La historia y obra de las hermanas colombianas que retrataron a las figuras del teatro de revista durante los 60 y 70. Cuerpos, belleza y fulgores de una época.
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En la época dorada de la revista porteña, cuando la plana mayor del espectáculo se paraba frente a la cámara de Luisa Escarria (1929-2019), la fotógrafa colombiana sugería: “Piensen en algo agradable, porque esa serenidad se transmite al rostro”. Medio siglo después, el hechizo detrás de Foto Estudio Luisita, el santuario doméstico donde la artista retrató a las máximas estrellas, es el alma de un archivo revelador devenido en valioso documento historiográfico.
Aquellos rostros, de bailarinas, actrices, vedetes y divas de la época como Nélida Lobato, Amelita Vargas, Zulma Faiad, Thelma Tixou, Pochi Grey, las hermanas Pons y las hermanas Rojo, unas jovencísimas Susana Giménez y Moria Casán, comediantes como Juan Carlos Altavista, Alberto Olmedo o Jorge Porcel, y personajes de la talla de Atahualpa Yupanqui, Tita Merello o China Zorrilla, comparten un particular semblante en las imágenes.
“Ella los sentaba, los miraba y empezaba a buscarles el ángulo. Si ves las fotos, no fallaba una. Era maga con la máquina. La gente se ponía loca ante el resultado”, señalaría su hermana, Chela Escarria, laboratorista y encargada de los retoques artísticos y collages que dieron una impronta única a los retratos, gran parte de los cuales decoraron marquesinas y programas de mano en los teatros de la avenida Corrientes, principalmente en el Maipo.
Foto Estudio Luisita tuvo su origen inicialmente en Cali, donde funcionó hasta 1944. Fue un regalo de su madre cuando Luisa cumplió 15. Chela salía del colegio e iba a ayudarla.
“Algo se incorporaba en mí, no puedo explicar cómo siendo tan tímida enfrenté a semejante cantidad de monstruos, fenomenales todos”, se la escucha decir a Luisita en el multipremiado documental Foto Estudio Luisita (2018), audiovisual dirigido por Sol Miraglia y Hugo Manso, que recupera su memoria y revaloriza su legado.
Aquellas expresiones congeladas en una suerte de túnel del tiempo y enmarcadas dentro de ciertos consumos visuales y estereotipos del momento invitan hoy a nuevas lecturas estéticas, políticas y sociales. Al mismo tiempo, su análisis da lugar a una puesta en foco de los procesos experimentados por la fotografía antes de la revolución digital, la cual llevó al estudio a cerrar sus puertas.
Las hermanas
Nacidas en Cali, Luisita y Chela Escarria habían heredado el oficio de sus padres, reconocidos fotógrafos en su país. Luis Felipe Escarria, paisajista, y Eva Iglesias, retratista de sociedad, trabajaban para mantener a sus cuatro hijas: Rosa, Luisa, Graciela (Chela) y Teresa. “A los 4 años ya estábamos con el banquito al lado de papá revelando: la luz roja, el olor a químicos”, contaban las hermanas.
Foto Estudio Luisita tuvo su origen inicialmente en Cali, donde funcionó hasta 1944. Fue un regalo de su madre cuando Luisa cumplió 15. Chela salía del colegio e iba a ayudarla. Cuando la mayor, Rosita, se casó y se fue a vivir a Bogotá, montaron allí un segundo estudio bajo el mismo nombre, que funcionó durante 10 años. Tras la muerte del padre, Luisa casi se desangra en una operación y estos hechos acercaron a las hermanas a la religión bahaí, culto que adoptaron de por vida.
La violencia que regía en Colombia a mitad del siglo pasado las llevó a emigrar a Buenos Aires. Su padre tenía una imagen idealizada de la ciudad y Luisita la había visitado en el 47, pero fue Chela quien decidió abrirse camino primero en Argentina, donde aterrizó a fines de los 50 y empezó a hacer retoques en un estudio de la calle Florida. Cuando un año después Luisa llegó al puerto de Buenos Aires, junto a su madre, Rosita y su tía Nicolasa, tenía 28 años. Se instalaron en el departamento de 80 metros cuadrados de la avenida Corrientes, donde vivía Chela, a pocos metros del teatro Tabarís, El Nacional y el Maipo.
Tras unos primeros trabajos de revelado y haciendo copias para turistas, Foto Estudio Luisita tomó forma en Buenos Aires en aquel nuevo hogar de las Escarria. Hacían fotos en el living a marineros, niños y grupos musicales, así como tarjetas navideñas y de felicitación. En el mismo edificio, donde residirían durante 50 años, vivía el compositor colombiano Marfil. “Él trajo a Amelita (Vargas) y ella quedó encantada con ese trabajo y le mostró a (José “Pepito”) Marrone las fotos. Él trabajaba en el Maipo y un día llaman a las nueve de la mañana: «Que venimos del teatro a tomarnos unas fotos». Era un conjunto panameño. Así que fue correr a conseguir telones y cubrir cajones, porque no teníamos ni muebles. Así se empezó a trabajar con el Maipo, sin haber tenido siquiera el estudio”, relata Luisita en el documental.
