De todos los géneros literarios, hay épocas en las que prefiero las biografías. Leo una atrás de otra, como si fueran volúmenes de una misma saga. Especialmente cuando el mundo –a veces el propio, a veces el compartido con millones– se pone áspero. No sé qué especie de consuelo me da leer sobre vidas ajenas, pero sé que funciona. Como si poner las historias en perspectiva relativizara lo que creemos imposible de superar o resolver.
Ahora, por ejemplo, tengo a mano la de Natalia Ginzburg, escrita por Maja Pflug y editada por Siglo XXI. El título es Natalia Ginzburg, audazmente tímida: nacida en Italia en medio de la Primera Guerra Mundial, de familia mixta católico-judía, pero laica, viuda del pensador Leone Ginzburg (víctima del fascismo), Natalia se inició como escritora de manera silenciosa, casi doméstica, y se terminó convirtiendo en un nombre imprescindible de la literatura del siglo XX: con leer Léxico familiar o La ciudad y la casa alcanza para comprobarlo.
Fue una madre fuera de las convenciones que protegió a sus hijos con mudanzas y exilios internos (uno de ellos es el historiador Carlo Ginzburg), tuvo amores y amistades que desafiaban las reglas de la época, formó parte de la célebre editorial Einaudi junto a Cesare Pavese, e Italo Calvino pedía que fuera ella quien leyera sus manuscritos. Si como ensayista iba en contra de la corrección política “con una inteligencia diferente”, como diputada dejaba a todos boquiabiertos con sus intervenciones parlamentarias. Natalia era tímida –más bien seca o dura, dirán algunos–, pero valiente y tenaz: condición necesaria para que una mujer pudiera decidir y elegir su destino habiendo nacido mujer.
Pensaba en mi abuela, casi contemporánea (apenas ocho años más joven). A mi abuela le hubiera gustado ser escribana como su padre, pero él decidió que su futuro sería el magisterio: fue una gran docente y llegó hasta directora, amaba su trabajo. Aun así, siempre se preguntó qué hubiera pasado si. Sus dos hermanas también fueron docentes. Al único que se le concedió ir a la universidad para heredar la profesión liberal fue al hermano varón.
¿Cuántas cantantes pop mujeres hay ahora que la rompen y que, seguramente, crecieron admirando a Madonna? Muchas, por suerte. Cada vez más.
A mi abuela también le hubiera gustado manejar y nadar, pero su marido decidió que era muy nerviosa para aprender y que, por su seguridad, su destino sería el asiento del acompañante (aunque el auto estuviera a nombre de ella). Y, al mar, entraría siempre de la mano de él.
Supongo que la mayoría de las abuelas nacidas a comienzos del siglo XX se parecen más a la mía que a Natalia Ginzburg, y por eso las de mi generación, testigos de esas sumisiones de madres y abuelas, nos aferrábamos a las pocas figuras que nos decían “chicas, hagan lo que quieran, lo que deseen”. Yo, por caso, quería ser Madonna. Todas queríamos ser Madonna. ¿Cuántas Madonna había en los 80? Una. ¿Cuántas cantantes pop mujeres hay ahora que la rompen y que, seguramente, crecieron admirando a Madonna? Muchas, por suerte. Cada vez más.
Cuando a los 8 años Inés De Los Santos le preguntó a su madre por qué había un Día de la Mujer, ella le respondió que era así porque el resto de los días eran de los hombres. No es casual, entonces, que la tarde que descubrió que la coctelería podía ser un trabajo como cualquier otro –y uno que terminaría apasionándola–, Inés tenía enfrente a un hombre: el gran Julio Celso Rey. Si hubiera querido, Inés no habría encontrado a una Julia Celsa. No había.
Lo mismo le sucedió a Esther Feldman, a quien entrevistamos en esta edición. A mediados de los 90 tuvo que tomar una decisión: o seguir la carrera académica en Letras o zambullirse en el mundo de la televisión como guionista. ¿Qué hacer? ¿Con quién consultar? ¿Dónde estaban las otras guionistas? Esther sería casi la única escritora de televisión durante muchos años, acaso la mejor entre sus pares varones. Éxitos imprescriptibles como Okupas llevan su firma.
Natalia, Inés, Esther fueron la excepción a la regla: por personalidad, por contexto, por prepotencia de trabajo, por pasión y deseo. Fueron audaces a su modo. Fueron pioneras y hoy se convirtieron en referentes, lo que me parece más que alentador: si ellas estuvieron primero, significa que después vinieron y vendrán muchas más. Para que perseguir un deseo no dependa de la fuerza personal, sino de las posibilidades colectivas. Me digo mientras de fondo, en la televisión, muestran imágenes de una marcha de mujeres en Afganistán y me ilusiono con la idea de que, esta vez, no puedan contra ellas.
*Directora de Brando