La primera golosina con sorpresa de la historia mundial. Mucho antes del huevo Kinder. Incluso antecediendo al chocolatín Jack, Topolín estaba en sobre de papel (con el dibujo de un topo en auto) que traía adentro un chupetín flaco de un sabor frutal difícil de definir y venía acompañado de algún regalo misterioso, pavadas de plástico, pero que daban mucha felicidad gracias a la novedad.
Cuándo y dónde
A comienzos de los 60 hace su aparición en el mercado argentino y reina en las infancias locales durante los 70 y 80. La llegada de los drugstores con el neoliberalismo de los 90 lo opacó hasta casi hacerlo desaparecer entre golosinas extranjeras y/o más fastuosas. Hace rato que no se encuentra fácil en los kioscos de barrio, pero sigue existiendo.
Sorpresas
La gracia era no saber. ¿Qué había además de la golosina? Esa expectativa, intentar adivinar tocando la forma era la parte más importante de la magia. Luego, una vez roto el empaque, chupetín en boca, se develaba el misterio. Solían ser de plástico, por supuesto: un trompo, mamaderas, miniespejos, una diligencia tirada por un caballo, muñequitos con forma de soldado, extraterrestre o buzo, a veces una hélice (sola, pero giraba) o medios de transporte como un avión, un velero, una lancha y hasta una canoa con indiecito (que no hacían nada, pero servían para jugar en la bañadera).
¿Y ahora qué pasa?
- Siempre está. Se puede tener uno y así mostrarles un retazo de pasado a las nuevas infancias. Su empaque actual es de celofán y el topo está aggiornado. Mantiene su precio barato y se consigue en mayoristas o Mercado Libre.
- Contenido. Viene el chupetín tipo paleta de ocho gramos, en colores llamativos, con juguetes de plástico diminutos: llaveros, autitos y muñecos enclavados en la antigua división nenas y nenes.
- Opciones. Está el Topolín solo, que es la paleta. También se pueden conseguir las bolsas de Topolín sorpresa y hay una tercera oferta, ideal para piñatas de cumpleaños, con 30 juguetes más 15 chupetines.
Había una vez un topo
La primera fábrica, en José C. Paz, quedó abandonada en la década del 90. El empaque original decía “Caramelos con juguetes” y, en la portada, estaba el topo, que sostenía un chupetín en la mano. La imagen se mantuvo en su versión más ochentera, ya de celofán, y cambió cuando reapareció en 2010. En su actualización tiene gorro con visera, además de una versión para el Mercosur (“Pirulito com brinquedo”).
Su horroridad general fue el secreto del éxito. Nadie supo incluso de qué sabor era el chupetín –que venía al inicio en palito de madera–, y variaba entre la sandía, la naranja y la frutilla. Los juguetes, a diferencia de los que venían en el chocolate Jack (su principal competidor), no tenían un sentido de colección. Solo eran eso, objetos random y algo absurdos, como el espejito que no refleja, la sopapa y el rallador de queso. Pero eran un hit. Además, había un mito urbano: que un paquete cada miles, como el boleto dorado de Charly y la fábrica de chocolate, traía unos ¡bigotes postizos! Nunca nadie encontró tal ¿premio?