntan al viejo lucro del sexo. En el medio, que es donde se posicionó Brando, siempre hubo muy poco. ¿Qué debería ofrecer una publicación para ese target?
Esa pregunta fue la que nos hicimos mes a mes en mesas que incluían editores, diseñadores, fotógrafos y especialistas en marketing y publicidad. Recuerdo incluso consultores que citaban a Spinetta y focus groups que aportaban más confusión que certezas. Al final, primaba la intuición de los periodistas, que tuvimos el gusto de participar en esta aventura que hoy termina. Nos queda el placer del trabajo bien hecho y miles de anécdotas. Como la de ese diseñador que en medio de una cena amenazó al director. “Estás matando a mi criatura”, lanzó, cuchillo en mano. Así de apasionadas eran las discusiones en Brando.
Algo gime para siempre, por Pablo Perantuono (exdirector de Brando)
Nos sentamos en un bodegón de palermo, de los que no tenían luces de led, de los que terminó de aplastar la pandemia. Lo eligió él, una esquina. “Pedite el ojo de bife, es el mejor de la ciudad”. Trajeron un Malbec, un sifón, dos empanadas atómicas. Afuera se había desatado una tempestad, no parecía el mejor día para brillar.
Ya nos conocíamos. Le había hecho tres o cuatro notas, la última también para Brando, en mis tiempos de director de la revista. En aquella hablamos de la pareja, de sus absurdos, sus utopías, un cuadro colgado al que siempre se le afloja el sostén. Un año después, estábamos ahí, bife de por medio. Lo vi cansado: por esos días filmaba una película (Séptimo) que le demandaba mucha entrega física. Conversamos de la TV mediocre (una de sus obsesiones), de que quería parar la máquina un poco, de que había hecho una publicidad que le dejó “cualquier guita”. Hablamos un poco, no mucho, del país, de política, de Cristina, sus carteras. Contagió, como siempre, su simpatía incombustible, esa gracia. Pero lo que más recuerdo es que me habló de su padre, Ricardo, como él. Era un actor de teatro de variedades entregado a la bohemia y la vida peregrina, alguien que había derrotado a la infamia del narcisismo. “No tenga nada porque todo es mentira”, le repetía. Hablaba con ternura de él, con serenidad, pero se intuía que no había sido una relación sencilla. A los días de morir, fue a desguazar la pieza en la que vivía. Fue un shock. “Dos pares de zapatos, un saco, dos camisas… Había vivido exactamente como había dicho”. Se hizo un silencio espeso; él hundió su mirada en la pared y yo aproveché para liquidar el Malbec. Terminamos de charlar, pedimos la cuenta, nos despedimos. Encaré Humboldt, esquivé unos charcos, subí al auto, noté cierta exaltación. No era el vino, lo supe después, era el encuentro. Habíamos hablado de modos de vivir y morir y, en ese jueves negro, un zócalo de mi galaxia se había iluminado.
En el vacío que genera cualquier fin, incluido el de una revista, es necesario recordar que esa aventura que se apaga, si valió la pena, desprende una luz que palpita para siempre.
Imposible de clasificar, por Natalia Zuazo
Fui una de las primeras colaboradoras de Brando. Con los editores, pensábamos para cada número de esas tapas temáticas hermosas que llegaban a los lectores.
Cuando pocos hablaban de innovación, Brando tenía esa palabra en el horizonte y la vinculaban con la realidad. Hicimos en 2011 un número sobre medioambiente. Hablamos de ciencia aplicada cuando los investigadores eran desprestigiados por muchos. En mi caso, hice las primeras notas locales sobre Anonymous, WikiLeaks, la internet libre y abierta por la que todavía milito.
Un día, a punto de sacar una nota de tapa sobre Julian Assange, una corporación de tarjetas de crédito amenazó con quitarnos un anuncio. La empresa estaba enojada porque se habían revelado sus secretos. Brando defendió su portada, mi nota. El anuncio se bajó.
“Cierra Brando” fue un rumor desde que empezó la revista porque no podían clasificar a este medio distinto, que sobrevivía original en un mundo donde las cosas deben etiquetarse. Los que trabajamos en ella y los que la leyeron lo sabemos. También sabemos que los lugares se terminan, pero lo que nunca logra el poder es que los de abajo construyamos nuestro poder y sigamos adelante. Gracias, Brando, por juntarnos.
Trabajar con otros y otras, por Daniela Pasik
Mail mío del martes 28 de octubre de 2008. Subject: “Propuestas de columnas”. Respuesta de Nico Cassese, entonces director de la revista, del jueves 27 de noviembre: “Me gustó mucho el texto”. Así empezó mi historia en Brando y, desde entonces, cada mes, siempre hice alguna nota. A veces tapas, otras surgidas de ideas locas, en todos los casos con espacio para crear, escribir, comunicar.
Mail mío del lunes 23 de febrero de 2015. Subject: “Acá va el primer Follow”. Respuesta de Fernanda Nicolini, entonces editora, a los cinco minutos: “Me encanta”. Así comenzó nuestro plan para contar qué hay en redes, pero desde un lugar creativo, y me encargué de esa sección, que amé hacer, hasta este último número.
Colaborar, laboralmente hablando, es escribir sin contrato, en un pacto de nota a nota. En Brando siempre fue otra cosa más cercana a la definición de diccionario: “Trabajar con otro o ayudarlo en la realización de una obra”. Eso hicimos todo este tiempo y agradezco mucho haber sido parte.
OuSheeTea, por Tomás Linch
18 de noviembre de 2016, cierre del número de diciembre. Fernanda Nicolini me había encomendado secundar a Humphrey Inzillo durante los meses en que su hijo, Ney, venía al mundo. Ya estaba resuelto que la tapa sería Juan Martín del Potro: si todo iba bien, la publicación sería en instancias finales de la Copa Davis.
Teníamos todo listo, una excelente nota central que repasaba los mejores momentos de Juan Martín. Como era imposible tener una foto original, habíamos decidido ilustrar la portada y, de a poco, la revista en su conjunto iba tomando forma.
Entonces nos dimos cuenta del riesgo: si Argentina ganaba, íbamos a salir apenas dos días después y, seguramente, lograríamos vender el doble o el triple de ejemplares, beneficiados por la atención. Si perdía, era un papelón: publicar un perfil del jugador argentino que, otra vez, había dejado escapar la imposible Davis.
Tal vez lo recuerden, Argentina no solamente fue campeona, sino que la actuación de Del Potro fue memorable y definitiva: en el cuarto partido, 2-1 abajo se enfrentó contra el sexto jugador del mundo que, además, era local en Zagreb, Marin Cilic. Dos sets abajo, logró dar vuelta el partido y dejar el camino allanado para que Delbonis pudiera cerrar el torneo.
