Nació en una familia de artistas y se abrazó a esa herencia con estilo propio; en su último libro recoge gran parte de su obra
- 13 minutos de lectura'
Un cuerpo en el piso. La imagen se torna recurrente durante toda la charla. Un cuerpo tirado en el piso. Que yace. Muerto…
¿Qué hacer con el recuerdo que desgarra? ¿Qué hacer con esa memoria de haber visto a ese hermano que acaba de morir cuando para entonces, con sus 43 años, eso ni siquiera era una opción? Juan Matías Loiseau, Tute, hizo lo que sabe. O lo que es más preciso, lo que le sale, cuando ese algo pasa. Dibuja. Dibuja el cuerpo en el piso. Y le da sentido. ¿Se puede hacer humor con la muerte? Tute ya lo hizo, cuando escribió Diario de un hijo como un modo de tramitar la ausencia de su padre. El que le heredó el trazo. Las ganas del trazo, las ganas que no se resisten cuando ese algo pasa. Porque desde que tiene memoria Tute se recuerda dibujando, algo que parecería un mandato ineludible cuando se crece viendo al viejo hacer cientos de Clementes por día.
Tal vez por eso sus viñetas forman una trama donde logra colarse lo biográfico, además de convertirse en esos pequeños cuadritos desde donde nos mira y desde donde se mira mirando al mundo. No por nada su último libro, Superyó, tiene de tapa un espejo; una hermosa edición que publicó Sudamericana recogiendo sus colaboraciones en La Nación, donde el psicoanálisis mete la cola todo el tiempo. “Creo que el humorista gráfico, ante todo, es un observador y su trabajo empieza mucho antes de agarrar un lápiz. Esta es la idea que un poco tiene que ver con el libro, por eso el espejo en la tapa. Un espejo que tiene algunas características no es simplemente un espejo nítido. Es un espejo incómodo, que muestra algunas partes que, a veces, no nos sientan bien o que preferiríamos esconder. Creo que ese es el laburo del humor”.
En esta idea de “humor de autor”, remarcás la palabra “autor”. ¿Por qué?
Sí, hago esa diferenciación porque una cosa es hacer humor editorial, al servicio de un perfil editorial, y otra cosa es una visión personal. Además, me gusta mencionarlo por el modo en el que trabajo. Todos los dibujos que hago y los chistes que produzco tienen que ver conmigo. No solo es mi mirada de las cosas, sino que escribo sobre cosas que atraviesan mi tamiz.
Quienes conocen su estilo, sin embargo, saben que ese tamiz está lejos de reducirse a la crónica biográfica o a la pura observación introspectiva. Tute no reniega de su mirada política. De hecho, Hotel de las Ideas también editó recientemente otros trabajos suyos, cuyo título hace honor a la premisa todo es político. “De algún modo creo que el aporte del humor es devolverles una imagen al lector o a la lectora de nuestras propias conductas, que tal vez pasan desapercibidas”.
¿Es ahí donde humor, política y psicoanálisis se cruzan?
Para mí sí, tienen mucho en común. Lo que tiene el humor, a diferencia del psicoanálisis, es que es más amable, genera identificación. El diván te devuelve una imagen, y el tema es que no es una imagen más incómoda, sino que es solamente incómoda (se ríe).
Solés decir que se arranca copiando. ¿Vos a quién copiabas?
Y yo, cuando arranqué, quise ser mi viejo. Pero también quise ser el Negro Crist, quise ser Fontanarrosa, quise ser Saúl Steinberg… Y, bueno, en esa uno se va encontrando a uno mismo.
¿Te acordás de tu primera viñeta?
Me acuerdo del impacto de mi primera viñeta en la escuela. Después me acuerdo de la reacción de mis compañeros en la secundaria cuando empecé a dibujarlos y empecé a dibujar escenas de nuestra vida. De hecho, mis cuadernos de la primaria están todos dibujados y mis carpetas de la secundaria estaban más dibujadas que escritas. No era buen alumno.
