Inaugurado en 1936, fue diseñado por un arquitecto tucumano.
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Si esta imagen fuera una obra literaria se podría asegurar que la historia es una sinécdoque, un recurso estilístico que se usa para mostrar el todo por la parte o la parte por el todo: no hace falta ser un experto para reconocer que ese rectángulo blanco es el Obelisco, aunque no se vea completo.
Con motivo del aniversario 400 de la primera fundación de Buenos Aires, el intendente Mariano de Vedia y Mitre decidió encargar un monumento. De ahí surgió el Obelisco. En febrero de 1936, el decreto de la construcción se refería a una obra “que señale al pueblo de la República la verdadera importancia de aquella efeméride. Que no existe en la ciudad ningún monumento que simbolice el homenaje de la Capital a la Nación entera”.
Diseñado por el joven arquitecto tucumano de 37 años Alberto Prebisch –también autor del Teatro Gran Rex–, el Obelisco es un trapecio con terminación en forma de pirámide e interior hueco que mide 67,5 m de alto y tiene una base cuadrada de 6,80 m de lado. En su interior solo hay una escalera recta de 206 escalones con siete descansos hasta la cúspide.
El Obelisco fue una obra polémica. Muchos lo llamaban “adefesio” y “bodrio”. Incluso, tan resistido fue que tres años después de inaugurado, el Concejo Deliberante sancionó su demolición, decisión que fue vetada por el intendente de aquel momento. Hoy, en cambio, es un punto de encuentro social, deportivo y político. La más clásica postal porteña.