Después de la tragedia, la autora de Elogio del riesgo se transformó en una escritora de culto
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En una playa extensa, salpicada de pinos y dunas, la filósofa y psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle disfrutaba el verano europeo de 2017 con familiares y amigos, gozaba la bonhomía de la compañía amable y el susurro de las olas que cubrían el fondo marino de la Costa Azul, en la bahía de Pampelonne, cerca de Saint-Tropez.
Leía, hablaba por teléfono, caminaba y tomaba sol. Así pasaba el tiempo sobre ese paisaje de arena fina. Hasta que un día, de repente, escuchó unos gritos que venían del agua y decidió zambullirse para ayudar a dos chicos que estaban atrapados en el mar embravecido de Ramatuelle, el pueblo provenzal que marcó su vida.
En 2017, a sus 53 años, la francesa Anne Dufourmantelle se metió al mar para rescatar a dos niños. Los salvó, pero murió ahogada.
“¿Los niños están bien?”, llegó a preguntar a los rescatistas que la sacaron agotada luego de varios intentos. Su cuerpo vencido, tendido en el suelo, enseguida dejó de latir. Tenía 53 años.
“Mi hija vino gritando y me explicó lo que pasaba. Cuando llego veo a los salvavidas en el agua”, recuerda Emmanuelle, hermana de Anne. “Primero ayudaron a los niños. Eran hijos de unos amigos. Los dos se salvaron. Estábamos angustiados porque Anne no podía salir. Y de a poco entramos en pánico. Jamás pensé que en un mar tranquilo como ese pudiera morir”.
Hasta Ramatuelle llegó la psicoanalista Fernanda Restivo, una de las fundadoras de Nocturna Editora, la editorial argentina que traduce la obra de Dufourmantelle desde 2018: “Cuando uno quiere traducir a alguien me parece importante meterse en su imaginario y ese no solo es el lugar en el que Anne murió. No era un sitio de veraneo, sino que allí estaba la casa de sus padres y de su juventud. Me pareció lindo conocerlo. Es un lugar de duendes, de ensueño”.
La muerte trágica de la autora de Elogio del riesgo sacudió a la intelectualidad francesa y conmovió a la pequeña comuna, acostumbrada a los atardeceres poéticos y al ritmo moroso que imponen sus callecitas medievales con forma de caracol en medio de la montaña poblada de vegetación.
La prensa que difundió la noticia enseguida detalló diversos aspectos de su vida. Recordaron el paso por la Universidad de la Sorbonne, donde se doctoró en Filosofía; señalaron que practicó el psicoanálisis en asociaciones y círculos de París, Nueva York y Londres; destacaron su obra ensayística y literaria, el rol como editora para Calmann-Lévy y sus columnas en el diario Libération, además del trabajo con el filósofo Jacques Derrida. Y todas las necrológicas, también, enfatizaron lo mismo. Vincularon de forma automática su concepto de “riesgo” a una lógica épica, de arrojo irreflexivo.
Publicado en Francia en 2011, la edición local del libro vendió más de 3000 ejemplares desde 2019. También se consigue en librerías de España, y Nocturna Editora lo distribuye en Latinoamérica y por todo el mundo. En esta serie de ensayos, Dufourmantelle define el riesgo como aquello que “abre un espacio desconocido”, que aloja la irrupción de lo inédito, una concepción que abraza la contingencia, la sorpresa, lo indeterminado.
“La vida es un riesgo inconsiderado que nosotros, los vivos, corremos”, escribió Dufourmantelle. “Hoy en día, el principio de precaución se ha vuelto norma”.
“La vida es un riesgo inconsiderado que nosotros, los vivos, corremos. Nuestros tiempos se encuentran bajo el signo del riesgo: cálculo de probabilidades, sondeos, escenarios alrededor de los cracks bursátiles, evaluación psíquica de los individuos, anticipación de las catástrofes naturales […]. Hoy en día, el principio de precaución se ha vuelto norma”, escribió la ensayista.
Su pensamiento, entonces, rechaza una vida de garantías y certezas y postula la posibilidad de que se abra una perspectiva en el horizonte, una línea de fuga. A lo largo de su obra reflexiona sobre el amor, la pasión, el deseo, el secreto, la hospitalidad, entre otros temas.