Por la libre
Tute nació el 21 de mayo de 1974. Su primer trabajo como humorista gráfico lo consiguió a los 17 años. Fue para un periódico del sindicato de Bancarios. En realidad, el gremio se había puesto en contacto con su papá, Caloi, para proponerle un espacio de humor. Según relata Matías, como Caloi no tenía tiempo, les propuso una dupla: iba a trabajar en conjunto con su hijo. Peloteaban la idea juntos y él la dibujaba. Pero para la primera pieza, Caloi estaba en Francia, con lo que tuvo que terminar haciendo el trabajo solo. “La entregué y nunca más me preguntaron por mi viejo. Fue mi primer laburo. Me acuerdo que hacía humor sobre la flexibilización laboral”, se ríe en la pantalla donde se recorta un departamento, el mismo que funciona como fondo de Preguntas dibujadas, el ciclo de entrevistas breves que conduce y sube a sus propias redes y que tuvo como invitado al mismísimo Alberto Fernández.
"Cuando arranqué quise ser mi viejo. Pero también quise ser el Negro Crist, quise ser Fontanarrosa, quise ser Saúl Steinberg."
Tute
Aunque no es la primera vez que bordea otros rumbos. Además de sus viñetas semanales en el diario, de haber publicado unos 15 libros acá y tantos otros en Francia, México y España, Tute ya había estado al frente de un ciclo televisivo –Tutelandia, distinguido con los premios Fund TV y ATVC como mejor programa artístico cultural en 2016–; en 2005 incursionó en el cine, con dos cortometrajes –El ángel de Dorotea (2005) y Abismos (2006)–, y le encanta escribir música. De hecho, antes de seguir el camino del humor, empezó la carrera como diseñador gráfico. La anécdota la contó en varias entrevistas. Un día, pese a que venía dale y dale con el lápiz, su viejo le dice que cree que tiene que ser diseñador. Casi un certificado de defunción. “Para mí fue como un puñal. Lo dibujé en Diario de un hijo: en la viñeta siento que me muero desangrado en el piso. Pero fui obediente, me anoté en Diseño Gráfico. Mi acto de rebeldía fue que todas mis entregas fueron dibujadas y al año me fui”.
¿Y entonces?
Y, para arrancar, hice como todos. Armé una carpeta con mis dibujos. Imaginate que en esa época no había internet, no había nada. Uno, como humorista, soñaba con entrar a los medios y, si te iba bien, Ediciones de la Flor te sacaba el libro. Entonces, para ver quiénes eran los jefes de arte de esos diarios y revistas, las compraba en los kioscos y copiaba el staff.
¿Tu viejo no te pasaba algunos números?
Es que no los tenía, tal vez de alguno… O quizás, sabiamente, me hizo hacer todo el caminito. De hecho, cuando arranqué con esto, tenía mis dudas.
¿Por qué?
Porque además de dibujar se trata de hacer sentido, un sentido que se entienda entre muchos. Y, realmente, no sabía si estaba capacitado para eso. Me acuerdo el día… No, fue de noche. Me acuerdo la noche que me senté para ver si podía hacer humor. Sabía que podía dibujar porque había dibujado toda la vida, pero quería saber si podía producir humor. Y esa noche me quedé solamente pensando ideas, y se me ocurrieron un montón de chistes y los fui anotando. Cuando terminé, tenía varias hojas, y me acuerdo que me fui a dormir, era de día, y me dije: “Bueno, puedo ser humorista gráfico”. Y La Prensa lanzó un concurso que se llamaba “Vote por su humorista preferido”, donde el premio era quedar fijo. Lo gané y ese fue mi primer trabajo, donde ya firmaba como Tute y tenía que hacer un chiste todos los días.
Caloi decía que siempre había trabajo en medios con los que estaba en contradicción ideológica, como una suerte de extraño ejercicio de libertad…
Bueno, a mí, publicar en La Nación me hizo crecer muchísimo, porque me obligó a un ejercicio fundamental, que es el de la sutileza.
¿A qué te referís?