En aquel remanso tranquilo, las hermanas improvisaron, a finales de los años 50, un set minúsculo de tres metros cuadrados por el que desfilaron durante décadas las máximas figuras y el lado B del espectáculo argentino. También infinidad de cantantes, bandas tropicales y otros conjuntos musicales. En compañía de sus perritos, peces y canarios, las hermanas recibían a los famosos con arepas y café en aquel ambiente hogareño donde los artistas, acostumbrados a los trajines nocturnos, podían sentirse en casa. Se colocaban sobre una tarima de fibrofácil en prolongación del sinfín, entre cortinas transparentes color durazno, de pie, en el suelo, sobre un pequeño sillón o en situaciones de juego para el retrato con accesorios, adornos y objetos complementarios. Luisa hacía sus fotos con una Hasselblad, con encuadres frontales, y Chela se encargaba de las luces, el revelado, la posproducción y el retoque, arte en el que era experta: quitaba arrugas, delineaba figuras, eliminaba objetos.
Las Escarria salían poco y le escapaban a la vida nocturna. Disfrutaban de las salidas al aire libre, del deporte, de algún festejo en casa y de sus ceremonias bahaíes. Luisa, la madre y la tía dormían en una habitación, y en el living armaban a diario el estudio. Para ir al baño, los artistas tenían que atravesar el cuarto de Luisita.
Los 60 y los 70 fueron el período de auge del fotoestudio. Sin embargo, el monumental caudal de obra que produjo, más de 25.000 imágenes, fruto de unas 12.000 sesiones fotográficas, permaneció dormido en sobres, álbumes, cajones y cajas de zapatos guardadas bajo la cama en la casa de las Escarria durante décadas.
El rescate
Sol Miraglia, fotógrafa, directora y hoy albacea del archivo, tenía 19 años cuando, en 2009, conoció a Luisita, quien tenía ya 80, había vendido la Hasselblad y vivía de su jubilación. Para ese entonces, las hermanas estaban cerrando el estudio y ya habían descartado, por falta de espacio, un 60% del archivo, tesoro documental compuesto de diapositivas color, negativos blanco y negro, copias y material de trabajo. “Luisita iba a arreglar al servicio técnico de cámaras de Libertad y Corrientes, donde yo trabajaba y donde me encontré con un almanaque de colores pasteles con imágenes de Olmedo, Moria Casán, Tita Merello, y otras estrellas, que me llamó la atención. Las Escarria lo regalaban a los negocios amigos para Navidad. A los pocos días, Luisita apareció por el local para buscar un flash y, con la excusa de hacer un trabajo de fotoperiodismo, empecé a visitarla en su casa todas las semanas. Tomábamos el té, veíamos álbumes de fotos y nos hicimos amigas. Yo sabía que ella fotografiaba a estrellas, porque entrabas a su casa y estaban como guardianas –en cuadros en las paredes–, y los retratos te miraban a los ojos”, relata Sol.
Su primer acercamiento a los negativos fue recién en 2014, al revisar un cajón buscando el endulzante para el té. Allí encontró unas cajitas que decían “Maipo, 1973″. Poco a poco, empezaron a abrir los arcones del archivo, fotos de negativos completos, y acordaron empezar a escanearlos y a digitalizarlos. En paralelo, Sol inició junto a Hugo Manso la filmación de la historia de vida y obra de las hermanas, audiovisual gracias al cual Luisita recibió a sus 89 años una beca del Fondo Nacional de las Artes. Por el envío de una foto de Moria Casán con el negativo retocado, también fue seleccionada para el 72 Salón Nacional de Rosario.
Las hermanas se involucraron en la puesta en valor de sus obras. “Hicieron los sobres de la nueva guarda y eso les permitió adueñarse de su propio material. La pasaron rebién. Además, con las becas pudieron darse gustos en la última etapa de su vida, se tomaban su helado en Cadore, los sanguchitos en La Pasta Frola, iban a la peluquería...”. Luisita estuvo en todas las funciones de la película en el Bafici y falleció poco después, en 2019, a los 89 años y dejando en manos de su “nieta adoptiva” su legado. Chela sigue viviendo en el estudio.
Cajita de desnudos y collages “surrealistas”
Una alfombra roja recibe al visitante en Temporada fulgor. Foto Estudio Luisita, la muestra en el Malba, curada por Sofía Dourron y con libro propio, que se podrá visitar hasta el final del verano. El recorrido se mueve entre submundos: el de las imágenes finales instaladas en las marquesinas, programas de mano, publicaciones y retratos que recibían los autógrafos de las estrellas, y la casa-estudio donde estas piezas visuales se producían.
