La actriz y cantante explica cómo construyó una carrera que combina popularidad y prestigio
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A mediados del año pasado, en plena pandemia y a sus 43 años, Natalia Oreiro volvió a vivir en Montevideo. Después de un poco más de un cuarto de siglo, y gracias a su trabajo como presentadora de Got Talent Uruguay, está de vuelta en su ciudad natal, esa que dejó atrás a los 16 años para formarse como actriz del otro lado del charco. Y está feliz. “No es que no viniera nunca, porque mis padres viven acá y viajaba seguido a visitarlos. También pasé un tiempo cuando filmé Miss Tacuarembó, pero eso fue hace bastante. Y tuve una casa en Carmelo durante más de 10 años, pero la vendí”, explica. “Pero, ta. Cuando empecé a conducir el programa, por la pandemia no podía ir y venir. Entonces pasé bastante tiempo acá y me reencontré con esa cosa de pertenencia. Porque si bien siempre me sentí muy uruguaya estando en Buenos Aires, o en cualquier parte del mundo, quizás me faltaba hacer esta experiencia. Y, estando acá, fui a muchas casas donde vivimos con mis viejos, más allá de la del Cerro: en el Prado y en el Brazo Oriental. Y también fui a distintas playas a las que iba cuando era chica. Y a los juegos del Parque Rodó. La ciudad está hermosa, la rambla está llena de gente. Y eso me encanta”.
Eduardo Galeano decía que en Montevideo la gente no se psicoanaliza porque tiene la rambla. Natalia no puede escaparle al embrujo de esa ciudad que mira al mar dulce. “La rambla es de todos los ciudadanos, y no del que la compra”, celebra. “Eso hace que el montevideano, cuando termina de trabajar, se pueda ir un rato a tomar unos mates, a caminar, a andar en bicicleta… Algo que en Buenos Aires no sucede, a pesar de que tiene una costa enorme. Porque está construida al revés, y a veces parece impenetrable. Ver la puesta del sol, acá, es precioso”.
–¿Y estás aprovechando la rambla?
–Estoy filmando muchas horas, y además estoy retomando Got Talent. Pero la tengo enfrente y mi departamento tiene vista a la Bahía. Por los protocolos del rodaje, me hacen un hisopado día por medio, así que con mucho cuidado y tratando de encontrarnos siempre al aire libre, la estoy aprovechando y estoy viendo mucho a mis padres.
Es viernes a la noche, pero para Natalia (hiperactiva, inquieta, ultraprofesional) no implica necesariamente un momento de relax. Interrumpe la charla para pedir su cena (“la misma de siempre, Rosinha, por favor”, solicita por teléfono de línea). Y al día siguiente continuará con el rodaje de Iosi, el espía arrepentido, bajo la dirección de Daniel Burman y Sebastián Borensztein. La serie, en verdad, transcurre en Buenos Aires, pero por cuestiones logísticas se trasladó su rodaje a Montevideo y tiene previsto su estreno para algún momento de 2021.
Basada en el libro periodístico de Horacio Lutzky y Miriam Lewin, cuenta la historia de un oficial de la Policía Federal que en los 80 se infiltró en la comunidad judía y transmitió información que luego sería utilizada en el atentado a la embajada de Israel, de 1992. El cast incluye a Carla Quevedo, Juan Leyrado y Alejandro Awada. Una producción que parece marcar un nuevo mojón en el que fue uno de los objetivos que se ha trazado Natalia al momento de moldear su trabajo: el equilibrio y la conjunción entre lo popular (“la masividad”) y el prestigio, la crítica, la intelligentsia.
“Tiene que ver con una evolución natural. Independientemente de la vocación que uno tenga: la experiencia de vida, los años, los gustos… –reflexiona del otro lado de la pantalla–. Entiendo que en esencia seguimos siendo siempre las mismas personas. A no ser que nos traicionemos y cambiemos por comodidad, por aburrimiento, por una ambición no sincera”.
"En cuanto empecé a golpear y hacer castings, no encontré del otro lado un prejuicio para conmigo."
Natalia Oreiro
Natalia, en los inicios de su carrera, le dijo que sí a todo. De hecho, su primer protagónico fue 90 60 90 Modelos. “Ese fue el descubrir, el despertar, el disfrutar de todo. Pero después empecé a conocerme y empecé a saber en qué cosas me siento más cómoda. También comprendí que si uno se queda siempre en un mismo lugar, ese lugar termina por abandonarlo a uno. Por eso, creo que debe de ser a la inversa. Quizás suena un poco trillado, pero obviamente soy quien soy por lo que construí, por lo que fui. Al principio, como te decía, es todo «sí». Pero después empezás a construir con los «no» y con correrse sistemáticamente del lugar en el que los otros te quieren poner”.
