La pandemia habilitó nuevas reflexiones y experimentos en torno al trabajo y ya hay una generación en busca de alternativas.
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El mito urbano sitúa de un lado al trabajador bajo presión y cansancio límites –con el karoshi, término que los japoneses utilizan para referirse a las personas que mueren por exceso laboral como su extremo–, y del otro, a aquellos que pueden equilibrar vida y trabajo, cual ideal de Instagram o consigna de wellness.
En el medio están todos los demás, que preferirían no trabajar tanto, pero que no pueden darse el lujo de no hacerlo, o que no logran “vivir de lo que aman”. Y aquí radica la trampa posmoderna que solo termina en burnout y autoexplotación, como dicen Charlie Warzel y Anne Helen Petersen, autores de Out of Office: The Big Problem and Bigger Promise of Working from Home.
Warzel y Petersen se suman a una ola de autores y gurús que reivindican el poder regenerador de perseguir un hobby o actividad placentera, pero también de buscar sentido por fuera del trabajo. “Creemos que el trabajo flexible –no el trabajo flexible durante una pandemia ni tampoco bajo estrés– puede cambiar nuestras vidas. Si podemos removernos de la rueda de constante productividad, esto puede hacernos más felices, más saludables y mejorar nuestras comunidades”.
"Si podemos removernos de la rueda de constante productividad, esto puede hacernos más felices, más saludables y mejorar nuestras comunidades."
Charlie Warzel y Anne Helen Petersen
Los cambios en la dinámica laboral que introdujo la pandemia fueron incorporados con la esperanza puesta en el teletrabajo como un puntapié inicial y una oportunidad para replantear viejos modelos heredados. A su vez, una nueva generación de jóvenes adultos se cansó de sentir que sus vidas no les pertenecen y que no llegan a disfrutar del fruto de su trabajo, y hoy reclaman más derechos laborales, más espacio para el ocio y la posibilidad de distribuir, también, su carga laboral de forma más flexible.
“Hay cambios que se dan de manera paulatina y largoplacista”, plantea Gaba Najmanovich, analista de tendencias y editora del newsletter Exprimido de tendencias, quien sitúa el foco en la relevancia de la salud mental. “Desde mi campo venimos siguiendo hace muchos años un reclamo por la posesión del tiempo de parte de los consumidores. Nada de lo que estamos viendo ahora es nuevo, no en términos de reclamo ni en términos de acciones de reducción de la semana laboral. En 2017, Yahoo! ya estaba considerando llevarla a cuatro días”.
En un momento en que la generación Z toma relevancia en el mercado laboral y de consumo, y el 90% declara que se siente estresado diariamente y solo un 6% dice tener salud y bienestar general excelente (estudio de Vice Media Group), sus reclamos empiezan a ganar tracción. “Si los millennials son los que buscan la concreción personal a través de la profesión, los centennials son los que buscan vivir una vida más satisfactoria a nivel íntimo, por lo que demandan ocio y conexiones personales que trasciendan lo laboral”, refuerza Najmanovich.
El tiempo, nuevo commodity
Otro fenómeno pospandémico que avanza en los Estados Unidos es la Gran Renuncia. Si bien empezó en el sector de la sanidad, ya se está expandiendo a otros rubros con más de 4 millones de renuncias solo en abril.
La firma financiera Jefferies encuestó a trabajadores estadounidenses de entre 22 y 35 años que dejaron sus empleos para saber qué factores los hubieran hecho seguir trabajando. La mayoría (43%) respondió que se habrían quedado por más dinero, pero la encuesta también descubrió que el 80% de los entrevistados apoyaba tener una semana de trabajo de cuatro días.
Las preguntas de muchos empleados en la actualidad son: ¿De quiénes me quiero rodear el 30% de mis días? ¿Cómo quiero ser tratado? ¿Es posible trabajar y sentirme bien?
“Hoy, el éxito está más anclado en el impacto que una empresa tiene en la vida de sus empleados. Entonces vuelve a aparecer esta idea de tener un balance trabajo-vida más equilibrado. Si las ambiciones como comprar una propiedad son dadas de baja, lo que empieza a importar es vivir el presente”, dice Najmanovich.
Jornada reducida, ¿santo grial?
¿Es posible una jornada laboral reducida? Algunos casos de éxito en el mundo demuestran que sí: desde el ensayo de cuatro años en Islandia, donde 2500 empleados del Ayuntamiento de Reikiavik (el 1% de la población económicamente activa) pasaron a trabajar 36 horas semanales sin disminución de sus salarios, con mejoras en la productividad y menos estrés, hasta el nuevo experimento de Unilever en Nueva Zelanda, que decidió instaurar la jornada reducida durante todo el año, y si logra buenos resultados, lo hará con los más de 150.000 empleados de la compañía a nivel mundial. Microsoft Japón también puso en práctica el modelo y logró un aumento de la productividad del 40% y menores costos ambientales.
Otros países como España (Telefónica España prometió que iba a probar la semana laboral de 32 horas en el último trimestre de 2021) y Chile (legisladores de la centroizquierda presentaron un proyecto) se están sumando. Actualmente, existen dos proyectos de ley para la reducción de la jornada laboral en Argentina.
El ensayo de cuatro años en Islandia y el experimento de Unilever en Nueva Zelanda son casos exitosos que demuestran que es posible una jornada laboral reducida.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más allá de lo que dice la ley, en la práctica, en la Argentina se trabaja en promedio 35,1 horas por semana, en tanto que la sobreocupación –más de 48 horas semanales– alcanza el 20%. Pero no parece un detalle que la jornada legal vigente en la Argentina, con un techo de 48 horas semanales y que data de 1929, sea la “campeona del mundo”, en extensión junto con la de Colombia. Le siguen México y Chile con 45 horas; Brasil, Canadá y Japón con 40 horas, y Francia con 35 horas semanales.
Todo señala la pandemia como un posible punto de inflexión. Como explica una nota reciente de The New Yorker, titulada oportunamente “¿Por qué trabajamos tanto?”: “La pandemia ha creado un momento disruptivo en el que es posible imaginar un cambio en la cultura del trabajo. Pero como la persistencia de la sobrecarga de trabajo muestra, no podemos redirigir el futuro del trabajo hasta que no controlemos el presente”.