Los primeros días de diciembre fuimos invitados por directivos del Grupo La Nación a exponer el caso de éxito: una revista mensual había cerrado 10 días antes como si conociera el futuro. La sala de reuniones estaba llena con periodistas, editores y directores de todos los sectores. El gran Humphrey comenzó a explicar cómo habíamos trabajado, qué riesgos habíamos decidido tomar, hasta que dijo lo siguiente: “Muchos de ustedes han estudiado en universidades del exterior. Seguramente hayan escuchado hablar de la técnica OuSheeTea”, y continuó con una confianza abrumadora. “Nosotros hicimos este complejo análisis de variables y oportunidades, el OuSheeTea nos arrojó un resultado perfecto, teníamos que hacerlo”.
Ellos no lo saben, no quieren hacerse cargo, pero hicieron la mejor revista de periodismo narrativo que tuvo la Argentina durante la última década.
Me quedé literalmente boquiabierto con la exposición de Humphrey; la big data, para ese entonces, era monopolio de los analistas de sistemas y de los operadores de bolsa. Cuando terminó la reunión, le pregunté qué era esa OuSheeTea y si me podía enseñar a usarla. Humphrey sacó un papel de su libreta y escribió OGT: “OuSheeTea”, dijo, “mejor conocido como golpe de suerte”.
Gracias, Fernanda, Humphrey, Gaspar, Martín, Anabella, Inés. Más allá de nuestro compañerismo, a todos los considero mis amigos y los quiero como se quiere a la familia, esa con la que uno comparte cosas intensas y cotidianeidades banales. Ellos no lo saben, no quieren hacerse cargo, pero hicieron la mejor revista de periodismo narrativo que tuvo la Argentina durante la última década. Y más también: 90% consecuencia de su profesionalidad; 10% OuSheeTea.
La muerte de mi gato, por Cintia Kemelmajer
Parece un presagio: durante los siete años que colaboré con Brando hice un montón de notas, pero la más significativa para mí fue la última. Una crónica sobre la muerte de mi gato. Mucha gente puede considerar que es un tema liviano, pero para mí fue una experiencia transformadora que me dejó un aprendizaje profundo. Por eso sentí la necesidad de escribirlo, tenía la certeza de que contándolo podía ayudar a otras personas que estuvieran pasando por lo mismo, y Brando era el lugar perfecto para hacerlo: un medio donde las notas se editan con sensibilidad y respeto. Una vez que se publicó, me llegaron varios mensajes de personas desconocidas que agradecían la información. Hay que aceptar que los finales, aprendí entonces como nunca, son parte de la vida. Aunque ahora me cuesta aplicarlo: pienso que publicar notas en Brando en todos estos años tuvo una sola contra, y es que esa posibilidad está llegando a su fin.
Un cuento para mis nietos, por Ezequiel Brahim
Dentro de dos o tres décadas me gustaría lograr algo que mis viejos no pudieron: charlar con mi nieto. Le contaría que piloteé un avión, que corrí detrás de un eclipse y que escribí en Brando. Quizás de acá a un cuarto de siglo volar en solitario no resulte tan sorprendente. Y es probable que un centenar de páginas de calidad fotográfica, unidas en un lomo recto donde se atesoren historias asombrosas, imágenes sugestivas, ideas provocadoras, sea ya un objeto mitológico. Me sueño en un sillón, con mi nieto sentado sobre una rodilla y en la otra una caja vieja. De allí sacaremos ejemplares que desafiaron los lustros y le juraré que todo eso fue verdad. Que fui un caballo en carreras ilegales, que aprendí a navegar entre las nubes, que descubrí lo que cuentan las estrellas, que corrí en pelotas por las montañas, todo para contártelo a vos. Como buen nieto, pensará que exagero. Pero yo sé que fue verdad. Que pude sentir el miedo, la adrenalina y el orgullo de escribir en un lugar al que admiro. Donde el amor de sus creadores por la narración y la imagen sacaron lo mejor de mí. Una revista donde un puñado de personas sumaron sus virtudes procurando transmitirte sus emociones a vos, que leés este último ejemplar de Brando.
Quiero ser tu chicle, por Cicco
Resulta que los periodistas, que antes metíamos miedo a gobiernos, jueces y comisarios, pasamos a formar parte de la fauna de los paragüeros, los mecanógrafos, los vendedores de vinilos, los actores de cine mudo y los bailarines de pericón. Seres nostálgicos con un rol meramente decorativo en el sótano de cosas apiladas del mundo. Hay que aceptarlo. La vida es cambio. Para que algo nuevo entre, algo viejo tiene que salir. Y ahí estamos todos nosotros, reporteros geniales en esta revista tan ilustre, afirmando que hay que fluir con la vida y la evolución, mientras nos aferramos al marco de la puerta buscando perpetuarnos como un chicle. Ay, es que nos quedan tantas crónicas por hacer. Tanto líquido amniótico de brillantez por dar. Y ahí estaba la revista Brando, última madre adoptiva que cobijaba nuestros textos, les ponía talquito y los sacaba a la calle, a merced del aluvión de gente desinteresada, desconcentrada, incapaz de leer cinco párrafos de corrido. “No hagas caso”, nos decía mamá en la puerta. “La gente está ocupada, pero te sigue queriendo”. Quién sabe. El futuro tal vez nos encuentre siendo chicles empecinados en el marco de la puerta del porvenir. Esperemos, eso sí, que aunque el tiempo pase, nunca perdamos el sabor.
Contar historias para vivir, por Gonzalo Bustos
Se termina Brando, una revista donde –siempre– pude escribir sobre las cosas que tuve ganas. Y sobre las que necesitaba escribir. Como mi extrabajo de community manager. En aquel texto entendí por qué me pasaba lo que me pasaba con ese laburo. También hice dos tapas. Una con Juan Sebastián Verón, que fue puro nervios y tuvo algo de un juego hermoso: nunca le dije que soy hincha de Gimnasia. En la otra, entrevisté a Nacho Viale, un nerd de la tevé con una visión de producto que va más allá del programa de su abuela (y hablé por teléfono con Mirtha Legrand, que hasta me cantó una canción que sus nietos adoraban). Ya más acá en el tiempo me tocó atravesar un embarazo –el de mi primer hijo– en el comienzo de la pandemia. Fueron cinco meses encerrados, sin ver a nadie, con miedo y una panza creciendo, y pude escribirlo para procesar tanta angustia. Termina Brando y coincide con la reciente partida de Joan Didion. Entonces no puedo más que repetir una de sus –siempre– acertadas frases: “Nos contamos historias para poder vivir”.
La habilidad de comunicar, por Carolina Rossi
El correo de nuestra editora con el anuncio del cierre rebalsaba delicadeza, amor y esperanza. Atenuaba la triste noticia.