–¿Fue sencillo ese proceso?
–En algún momento me costó más ese pasaje, pero fue una decisión mía dejar de hacer televisión durante un tiempo y empezar a hacer películas independientes. Así salieron Las vidas posibles (2006, Sandra Gugliotta); Francia (2009, Israel Adrián Caetano); Infancia clandestina (2012, Benjamín Ávila) y Wakolda (2013, Lucía Puenzo). Fue como una búsqueda de decir «para que yo pueda hacer esto, los directores tienen que saber que yo puedo hacer esto». El medio está más abierto que uno mismo. En cuanto empecé a golpear y hacer castings, no encontré del otro lado un prejuicio para conmigo. Por el contrario, encontré una muy buena aceptación. Y después otro director vio mi trabajo, y por suerte se empezó a correr la bola.
El viernes 18 de mayo de 2001, en la víspera de su cumpleaños número 24, el Movimiento Sexy –un colectivo de artistas uruguayos que había desembarcado en Buenos Aires para realizar varias actividades– celebró con una performance el onomástico de Natalia Oreiro en el Centro Cultural Recoleta. A la hora del crepúsculo, Natalia se apareció por allí y conoció a algunos de sus integrantes, entre ellos Dani Umpi y Martín Sastre, que se convertiría en su mejor amigo y colaborador de varios proyectos.
“Me habían mandado la invitación, pero no sabían si iba a ir o no”, recuerda Natalia con una sonrisa. “Me encontré con una piñata de tampones (en alusión a la propaganda que había protagonizado a los 12 años, su primera aparición rutilante en los medios); con un colchón, porque mi viejo vendía colchones, y un montón de otras cosas relacionadas con mi vida”.
Ese día, Martín le entregó a Natalia el manuscrito de Miss Tacuarembó, la novela entonces inédita de Dani Umpi. “Queremos hacer una película y yo voy a ser el director”, le dijo.
"Empezás a construir con los «no» y con correrse sistemáticamente del lugar en el que los otros te quieren poner."
Natalia Oreiro
Natalia nunca lo leyó, pero pocos años después, en la vidriera de una librería palermitana que solía frecuentar, distinguió un libro chiquito. Lo primero que le llamó la atención fue el color de la tapa, fucsia radiante, pero cuando vio el título se acordó de aquel manuscrito que le habían entregado unos años antes. Compró el libro y se lo devoró. Y esa misma noche consiguió el teléfono de Dani Umpi.
“Ah, ¿cómo estás?”, le dijo Dani. “Martín anda con ganas de hacer la película, pero se fue a vivir a España”.
Natalia llamó al director a Madrid y le dijo: “Hola, Martín, soy Natalia Oreiro. ¿Te acordás de mí? Tenías razón, leí la novela de Dani y quiero que hagamos la película”.
Al poco tiempo, Natalia viajaba a Madrid por un trabajo y arregló para quedarse unos días en su casa. “Nos hicimos amigos y empezamos a buscar financiamiento”, evoca Natalia. Les llevó siete años, pero finalmente consiguieron productores. El problema es que esos productores tenían la idea de hacer una película pochoclera, para estrenar en vacaciones de invierno. Y ellos, Natalia y Martín, se horrorizaban porque entendían que los niños estaban lejos del público cautivo de esa historia, pensada para nostálgicos (“mayores de 30”) y miembros de la comunidad LGBTI. Natalia encarnó dos papeles y el proceso de edición fue arduo (“nos metíamos a la noche para agregar escenas que habían sacado”, recuerda Natalia). Ni ella ni Martín quedaron demasiado contentos con el resultado. “La convirtieron en una demencia. Tenemos la fantasía de, en algún momento, conseguir los derechos y volver a editarla: hacer la versión real de Miss Tacuarembó, que es un poco más oscura”.
–Martín dirigió también Nasha Natasha (2020), el documental que hace eje en tus conciertos en Rusia que fue furor en Netflix. ¿Por qué se hicieron tan amigos?
–Porque somos contemporáneos, somos uruguayos, nos gustan las mismas cosas. Y la pasamos muy bien juntos. Somos fanáticos de Alf y del Superagente 86. Nos gusta la misma música y amamos a los Ramones. Somos muy parecidos en un punto.