“Imagino que Anne nadaba, conocía esa playa de memoria. Fue con niños que no eran sus hijos y se hizo responsable porque estaban a su cargo”, considera Restivo. “Me parece un error romantizar esa situación llevándola a una práctica filosófica. Para ella el riesgo significaba lo opuesto. El riesgo de estar vivo, vivir sin rechazar lo incierto, lo que la neurosis se empeña en neutralizar y desvitalizar”.
"Para ella el riesgo significaba el riesgo de estar vivo, vivir sin rechazar lo incierto, lo que la neurosis se empeña en neutralizar y desvitalizar."
Fernanda Restivo
La escritora murió el viernes 21 de julio. El martes siguiente la velaron en la casa de Ramatuelle, cercada por un incendio voraz que azotó al pueblo. “Fueron días de una atmósfera muy particular, de colores curiosos y de luces como podrían haber estado en una de sus novelas. Muy bello por el amor de la gente que llegaba y, al mismo tiempo, impresionante por el fuego y el humo que nos rodeaban”, describe Emmanuelle.
En ese escenario de cuento, de realismo mágico, la cantante Clara Ysé, hija de Dufourmantelle, leyó una carta a modo de despedida. Un fragmento dice así:
“Mamá, me enseñaste a alegrarme con cada imprevisto, me enseñaste a decir sí. A sumergir la cabeza en lo invisible y me diste una sed de vivir, una sed de celebrar la vida, que me habita inagotablemente y que es el fundamento de mi deseo de trabajar con la escena”.
¿Cómo no interrogarse acerca de una cultura que ya no puede pensar el riesgo sin convertirlo en un acto heroico o en una locura?, se preguntó una vez la ensayista, que había nacido en París el 20 de marzo de 1964.
“Anne leía andando en la calle”, cuenta Emmanuelle. “Empezó a leer narrativa y filosofía a los 12 o 13 años. Le gustaba mucho montar a caballo. Mi papá era un gran narrador, era increíble escucharlo y Anne era muy creativa. Además, le gustaba bailar. Eso le venía de mi mamá, que trajo el rock y los Beatles a la casa”.
Hija de un suizo viajero, pianista y hombre de negocios y de una francesa amante del inglés y psicoanalista, en la infancia y adolescencia parisina de Anne Dufourmantelle gravitaron y confluyeron un sinfín de mundos que entramaron su personalidad y espíritu curioso.
A menudo, un grupo de personas variopintas conversaban en el salón principal de la casa, quienes conformaban una especie de cofradía misteriosa a los ojos de ella y Emmanuelle. Se trataba de un círculo de intelectuales y científicos amigos de sus padres, un manantial donde fluían ideas efervescentes con referencias a la política, la música, la filosofía y el arte en general.
El contexto hispanohablante de la crianza y los viajes laborales de su padre a Latinoamérica impulsaron sus ganas de conocer el mundo. Anne comenzó a viajar a los 17 años.
Al mismo tiempo, el ambiente del barrio se modificaba y se nutría con la llegada de exiliados argentinos, chilenos y uruguayos, que escapaban de las dictaduras militares. En aquel entorno aprendieron a hablar español antes que francés porque en esa casa, considerada “rara” por los vecinos, vivieron junto a Consuelo y Ángel, una pareja de españoles. Ella hacía las tareas del hogar y él era trabajador de Renault, líder sindical y comunista cristiano, muy cercano a la teología de la liberación, corriente que se inclinaba por un Evangelio a favor de los pobres.
Si el hogar parisino significó un mundo vibrante de permanente circulación, la vida en la casa de campo, en las afueras de la capital, era menos densa con hábitos estables. En ese refugio familiar, Anne entretenía a su hermana menor con cuentos que inventaba mientras el padre estaba ocupado. Ella vivía el relato y diseñaba el vestuario de los personajes. En todo ese imaginario prodigioso influyó el amor por los idiomas. Además de español y francés, Anne hablaba inglés, ruso y entendía el italiano.
El contexto hispanohablante de la crianza y los viajes laborales de su padre a Latinoamérica impulsaron sus ganas de conocer el mundo. Anne comenzó a viajar a los 17 años. México fue su primer destino. Visitó Cuernavaca, la Ciudad de México y otros sitios. Más adelante se fascinó con India, Indonesia, el Tíbet y Nepal.
"Algunos textos, como Elogio del riesgo, tienen una potencia tal que cambiaron la vida de sus lectores, hasta provocarles una transformación radical."
