El 28 de junio de 2009, Stephen Hawking pidió que le pusieran su mejor traje, se dirigió a la tradicional escuela Gonville y Caius de Cambridge y se quedó en la puerta para oficiar de anfitrión. Eran las 12 del mediodía y adentro, uno de los salones del edificio –adornado con globos y bien provisto de botellas de espumante– estaba vacío, a la espera de los invitados. Pero nadie llegó. Es que el físico que revolucionó la manera de concebir el universo había organizado una fiesta para los habitantes del futuro. Por eso, recién cuando dio por finalizado el evento, envió una tarjeta con las coordenadas de día, hora y lugar que decía: “Usted está cordialmente invitado al evento para viajeros del tiempo organizado por el profesor Stephen Hawking”, con el simpático detalle de que no hacía falta confirmar asistencia.
“Me gustan los experimentos simples y el champán. Así que combiné dos de mis cosas favoritas para ver si los viajes en el tiempo del futuro al pasado son posibles”, se lo escucha decir en el documental Hacia el interior del universo con Stephen Hawking, que produjo Discovery en 2010, en el que recuerda la anécdota y vuelve sobre aquella idea: “Quizás, algún día, alguien viviendo en el futuro encuentre la información y use una máquina del tiempo para venir a mi fiesta, probando que los viajes en el tiempo serán posibles”.
La historia es bastante conocida y la recordé cuando Carola Birgin me contó su propuesta para el especial de Innovadores. Porque lo hizo con una advertencia: me dijo que quería hacer en tapa algo que todavía estaba en el futuro. Entonces me contó que ahí afuera –o adentro, al costado, en el éter– la web 2 empezaba a “evolucionar” hacia la llamada web 3 y que había un grupo de argentinos y argentinas dispuestos a poner en común esa transformación: a compartir saberes y herramientas de este nuevo modo de usar internet que para nosotras aún no existía, pero para ellos sí: eran nuestros viajeros del tiempo.
Ese día intercambiamos algunos wasap hasta que mi respuesta quedó con un solo tilde: se habían caído todas las redes del conglomerado Facebook. Era un claro ejemplo de la naturaleza actual de la web 2 en la que Carola, ustedes y yo todavía habitamos: una gran empresa (o unas pocas empresas) que pertenece a un gran magnate, que nos “ofrece” sus servicios a cambio de que le proveamos todos nuestros datos y, sobre todo, nuestro tiempo. ¿Qué hacen con lo que les damos? Confeccionan algoritmos para vendernos cosas o ideas. ¿Cómo funcionan esos algoritmos? No sabemos. El intercambio es más bien opaco.
Mientras experimentábamos ciertas sensaciones raras en el cuerpo (¿ansiedad?) por no poder chequear el wasap o el Instagram cada tres minutos, una exempleada de Facebook –Frances Haugen, de quien podrán leer un perfil en esta edición– denunciaba lo que más o menos ya sospechábamos: que nada es inocuo en el mundo de Mark Zuckerberg.
Conspiranoia o realidad, lo cierto es que otra internet se está alumbrando: la web 3, que busca salirse de la lógica mercantil y competitiva y plantea, como base, la descentralización de su uso (nadie es dueño) y la protección de los datos personales.
Si a esta altura prescindir del celular y las redes virtuales (cualquiera sea) e irnos a vivir a la naturaleza cual Waldens posmodernos se hace bastante impracticable (nada hay más preciado hoy en cualquier geografía que la señal de celular llegue), me entusiasma pensar que otra virtualidad es posible, más consciente y a nuestro favor, en la que no nos sintamos que un Gran Hermano nos vampiriza.
Alguna vez George Harrison contó que no estaba seguro de si John Lennon sabía exactamente qué estaba diciendo cuando escribió la letra de “Tomorrow never knows”, el tema de cierre y el más experimental del disco Revolver. Pero que sin dudas había convertido una suerte de intuición en algo nuevo. Los Beatles estaban creando el sonido del futuro a tal punto que, varias décadas después, Noel Gallagher diría que con esa canción nace la electrónica.
“Mañana nunca se sabe” puede ser una frase de aliento o un pasaje sin escalas a la incertidumbre que angustia. Entre el optimismo y la esperanza, me quedo con la segunda: el optimismo es un sentimiento individual, la esperanza es un trabajo colectivo (decía Benjamin, al preguntarse si realmente la humanidad progresaba). En eso pienso cuando repaso a los hombres y mujeres que elegimos para el especial de Innovadores, esos que están un poco más adelante que el resto para que nuestro presente sea cada vez algo mejor.
*Directora de Brando