Ese acercamiento con artistas del under ha sido (y es) una constante en Natalia. “Es que cuando yo llegué a la Argentina, en 1994, me puse a estudiar teatro en el Rojas. Mi sensación es que el Rojas era en los 90 lo que el Parakultural era en los 80: el lugar donde pasaban las cosas. Iba a bailar al Morocco, a Ave Porco. Esos eran mis lugares para salir. Yo no iba a Coyote, prefería ir al Club 69, cuando arrancaron en la calle Corrientes. Soy muy amiga de Pedro (Segni) y de Rubén (Cuesta). Los conocí haciendo una obra de teatro. Trabajar en la tele no me limitaba: mis vínculos sociales estaban más con la gente del under, y lo disfrutaba mucho”.
Natalia se mantiene en contacto con artistas emergentes. Por ejemplo, con la guitarrista y productora Lucy Patané, que integra su banda. Una banda, por cierto, en la que también toca la gran baterista, cantante y compositora Andrea Álvarez. Y que supo integrar, en su momento, el guitarrista Tito Fargo, que había tocado en los Redondos y que fue el celestino de su encuentro con Ricardo Mollo, su esposo desde hace casi dos décadas y el padre de su único hijo, Atahualpa. “Siempre tuve buenos músicos en mi banda”, dice Natalia. “Tito Fargo tocaba conmigo por la plata, lo sé. Pero también nos hicimos muy amigos y sé que terminó disfrutando las giras que hicimos por Rusia, Israel, Rumania, Turquía, la Polinesia Francesa… ¡Tocamos en el Kremlin! Y tocar con Lucy me encanta, porque es más chica que yo. Descubrí en ella una compositora muy elegante, que escribe muy bien y tiene un color de voz y una interpretación que me alucinan”.
Además de Santa Evita, la miniserie inspirada en la célebre novela de Tomás Eloy Martínez, trabaja en un proyecto sobre la vida de la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou.
En 2016, Natalia concretó un viejo anhelo: encarnar a Gilda. El film superó la barrera del millón de espectadores y fue uno de sus papeles más elogiados. “Gilda fue, de alguna manera, autogestiva. Es un proyecto que había pasado por muchos directores. Hasta Caetano la quiso hacer, pero no conseguimos los derechos”, recuerda. “Finalmente, nos conocimos con Lorena Muñoz y coincidimos en el Festival de Cannes porque ella era productora de Infancia clandestina. Yo había visto su documental y me había encantado. Le dije que me encantaría hacer algo con ella y en ese encuentro arrancó Gilda. Ahora tenemos otro proyecto, que es la vida de una poetisa uruguaya”.
–¿Idea Vilariño?
–No. Nos encanta Idea, cómo escribe y su relación con Onetti. Pero hay algo muy movilizador con Juana de Ibarbourou, que para los uruguayos es como la San Martín de la poesía. Fue una mujer feminista y rupturista en los años 20, cuando fue condecorada “Juana de América” por Unamuno, y sufrió violencia doméstica no solo por parte de su esposo, sino también de su hijo. Y terminó siendo morfinómana. O sea, tiene una historia de vida muy fuerte y muy triste. Y muy gloriosa al mismo tiempo... Como sucede con esos artistas que despegan mucho y que se convierten en un himno, y que el ocaso de eso también es muy cruel, muy rioplatense. Es muy perturbadora la historia de Juana. Obviamente sostenida por su carrera artística.
–¿Cómo viene ese proyecto?
–Es un proyecto personal. Si fuera por mí, a Juana me gustaría filmarla en tres etapas. La primera me la perdí, que sería cuando tenía 20 años. Esperar 20 años y hacerla a los 40. Y finalmente esperar hasta los 60. Pero siendo realista, ningún productor nos va a bancar 40 años.
–Algo así como Boyhood, la película de Richard Linklater...
–Totalmente. Pero ojo que yo tuve la idea antes de que él haga esa película.
–No era tarea fácil hacer una película sobre Gilda...
–Queríamos que fuera un hecho cinematográfico, que si alguien viera la película en Alemania, sin conocernos ni a Gilda ni a mí, funcionara igualmente. Esa fue la búsqueda de la película, y me parece que esa película unió esos dos mundos: el contar la vida de un ícono altamente popular que a 20 años de su desaparición sigue estando muy presente, y al mismo tiempo acercarse a un público de cine que quizás no es tan afín con el estilo musical, y sin embargo logra emocionarnos por la historia de vida. Pero yo no les tengo miedo a las películas comerciales. Mi primera película de adulta fue El marido de la peluquera (Patrice Leconte, 1990). La vi en la cinemateca uruguaya a los 14. Pero al mismo tiempo veía una película como Los Goonies y me encantaba. Soy refana y con Martín (Sastre) queremos hacer una de ese estilo.