El hecho de publicar en un medio con el que no compartís ideas te obliga a hacer humor de otra forma, porque tampoco vas a ofender a algún lector. En esa tensión natural aparece como salida natural un humor más sutil. Y eso me parece muy interesante. Con el diario logramos así una convivencia de más de 20 años. Y aquello que siento que no puedo publicar en algún lado hoy lo puedo publicar en mis medios, que son mis redes, donde mucha gente me lee todos los días.
Humor en duelo
En 2019, fallecieron su hermano y su madre. “Ese año fue mi pandemia personal (hace un silencio). Por eso estoy con un libro muy particular, lo voy produciendo de a poquito, a medida que me deja y no me repele o me duele. El libro aborda la muerte, en clave de humor, por supuesto. Creo, de hecho, que va a ser mi trabajo más hilarante. De alguna forma, se trata de pensar la muerte para los vivos, ¿no? Porque la muerte es para los vivos, no para los que parten. Y, un poco, la pregunta es qué hacemos con eso y cómo nos interpela. De qué manera interpela la muerte a los vivos, ese sería el tema. Pensándolo desde todas sus aristas, poética, filosófica, religiosa…
Diario de un hijo, que retrata la vida con tu viejo, también se gestó como duelo…
Diría que aparece como una necesidad, pero es una suerte de final de duelo dibujado. En realidad, tengo tres libros con material inédito: Dios, el hombre, el amor y dos o tres cosas más, que fue un experimento largo en el que me permití muchos juegos y donde conviven todos los humores que me interesan, desde el humor blanco y el humor negro hasta el absurdo, la poesía, el blanconegrismo. Sé que lo tengo que hacer de a poco, en la medida que me sea posible. Con Diario… me acuerdo que dibujé la tapa y después lo abandoné durante muchos años, y cuando lo pude retomar lo hice pudiendo gozar de esos pasajes de mi vida con mi viejo. Fue como vivirlos de vuelta, algo muy intenso.
Se suele hablar mucho de tu padre, poco de tu mamá, María Cristina Marcón.
Mi vieja fue tan fundamental como él. Era una gran artista plástica, fue la primera persona en ponerme un libro de poesías en la mano. Ella era pintora, una inquieta y, cuando éramos chicos, tenía un centro cultural en Adrogué, así que nos anotábamos en todos los cursos. Y ahí me arrimó a lo artístico.
¿La virtud se hereda o se puede aprender en el ejercicio?
Creo que puede haber algo que venga de la cuna. Pero creo más en los estímulos que en la genética. Para mí, era superestimulante ver a mi viejo todo el tiempo dibujando. A los 8, hacíamos grabados en el taller de mi vieja, y había un horno, así que también esmaltábamos. Era muy lindo. Y me acuerdo también lo que mi viejo generaba, lo que pasaba cuando íbamos a comer. La gente se acercaba, y lo querían. Y yo quería eso, dibujar, pero también que me quieran así (se sonríe).
"Diario de un hijo fue un libro necesario, como este que estoy empezando ahora. En definitiva, pasa un poco con convertir el dolor en otra cosa. Es un acto de sublimación."
Tute
Hay una foto familiar muy linda, donde están todos con el Negro Fontanarrosa en un aeropuerto, en una situación muy familiar…
Claaaro, me acuerdo de esa foto. Porque el Negro Fontanarrosa era íntimo amigo de mi viejo, las familias eran amigas y viajábamos juntos. Nos íbamos de vacaciones todos y, cada vez que él venía a Buenos Aires, paraba en casa. Para mí, era como el tío del interior. No era la misma relación, por ejemplo, que tenía con Quino. Quino era como un maestro. En cambio, a casa venía el Negro. También Brócoli, que murió muy joven. Íbamos con él al club, un tipo muy apasionado del humor gráfico y un gran artista. Me marcó muchísimo, con esos monitos y ese humor que hacía, tierno.
¿Cómo se define un humor tierno?
