La tenista argentina, que debió prepararse mentalmente para llegar a Tokio, cuenta cómo cambió su entrenamiento y qué significó enfrentar a su ídola de la infancia: Serena Williams.
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1.
Nadia Podoroska suelta la pelota, que pica y sube. La golpea, fuerte, y al levantar la mirada ve cómo la pelota recorre la distancia hasta el frontón, golpea contra la pared (un sonido hueco), vuelve a picar en el suelo y se acerca rápido hacia ella, que con naturalidad da un paso a la izquierda y la vuelve a golpear. Una vez. Y otra. Y otra más. Hace horas. Quiere dejar la escuela. Quiere hacer esto que la apasiona. Le va bien. Le va muy bien. Aunque a veces, cuando va ganando un partido, cuando se da cuenta de que ya queda poco, se acelera y termina perdiendo. Por eso se sigue entrenando, para que eso no le pase más. Oye el ruido de las cigarras, el canto de alguna calandria y su respiración, pero no se piensa aquí, en el Club Fisherton de Rosario. Piensa en el aplauso tibio del público que se interrumpe cuando ella deja caer la pelota, que pica y sube. La golpea, fuerte, y la pelota recorre la distancia hasta el frontón, solo que ella, delante, ya no ve la pared, sino el polvo de ladrillo y del otro lado de la red a Serena Williams, número uno del mundo, agazapada esperando para devolver. Aunque, a veces, vuelve al húmedo calor santafesino y se detiene en si podrá llegar a ese nivel, cuándo lo hará, si Serena no se habrá retirado para ese momento.
Nadia Podoroska suelta la pelota, que pica y sube. Pero al levantar la mirada ya no imagina, sino que ve del otro lado de la red a Serena Williams, que espera su saque. Ya pasaron más de 12 años de ese entrenamiento frente al frontón. ¿Cuántas veces jugó este partido en su cabeza? Siempre ganaba. ¿Miles? Aunque en algunas le costaba más, en otras menos, desde chica se prepara para este encuentro. Sin saberlo, lo visualiza.
Serena Williams ya no es la número uno: está octava en el ranking mundial y se la considera una de las mejores jugadoras de la historia del tenis. Ganó 39 Grand Slam (23 individuales), cuatro medallas de oro en juegos olímpicos y sumó más de US$90 millones en títulos. Nadia Podoroska tampoco es la nena que frente al frontón soñaba con jugar tenis profesional. Tiene 24 años y hace mucho que decidió que esto es lo que quiere hacer con su vida: por eso practica desde los 5 años, entró en el ranking profesional a los 14 (la misma edad que Gabriela Sabatini), y un año después dejó el colegio y les pidió a sus padres que no le pagaran una fiesta de cumpleaños ni un viaje a Disney, sino uno a Europa: para jugar allá, sentir esa experiencia. Fue: estuvo dos semanas en Italia, dos en Holanda y se lesionó. Mucha presión, demasiado desgaste. Y tuvo que volver. Pero siguió viajando y compitiendo: ganó una medalla de oro en los Panamericanos de Lima en 2019 y llegó a semifinales de Roland Garros en 2020 y así escaló al puesto número 44 del ranking.
Suelta la pelota, que pica y sube; y la vuelve a tirar, ahora hacia arriba y saca. No hay aplausos tibios del público porque, como el resto del mundo, este 12 de mayo de 2021 Roma está siendo azotada por la pandemia. Exceptuando el contexto, el partido es bastante similar a una de las versiones que Podoroska imaginó en su cabeza. Con Williams en movimiento, para que pegue con poco apoyo, para que sus tiros –que pueden superar los 200 kilómetros por hora– no hagan tanto daño.
