A 22 años de su estreno, se presenta la cuarta entrega de la saga que creó una nueva mitología y cambió el modo de filmar el cine de acción.
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Tengo un problema: muchas películas que hoy me parecen absolutamente geniales, incluso obras maestras, no me gustaron cuando las vi en su estreno. También viceversa, pero menos. La lista incluye La guerra de los Roses, Cuando Harry conoció a Sally..., la primera Batman de Tim Burton y varias más. La más notable es Matrix, de cuyo estreno pasaron (ya) 22 años. Veintidós. Recuerdo que me pareció una gansada y que los que estábamos en la sala de Metrovisión ese día (no muchos) pensábamos más o menos lo mismo. Me consuela saber que todos esos “no muchos” hoy revirtieron a la misma posición que yo: Matrix es una obra maestra.
Es una categoría mal usada, es cierto. Pero cabe aquí: la película de las hoy hermanas y entonces hermanos Wachowski tomaba el gran tema del nuevo siglo (la vicaria vida en lo digital, el estatuto de la realidad) y construía, a partir de otras mitologías (notablemente la del cuento de hadas) una mitología nueva. La historia de una sociedad que es una simulación y la llegada de un héroe que puede manipularla a voluntad y así liberarnos de ser zombis conectados a lo virtual innovó no solo en tema, sino también en forma: nunca más se volvió a filmar la acción como en aquel momento.
Pasemos de largo por las dos continuaciones de 2003, también de les Wachowski, que eran bastante confusas. Después de eso, hicieron tres películas más que notables: Meteoro, Cloud Atlas y El destino de Júpiter.
Ah, pero Matrix. En días se estrena Matrix-Resurrección, que vuelve al mundo original de la historia. Pasó de todo con Keanu Reeves, que en las imágenes se parece más a John Wick que a Neo. Pasó mucho con les Wachowski, que no solo cambiaron de género, sino que militaron y militan una libertad emocional y física absolutamente imaginativa (vean la abortada, pero fascinante Sense 8, la serie que crearon para Netflix). Por alguna extraña razón, al volverse más sabies cinematográficamente, también se volvieron más inocentes, más juguetones, menos atades al adocenamiento que hoy corroe desde dentro el sistema del blockbuster. Y ahora, además, queremos tanto a Neo.
Vuelven todos, incluso Morpheus, que ya no es Laurence Fishburne, sino Yahya Abdul-Mateen II. Aquí, el asunto es ver a un Neo, o más bien Mr. Anderson, grande, vencido, tomando la pastilla azul a repetición para soportar la realidad. El tráiler nos muestra de paso a Neil Patrick Harris como un psicólogo que atiende al –al parecer– atribulado héroe, y luego escenas de acción. Pero hay dos diferencias respecto de aquella primera trilogía que me gustaría comentar con ustedes.
La primera, que la directora ahora es una sola, Lana (ex-Larry) Wachowski, aunque ambas figuran como creadoras de los personajes y de ese universo con sus reglas. La segunda es mucho más interesante: los colores. En Matrix, los colores más metálicos y las luces más sombrías correspondían al mundo “real”, donde los humanos son esclavos dormidos de las máquinas, ese mundo en tinieblas permanentes y vida bajo tierra, mientras que los tonos más verdosos, brillantes y glaucos correspondían a la falsa realidad de la matrix. En el tráiler, los colores son una combinación de verdes y naranjas que parecen hablarnos más de jugar que de preocuparnos.
Había algo de esto en el plano final de la primera película, con Neo transformado en un Superman con trajes de Armani (el diseño de indumentaria de Matrix estuvo en exhibición en el Guggenheim en 2001). Porque se trataba de pelear con elegancia, y ese contraste de la alta moda para agarrarse a trompadas no dejaba de tener algo de satírico, de lúdico. En gran medida, dicho sea de paso, el cine de superhéroes habría sido imposible sin este film.
Sospechamos –esto se escribe mucho antes de que podamos acceder a una proyección de prensa– que la película trata no sobre el mito Matrix, sino sobre cómo volver a vivir, a jugar, a enamorarse cuando ha pasado el tiempo. “Resurrección” es la palabra, volver a vivir, justamente. No parece ser mal tema para un estreno de Navidad.
Rodaje en pandemia
Fue complicado filmar la película. En principio, porque Lana Wachowski no usó segunda unidad (la otra cámara que suele filmar con dobles las secuencias de acción), sino ella misma. Y porque el rodaje se detuvo ante el estallido de la crisis por el covid-19. De hecho, Lana quería dejar la película inconclusa, algo así como un film “mítico”. Fue el cast el que le pidió que la terminase. Así, contra varios pronósticos (y la negativa de Lilly, que no quiso seguir la historia), llegará a las pantallas.