Natalia sueña (y proyecta) con interpretar a Juana de Ibarbourou mientras sigue expandiendo su búsqueda a diversos terrenos. El mes pasado, La noche mágica, la ópera prima de Gastón Portal que protagonizó junto a Diego Peretti, fue el primer film argentino que reabrió las salas. Y también lanzó el EP Listo pa’ bailar, una colaboración con Bajofondo, el colectivo de música rioplatense que comanda Gustavo Santaolalla, que incluye versiones en español, inglés y ruso, y que probablemente inaugure una nueva etapa en su carrera musical, exitosa en Rusia y Europa del Este, pero que en esta geografía quedó relegada por otras actividades. Mientras apoya causas sociales y ambientales a través de La Garganta Poderosa, Unicef y Greenpeace, Oreiro asumió el desafío de encarnar a otro ícono nacional: Eva Duarte de Perón. Al cierre de esta edición, planeaba volver a Buenos Aires para comenzar los ensayos para el inminente rodaje de Santa Evita, la miniserie inspirada en la célebre novela de Tomás Eloy Martínez. El equipo es de lujo. El showrunner y director de los primeros capítulos será el colombiano Rodrigo García Barcha (hijo de Gabriel García Márquez) y los otros serán dirigidos por Alejandro Maci (En terapia; Los que aman odian). El elenco incluye a figuras como Darío Grandinetti, Ernesto Alterio y Francesc Orellá, célebre por su papel de profesor en Merlí.
–¿Cómo te preparás para un papel así?
–Es muy difícil prepararse para un papel así. Lo primero que me aparece es una mezcla de pánico y agradecimiento. Hace bastantes años, en dos oportunidades diferentes, estuve cerca de encarnarla y no me animé. Lo vi como algo inabordable para mí. Cuando me ofrecieron participar del casting para este proyecto, me pareció diferente y me atreví a hacerlo. El casting era en octubre y yo elegí ir el 17. No creo que lo haya elegido por la fecha, pero creo que la energía confluyó. Ellos venían buscando otra cosa.
–¿Qué buscaban?
–Para empezar, alguien de otra edad. De la edad de ella, que murió a los 33. Pero quizás cuando yo tenía esa edad, no me sentía preparada para hacerlo. Había algo ahí de la impronta de ella a los 30 que yo recién lo puedo entender a los 40.
–¿Desde lo humano o desde lo político?
–Desde la mujer. Para entender cómo se para una mujer frente a un país, una pareja y los hombres. Porque lo que Eva hizo el poco tiempo que estuvo, el cambio que le generó a la sociedad patriarcal, lo que consiguió siendo mujer... No estamos hablando de 2020, estamos hablando de finales de los 40. Una mujer de veintipico de años, actriz, que consiguió lo que consiguió en un mundo de hombres. Por eso sucede también lo que sucedió con su cadáver. Porque más allá de la parte política, ahí hay un hecho machista, absolutamente.
–Estuviste leyendo bastante...
–Obviamente, me preparo con toda la información que existe de ella. Más allá de la lectura, con imágenes de archivo y audios. Pero una vez que uno está empapado de eso, empieza a buscarle el alma. Interpretar a alguien que existió y que está en el corazón, en la retina y en el recuerdo de toda una nación es muy difícil. Yo nunca encaro a mis personajes desde la imitación. De hecho, no soy físicamente parecida a ella. Voy a tener su color de pelo, obviamente. Pero más allá de lo físico, las dos somos taurinas. Y eso me acerca un poco más.
–¿Encarnar a Evita implica pararse de un lado de la grieta?
–Para nada. Yo elijo los personajes por los proyectos. En Wakolda, por ejemplo, mi personaje era bastante nazi. Obviamente, en este caso, estamos hablando de una de las personas más carismáticas de la historia. Si me preguntás en términos políticos, yo tengo una formación política más uruguaya. Yo empiezo a entender de política viviendo en el Uruguay, ahí empieza mi formación, y es muy distinta a la Argentina. Entonces para comprenderla más, voy a los libros y leo, discuto y pienso. Lo que abordo desde Eva es su amor por el pueblo. Creo fielmente en la devoción y su entrega total y completa hacia su pueblo. Porque es de donde ella viene. Y creo que ella siente a la clase trabajadora porque ella es de clase trabajadora. Y es ahí donde yo me paro. Y yo voy a construirla con toda la pasión al servicio del personaje de ella.