A un año de la muerte de Diego, la escritora y periodista Gabriela Saidón publica un libro sobre el ídolo popular que seguirá despertando devociones.
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El siguiente texto es un fragmento del libro Superdios. La construcción de Maradona como santo laico (Capital Intelectual).
Santos y santas populares son los dioses y diosas enmascaradas de nuestro olimpo monoteísta. Podemos creer o no, pero no podemos negar su existencia. Son creaciones colectivas y en sus liturgias sincréticas, detrás de las cruces y a la luz de las velas, se camuflan y palpitan rituales ancestrales y originarios. El proceso de santificación popular sigue ciertas normas similares a las del catolicismo: el milagro, la muerte joven o violenta, una vida ejemplar, ya sea en la pureza cuando se trata de mujeres santas como en la exacerbación de las contradicciones, “el lado oscuro”, imperfecto, para sus pares varones. Desde que interceden ante Dios, es necesario ver su cercanía y su humanidad, ver sus caras como en un espejo, identificarse con ellas y con ellos. ¿Desenmascararles? En muchos casos, se trata de santos y santas justicieras, que ponen en cuestión a la cultura dominante y a las instituciones (política, jurídica, médica), y sobre todo, a la Iglesia católica. En Argentina, como en Italia (pero también en Latinoamérica toda), verdaderas fábricas de santidad, desde que se pone en juego la creatividad, las excepciones a las normas, que no abundan, importan. Por eso, es posible Santa Maradona.
Maradona no nació (ni murió) santo: fue construido en vida. En eso radica la similitud con el resto del santoral popular.
Pero además, bendito sea, Maradona reina. Porque la palabra Olimpo remite al deporte (los Juegos Olímpicos nacieron en la Grecia Antigua, en la ciudad de Olimpia, y se jugaban en honor al Dios máximo, Zeus), aunque el fútbol no haya brillado en esas competencias. Con más razón. ¿Quiénes son nuestros nuevos dioses y diosas? Otra manera de preguntarlo: ¿Qué tienen en común un futbolista, un mal llamado “pibe chorro” y una cantante de cumbia, para haber ascendido al santoral popular argentino en las últimas décadas del siglo XX? La figura más cercana en el tiempo es Víctor “El Frente” Vital, asesinado por la policía el 6 de febrero de 1999 a los diecisiete años en la villa San Francisco, en la zona norte del Gran Buenos Aires, donde vivía. Un chico ladrón devenido milagrero, su muerte violenta en la adolescencia fue condición de santidad, y fue antecedida en tres años por la de Gilda, la cantante de cumbia muerta a los treinta y seis años en un accidente, cuando el micro que la llevaba volcó en la ruta 12 el 7 de septiembre de 1996. Y aunque tanto El Frente como Gilda murieron casi al morder el nuevo milenio, y su canonización se produjo de manera inmediata, la santificación de Maradona les antecede al menos en diez años. El pibe que no pudo salir de la villa y la maestra jardinera de clase media del barrio porteño de Villa Devoto (el mismo que eligió Diego cuando comenzó su ascenso social) que decidió dar un volantazo para abrazar la cultura popular, son “de nicho”, locales, mientras que Maradona es global, y en eso es comparable con otra mujer: Lady Di. La princesa del país enemigo. Un país protestante, como Inglaterra, que no santifica, al menos no con la intensidad y el sentido con que lo hace el catolicismo. Es necesario aclarar que santos y santas populares son construcciones. Y si en un país como Argentina, en el siglo XIX y hasta la última década del XX, se trató de figuras de cocción lenta, los procesos se aceleraron con los avances tecnológicos y sobre todo, con el poder y el alcance creciente de los medios de comunicación y las redes sociales, verdaderos constructores de santidad. Maradona no nació (ni murió) santo: fue construido en vida. En eso radica la similitud con el resto del santoral popular, pero también la diferencia: Maradona es un santo canonizado antes de morir. Periodistas, camarógrafos, fotógrafos, relatores, comentaristas y conductores de programas deportivos serán los principales forjadores de la santificación en vida de Maradona. Pero también: documentalistas, directores de cine, guionistas, publicistas, muralistas, músicos (en particular rockeros), políticos, hinchadas, el Napoli y “el pueblo (global) entero”. Incluso algunos académicos. Y hasta sus detractores: sus adversarios dentro y fuera del mundo del deporte. Desde el vasco Andoni Goikoetxea, el de la patada que le rompió el tobillo para siempre, hasta Los Pumas en aquel ninguneo final, el de la camiseta negra del 10. Los All Blacks. Él mismo. Todos lo harán, o mejor dicho: lo hicieron. Más aún: todes lo hicimos a Santa Maradona (y el femenino sonoro de Mano Negra que remite a Madonna Santa, la Virgen María, es otro dato a leer). Se sumarán todavía más aportes después de muerto, y ese camino desandará este libro. Pero antes, una hipótesis. El 13 de diciembre de 2020, cuando el cadáver del mejor futbolista del mundo, muerto el 25 de noviembre, todavía estaba tibio (por decirlo de algún modo), la escritora argentina María Rosa Lojo, autora de Cuerpos resplandecientes: santos populares argentinos (Buenos Aires, Sudamericana, 2007), publicaba en el Suplemento Radar del diario Página/12 una columna de opinión donde afirmaba que, para que Maradona deviniera santo consagrado por el pueblo, faltaba algo: milagros post mortem. “Ahora solo falta que Maradona haga otros milagros en la vida de sus fieles. O que estos se los atribuyan”. El título de la nota era una pregunta: “¿Podría convertirse Maradona en un santo popular?”. Lojo explicaba que muchas personas le habían hecho esa pregunta, la del título, a veces con un añadido importante: si era posible la globalización de un “santo pagano a nivel mundial”. Con María Rosa compartimos más de una mesa redonda y presentación conjunta de libros, porque hay temas comunes que nos obsesionan. Y debo decir que me pasó algo similar, pero con una variante. Como soy la autora de Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil (Buenos Aires, Tusquets, 2011), me preguntaron si el Diego iba a convertirse en el próximo santo de las rutas. Y si pensaba escribir algo sobre eso. La última pregunta, varias veces reiterada, encendió la llama. ¿Por qué no? En aquel libro, lancé esta hipótesis: Argentina es un país que construye santos allí donde Estados Unidos fabrica superhéroes. Pero no eran las rutas las que me convocaban ahora. O al menos, no esas rutas. Algo del orden de la intuición se fue configurando como concepto y después como hipótesis: el Diego ya es un santo global. El día que murió, lo primero que me vino a la cabeza entre lágrimas, fue: “Hoy descubrí que la inmortalidad no existe”. Un tuit. Esa fue mi primera ofrenda. El inmortal había muerto. Con más razón: larga vida a la inmortalidad.
El último milagro
Una foto del funeral en Casa Rosada me dio una primera respuesta a la pregunta de María Rosa: un hincha de Boca y uno de River abrazados, caminando juntos de espaldas a la cámara. El milagro post mortem ya estaba hecho. La ritualidad ese día y los posteriores: la confección de santuarios exprés en Fiorito, en La Boca, en Argentinos Juniors, en Rosario y en Nápoles sumó argumentos. Pero había algo más, que llegó con los días: Diego no era un muerto joven, como exige el santoral (su preparador físico, Fernando Signorini, había dicho el 30 de octubre: “En vivencias, Diego tiene 600 años, no 60″, igualándolo a los héroes y heroínas bíblicas), salvo que haya una muerte violenta. Y Diego había muerto de un paro cardiorrespiratorio en una casa, en una cama. Sin embargo… Qué pasaba si en lugar de mirar hacia el futuro para que Diego fuera santificado según lo exige la liturgia popular, miraba al pasado, a los enclaves de ese proceso, marcados en el cuerpo de Maradona como territorio expuesto y expoliado. Y cómo aquel sueño deseante y premonitorio, el del pibe del potrero con habilidades extraterrenales que sueña con ganar un mundial, se vuelve realidad y pesadilla. De esas y otras preguntas se ocupa este libro. Una respuesta lo habilita y antecede. Diego no va a ser un santo popular: fue, es y será santo, superhéroe y Dios. No hice más que triplicar la apuesta. Por eso, porque engloba: Superdios. Un santo, además, laico, también apto para ateos: quiero vale cuatro.
LA NACION