Casi todos contestaron enseguida, con textos emotivos e ingeniosos. Esa simple catarata de mails mostraba el potencial humano de Brando. Yo precisaba procesar, y me preguntaba cómo podían los demás responder tan lindo y tan rápido. “Eso es parte del talento de comunicador: la habilidad de sentir, pensar y redactar bien, en tiempo récord”, me respondí. Me da orgullo haber sido columnista de esta revista por 12 años, donde intenté contagiar el efecto endorfinas y el espíritu intrépido. Acá aprendí mucho. Ojalá aparezcan otros espacios tan lindos para seguir contando e inspirando. Y ojalá sigan ahí para leernos.
Marca registrada, por Leandro Africano
“Pensate una nota con un perfil de negocios, algo que dé cuenta de los secretos de cómo se arman las empresas”, me dijo Nicolás Cassese, anterior director de Brando, allá por mayo de 2009. Esa idea derivó, finalmente, en una serie de entrevistas a empresarios que nunca se publicó, pero dejó plantada la semilla de la que sería la única sección que desde 2010 salió todos los años en la tapa del mes de noviembre: “Innovadores Brando”.
Luego, con Fernanda Nicolini al frente, la sección cobró un nuevo impulso y se posicionó como una marca registrada. Brando logró que el periodismo sea divertido, novedoso y atrevido, atributos que hoy son muy difíciles de encontrar en un medio. Gracias para siempre.
Alegría y rigurosidad, por Mariana Eliano
Cuando pienso en Brando me vienen a la mente diferentes trabajos que fueron fundamentales en mi recorrido como fotógrafa en los últimos 10 años: uno de los primeros reportajes sobre Vaca Muerta mostrando todas las aristas del tema (el económico, el ecológico, la posición de los pueblos originarios), la publicación de un porfolio sobre mis sueños astronómicos en el desierto de Atacama, y el delirio de las modas sobre la serie El patrón del mal, el lado B de un supermercado chino o los carpetazos de la SIDE.
Pude imaginar mundos y plasmarlos de la mano de un equipo increíble en redacción, diseño y fotografía siempre dispuestos a escuchar, que bancaba desbordes y discutía ideas con alegría y rigurosidad. Estoy agradecida por eso y por haber compartido años de aprendizaje con Fer, Martín, Gaspar, Ine, Humphrey, Vera y Nico.
Lo que tenía sentido para mí, por Walter Lezcano
Dios mío. decir que laburaba en Brando era parte de mi personalidad. No solo me abrió puertas a nivel simbólico, sino que en términos reales me consiguió otros laburos y a veces sentía que decir “laburo en Brando” tenía peso. Ahora ya no voy a poder seguir robando con eso.
Me siento como cuando terminé el secundario o como cuando me echaron de casa a los 17 años y empezó la vida real, o como cuando me cierran el bar. Dios mío. Lo estoy procesando todavía. The Dream is Over? Dios mío. Fue la mejor aventura periodística, porque no siempre pasa (más bien nunca) estar al lado de seres que respetás y querés y esperás lo mejor. Mi mente es negativa y mi espíritu es positivo, así que todavía estoy tratando de entender cómo me siento respecto de esto. No es la pérdida del laburo porque odio laburar, es otra cosa, es la ausencia futura, es ese vacío que se viene por no recibir nunca más mails de Fer o Humphrey y esperar todos los meses a ver quién salía en la tapa, y eso que es invisible, pero que tenía todo el sentido para mí. Dios mío. Estuvimos en esta, de ahora en más es otra. Dios mío. Me queda la medalla de honor de decir: “Yo laburé en Brando”. Hay que seguir.
Jugar en Primera, por Diego Zwengler
Escribir en Brando es como jugar en primera. El desafío para la sección “El hincha” era claro: notas que reflejen el amor de reconocidos artistas, músicos, periodistas o actores por sus clubes de fútbol. Entonces, en todos estos años nos enteramos de amores compartidos entre generaciones que fueron de la mano a la cancha. De cábalas, ritos, tradiciones, alegrías y sinsabores detrás de una pelota. De cómo un tiro en el palo o un gol anulado pueden cambiar el humor de muchos. Nos emocionó Cachito Vigil, que lloraba al recordar cómo le confesó a su padre bostero que él había elegido enamorarse de River. Y también cómo algunos músicos esquivaron ir a su propio show para no perderse un partido de su equipo. Gracias, Humprey, por prestarme tu interminable agenda para pasarme contactos y por tu enorme paciencia para esperar una y otra vez mi nota casi sobre el cierre. Y gracias, Fer, por darme la oportunidad y hacer que jugar en Primera fuera tan divertido.
Un premio mayor, por Ezequiel García
Brando 2012-2022 / llegué cuando me recomendó Nico Artusi para dibujar los guiones de su “Manual de instrucciones para la vida del hombre”: 10 historietas en casi un año, y un placentero proceso de trabajo en el que mes a mes tiramos, depuramos, enfocamos. Después de ese año, Brando fue siempre una puerta abierta para difundir trabajos, publicaciones, eventos. Una recepción de brazos abiertos. Volví en el 2020, al conocer a Fer Nicolini charlando de Oesterheld y de historietas experimentales. Le propuse publicar cómics y ella me retrucó con ilustraciones: lo tomé, tontamente, como un premio consuelo. Pero con el tiempo me di cuenta de mi error: era un premio mayor. Junto a ella y al director de Arte Martín Pérez, ilustramos temáticas totalmente ajenas, otras cercanas, otras imposibles (dibujar tragos: WTF!), algunas de una certera coyuntura, otras de simpática superficialidad. Propuse, fui rebotado; propuse, fui aprobado; puteé; agradecí; corrí; entregué holgadamente. Pero siempre del otro lado hubo un ojo atento y rápido, una palabra crítica, una devolución pensada y con argumentos, nunca condescendiente, nunca imponiéndose ni dándose aires, siempre respetando los lugares ajenos. Nuevamente: una recepción de brazos abiertos.
Un experimento libre, por Pablo Corso
Brando fue un experimento tan libre y generoso que me permitió escribir sobre runners obsesivos y deidades jamaiquinas, científicos altruistas y nazis resistentes, auroras boreales y guerrillas veganas. Desde una nave insignia histórica y poderosa, prefirió crear su agenda en las orillas y ser fiel a las ideas de un equipo diverso, con la sensibilidad como eje y el amor al oficio como método. Nos deja el orgullo de haber sido parte y la vigencia de una enseñanza: el periodismo es mejor cuando se abre a la imaginación, al riesgo y la valentía. Seamos mejores y brindemos por Brando.
Una vida de revistas, por Pablo Montiel
Crecí rodeado de revistas. a mis anteojito y Patoruzú se le sumaban las de la familia: El Gráfico, Gente, 7 Días, El Tony, D’artagnan, Mutantia y las revistas dominicales. Más tarde aparecieron Pelo, Humor, Perfil y La Maga. En este siglo me suscribí a El País Semanal, Esquire, Rolling Stone y, por supuesto, a Brando. Me sentía parte de la familia de esta revista como lector hasta que llegó el momento increíble en el que me propusieron escribir una columna sobre la vida urbana. No cabía en mí: escribir en una revista que sentía como propia era un montón. Desde allí pasaron 30 columnas plenas de libertad y creatividad, un largo verano feliz que será por siempre un momento importante en mi vida. Gracias.
