Me siento a escribir este último editorial con algunas ideas dispersas en la cabeza. Debería ser un texto emotivo, contundente, una despedida a la altura de todos estos años, me digo. Y, sin embargo, las palabras se me escapan. Reviso Instagram, wasap y la casilla del Outlook como quien abre la heladera para demorarse. De pronto entra un mail: “Hoy nos llegó la revista. Como siempre, leo tu editorial porque me encanta tu estilo a la vez moderno y nostálgico, te aclaro que tengo 78 años y mi esposo 85, y nos encontramos con la noticia de su cancelación, qué pena!!! Y tu forma de contarnos!!! Nos acompañó muchos años desde Nicolás hasta vos, los vamos a extrañar”.
Me emociono. Se lo mando a mis compañeros –Humphrey, Martín, Ine y Gaspar (que sigue en el wasap porque lo queremos)– que son como mi familia. Se emocionan también. Son días de revisión del pasado, de anécdotas que a veces ni siquiera están relacionadas con el trabajo. Pienso, por ejemplo, en mi cumpleaños de 40, meses antes de la pandemia. Es un recuerdo feliz: Humphrey ofició de DJ y convirtió el living de mi casa en la pista de baile inolvidable. Los Brando fueron los últimos en irse. Hay una foto, casi de madrugada: estamos abrazados en la puerta como adolescentes en el fin de un viaje de egresados.
“Tu estilo a la vez moderno y nostálgico”, dice el mail. Me quedo con esa última palabra, que en portugués suena menos melancólica: “saudade”. Esa añoranza por algo que nos dio felicidad y que nos quedó lejos. Lejos en el tiempo. ¿Qué se hace con eso?
Hace unos días murió el director, guionista y crítico de cine Peter Bogdanovich. Contemporáneo de los grandes referentes del llamado Nuevo Hollywood, su nombre quizá no sea tan popular. Pero para los cinéfilos, es el autor de una pequeña obra maestra que sintetiza un cambio de era: The last picture show (La última película). La historia gira en torno a tres adolescentes de la década del 50 en un pueblo casi fantasma al norte de Texas, en el que aún queda un cine (la primera escena es su fachada) como único espacio de liberación.
Estrenada en 1971 y rodada en blanco y negro –cuando ya la mayoría era a color, como El padrino, del año siguiente–, está plagada de homenajes a otros films. Porque de lo que Bogdanovich quiere hablar es del cine mismo, en una época en la que los directores clásicos estaban en retirada y le daban paso a una nueva generación, a la que él mismo pertenecía. Como si con esa película se hubiera adelantado a la premisa de que un Scorsese, un Coppola, un De Palma o un Carpenter serían posibles, y geniales, porque la tierra del celuloide había sido habitada antes por John Ford, Howard Hawks o Anthony Mann. Bogdanovich siente nostalgia por ese cine del que se nutrió, pero sabe que vendrán otros modos de filmar.
Releo la nota de tapa de este número. Es una antología de textos de despedida. Todos tan bien escritos, tan amorosos, conmueven. Hay recuerdos y agradecimientos, pero, sobre todo, el reconocimiento de Brando como un espacio en donde, todavía, se podía ejercer el periodismo del que la mayoría de nosotros y nosotras nos enamoramos cuando empezamos en este oficio. El de las crónicas bien contadas, la mirada crítica, la palabra pensada, la foto de calidad, el diseño original, el papel. Un periodismo con otros tiempos (¿de otros tiempos?).
Desde hace un par de meses vengo repitiendo “Me siento en The last picture show”. Pero recién ahora me doy cuenta de qué significa. Quizá Brando sea eso, una última película. El eslabón final de una época en el periodismo gráfico.
Aunque, en realidad, me gustaría pensarla como una revista puente. Una suerte de testimonio de transición entre las generaciones que crecieron oliendo la tinta, que se alimentaron de historias que requerían de su tiempo para ser escritas y para ser leídas, y las que ahora salen en busca de nuevos modos de contar en el vértigo de lo inmaterial. Porque, a fin de cuentas, se trata de narrar y narrarnos para entender nuestro día a día.
Antes de poner el punto final, vuelvo a revisar el Outlook. No quiero ni puedo despedirme todavía. Hay un nuevo mensaje: “Este mail es para agradecerles a todos ustedes por esta revista, me acompañaron en muchos momentos, las llevé conmigo a todos lados, a viajes, las compartí con amigos o se las llevaba a mi abuelito para que los fines de semana, mientras tomaba el mate, lea y vea cosas interesantes. Yo sigo estudiando periodismo para, algún día, ser como ustedes y poder contar esas increíbles historias o, quién sabe, tener mi propia revista”.
Gracias a vos, Lucas, te dejamos la posta con la certeza de que todos estos años valieron la pena.
*Directora de Brando