La dependencia tecnológica está alterando muchas de nuestras funciones básicas
- 4 minutos de lectura'
Estrenada en 2008, Wall-E es una de las películas que mejor ha ahondado en las posibilidades futuras de nuestro devenir tecnológico. Pese a los años, su advertencia se mantiene latente: en torno a la historia de amor del robot basurero e EVE situada en 2805, este éxito de Pixar expone hasta dónde nos pueden llevar los excesos del capitalismo, nuestra relación tóxica con el hiperconsumo, la depredación de las corporaciones y nuestra tendencia autodestructiva al producir tanta basura.
En esta fábula tecnoecológica, una vez agotados los recursos naturales, los humanos abandonan la Tierra en el año 2105. Y, durante 700 años, se disponen a vagar en cruceros espaciales. Sin planeta, pero entretenidos: allí son todos gordos, sedentarios, solitarios, sin propósito. Se valen de sillas flotantes para desplazarse y no pueden despegar los ojos de las pantallas. La tecnología los ha cambiado por dentro y por fuera.
Todo esto sería jocoso si no estuviera, en realidad, sucediendo. Más allá de los avances en prótesis e implantes que prometen modificarnos a nosotros mismos de formas nuevas y sin precedentes, en una especie de revival eugenésico que nos dirige a una futura y promocionada existencia cyborg, los artefactos que usamos a diario –lo primero que tocamos al despertarnos, lo último que acariciamos a la noche– están modificando nuestros cuerpos. Día a día. Y rápido.
Espaldas encorvadas, dolores de cabeza, tendinitis, fatiga y atrofia ocular hasta trastornos en el sueño son algunas de las consecuencias de nuestra dependencia tecnológica.
Especialistas en columna han notado un sostenido aumento de pacientes que consultan por dolor en el cuello y la parte superior de la espalda. Jóvenes informan hernias de disco y problemas de alineación de columna. “Una cosa que todos parecen tener en común es el uso prolongado de teléfonos inteligentes”, escriben los cirujanos ortopédicos Jason M. Cuéllar y Todd H. Lanman en The Spine Journal. “Como médicos, debemos ser conscientes de las posibles consecuencias musculoesqueléticas tanto a corto como a largo plazo. Nos preocupa que la posición prolongada y persistente del cuello con flexión hacia adelante pueda provocar contracturas ligamentosas anteriores, acelerando la degeneración del disco cervical”.
Con el tiempo, esta rigidez y dolor muscular, incluso dolor de cabeza y desviaciones de la columna, adquirió nombre: “tech-neck” (o cuello tecnológico), y es consecuencia de sentarse con los hombros encorvados hacia adelante y el cuello en un ángulo incómodo para leer la pantalla del celular o la computadora.
Además de promover una nueva generación de humanos encorvados, las tecnologías que usamos incitan a otro cambio anatómico significativo: la “garra de texto” o síndrome del túnel cubital, un trastorno por el uso constante del celular acompañado de tendinitis, con el consecuente dolor y calambres en dedos, muñeca y antebrazo.
“Nuestra apariencia y la forma en que nos movemos, descansamos, dormimos, pensamos, comemos, nos reunimos y nos comunicamos han cambiado drásticamente desde que el Homo sapiens caminó por el planeta por primera vez, probablemente hace más de 300.000 años”, cuenta el investigador británico Vybarr Cregan-Reid de la Universidad de Kent, autor de Primate Change: How the World We Made is Remaking Us. “Hoy, nuestros cuerpos son más sensibles al cambio de lo que pensamos”.
Más allá de alentar el sedentarismo y la obesidad y de provocar fatiga y atrofia ocular –se predice que la mitad de la población mundial será miope en 2050–, un largo tiempo frente a las pantallas conlleva efectos negativos en nuestra salud mental: desde trastornos del sueño hasta dolores de cabeza, depresión y ansiedad.
No se trata, desde ya, de la primera vez que el cuerpo sufre cambios. Cuando los humanos comenzaron a cultivar, la densidad ósea de nuestros antepasados se redujo en alrededor de un 30%. Los cuerpos agrícolas no necesitaban ser tan fuertes (aunque en verdad lo eran: un estudio concluyó que los brazos de las trabajadoras agrícolas de hace 5000 años eran un 30% más fuertes que los de los humanos modernos). El trabajo se volvió más repetitivo y un poco más fácil para el cuerpo humano.
Lo que diferencia esta época es la velocidad de las transformaciones. Casi todos los aspectos de nuestras vidas están saturados de tecnologías que han alterado cómo nos movemos (o no), consumimos, comunicamos. A este ritmo, cuando nos volvamos a ver en el espejo, quizás no nos reconozcamos.