Suelta la pelota, que pica y sube, y el partido ya es soñado (7-6, 5-2). Williams se siente a un paso de quedar eliminada de este torneo que ya ganó cuatro veces y decide arriesgar, confía en su potencia. Hace un punto. Y otro. Y otro más. Por un momento, Podoroska piensa. Ve los intentos desesperados de su rival, acorralada por el marcador. En vez de presionar, espera. A ver si falla, a ver si se equivoca. Pero Williams, precisa, hace un punto. Y otro. Y otro más. No se equivoca sino que sigue. Hace un punto. Y otro. Y otro más. Este partido ya no parece ser el que Podoroska jugó miles de veces en su cabeza. No así. No de este modo: esperando un error que no llega porque Williams, fortalecida, hace un punto. Y otro. Y otro más. Y el segundo set, ahora, queda empatado 5 a 5.
Nadia Podoroska, entonces, respira.
Sabe que la única forma de calmar la cabeza es relajar el cuerpo. No dejar que los pensamientos (“todavía podés ganar”, “ya perdiste”, “desperdiciaste una oportunidad”, “no te pongas nerviosa”, “tranquila”, “deberías haber arriesgado más”) la nublen, la confundan, la distraigan.
Trata de no aferrarse a esas ideas que intentan sacarla de esta cancha, de este partido, de la concentración que venía teniendo hasta hace algunos minutos.
Con toda su fuerza, Nadia Podoroska piensa en dejar de pensar.
2.
En septiembre de 2015, por una lesión en la mano derecha, Podoroska tuvo que retirarse de la segunda ronda del junior de Roland Garros. Estuvo tres meses sin competir, pero volvió a jugar y a fines de 2016, con 19 años, se posicionó entre las 200 mejores del mundo.
En enero de 2017 se retiró de la clasificación del Abierto de Australia por un dolor en la cadera.
En julio, abandonó la segunda ronda de Bucarest por una molestia en la muñeca derecha.
Cuando jugaba partidos, los ganaba. Sin embargo, si pasaba dos meses lejos de su casa, siempre: una lesión.
Rosario quedaba a miles de kilómetros de las competencias y esa distancia era tiempo y era dinero. Compartía habitación con su entrenador, buscaba pasajes más baratos: en algunos casos, dormía en los aeropuertos, pero gastaba mucho (en viajes, alojamiento, comida) y ganaba poco.
Cuando jugaba partidos, ganaba. Sin embargo, si pasaba dos meses lejos de su casa o en un buen ranking, siempre: una lesión. En 2018 decidió cambiar de entrenador.
Cuando jugaba partidos, ganaba. Sin embargo, si estaba en un buen ranking, siempre: una lesión. Le dolía el abdomen o la cadera o la muñeca, o varias cosas al mismo tiempo.
En 2017 estuvo otros ocho meses sin competir.
Subía en el ranking cuando jugaba y, después, bajaba por no poder seguir jugando.
Del puesto 191 pasó al 314.
Pensó: “Para que algo se modifique, hay que actuar de otro modo”.
Decidió cambiar el entrenador. En 2018 dejó de trabajar con Carlos Rampello, que la acompañaba desde hacía 12 años, y empezó a hacerlo con Juan Pablo Guzmán y Emiliano Redondi. Además, se mudó a la ciudad de Alicante, en España.
En febrero de 2019, Redondi se comunicó con Pedro Merani, campeón argentino de bowling, que se había especializado en entrenamiento mental. “Tengo, tal vez, a una de las mejores jugadoras de tenis de los últimos tiempos, pero tiene problemas en su manera de pensar”, le dijo.
A partir de ese día, Podoroska y Merani empezaron a trabajar juntos.
3.
El bompu zen es el zen sin el aspecto religioso. Es aplicar la meditación como técnica sin pensar en la filosofía o la doctrina budista. Para Merani, el zen es sentarse frente a la pared, respirar y observar la mente. Eso. Ir y sentarse a meditar.
Entonces, además de la parte aeróbica, los circuitos de coordinación, el gimnasio y los trabajos de fuerza: el entrenamiento mental.