Hablar de literatura, por Noelia Rivero
Brando: una fuente de trabajo, de alegría y de aprendizaje. Pocas veces coinciden esas tres cosas, pero acá sí, por la suerte de tener a la cabeza del equipo a Fernanda y a Humphrey, que nunca dejaron de ser compañeros. Yo era una correctora deprimida hasta que, sin necesidad de ser una estrella de las redes, en Brando creyeron en mí y tuve la oportunidad de hacer lo que más me gusta: hablar de literatura. Juntos hicimos de la sección mensual de reseñas un lugar para apoyar nuevas voces locales, editoriales Made in Argentina, con todo lo que eso implica. Se me estruja un poco el corazón: se recortan los sentidos de las voces que pueden fluir, lo que fluye. Habrá que inventar y cavar nuevos cauces. Me llevo el orgullo de haber trabajado para una revista que me gustaba leer, con propuestas osadas y de altísima calidad, con el mejor equipo del mundo, con intercambios que me hicieron crecer en el oficio de escribir, en un marco de cordialidad y afecto sostenidos.
Una bitácora, por Nicolás Bolasini
Ilustro para Brando hace más de seis años: la revista formaba parte de mi cotidianeidad, siempre estaba pensando ¿qué más puedo hacer ahora? En ella encontré mi oasis personal, tratando de pulir mi estilo mes a mes como si cada ilustración se tratase de mi ópera prima. Quiero agradecer a Nico Artusi por sus hermosas columnas que tuve el privilegio de ilustrar bajo la mirada criteriosa y profesional de Martín Pérez, a quien también agradezco la oportunidad, porque detrás de los lindos proyectos siempre hay personas, buenas personas. Me gustaría agradecer por último a mi papá, que mes a mes compraba la revista para coleccionar mis dibujos que hoy serán bitácora de mi paso por esta hermosa publicación que fue Brando. Simplemente, gracias.
La plancha en el mar Caribe, por María Paula Bandera
Tengo un juego. Ante determinadas cosas me pregunto: “¿Voy a acordarme de esto cuando mi memoria empiece a aletargarse por la edad?”. Y esa respuesta me indica la importancia del suceso. Bueno, de Brando no me voy a olvidar. Tuve la fortuna de encargarme de una sección que conecta de forma inmediata con el placer: “Comer & Beber: los 4 recomendados de Brando”. Y ese gozo podría haberse quedado en el bar o en el restaurante de turno, o en el mail con la nota ya lista para enviar, pero no, porque Fer Nicolini y Humphrey Inzillo, los editores, hacían que todo el proceso –desde elegir qué reseñar hasta presentar la factura– fuera como hacer la plancha en el mar Caribe del periodismo.
Brando seguirá presente porque está vivo lo que no se olvida. Gracias a todos los que hicieron esta maravillosa revista, de uno y del otro lado de la página/pantalla.
Periodismo old school, por Marcelo Pavazza
Después del cierre del diario Crítica, el panorama se cerró un poco y los que quedamos afuera creímos que no íbamos a volver a trabajar en un medio gráfico. Así que Brando no solo me dio la oportunidad de volver a trabajar, sino de hacerlo con amigos. Porque con Fernanda Nicolini éramos amigos desde los tiempos de Crítica. Y, además, me dio la chance de hacer un periodismo old school: un periodismo que te pide que escribas bien, que te pide ideas, que te respeta. Para Brando hice una crónica sobre el implante de pelo, reconstruimos la escena del plano secuencia de El secreto de sus ojos en la cancha de Huracán y hasta hice unos textos para la sección “La chica de enfrente” de los que estoy orgulloso. Finalmente, pude hablar de una de las cosas que más me gusta hacer: las series. Y pude hacerlo con la mayor libertad del mundo. Y algo muy en desuso en el periodismo de hoy, de parte de los hacedores de la revista: buen trato y respeto por el profesional que labura con ellos. Por todo eso, me da mucha, mucha pena, el final de la revista.
Una mirada del mundo, por Carola Birgin
En 2009 entré a trabajar al grupo de revistas de La Nación. Como editora de Ohlalá! ocupaba un escritorio en nuestra redacción que era la “femenina” y, pasillo mediante, estaban los chicos de la revista “masculina”: Brando. Eran dos realidades paralelas, que si se cruzaban sería en el infinito. La decoración de ellos recordaba a las gomerías de barrio, con una gigantografía de la tapa de abril de 2007 donde Romina Gaetani lucía un escote más que generoso: “la mujer que amamos amar”, “seductora serial”, “arrancacorazones”, decía. Pablo Perantuono dirigía la publicación que había iniciado Víctor Ghitta. Después llegó Nico Cassese y, por último, ascendió Fernanda Nicolini: una mujer directora. Para ese entonces ya era ridículo pensar que se trataba de una revista “para” varones. Brando era, más allá de los géneros, una mirada del mundo, un universo de intereses, una sensibilidad. Una propuesta de lifestyle con perspectiva propia. Pasé de ser lectora a escribir en sus páginas, me convertí en colaboradora ocasional mientras cumplía otras funciones en La Nación. Fue mi lugar a donde ir cuando necesitaba una excusa para conversar durante horas con alguien del arte que me conmovía, de la ciencia que me interesaba, del activismo que me interpelaba o de la gastronomía que me encantaba; también, para desafiarme a explicar fenómenos sociales que me inquietaban y para los cuales no encontraba relatos explícitos. Una innovación, un emprendimiento, una experiencia que merecía ser contada. De eso se trataba, de implicarse con autenticidad, de poner el cuerpo, correr riesgos. Fer confió en mí cada vez que propuse una nota “delirante” y el equipo (Humphrey Inzillo, Martín Pérez, Gaspar Kunis, Ine Auquer) acompañó creativamente, con garra y respeto, mis ideas hasta hacerlas crecer. Brando me dio razones para sentirme orgullosa, motivada, muy afortunada y para hoy estar así, con esta mezcla de tristeza y nostalgia anticipada. Chau, Brando. Gracias.
Sacudir el polvo, por Rodo Reich
Me piden que me despida de Brando, una revista donde empecé a trabajar antes siquiera de que existiera. Recuerdo esas reuniones en la calle Castillo, a principios de 2005, comandadas por Víctor Ghitta y Ernesto Martelli, imaginando contenidos, tonos y formas. Una revista de “lifestyle” (palabra vacía si las hay), pero que logró ir mucho más allá. Que habla de gastronomía y de bebidas (mis temas), pero que también publica perfiles y crónicas, entrevistas y relatos. Que cuida cada palabra y cada imagen. Brando tuvo etapas: la última, comenzada hace varios años, la tiene a Fernanda Nicolini como directora y a Humphrey Inzillo como editor. Cada mes ellos se sacudían el polvo de encima diseñando una revista desde cero, sin permitir que la rutina la convirtiera en una caricatura. Brando defiende ideales de lo que puede ser el periodismo. Estoy orgulloso de ser parte. Gracias, Fer, Humphrey. Solo eso: gracias, Brando.
