Un recorrido emotivo desde el mítico catch vernáculo a un documental que retrata a estos ídolos del arte de la lucha como espectáculo
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El invencible Gengis Kan, conquistador mongol y emperador de medio mundo, viaja en colectivo. Lo descubro temprano, a los 8 años, cuando espero con mi padre y mi hermano en una fila junto a una carpa en La Matanza, para ver las cabriolas de unos esperpénticos titanes. Ahí nomás de la cola hay una parada de colectivos y todos los pibes vemos cuando frena un Mercedes Benz trompudo y, por la puerta de adelante, se baja un hombre de barba candado, los ojos achinados y la cabeza afeitada, menos una coleta que domina con un elástico y le llega hasta los hombros. El Gengis Kan bonaerense lleva un bolso del que asoma la pollera amarilla que usa sobre el ring y, descubierto a bordo de un corcel mecánico al que se sube pagando boleto, mira al piberío y nos asusta con un gesto fiero.
Muchos años después vuelvo a fascinarme con el vínculo de titanes y colectivos. “Se acabó la tele y tuve que volver al colectivo”, dice Mario Morán, villano ladino de 100% lucha, en la hermosa y nostálgica película Catch, el ocaso de los ídolos, que dirigió el documentalista Felipe Bozzani y se puede ver en Vimeo. Morán, más mimético de su personaje que el conquistador mongol, trabaja como chofer de la línea 60 cuando no pelea. Si es cierto que la función del luchador de catch no consiste en ganar, sino en realizar exactamente los gestos que se esperan de él, como escribió Roland Barthes, Morán no decepciona a ningún pibe cuando llega al estadio de camisa celeste, pantalón azul y anteojos negros. Al contrario, refuerza la verosimilitud de su criatura: es colectivero arriba y abajo del ring.
“Uno es ídolo el sábado o el domingo y después se acabó”, dice con laconismo en Catch y el pibe maduro piensa que la lucha de los días de semana es todavía más dura que la pelea siempre excesiva administrada por unas reglas imprecisas y un árbitro impotente: es una lucha impar porque combate el anonimato y el olvido.
“El auténtico catch, llamado impropiamente catch de aficionados, se representa en salas de segunda categoría, donde el público espontáneamente se pone de acuerdo con la naturaleza espectacular del combate, como el público de un cine de barrio”, dijo Barthes. En una tarde de invierno del ochenta y pico, en La Matanza, Gengis Kan se me devela como un auténtico artista. Confiado a la primera virtud del espectáculo, la de abolir móvil y consecuencia (porque lo que importa no es lo que creo, sino lo que veo), olvido que más temprano lo descubrí viajando en colectivo y le temo por su bravura histórica: con esas tomas y esos gestos, me parece lo más natural que haya conquistado medio planeta y hoy ponga sobre la lona al campeón del mundo.