Juegue o no juegue, viaje o no viaje, esté triste o esté contenta, cuando se levanta, Nadia Podoroska pone el temporizador de su teléfono y se sienta. En los siguientes 12 o 15 minutos respira y le presta atención a su respiración. Con ritmo lento, fuerte y natural. Se concentra en esa respiración suave, larga, profunda, aunque a veces se siente incómoda o intranquila y entonces se acuesta, cambia la postura para ver si así sí. No busca poner la mente en blanco ni la ausencia de pensamientos. Intenta calmarse. Si le aparece un pensamiento trata de dejarlo pasar, correrse a un lado y, en vez de levantarse o acordárselo para resolverlo después, espera. Espera hasta que, como una de esas nubes livianas, se diluya mientras ella está sentada ahí, quieta. A veces, también cuenta y siente cómo la respiración se lentifica, el cuerpo se ralentiza.
A la noche, antes de irse a dormir, hace ejercicios de relajación: escucha un audio en el teléfono. Si al día siguiente juega un partido, se visualiza. Se piensa en el estadio. Piensa el sonido, los colores, el entorno. Va creando detalles mínimos, precisos, para sentirse ahí. Sabe, el cerebro no distingue la diferencia entre lo real y eso que ella está imaginando. Al cerrar los ojos, Nadia puede corregir el saque, modificar el revés o salir de un estado de ánimo demoledor. Se imagina ganando, o perdiendo por mucho y dando vuelta el partido. Así, al día siguiente, en la cancha, las sensaciones no aparecen como nuevas, sino como recuerdos leves, probables déjà vu.
¿Cuán importante fue el entrenamiento mental en tu carrera?
Para mí fue un punto de inflexión. Me permitió entender cómo funciona mi cabeza. Pude incorporar herramientas que hicieron que ciertas cosas que antes se me volvían en contra me ayudaran.
"Mi entrenamiento mental fue un punto de inflexión. Me permitió entender cómo funciona mi cabeza. Pude incorporar herramientas que hicieron que ciertas cosas que antes se me volvían en contra me ayudaran."
Nadia Podoroska
¿Por ejemplo?
Tuve muchas lesiones, y el dolor queda guardado en el cerebro. Si tenés un problema, para resolverlo el cerebro busca en las experiencias previas y responde igual que antes. Me pasaba de estar nerviosa y que me empezara a doler una pierna, por ejemplo. Es un dolor real, pero si estás tensa, se maximiza. En cambio, si seguís concentrada en el juego, se te va. Entonces, la idea es buscar el modo de revertir esa situación. Dejar el dolor de lado, que no te ocupe tanto lugar en la cabeza, y poder volver a enfocarte en el partido. No identificarte con él. ¿Cómo? Con salidas, trucos, que le vas haciendo a la mente, porque el dolor existe, pero el tema es la magnitud o la importancia que le das. Por ejemplo: si te duelen dos partes del cuerpo, pensar que no podés tener dos dolores al mismo tiempo y eso hace que uno se alivie. O me pasó de estar por cerrar un set y sentir una molestia y decir: “¡No puede ser! ¡Si venía perfecta hasta ahora!” y quedarme detenida en eso. Creo que es una salida que tiene la cabeza: los dolores o las molestias físicas como excusas (inconscientes) para no ganar, no crecer, no mejorar.
En una entrevista dijiste que Pedro Merani te había enseñado muchas lecciones para aislarte del contexto.
Sí. Aprendí a concentrarme exclusivamente en el juego y no pensar si es una primera ronda, una semifinal, una final o si hay público o no. Poder alejar todo eso, no darle tanta importancia.
Merani decía: “El ranking no existe”, y que una vez que empieza el partido, la cancha tiene las mismas dimensiones, la red tiene igual altura y el que la tira afuera pierde el punto...