Pirulo de tapa, por Nicolás Artusi
“Decime cómo hiciste”, me pidió hace poco un colega, sin sorna ni pulla: quería saber el truco para saltar de columnista a personaje de tapa (“Sommelier del buen vivir”, marzo de 2019). Es que en Brando hice de todo: empecé a escribir en sus primeros números, allá por el lejano 2005, y compuse desde pequeñas costuritas, como llamo a los textos breves que parecen salidos de una Singer, hasta notas largas (y hasta me di el gusto de cumplir un sueño juvenil, guionar un cómic con un “Manual de instrucciones para la vida del hombre”). Si fuera cierto el mito del progreso ascendente, podría decir que el salto de las páginas del fondo a la primera plana de la revista fue un verdadero prodigio. Pero no creo en jerarquías. En todos estos años, y perdonen la porfía de hablar en presente, pero para mí esta revista es eterna, cada centímetro cuadrado de Brando cuesta distinto, pero vale lo mismo.
La vara muy alta, por Natalí Risso
No se puede vivir del amor, pero Brando colaboraba. Acá me animé a publicar mis primeras crónicas, con una edición cuidada, divertida, precisa. Amorosa, sobre todo. Donde aprendí la mejor forma de escribir un sumario y a qué hora convenía mandarlo para asegurarme que les editores vayan a leerlo. Porque de Brando recibí mis primeros pesos por escribir sobre lo que me gustaba y de la manera que me gustaba, y también mis primeros consejos profesionales y no tan profesionales. No es fácil que la primera salga tan bien. La vara quedó muy alta. Gracias Brando por darnos amor a lectores y colaboradores de un espacio que al final era un oasis entre clicks y algoritmos y fake news y más clicks. Por más espacios periodísticos como este. Te vamos a extrañar, Brando.
Una casa que habitamos, por Estrella Herrera
Cuando empezó la pandemia me costó quedarme en casa. Había que cuidarnos entre todxs, la manera era guardarnos y eso hice. Pero al cabo de un tiempo, no aguanté la quietud: encendí motores y tramité permisos para hacer fotos de los vuelos de repatriados en el Hércules de las Fuerzas Armadas que traían, entre otros, jóvenes mochileros de Ecuador. Hechas las fotos, Brando me ofreció no solo publicarlas, sino que salieran como un porfolio de autor, con un texto en primera persona contando la experiencia de fotografiar en pandemia. Cuando se es freelance es muy habitual la sensación de nomadismo y desarraigo. Pero en todas las notas que hice, Brando me ofreció un hogar momentáneo, un espacio de confianza, valoración y respeto. Se extrañará como se extraña una casa que uno habitó.
Notas extremas, por Federico Bianchini
La primera vez que fui a la redacción de Brando, en octubre de 2007, encontré un jardincito japonés, con árboles de hojas rojas y amarillas. Me recibió Pablo Perantuono, entonces director de la revista, y luego de hablar sobre el enfoque de la crónica que iba a hacer me aclaró que esa era su última semana en la redacción. Diez días después, por mail me presentó al nuevo director, Nico Cassese. Él me sugirió hacer notas sobre deportistas extremos: la primera, un viaje por el río Paraná. Junto al fotógrafo Leo Vaca, arriba de un bote, siguiendo a Damián Blaum, que braceó y pataleó en el agua amarronada durante ocho horas y veinte minutos. En los años siguientes, hice otras. Se fueron acumulando y un día Nico me propuso compilarlas y armar un libro. Así surgió Desafiar al cuerpo, publicado por Aguilar. Con Fer Nicolini, seguimos buscando carreras maratónicas, inmersiones profundas y entrevistados que parecían no detenerse. A Brando volví siempre, porque era un espacio de trabajo en el que me sentía cómodo. Y eso, que no es algo fácil de encontrar, se agradece un montón.
Espacio de privilegio, por Nadia Luna
Cuántas veces escuchamos eso del “fin del periodismo”, ¿no? Yo no creo mucho en esas frases tajantes, pero el cierre de Brando se siente un poco como el fin de una forma de hacer periodismo. Un periodismo que se disfruta y que también se atreve. En Brando, pude escribir sobre controversias ambientales, que en otros medios no hubieran tenido lugar por miedo a tocar ciertos intereses. Pude destacar algunas políticas científicas del gobierno de turno (sea cual fuera) y también criticar la falta de otras.
En todas las notas que hice, Brando me ofreció un hogar momentáneo, un espacio de confianza, valoración y respeto. Se extrañará como se extraña una casa que uno habitó.
Pero lo que más voy a extrañar de Brando es su calidad humana. Siempre voy a estar agradecida a Fernanda por confiar en aquella primera propuesta de nota que le mandé. Por apostar por mi trabajo y el de tantos compañerxs talentosxs que tuve el gusto de leer en estas páginas. Construyeron un espacio de privilegio para el freelancismo. Felicitaciones a todo el equipo de Brando. Hicieron la revista que siempre quisieron y eso, en esta época tan jodida para el periodismo impreso, es un montón.
Mientras va pasando la vida, por Cecilia Di Genaro
Fernanda Nicolini me incluyó en el universo Brando hace casi 12 años. Durante todo este tiempo, se podría decir que pasaron las cosas más importantes de la vida: terminamos de definir nuestra vocación, terminamos de estudiar, convivimos por primera vez con alguien, tuvimos hijos, pasaron cosas hermosas, pasaron cosas horrendas. Pero todo lo que pasó de algún modo nos define y nos revela algo sobre nosotros mismos. El caso puntual de Brando también trajo una revelación: que sí se puede trabajar en un espacio donde las ideas son colectivas, donde se puede decir lo que uno piensa, desea o necesita, donde tu jefa está craneando una actualización de tu salario incluso antes de que vos te animes a pedirla. Donde los que están arriba están atentos a los que están abajo. Como debería ser siempre. Así que creo que lo más importante que nos llevamos de acá es la certeza de que -a contramano de lo que se espera de un laburo- en el periodismo, y en cualquier otro trabajo, la podés pasar bien, te podés cruzar con gente valiosa, podés aprender de tus compañeros y que, mientras tanto, vaya pasando la vida.
