Con el foco puesto en la aristocracia neoyorquina de fines del siglo XIX.
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“Mark Twain fue quien la llamó así en la novela The Gilded Age: A Tale of Today. Y la palabra «dorada» es importante. Porque no es «La edad de oro», es «La edad dorada”. Eso nos dice que todo se trataba de la superficie, de la apariencia de las cosas, de crear la imagen correcta. Fue realmente lo que distinguió a la época”. Julian Fellowes describió así, con la misma maestría con que tensó la cuerda entre los aristocráticos miembros de la familia Crawley y su servidumbre en Downton Abbey, su nuevo objeto de observación: la alta sociedad neoyorquina floreciente tras los horrores de la Guerra de Secesión y protagonista de su nueva serie, The Gilded Age, que llegará a la pantalla de HBO Max el 24 de enero y mostrará al Fellowes modelo 2022 con los cañones apuntados a otros oropeles, otras riquezas y otras culturas.
El escenario es la Nueva York de 1882, y esta vez los aventajados no son británicos envarados y con título nobiliario pegado en la frente, sino una pareja riquísima de hermanas, descendiente de los europeos (neerlandeses, en este caso) que llegaron a principios del siglo XVII a la costa este de los Estados Unidos, hicieron fortunas y forjaron la “vieja” aristocracia neoyorquina. Agnes van Rhijn (Christine Baranski) y Ada Brook (Cynthia Nixon) son fieles exponentes de una estirpe que de a poco se va volviendo rancia, la del “old money”, que se opone al ascenso social de los nuevos ricos, aquellos que surgieron cuando el país se industrializó; sobre todo los popes ferroviarios, convertidos en opulentos señores gracias a la expansión del ferrocarril en todo el territorio norteamericano.
A la casa de Agnes y Ada llega su sobrina para nada acaudalada Marian Brook (la debutante en las grandes ligas Louisa Jacobson, hija menor de Meryl Streep), quien, tras la muerte de su padre, un general de la Unión, viaja a la ciudad en compañía de su amiga, Peggy Scott (la cantante y actriz Denée Benton), una joven afroamericana aspirante a escritora. Pero lo que Marian no adivina es que arribará en un momento álgido: sus tías libran una guerra sorda contra el magnate ferroviario George Russell y la esposa de este, Bertha, sus (escandalosamente) adinerados vecinos, representantes por todo lo alto del “new money”. El matrimonio, a cargo de Carrie Coon (The Leftovers, The Sinner) y Morgan Spector (el pater familias de The Plot Against America), no mide en gastos para poder irrumpir con fuerza en la alta sociedad, algo que para las hermanas es inadmisible. Ya lo dice Agnes en el único tráiler aparecido al cierre de esta nota: “El poder pertenece a la vieja Nueva York, no a la nueva. Los viejos han estado a cargo desde antes de la revolución, hasta que la gente nueva invadió”.
Fellowes esta vez se alió para los guiones con la norteamericana Sonja Warfield, y tiene entre sus colaboradores a Bob Shaw (nominado a un Oscar por El irlandés) en el diseño de producción y a la experta en period drama Kasia Walicka-Maimone como vestuarista, dos rubros que, conociendo la búsqueda de puntillosidad del productor, serán fundamentales a la hora de contar esta historia.
¿Más Fellowes style? Sí, amas de llaves, mayordomos y lacayos con una vida compleja, mucho más que dedicada a la de ser simples sirvientes, lo cual recuerda inevitablemente a su obra magna. Así como un personaje, el Ward McAllister de Nathan Lane, guardián de las costumbres de la vieja aristocracia neoyorquina, que hará que no se extrañe tanto a la mordaz condesa Grantham, el inolvidable personaje de Maggie Smith. Soltar Downton Abbey no es fácil.
Ser y parecer
La época de opulencia que significó “La era dorada” –también de corruptos contubernios entre políticos y millonarios, pero ese es otro tema– se tradujo en los suntuosos gustos de los acaudalados. Entre ellos, el berretín de sentirse la realeza de los Estados Unidos construyendo enormes palacios. El centro neurálgico fue Newport, Rhode Island, donde se encuentran mansiones de miles de metros cuadrados y decenas de habitaciones, sobrevivientes de ese período. Varias de ellas se convirtieron en sets para The Gilded Age: Chateau Sur Mer, The Elms y la emblemática The Breakers, casa de verano del magnate de los ferrocarriles Cornelius Vanderbilt. Pertenecer tuvo sus privilegios.