Pedro es zenista y todas esas cosas las tiene muy interiorizadas. Yo trato, pero por todo el bagaje que una tiene desde chiquita es difícil. Al ranking te lo dicen todas las semanas: entrás a tal torneo, preclasificada o no, por el ranking. O sea que “el ranking no existe”, es un ideal que está buenísimo. Sin embargo, en el día a día sí existe. De todos modos, es cierto que a la hora de salir a una cancha de tenis, en ese momento puntual, no importa. Porque vos no sabés cómo va a estar la otra jugadora ni sabés cómo vas a estar vos. Y cuanto menos puedas pensar en eso, cuanto más lo puedas dejar de lado y hacer tu juego, mejor te va a ir. Si no, es como que una va respondiendo a ese ranking. Y en mi caso, que en el último tiempo cambié tanto de posición, se torna absurdo. Decís: “¿Cómo puede ser? Si hace unas semanas yo estaba 150, ahora estoy 45 y… ¡sigo siendo la misma!”.
"Creo que es una salida que tiene la cabeza: los dolores o las molestias físicas como excusas (inconscientes) para no ganar, no crecer, no mejorar."
Nadia Podoroska
¿Cómo luchás con el ego? Es innegable que no sos la misma que jugaba en Fisherton.
Qué pregunta (risas)… Bueno, para eso medito todos los días. Es una batalla constante en la que me siento en el principio del camino. Lo tenemos tan interiorizado que es muy difícil luchar contra eso. Esa imagen que una quiere darles a los demás o esa imagen que una tiene de una misma.
Trato de ser consciente de mis pensamientos, ser consciente de cómo me siento. Se necesita confiar en una misma, saber que una tiene las destrezas y las herramientas para ganar el partido, pero en el momento de jugar hay que estar en el presente y sacar todo el resto. Creo que el ego ahí te mueve: cuando una se proyecta al futuro o se va para atrás y se distrae con eso. Es fundamental poder abstraerse.
¿Podés identificar alguna de estas herramientas en el partido con Serena Williams?
Una de ellas fue afrontar la mirada. Es una jugadora que impone mucho, porque sabe quién es y todo lo que significa, y lo aprovecha. Me acuerdo de estar en el sorteo y que me mirara fija, seria, como diciendo: date cuenta de quién soy yo, como si me quisiera intimidar. Sin embargo, yo tenía presente que eso no me iba a influir. Otra cosa fue estar arriba en el marcador y animarme a ganar el partido.
4.
La carga de esos 12 puntos seguidos.
Podoroska saca y Williams devuelve al medio de la cancha.
Podoroska le pega, la cruza.
Williams corre, devuelve recto.
Podoroska le pega, vuelve a cruzarla, la pelota pasa y pica cerca de la red, pero Williams corre, atraviesa la cancha en diagonal y, una vez más, vuelve a llegar.
Y sin embargo Podoroska, en la red, gira el cuerpo y, de espaldas a su rival, le pega de revés a la pelota que entra suave, pica bien lejos de Serena Williams.
Punto para Podoroska. 5-5, 15-0. El comienzo del final.
Minutos después, 7-6 y 7-5.
Festeja breve, levanta los brazos y se acerca a la red. Chocan raquetas y Podoroska se toca el corazón. Con el gesto, intenta transmitir su admiración. Dice algo que a Serena parece no importarle demasiado porque la ignora y sigue caminando, la mirada baja de quien acaba de quedar eliminada de un torneo.
Al día siguiente, Podoroska juega los octavos de final contra la croata Petra Martic. Gana los primeros cuatro games: suelta, cómoda, ordenada. A los 33 minutos de haber empezado el partido cierra el primer set 6-3: arrolladora. Mientras camina hacia su silla, no puede evitar pensar en la progresión de este torneo: le ganó a Siegemund, le ganó a Serena, está arrasando con Martic. Se dice: “Volví a mi nivel”. Se da cuenta, puede ganar este partido. Con todos esos pensamientos, la cabeza empieza a alejarse del cuerpo y de esta cancha de polvo de ladrillo en el Foro Itálico: se va al resultado, a la expectativa de lo que vendrá, a los cuartos de final, la semifinal, la final, mientras Martic acumula un punto y otro y otro más. Los errores no forzados de Podoroska se repiten. La pelota pega en la red. La pelota pica afuera y cuando se quiere dar cuenta está 0-5 abajo. La cabeza por un lado, el cuerpo por otro. Intentando, dividida, devolverle las pelotas a una croata entera. El segundo set termina 6-1.