Compleja y elegante, por José Miguel Esses
El peor de los escenarios no es el cierre de Brando sino el vacío que nos deja a todos los que participamos y pudimos acercar nuestras ideas para, juntos, darle vida a algo más grande. No habrá revista más elegante y compleja, más comercial y a la vez de autor que ésta que lleva como nombre al máximo exponente de belleza, masculinidad y misterio. ¿Dónde vamos a llevar nuestros sumarios, fotos, diseños, dibujos? ¿Dónde los van a cuidar tanto como este equipo periodístico experto en ampliar la mirada y en pensar nuevos temas? Gracias por tanto Fernanda, Humphrey, Gaspar y tantos más, una revista hecha por buena gente tiene un valor agregado invisible pero que le llega a cada lector. Cierra Brando, nace el mito.
Cuenta regresiva, por Marina Oybin
Tristeza. Eso es lo que sentimos quienes escribimos —y leemos, claro— Brando desde que nos enteramos que cerraba. Fernanda Nicolini y Humphrey Inzillo, entrañables personas y editores de luxe, guiaron y acompañaron con generosidad propuestas que se transformaron en notas suculentas. Antes de enterarme del inminente cierre de la revista, con una colega conversamos sobre la espada de Damocles que pende sobre el periodismo que anhelamos: ese que tiene como pilares investigación, entusiasmo, pluma avezada —y afilada cuando es necesario—. Hicimos una especie de cuenta regresiva: cada una vaticinó un tiempo de sobrevida. En esa ocasión, mi pronóstico fue pesimista. Hoy, lo es aún más.
Mantener la audacia, por Delfina Torres Cabreros
Hace un tiempo, a cuento de cualquier otra cosa, le comenté a Fernanda sobre una nota que tenía ganas de hacer, pero que no creía que calzara en Brando. Mis propios prejuicios (o instinto de supervivencia) me indicaban que era un tema demasiado espinoso para el ecosistema La Nación. “Dale, hagámsola”, me dijo Fer, partidaria de un método férreo: confiar en el olfato, ir por todo, pelear lo que haya que pelear con quien haya que pelearlo. Despedir a Brando es, para mí, despedir a una revista que eligió no habitar la comodidad que permite el “lifestyle”, sus máscaras brillantes, y mantener la audacia aun a riesgo de incomodar a los propios. Una revista rebelde, valiente, viva. Quienes tuvimos el privilegio de escribirla, vamos a extrañar este oasis de buen trato y agallas, este refugio en la profesión que construyeron.
La aventura de escribir, por Ariel Basile
Guardar como. Mis documentos. Brando. Kinto febrero 22. El dedo gira en círculos en el touchpad de la notebook antes de darle el definitivo “Guardar”. Como sucede con otras pérdidas, se abre un abismo de distancia entre la noticia del final y la toma de conciencia de ese final. En mi caso, ese salto lo recorrí al terminar de escribir lo que será (¿será?) mi última nota en Brando. Por esa forma de nombrar los archivos, fui hasta la carpeta “Brando” y una larguísima fila de .doc me llevaba hasta mediados de 2017. “Influenciada por el amigo Lacunza, pero especialmente porque vi que escribís ficción -los periodistas de autos son tan raros que si la literatura nos une, me deja más tranquila- me gustaría que colabores con Brando”. Copio-pego uno de los párrafos del mail de Fernanda Nicolini que me abrió las puertas de esta revista. Lacunza es Sebastián, un talentoso colega con el que compartimos redacción. Hoy, con nostalgia, se termina la aventura de un medio que representaba, para mí, una reconexión con la escritura, un retorno cada mes al impulso original que me llevó a ser periodista. Guardar.
Fuegos sagrados, por Cristina Mahne
El trabajo de un buen editor (y de alguien que aspira a serlo) consiste, cuando tiene suerte, en no hacer nada. Esa fortuna tuve yo con Brando. Trabajé para casi todas las revistas de La Nación. Pero la quise más a ella. Primero, porque es la que disfrutaba plenamente como lectora: casi todas las notas me interesaban y es de las que una, incluso viviendo en un monoambiente, se permite guardar. Es juntar papeles con sentido. Pero, segundo, porque admiro a muchas de las firmas que abrazaba la revista, y a varias tuve el lujo de tenerlas entre mis manos desde mi lugarcito como editora de los números especiales (bookazines en la jerga) durante años. Cuando lo que uno recibe está bien, para qué arruinarlo metiendo la cuchara. Hay cosas que no hay que lustrar para que brillen, y que incluso se opacan si se las manosea demasiado. Y, mérito de su dirección, en BRANDO siempre hubo gente que destella. Ya los y las veo caminar, iluminando otros senderos. Creativas e irredentas, sus llamas no caben en ninguna antorcha. ¡Buenos fuegos y hasta pronto!
Parar el trajín, por Romina Zanellato
Diez años atrás me mudé a Buenos Aires con mi experiencia como periodista neuquina. Con insistencia y terquedad golpeé puertas de todas las redacciones, pero rechazaban lo que estaba fuera de agenda, “el interior”. Sólo Brando, en aquel momento con Nicolás Cassese al timón, me dio una oportunidad. Paró su trajín porteño para leer mis notas y para interesarse en las historias patagónicas que traía. Brando, y también Los Inrockuptibles, ambas revistas ya no existen más en el kiosco, pero esas personas, esos editores y editoras que me crucé, me siguen formando en una ética profesional que aprendí en sus redacciones. Esta simple anécdota habla de mí, pero también de la calidad periodística de Brando, que iba detrás de la historia y no de la firma. Gracias a Nico y a Fernanda Nicolini, siempre atenta, siempre generosa. Gracias, eternas, por el respeto y la oportunidad.
En la memoria lectora, Federico Kukso
¿A dónde van las revistas cuando mueren? En todos estos años, Brando ha sido un oasis de calidad dentro de un medio que se ha ido a pique. En realidad, aunque intenten extinguirlas, las buenas revistas no mueren: Brando permanecerá para siempre en la memoria de sus lectores y continuará en cada uno/una de los/as que la hicieron. Ellos y ellas la mantendrán con vida ya no colectiva sino individualmente en cada lugar donde se encuentren.
Un laboratorio, por Gustavo Grazioli
Marzo del 2016 fue la fecha de mi debut como colaborador de Brando. Cuando vi la nota firmada, me sentí parte de una escudería “mainstream” donde la palabra escrita se respiraba sin medir consecuencias. En estas páginas encontré un periodismo al que todavía le interesaba contar historias, salir a la calle y buscarlas. Brando fue un laboratorio en el que pude experimentar algo similar a estar en una redacción. Los idas y vueltas de cada nota que entregaba, puntillosos y en pos de la buena prosa, me hicieron crecer, aprender y amar este oficio. Lamento que esto sea el final de una aventura. Pero, acá estamos y vamos a estar: haciéndole frente a la topadora de lo efímero, formando equipos para sostener el pulso de un oficio – “el mejor del mundo”, como dijo García Márquez -- al que le debemos tantos referentes.