En un recorrido por la sala, Sol Miraglia se detiene en el acceso, que recrea la recepción de un teatro. Allí se exhiben fotos en el tamaño original que se usaba en las carteleras, con cinco siluetas sobre fondo blanco: Amelita Vargas, Carmen Barbieri, Lía Crucet, Norma Pons y una quinta protagonista desconocida, todas muy jóvenes. Cada imagen lleva la firma del fotoestudio. “Esto despertaba el enigma: ¿qué es Foto Estudio Luisita? Porque ellas –las hermanas– no es que hacían lobby o que salían al teatro, pocas veces salían de su casa”.
Cuando la tarea consistía en retratar los ensayos generales o premieres de las puestas escénicas, “Luisita iba al teatro con Chela con dos flashes, hacía las fotos y quedaba el negativo completo”. Por el formato cuadrado de 120 milímetros, la fotógrafa se tenía que alejar, lo cual permite hoy apreciar la cocina de aquellas tomas y lo que luego se recortaba o retocaba (flashes, luces, cables, mobiliario).
Al traspasar un arco, la exposición se traslada al espacio creativo doméstico del estudio. En una “Cajita de desnudos”, Luisita y Chela guardaban copias vintage y negativos en los que se aprecian los retoques: intervenciones que permitían “recortar vientres y caderas, borrar celulitis, arrugas, surcos y ojeras, e inventar curvas perfectas y pieles de porcelana”.
Sol también se refiere a los fotomontajes, otro fuerte del estudio: “Muestran que el poco espacio no limitaba la creatividad de las retratistas, que recortaban y pegaban negativos, superponiéndolos, retocándolos y coloreándolos a mano, creando imágenes que en algunos casos rozan el surrealismo: José Marrone diminuto y recostado sobre un teléfono tres veces más grande que él, Juanita Martínez posando junto a un cóctel, y músicos e instrumentos volando sobre montañas o atravesando partituras”.
En el Malba, se exponen algunas de estas combinaciones de negativos donde el proceso queda a la vista. Como cuando divas como Susana Giménez no llegaban a tiempo para un cara a cara con sus galanes –en su caso, con Claudio García Satur–, y se las retrataba por separado para luego hermanarlos en el montaje. En algunas vitrinas de la sala conservan su colorido las pinturas rojas de distintas densidades, lápices y materiales destinados por Chela al retoque fotográfico. También copias con inscripciones, fechas, curiosidades o el sello del estudio –visibles desde detrás de un espejo–, un viejo paraguas reflectivo para la luz, copias autografiadas dedicadas a Luisita por las personalidades que ella misma retrataba o imágenes de la niñez de las hermanas junto a poemas escritos por la fotógrafa, quien, antes de serlo, quiso ser monja.
En una sala “privé”, varias copias de época interpelan por la expresión de las retratadas: Ethel Rojo, Mimí Pons, Vanessa Show. Un fragmento de un video de Maipo Superstar, puesta estrella de los años 70, se reproduce en un rincón casi escondido de la sala y rememora el pulso de otros tiempos, presentes en el recuerdo de sus protagonistas.
“Luisita sacó mis primeras fotos cuando yo empezaba. Las mejores fotos me las sacaba ella”, expresa Moria Casán en la película dirigida por Miraglia y Manso. En el film, una Amelita Vargas octogenaria acomoda su cuerpo con delicadeza sobre aquel silloncito donde un día posó con las piernas en alto y cuenta que aún conserva aquellas imágenes.
De nacer en esta época, dicen las hermanas en el film, hubiesen deseado el mismo trabajo. “Porque cuando va la gente a tomarse fotos, va con su mejor ánimo. Y nosotras nos esmerábamos para que todo quedara lo mejor posible”, dice Chela. “Mirá la mayoría de los retratos, las miradas que tienen. Estudiá la mirada y verás”, sugiere Luisita sobre su propio legado.
Revolución en pequeñas historias
Con curaduría de Sofía Dourron, Temporada fulgor. Foto Estudio Luisita (hasta el 14 de marzo de 2022) propone una exploración poética y estética del proyecto de creación de imágenes desarrollado por las hermanas Escarria y su “aporte a nuestra cultura visual, a la conformación de nuestras identidades colectivas, a la construcción de subjetividades y a su deconstrucción”, define la curadora. “Al interior del archivo podemos encontrar una revolución de microhistorias: de mujeres –fotógrafas– que, a través de su trabajo, rompieron con los mandatos patriarcales y de cuerpos que se revelan sobre las tablas en coreografías que los empoderan más allá de las miradas escrutadoras”. En retratos como el de una joven Beba Granados en toples que cubre su pecho con Diana, la perrita salchicha de las hermanas, Dourron ve “la mirada tierna y superadora de Luisita, junto a la habilidad técnica de Chela en imágenes icónicas como la de una Nélida Roca sumergida en una boa de plumas o la de Norma y Mimí Pons con sus peinados rubios como suflés”.