Antes de ser escritor y profesor universitario, el autor fue trabajador de la construcción
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Lo personal es político (y poético). En ese lugar escribe la voz autora de este Diario de un albañil, publicado recientemente por Caballo Negro editora. Mario Castells (Rosario, 1975), escritor, traductor del guaraní y poeta, pero antes albañil –oficio familiar al que se afilia orgulloso como a su ascendencia paraguaya–, construye un diario personal que tiende más a desplegarse hacia los otros que hacia una épica propia. Cada entrada, sin fecha precisa más allá del contexto político-económico (la hiperinflación de 1980, el menemismo, la macrisis), deviene crónica o retrato de entrañables y temibles compañeros de trabajo, la vida en las obras, las changas y los asados de los viernes, sin una gota de idolatría, pero tampoco con la mirada de un turista de paso.
Castells escribe con el cuerpo y la lengua de una identidad habitada: hijo de los paraguayos en diáspora, de un padre que fue obrero poco tiempo y rápidamente contratista y referente de su colectividad, su infancia y su poética se hallan en el patio que recuerda, con los trastos y herramientas típicas y juntadoras de mugre del arte de la construcción. La voz narradora de este diario renuncia al viaje etnográfico que puede tentar su actual oficio de letrado. Una de cal y otra de arena, podría decirse, su lenguaje resulta una mezcla que sabe unir la alta literatura y la jerga y los giros de un habla callejera, lumpen y florida: “Cómo quisiera volver a tomar esa caña clandé, que algunos detractores decían que, a veces, venía con algún fragmentito de nenúfar (por un afán rubendariano me gusta decir nenúfar y no aguapé o camalote). No esa puerqueza del Tres Leones o la Fortín. No, ¡caña! Caña del Paraguay, la bebida más rica que dio todo el cono sur y que el contrabando aniquiló, salvo en las casas de esmerados cultores, gente grande, que todavía (con miel, con frutitas de palmera jata’i) sigue elaborando el elixir de la guaripola”.
Pormenorizando anécdotas de tíos, padre, compañeros y de “altos personajes” que fue conociendo, Diario de un albañil no se ahorra críticas al machismo de sus congéneres y tampoco al nivel de precariedad laboral de ese rubro: “Miles de muertes de obreros que no son sino un número estipulado en un documento excel como costo laboral”, apunta. Pero también este diario tiene lugar para la ensoñación, la nostalgia y la belleza robada (“parasitada”, dice el propio autor) de las conversaciones en las que surgen las historias que escribe. Como la de Roque, un tío que hubiera querido seguir siendo campesino; la de Papi, otro familiar que llegó a ser un cantante rosarino muy popular; o la de Jorge, un pescador que prometió su vida al Gauchito Gil a cambio de salvar la de su hijastro. “A mí lo que me gustaba, sobrino, era ver los campos verdes de septiembre, el maíz alzando sus penachos en la chacra del rosado nuevo, ahí por el Piraguasú costa, el sol de primavera y las blancas playas de la laguna Sirena”, le confiesa Roque al joven Marito.
Autor también de El mosto y la queresa, novela ganadora del Premio Provincial Ciudad de Rosario en 2012, y de la crónica Trópico de Villa Diego, entre otros libros de relatos y ensayos, en esta oportunidad, Mario Castells enriquece el género diario en múltiples direcciones: la memoria colectiva, la denuncia, los vínculos humanos, el lenguaje que asoma entre dos idiomas, la materia prima no trascendente de estas ásperas vidas en las que refulge lo inmanente, materia de la poesía.