¿Una nota para Brando?, por Cecilia Martínez
“¿Una nota para Brando? Sí, claro, me encanta la revista”. ¿Qué mayor gozo que reporteada/o y reportera sientan que ese espacio que los va a unir mediante un texto, tras una charla, sea un medio de comunicación en el que quieran ser leídos y donde disfrutan de lecturas que eligen? A lo largo de varios años, esa respuesta fue una constante entre la amplísima diversidad de creadores con los que dialogamos para compartir lo que hacen en la sección de Arte. De nombres con propuestas tan variadas como Donjo León, Johanna Wilhelm, Rafael Parra Toro, Grillo Ortiz, María Luque, Jorge González, Felipe Pantone, Alfonso Barbieri, Podri, Decur, y Maximiliano Bagnasco a Carlos Alonso, Luis Scafati, Gustavo López Armentía, Sara Facio y la obra de maestros como León Ferrari, Antonio Pujía, Carlos Nine o Mirtha Dermisache, Brando ofreció color, criterio, diseño, juego y reflexión. ¿Una nota para Brando? Sí, nos encantó.
Ética periodística, por Agustín Palmisciano
Este febrero del 2021 se cumple un año de mi primera publicación en Brando. Fueron 7 en total, y en cada una de ellas aprendí algo. Por ejemplo, que los problemas sociales y el deporte se llevan muy bien. Estas dos herramientas me permitieron hablar de bullying, de la igualdad, de refugiados y otras cuestiones como la importancia de vernos a nosotros mismos. En estos doce meses, me sentí más profesional, no solo por la revista, sino por la calidez humana de quienes me dieron la posibilidad de escribir. Fernanda Nicolini, a quien conocí como estudiante, fue quien me abrió la puerta, y en verdad necesitaría más palabras para agradecerle. También a todas las personas que formamos parte de este trabajo, donde la ética periodística, el amor por la gráfica y el sentido crítico se vio siempre y en cada entrega. En la actualidad, esas características tienen un valor inclaudicable. Adonde estén estos valores, ahí estarán mis notas. Gracias Revista Brando.
Un caldero, por Natalia Kiako
La primera vez que vi impresa una nota mía fue en Brando. La propuse torpemente, con entusiasmo megalómano y sin la más remota idea de lo que era un sumario. Esa nota en letras de molde fue una forma de pasaje a la adultez. Fernanda me propuso otra nota poco después, me fue guiando con paciencia y también con claridad cuando algo no funcionaba. Como editora, me arruinó para los demás editores. Empecé a hacer muchas Aperturas de Pulso, así se llamaba la sección. Fue una apertura, sí, y el canal para explorar un ritmo, una cadencia, una forma de hacer. Brando entero funcionó de ese modo para muchas personas que quiero y admiro: un caldero donde bulleron textos enormes, fotos inmersivas. Fui encontrando lo que quería hacer acompañada de ese pulso, y Brando anfitriona mis notas aún en este número, el último.
Un refugio, por Juan Ignacio Orúe
A veces sucede y es un milagro. Publicar en una revista que uno lee es una de las alegrías más hermosas que regala este oficio. Brando ha sido, es y será un refugio y una referencia, como lector y periodista, un dique inteligente, valiente y generoso que amplió y complejizó la mirada en cada opinión, entrevista, crónica y reseña ante tanta tontería, idiotez y grosería que abunda en el mapa de medios, desde hoy un poco más gris y plano. Hojeo los ejemplares. En sus páginas vibran los temas que atravesaron la Argentina en estos años, sin olvidar los asuntos internacionales que conmovieron al mundo. Brando: un laboratorio de ideas que enciende la curiosidad en cada texto. Gracias por tanto.
Como el salmón, por Ceci Alemano
Brando fue la ovejita negra del rebaño, el salmón a contramano. En los años en que empecé a escribir en la revista, pasó de ser un catálogo para hombres bon vivant, a ser la revis que interpretaba el latido de la ciudad; siempre inquieta, rebelde, curiosa; con entrevistas y crónicas de esas que en Argentina habían dejado de publicarse. Fue un lujo colaborar con Brando. Fer y Humphrey le pusieron mucha cabeza y mucho corazón. De eso no abunda en el mercado.
Ganas de escribir y leer, por Vero Gurisatti
De chica no me podía faltar la revista Anteojito, “De todo un poco” era la sección que más me gustaba. En Brando encontré mi lugar. Tenía una columna de Vinos pero todo el contenido me parecía atractivo y me daban ganas de leer, no sólo por las temáticas sino por el enfoque que se les daba. Fer Nicolini me dio la oportunidad de escribir con libertad. En cada corrección que me hacía, cuando le agradecía, ella me respondía: “no es nada, una pavadita”, pero esa pavadita era un montón y lo que yo quería decir quedaba mucho más claro. La admiro por eso. Me ayudó a expresarme mejor, a usar un lenguaje sencillo y a evitar las palabras de más. Enorme aprendizaje. Crecí. Gracias Fer por tus enseñanzas. ¡Ya te extraño!
Resistencia periodística, por Guillermo Naveira
Brando fue mucho más que una revista. Fue un espacio de resistencia, compañerismo y calidad periodística. Una casa laburada a pulmón, que abrió sus puertas a miles de historias, animándose a hundir la cuchara hasta el fondo para ir un poco más allá. Siempre con libertad, siempre haciéndose cargo del riesgo. No es fácil “traficar notas copadas” en un medio de “lifestyle”, mucho menos cuando la lógica comercial de los grandes grupos se impone como bastión. Y en ese sentido, Brando fue un hogar para mí, un útero al cual volver dentro del nomadismo de la profesión.
Fue un honor haber sido parte de este proyecto. Entregarse a la hermosa experiencia de intentar construir la realidad desde una mirada crítica. Y traer, quizás, algo de alivio a un mundo que duele ¡Gracias, Brando!
Páginas marcadas, por Tony Ganem
Siempre estaré agradecido por la oportunidad y el lugar que me dieron cada mes durante años para ilustrar la apertura de Apuntes. Pude experimentar, cambiar de estilo, jugar con absoluta libertad, permitiéndome no sólo crecer a nivel profesional, sino también conocer a colegas y gente maravillosa que, al día de hoy, continúan en mi camino. Me quedan hermosos recuerdos y toneladas de revistas en casa de mi mamá que compraba la revista junto a mi papá, hoy ausente. Incluso señalaban con un papelito el lugar donde estaban mis ilustraciones en cada número.