Charlotte Casiraghi
Su verdadero apellido es Dunand. Del pintor Bruno Dufourmantelle, padre de sus dos hijos mayores, Clara y Gabriel, tomó el apellido. Junto a ellos vivió varios años en Colombia. Con su última pareja, el editor Frédéric Boyer, tuvo a Maud, una niña que heredó de su madre la pasión por los caballos.
El vínculo con México siguió estrecho y cercano. El sello local Paradiso Editores fue el primero en difundir su obra en español. En 2015 publicó Elogio del riesgo (Nocturna Editora hizo una coedición en 2019). En 2018, la editorial argentina había lanzado En caso de amor y, en 2020, Inteligencia del sueño. En breve, Potencia de la dulzura, en conjunto con Ediciones Archivida, estará en las librerías, y en septiembre de 2022, La mujer y el sacrificio.
“Tengo los libros de ella siempre a mano, los abro seguido”, dice Alexandra Kohan, psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UBA. “Me impacta su enunciación amorosa, que aloja al lector sin ser condescendiente con él. No es una enunciación habitual. Escribe mientras piensa, no lo tiene todo pensado. Me gusta mucho, además, el modo en que ella está inserta en eso que dice. También la afecta lo que está pensando. No está afuera, está concernida. Su escritura poética también tiene que ver con ese modo de pensar”.
La editora francesa Lidia Breda publicó en la editorial Payot nueve libros con Dufourmantelle. “Potencia de la dulzura es la obra más importante de Anne porque encontramos toda la delicadeza y potencia de su pensamiento luminoso”, evalúa.
La poeta Karina Macció tradujo con Restivo En caso de amor e Inteligencia del sueño. Cuenta que fue una tarea indispensable, hermosa y ardua, desafiante a cada paso, un viaje a las posibilidades extremas de la lengua francesa.
“Anne construye oraciones inmensas que van cambiando su referente, se vuelven polisémicas, laberínticas. En otras oportunidades, la frase es corta, contundente, se acumulan imágenes, sonoridades”, describe. “Cuando te metés en su lengua, que es su estilo, se va revelando el entramado de un pensamiento que abre posibilidades, que sugiere, que te lleva como en un encantamiento y, de pronto, te deja al borde con una pregunta. Traducir es siempre para mí una experiencia corporal porque así experimento mi propia escritura, desde el cuerpo, con toda su materialidad. Algo te suena, reverbera, te impacta. En el caso de Anne, la escritura construye escenas muy vívidas, aun cuando en ellas abunde la transmisión de conceptos del psicoanálisis o de la filosofía. Por eso, en el trabajo de traducción nos importaba lograr esa vida en la letra, un movimiento que hace ligera y, a la vez, profunda la lectura, esa musicalidad tan particular que compone y es capaz de enamorar a quien del otro lado está leyendo”.
Dufourmantelle visitó la Argentina en dos oportunidades. En 2014 participó de una jornada que organizó Convergencia (Movimiento lacaniano por un psicoanálisis freudiano) y en 2016 expuso en la Noche de la Filosofía.
Las psicoanalistas Luciana Grande y Amalia Federik y la gestora cultural Ariadna Mierez son los otros pilares de Nocturna Editora, un grupo de trabajo que se formó para leer la obra de la ensayista sin pensar en fundar un sello editorial.
La historia es así. Dufourmantelle visitó la Argentina en dos oportunidades. Restivo la escuchó sin saber quién era en una jornada que organizó Convergencia (Movimiento lacaniano por un psicoanálisis freudiano) en 2014. Recuerda el impacto del discurso sin jerga psicoanalítica, el pensamiento heterodoxo, el relato vibrante que componía y pensaba en vivo y ponía en juego un repertorio de ideas.
Entonces averiguó el nombre de aquella mujer sonriente de perfil bajo y se dio cuenta de que su obra era inhallable, casi desconocida en español, pero con más de 20 libros en Francia. Entonces consiguió En cas d’amour y le pidió a una amiga, experta en francés, que se lo leyera. Deseaba comprender los hilos que tramaban esa escritura, esa poética que había visto en acto. “Con Amalia y Luciana nos pusimos a estudiar el libro, que era una bomba. Es un conjunto de relatos clínicos de experiencias de análisis que plantean al amor como desgarro de origen. Queríamos publicarla, pero no sabíamos nada del mundo editorial”, afirma.