En el tercero, Podoroska sigue escindida, errática y su rival, número 25 en el ranking, parece aumentar de tamaño, golpear más fuerte, adquirir más precisión. La pelota argentina de nuevo en la red y Martic, pantalón negro remera blanca, levanta su brazo derecho y así festeja el pase a los cuartos de final del Masters 1000 de Roma.
¿Cómo se controla eso? Estás arriba, ves que tus puntos entran, lo lógico es que en algún momento pienses: “Voy a ganar”.
Lo principal es ser consciente de lo que está pasando. Hoy te hablo con una claridad que, evidentemente, en la cancha no tuve. En ese momento solo veía que se me pasaban los puntos: Martic cambió su estrategia y empezó a jugar mejor (de hecho, jugó un alto nivel de tenis), pero esta certeza de decir “me presioné de más” no la tuve. Si la hubiera tenido, habría podido jugar de otra manera para revertir el cambio que ella hizo.
Es que, más allá de los errores personales, del otro lado de la red hay otra persona...
Sí. Es parte del juego y de entenderlo. A veces me pasa que estoy tan ensimismada en lo que tengo que hacer que me cuesta ver que la otra se entrena como yo y si las cosas no le van bien trata de cambiar su estrategia. Porque que algo me haya salido bien en el primer set no significa que me tenga que salir en el segundo o en el tercero: ella puede haber cambiado su planteo y tener otra confianza, otro respaldo. La posibilidad de adaptarte a estas situaciones te las va dando la misma competencia. Por eso, los tenistas hablamos tanto del “ritmo de la competencia”. Cuando venís compitiendo, compitiendo, ganando, ganando, todo este tipo de cosas se van haciendo más automáticas.
¿Con el “ritmo de competencia”, la importancia de los partidos se relativiza?
Sí. Incluso empieza a tener menos importancia perder o ganar un set, perder o ganar un game, perder o ganar un punto. Vos decís: “Total, sigo jugando”. Y seguís, buscando la confianza, la sensación de que vas a poder resolverlo, de que de algún modo, en el transcurso del partido, vas a poder encontrarle la vuelta.
5.
Nadia Podoroska está sentada frente a la computadora en su casa de Alicante, España. La semana próxima viajará a París para jugar Roland Garros. Luego, tendrá una semana de entrenamiento libre para adaptarse al pasto y poder jugar en Eastbourne y Wimbledon (Inglaterra). Después, otro torneo y, recién entonces, los Juegos Olímpicos de Tokio. “Hay muchos tenistas que no van porque es una competencia que lleva tres semanas de nuestro calendario: la previa, la de la competición y, si jugás toda la semana, la siguiente tampoco podés jugar. En una época en la que hay muchos torneos, perder tres semanas de calendario es mucho”, dice. “Encima, este año son en Tokio, el otro lado del mundo, porque después se juega el torneo de Estados Unidos. Entonces, como no dan puntos, como económicamente tampoco se gana, hay muchos que eligen no ir”.
¿Y vos por qué elegiste ir?
¡Porque es uno de los sueños de mi vida! (casi grita). A cualquier tenista que me dice que no quiere ir, le digo: “¿Pero no entendés lo que significa?”. Creo que depende de cómo lo vive uno, por la cultura, las experiencias. Para mí, desde chiquita siempre fue un sueño. Me encanta representar a Argentina en cualquier competencia y más en un juego olímpico, el evento de mayor jerarquía que puede haber para representar a un país. No concibo la posibilidad de no ir. Estoy ansiosa de saber si se hace, no se hace, si vamos o no vamos.
¿Qué expectativas tenés?
Con mi equipo lo pusimos en el calendario para no jugar la semana previa y poder llegar a Japón con varios días de anticipación y adaptarme a la superficie, al cambio de horario. Lo vivo con mucha emoción. Como enfrentar a Serena, jugar un juego olímpico.