Y, por ejemplo, hacía unos dibujos que tenían ese rasgo: un tipito en la terraza de un rascacielos, mirando hacia arriba y diciendo: “Hola, Dios”. Nada más. Me parecía superconmovedor.
Quino también, de una forma u otra, está muy presente en tu biografía, ¿no?
Quino era un tipo muy agradable. Imponía una suerte de respeto. Yo tenía 17 y estaba haciendo mis primeros chistes y los fui a ver a todos para que me dieran consejos. Cada uno, desde su punto de vista o sus particularidades, me fue aconsejando. Y él fue al último que fui a ver. No era un tipo simpático. Era agradable, pero era muy crudo; en realidad, porque era muy honesto. Era como si no tuviera ese contrato social, él decía lo que pensaba, y eso a veces puede ser muy terrible. Imaginate, le llevé mis dibujos y estaba esperando el veredicto. Y, en algún punto, como todo pibe joven, hay una ilusión, ¿no? Cuando sos más chico, convive en vos el miedo a que no guste, pero también la ilusión de que uno es único. Sin embargo, no sucedió ninguna de las dos cosas.
"El libro que estoy haciendo aborda la muerte en clave de humor. De alguna forma, se trata de pensar la muerte para los vivos: de qué manera nos interpela. Y pensándolo desde todas sus aristas, poética, filosófica, religiosa…"
Tute
¿Qué sucedió?
Pasó los dibujos sin emitir una mueca y, cuando llegó al último, cerró la carpetita y me dijo: “Hay que meter el dedo más en la llaga”. Y eso a mí me quedó. Al principio, no entendí muy bien a qué se refería. Pero cuando encontré mi estilo y supe cómo quería abordar el género, recuperé la frase y sentí que estaba cumpliendo esa suerte de mandato, quizás no con el sentido que lo dijo él. Porque, tal vez, lo que me estaba diciendo era que hiciera un humor más corrosivo en términos políticos –por lo menos, eso es lo que me imagino hoy que quiso decir–, pero yo le di otro sentido.
¿Cuál?
Para mí, la llaga es la llaga propia porque, en definitiva, el humorista produce desde una herida.
Pero la política también aparece en tus viñetas.
Por supuesto, porque no me es ajena. Todos somos seres políticos.
¿Hay algún tema sobre el que no metiste el dedo en la llaga?
Seguramente, pero diría que los que me interesan están siempre, y pueden verse ya no con recurrencia, sino con cierto grado de obsesión. Aparecen a mi pesar, como este libro de la muerte, que de alguna forma se me impuso y me sirve para sanar indagando sobre lo que nos pasa con ella.
Y, en tu caso, una muerte que se interpuso de manera muy abrupta.
Totalmente imprevista. Mi hermano estaba cantando en pleno show con su banda Mamushkas. Y yo llego para verlo al show y lo encuentro en el piso. Esa imagen, creo yo, es la que estoy procesando a través de este libro. Durante todo el libro, el muerto está literalmente tirado en el piso, que fue como encontré a mi hermano. Y trato de abordarla no solo desde una dimensión humorística, también filosófica.
En un momento de mucho duelo…
Tal cual, aunque no sé cuándo lo terminaré. Con Diario… me pasó de tener hasta una sensación física: yo ahí dibujándome y dibujándolo a mi viejo, fue muy maravilloso. Y lo pienso también como documento, para que lo lea mi hija en unos años, porque mi hija menor estaba en la panza cuando él murió, y es una manera de entrar a su propia pre-historia. Fue un libro necesario, como este que estoy empezando ahora. En definitiva, pasa un poco con convertir el dolor en otra cosa. Es un acto de sublimación…
¿Un acto de sublimación?
Claro, uno toma algo que es de un orden y, al convertirlo en una pieza artística, pasa a ser otra cosa. Y todo hecho artístico creo que es eso, un pequeño acto de sublimación.
Producción: María Salinas. Pelo y maquillaje: Agus Santamarina. Asistente de Fotografía: Lucas Vázquez. Agradecemos a: Kostüme, Bolivia, Equus, Converse y Levi’s.