Más adelante consiguió el correo electrónico de la escritora. Le contó que escuchó su ponencia en Buenos Aires, detalló el efecto transformador que tuvo en ella, resaltó el deseo que tenía con un grupo de amigas de publicarla en español y aclaró que no eran traductoras profesionales, que no contaban con una editorial.
Dufourmantelle respondió que estaba conmovida, que el español era su lengua del corazón. Consideró, también, que una traducción se enriquece al pasar por muchos cuerpos. “Van a darle más vida a mi libro y se volverá más fértil”, opinó. Y, finalmente, se conocieron en 2016 cuando la ensayista visitó la Argentina y participó de la Noche de la Filosofía.
Por ese tiempo, Dufourmantelle estaba abocada y comprometida a ayudar a consolidar y difundir los Encuentros Filosóficos de Mónaco, una iniciativa que surgió en 2015 de la mano de Charlotte Casiraghi, hija de la princesa Carolina de Mónaco. Es un espacio estable de conferencias y talleres mensuales que busca acercar la filosofía a públicos más amplios desde el sur de Francia.
“Alojar lo nuevo, lo inédito, es aterrorizante para la psique, ya que ningún paso está nunca asegurado”, escribió la ensayista en En caso de amor.
“Anne renovó profundamente el acercamiento al psicoanálisis. Lo volvió más corporal y capaz de captar las zonas de la palabra herida, escribiendo libremente, apoyándose sobre la poesía y la ficción”, considera Casiraghi. “Algunos textos, como Elogio del riesgo, tienen una potencia tal que cambiaron la vida de sus lectores, hasta provocarles una transformación radical. Interrogó, sin cesar, la relación entre la libertad y la fatalidad, y ese pasaje de una a la otra tan difícil de entender. Hizo una filosofía de la metamorfosis”.
“El pacto analítico es una lengua secreta que jamás se intercambia, no es un sermón ni una promesa, no se puede desdecir, eso se produce o no, eso tiene lugar o no, ni una cosa ni la otra lo pueden decidir, es el genio de ese lazo que llamamos “transferencia”, quien decide es su genio propio. Y esto desborda tanto al analista como al paciente. Ambos sumergidos en la oscuridad. A tientas, buscando algunos reparos como Don Quijote y Sancho Panza en la locura ordinaria de los tiempos. Alojar lo nuevo, lo inédito, es aterrorizante para la psique, ya que ningún paso está nunca asegurado”, escribió la ensayista en En caso de amor.
Casiraghi destaca la actitud receptiva y “fuera de lo común” de Dufourmantelle, su “serenidad luminosa y contagiosa” y que siempre le impresionó la forma profética que tenía de presentir el porvenir. “Tuvo un impacto enorme en mi vida. Me animó a escribir, a estudiar filosofía, a escuchar mi propia sensibilidad. Me ayudó a confiar en mí misma. Pienso seguido en ella, me inspiro constantemente en sus textos, las palabras que me dijo siguen guiándome. Le debo mucho”, agrega.
“Nuestro lugar eran los cafés. Encontrarnos en un café. En algún momento era un lugar de té al que nos llevaba mi mamá. Íbamos las tres”, dice Emmanuelle. “El cine también nos unía mucho. Tuvimos una cultura cinematográfica muy grande. Íbamos a los cines de barrio, veíamos cuatro películas seguidas de un director. Y, después, al café a charlar. Me doy cuenta de que fueron lugares de intercambios muy importantes”.
Los escenarios varían según las épocas y preferencias. El café Le Bonaparte, con su típica terraza parisina, era el que elegía Emmanuelle a menudo; su hermana, en cambio, se inclinaba por La Grille en el último tiempo, ubicado debajo de su consultorio minúsculo, ideal para conversar y tomarse un respiro entre paciente y paciente.
Los recuerdos se precipitan y Emmanuelle dibuja con palabras la geografía emotiva de una París y de un Ramatuelle que compartió con su hermana, una cartografía íntima que las une, un recorrido que evoca complicidad y una disposición a lo inesperado.
“Cuando hablo de Anne me da alegría, tengo la sensación de que revive. Me pone contenta exponer sus libros, traducir su obra o trabajar con artistas que la han querido muchísimo. Es maravilloso, como una forma de continuar la conversación”.