Como la mesa de Mirtha Legrand, por Pablo Méndez Shiff
Escribir en Brando, para los periodistas que navegamos en la prensa gráfica, era como llegar a la mesa de Mirtha Legrand para los políticos, actores y deportistas. Un lugar consagratorio, de altísima visibilidad y, sobre todo, un espacio en el que poder tener una conversación interesante manteniendo los buenos modos. Cada vez que contacté a un entrevistado para Brando, me contestó que sí y con una sonrisa: sabía que lo íbamos a tratar bien. Y no por ser chupamedias sino por ser profesionales. Esta reputación de Brando como un lugar ameno y respetuoso, profundo y educado, fue el trabajo de muchísima gente a la que leí muchas veces a lo largo de los años y en muchos casos no conocí personalmente, pero me dieron ganas de poder llegar a publicar en esta revista. Muchos de ellos formaron parte de la conversación digital iniciada hace unas semanas por la directora, Fernanda Nicolini, al comunicar la mala noticia por mail. Leer a tantos y tantas colegas repasar lo que significó Brando para sus vidas me hizo confirmar que sí, que llegar a Brando era mucho más que un reconocimiento profesional, era ser parte de una cofradía. Brando entra en la historia con su marca personal que, estoy seguro, va a inspirar a más colegas a seguir este camino de profesionalismo amable.
Mis cinco olas, por Gaspar Kunis
Ahora que me pongo a escribir esto miro en mi archivo de fotos y se me ponen los pelos de punta: justo un día como hoy, pero en 2017, estaba en los acantilados de Chapadmalal pidiéndole a un tipo de traje que se tire vestido al mar con una tabla de surf para hacer mi primera tapa de Brando. Era Juan Bacagianis y, después de que se sacara el traje mojado, nos quedamos en la playa y me contó su historia. Había sido un oficinista superocupado y, producto del estrés, tuvo una enfermedad que casi lo mata. Su pasión no era ese trabajo, sino el surf. Después de meses de terapia intensiva, los médicos le dijeron que no podría volver a surfear nunca más, a lo que él respondió inmediatamente que pensaba barrenar las cinco olas más peligrosas del mundo. Y fue y lo hizo. Dos años después estaba ahí, contándome historias de tatuajes que se había hecho en Hawái y cómo había logrado su sueño.
En ese momento yo también estaba logrando mi sueño, uno tal vez más chiquito: acababa de hacer la foto de tapa de Brando, una revista de la que yo había sido suscriptor durante años y admiraba locamente. La revista que, para mí, tenía la fotografía más linda del país y de la que yo, ahora, era flamante editor.
Volví a Buenos Aires y, a los nervios de la primera entrega, le siguieron años de un disfrute descomunal… estaba trabajando con amigos y estaba barrenando mis cinco olas. Soy consciente de lo bien que la pasé y de lo que aprendí barrenando con amigos esas olas, y le puedo contar a quien quiera las historias que tengo tatuadas. Por ahí no son historias de Hawái, sino en una redacción de Vicente Lopez, pero son mis olas; estoy orgulloso de ellas y ya las extraño.
Como un matrimonio, por Inés Auquer (editora de fotografía)
Escribo esto un día antes de mandar la edición a imprenta, con la seguridad de que es lo último que voy a hacer para la revista. Tengo una especie de matrimonio con Brando, de idas y vueltas: en el 2006 entré a trabajar como archivista del Grupo de Revistas de La Nación y, a los pocos meses, me propusieron coeditar Brando junto con Fernando Gutiérrez. Creo que lloré de emoción: mi sueño de ser editora de Fotografía se había vuelto realidad, no solo junto a un fotógrafo que admiro muchísimo, sino en una revista como Brando. Todos los días me tomaba el 166 desde Ramos Mejía para editar lo que en ese momento era una revista del “buen vivir”. Pero mi paso fue corto. Enseguida me ofrecieron pasar a Rolling Stone y mi espíritu medio adolescente y rockero no me dejó dudarlo. Ahí conocí a Martín Pérez y Humphrey Inzillo, y ahí nos hicimos amigos.
Pasaron muchos años, edité varias revistas, crecí como fotógrafa, me fui del barrio, tuve una hija, y un día me dijeron que volvía a Brando. Fue en un 2021 pandémico, donde había más preguntas que certezas, en medio de la angustia de no saber qué iba a pasar. Y ahí estaban en un zoom Humphrey Inzillo, Martín Pérez y Fernanda Nicolini dándome la bienvenida a una revista completamente distinta a aquella de 2006 en la que había empezado. Se estaban despidiendo de Gaspar Kunis, un editor y persona increíble a quien iban a extrañar y, aun así, me recibieron con alegría, contención, y todo lo que uno puede soñar a la hora de entrar a un equipo de trabajo. Pasaron un par de meses y algo en mí decía que esto iba a ser un cierre de ciclo. Y así fue. Hoy, después de muchos sentimientos, sé que tuve el privilegio de trabajar en la mejor revista, por sus contenidos y por sus personas.
Así que, con lágrimas en los ojos, termino esta despedida, feliz de hacerlo acá.
Inconsciente colectivo, por Martín M. Pérez Duro (jefe de arte)
“La inteligencia colectiva es superior a la individual”, le decía Rubén Albarrán de Café Tacvba a nuestro editor, Humphrey Inzillo, en el último episodio de su podcast La vida circular. Y en ese momento pensé: “Claro, es eso. Tan simple como eso”.
Mi ciclo como jefe (director, en los hechos) de Arte de Brando comenzó al mismo tiempo que el de Fer como directora y el de mi amigo Humphrey como editor/secretario de Redacción. Y tal vez por haber ocupado nuestros nuevos puestos casi en simultáneo, siempre hubo en el proceso de trabajo una horizontalidad subyacente que hizo que la construcción de la revista, de sus redes, de la web, surgiera de un consenso. Se dio una dinámica de laburo colectiva en la que cada uno aportó lo mejor de sí para hacer la revista lo más parecida a nosotros que pudimos, en la que trabajamos para que las y los lectores empatizaran con nuestro universo simbólico y nuestros intereses, y que nunca fuera un catálogo de notas al servicio del área comercial, o de una línea editorial omnipresente y todopoderosa con la cual podíamos no estar identificados. En síntesis, hacer la revista que queríamos hacer.
Cuando se sumaron Gaspar y luego Inés, al área de Fotografía, se terminó de cerrar esa idea de lo colectivo: tratando de complementar y ayudar al trabajo del que teníamos al lado, confiando, apostando y creyendo en el otro. Tal vez esto parezca un repertorio de obviedades, pero no es tan común en un grupo de naturaleza vertical, como es la redacción de un medio. “Fer, confiá”, decía yo. “Ok, hacé tu magia”, respondía ella. Una escena repetida y de la que nos reíamos y que probablemente no se vuelva a dar: decirle a alguien (¡un “superior”!) “confiá” y que en vez de imponer su idea te diga “toda tuya”. Y la mayoría de las veces nos salió bien. Creo que confiar en nosotros, y también en nuestros (grosos) colaboradores, ilustradores, fotógrafos, redactores, valió la pena.
“Esa estrella se agotó, y era mi lujo”, dijo el poeta. Y una vez más, con mucha razón. Chau, Brando, te voy a extrañar. Gracias por darme un puñado de amigos para toda la vida.
LA NACION