El legado del filántropo Douglas Tompkins en la Argentina hoy hace foco en la reintroducción de animales para recuperar el equilibrio y la biodiversidad.
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Douglas Tompkins ya estaba salvado cuando decidió despojarse de las tentaciones materiales para seguir los dictados del espíritu. A los 47 años, el fundador del emporio de ropa térmica The North Face vendió sus acciones para encarar otra vida en el sur extremo, donde empezó a comprar enormes porciones de bosques, selvas, praderas, estepas y desiertos chilenos y argentinos. Quería convertirlos en santuarios de una biodiversidad amenazada por la urbanización, el agronegocio y el cambio climático.
El deterioro de los ecosistemas es tan profundo que ya no alcanza con resguardar lo que queda en pie; es necesario recuperar ambientes completos.
Las operaciones del estadounidense en Argentina arrancaron formalmente en 1997, cuando compró la estancia San Alonso, una isla en los Esteros del Iberá. Fue el primer eslabón de una cadena de adquisiciones y donaciones al Estado, que derivarían en la creación de los parques nacionales Patagonia y Monte León, en Santa Cruz; El Impenetrable, en Chaco; Aconquija, en Tucumán; e Iberá, en Corrientes.
A diferencia de inversores como George Soros o Luciano Benetton, siempre defendió su proyecto como una obra filantrópica. En el proceso se ganó enemigos: por negociar con propietarios endeudados, por luchar contra las salmoneras, por las sospechas de querer apoderarse del agua de Argentina, donde pasaba la mitad del año. El 8 de diciembre de 2015 llevaba compradas casi 9000 hectáreas cuando –cruel ironía– murió de hipotermia después de volcar su kayak en el sector chileno del lago Buenos Aires/ General Carrera.
La mano visible
Cinco años antes había impulsado la creación de Rewilding Argentina, una fundación que traza un diagnóstico lapidario: el deterioro de los ecosistemas es tan profundo que ya no alcanza con resguardar lo que queda en pie; es necesario recuperar ambientes completos. El rewilding (refaunación) plantea que algunas especies tienen roles ecológicos tan destacados que deben reintroducirse aun cuando llevan mucho tiempo extintas. Como en Jurassic Park, pero sin humanos en la dieta.
“Se trata de restaurar los ecosistemas para que vuelvan a ser completos y funcionales, con todas las especies que les eran propias y en número suficiente”, aclara desde la cima de una montaña tucumana la coordinadora de proyectos Talía Zamboni. El proceso empieza con la evaluación del ambiente y el rastreo de instituciones que puedan ceder ejemplares. Después de una cuarentena para prevenir enfermedades, los animales pasan un mes aclimatándose en corrales de presuelta. Cuando son liberados, se los monitorea con cámaras trampa y collares con tecnología VHF o GPS para saber dónde están, cómo se adaptan, si tienen cría.
El rewilding (refaunación) plantea que algunas especies tienen roles ecológicos tan destacados que deben reintroducirse aun cuando llevan mucho tiempo extintas.
Hay cierto consenso sobre que estas técnicas deben apuntar más a la recuperación de ecosistemas que a la de especies, además de que entrañan riesgos de mortandad y efectos colaterales indeseados. Cuando se reintrodujeron lobos en Yellowstone, los ciervos se alejaron de las costas, las riberas se llenaron de árboles y los castores empezaron a talar troncos para hacer diques, que terminaron alterando el curso de los ríos. Aunque conocen los riesgos, en Rewilding –donde hacen foco sobre 21 especies– están convencidos de que la ecuación costo-beneficio juega a su favor.
La vida se abre camino
Las luces del Parque Nacional Iberá se posan sobre el yaguareté. Al modificar la cantidad y el comportamiento de presas y competidores, el mayor felino de América era un excelente regulador de biodiversidad, hasta que la cacería descontrolada y los daños ambientales acumulativos dejaron apenas 200 ejemplares en todo el país. Con mínimo contacto humano y un menú de cerdos y carpinchos a disposición, los esteros lucían como un entorno ideal para la reintroducción. Después de distintas cesiones de reproductores desde Argentina, Paraguay y Brasil, en 2018 nacieron Arami y Mbarete, las primeras yaguaretés correntinas en más de 70 años. A principios de 2021, Karai y Porã se convirtieron en los primeros cachorros libres.
