El programa que encendía fantasías en adolescentes y veteranos
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La promesa de calentar la noche se develaba irrechazable en el gélido invierno atlántico. “¡A la perinola!”, decía el viejo en reversión de la dinámica televisiva: antes de ver el tape, no después. Es que no había sorpresa ni intriga en Italia per adulti, el programa de los sábados a la madrugada en el videocable de Mar del Plata, donde pasaba las vacaciones de invierno: acaso advertido de la inconveniencia de fumar en un lugar inflamable, el viejo usaba una birome de cigarro sentado en medio de la escenografía austera de escritorio y lámina de la península. Y durante una hora, que acababa de manera precoz, presentaba videos pirateados de los shows de la RAI, donde las bailarinas siempre terminaban con una, o dos, de las tetas al aire y él aplaudía con la excitación manual de las focas y un latiguillo célebre: “¡Y de paso, cañazo!”.
Cada sábado a la madrugada, el conductor Tony Antrilli calentaba la pantalla con Italia per adulti en el videocable de Mar del Plata.
Más chicas, más chicas, más chicas: el viejo Tony Antrilli celebraba cada número con la energía juvenil de un Mötley Crüe. Y entonces ponía play: con la música de Nicola Di Bari o Domenico Modugno o Mina, la espectacularidad de los escenarios de la RAI se lucía a todo culor (perdón). Las coreografías vagamente eróticas terminaban en lo invariable: el desnudo parcial de la bailarina, apenas unos pocos centímetros cuadrados de piel al descubierto que, años más tarde, le costarían la reputación a Janet Jackson. De vuelta al estudio, Tony fumaba la birome y hablaba con el acento de los tanos del puerto, pero no mucho porque había que ir rápido al siguiente video, un baile más y otra teta develada. Eran segundos valiosos de televisión para la época en que algunas revistas colgaban de los kioscos envueltas en bolsitas de plástico negro. Entonces Italia, ya no por las tetas, sino por las canciones y el mito de paraíso imposible que nos proponía, se insinuaba como la tierra prometida del dolce far niente (escribo estas líneas el día que se conoce la muerte de Raffaella Carrà y pienso cuánto hay de común entre sus temas, la picaresca de los 80 y Mar del Plata: en sus madrugadas televisivas, la ciudad más feliz llevaba al hogar trasnochado lo que Olmedo y Porcel hacían en el teatro de revistas).
No hay nostalgia en el recuerdo: Italia per adulti era un cocoliche. Y ni hace falta decir que hoy sería cancelado. Pero en las chicas de la RAI, y en los bailarines que las acompañaban y no disimulaban los colores de su plumaje, muchos de los que pasábamos las vacaciones de invierno en Mar del Plata descubrimos las primeras señales del deseo, y en Tony, a un sucedáneo de esos tíos que en los cumpleaños, con un vasito de moscato y la voz rasposa, decía “vení, pibe” y enumeraba todo lo bueno que tiene Italia: el queso parmesano, los zapatos de cuero y el culo de Sophia Loren.