Rewilding también apuesta por el regreso de la nutria gigante –hasta mediados del siglo pasado, depredadora tope de ecosistemas acuáticos– y ya logró iniciar nuevas poblaciones de venados de las pampas y pecaríes de collar. El caso del guacamayo rojo, con un plumaje tan atractivo que terminó llevándolo a la extinción hace 150 años, es ilustrativo de los niveles de obsesión que puede demandar el trabajo: entrenamientos de vuelo, ejercicios de reconocimiento de frutos nativos, asistencia a los padres primerizos y seguimiento de los pichones.
En el sur que más amó Tompkins, las estepas del Parque Nacional Patagonia (Santa Cruz) son una nueva esperanza para el puma, el otro predador tope de Argentina, siempre en la mira de criadores de ovejas. “El objetivo es conocer su área de acción y su dieta”, explica Emanuel Galetto, coordinador de conservación del parque. En tres años de monitoreo, solo el 1% de los clusters que permiten identificar su alimentación correspondió a animales domésticos, revelación que podría contribuir a una mejor convivencia entre las partes.
Rewilding también trabaja para conocer mejor los desafíos que afrontan otras dos especies emblemáticas: el huemul, ciervo nativo de la estepa que el hombre corrió a la cordillera, y el cóndor andino, el ave voladora más grande del mundo. Como se alimenta de animales muertos, es esencial para evitar la diseminación de enfermedades. Galetto asegura que su población está bajando por los agroquímicos y los mismos envenenamientos que afectan al puma.
Juntos por el cambio
De las 16 especies de aves marinas que nidifican en Argentina, 13 lo hacen en las islas de la reserva chubutense Patagonia Azul. La explotación de algas para obtener agar (polisacárido usado en la industria alimentaria) deterioró el fondo marino, con graves impactos sobre la cadena alimentaria. Mientras proyecta regenerar las praderas submarinas, Rewilding avanza hacia el objetivo de proteger el 30% del Mar Argentino, amenazado por la sobrepesca y la contaminación. A fines de 2018 se dio un primer paso, con la creación de los parques nacionales marinos Yaganes y Namuncurá.
La fundación también se concentra en Península Mitre, en el final de Tierra del Fuego, donde la unión del Pacífico y el Atlántico aloja especies vulnerables como el huillín y la ballena jorobada. Su conservación es causa nacional. Gracias a su altísima concentración de turberas (colchones vegetales que acumulan agua y oxígeno), es el punto de mayor captura de carbono en el país, crucial en la lucha contra el cambio climático.
La fundación Rewilding Argentina avanza hacia el objetivo de proteger el 30% del Mar Argentino, amenazado por la sobrepesca y la contaminación.
Rewilding encuentra en sus acciones un sentido biológico (asegurar la continuidad genética), moral (no hay ética ni religión que justifiquen la extinción) y cultural (los relatos sobre animales están inscriptos en la memoria colectiva). También económico. “Una vez que hay animales fáciles de ver y el ecosistema se completa, el visitante demanda servicios, y el local es quien mejor puede ofrecerlos”, dice Zamboni. Por eso se promueven capacitaciones para que los vecinos de Iberá armen cooperativas o pymes de guías, transfers, hotelería y gastronomía.
En un emprendimiento propio, la fundación vende safaris, avistajes de aves y salidas de pesca de dorado, “un depredador nato y agresivo, que ofrece una gran lucha”. Hay tres opciones de alojamiento en los esteros, que cobran tarifas en dólares que “se invierten en la continuidad del trabajo de restauración”. Con una red científica sólida, una ingeniería financiera inteligente y una base moral blindada, el legado del filántropo que dejó su vida en la Patagonia goza de buena salud. Tanto como los esfuerzos humanos por reparar nuestros propios daños.