Desde el 2020, las copas empezaron a compartir espacio con los porrones de cerveza en la calle y en las fiestas.
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“Acercar el vino a los jóvenes”, la frase se repitió como un mantra durante años en la industria vitivinícola. Bodegas, sommeliers y equipos de marketing se cargaron la misión al hombro, pero ningún esfuerzo parecía conquistar a los sub 30. Sin embargo, desde el año pasado, el panorama cambió. Abrieron varios bares y restaurantes con foco en el vino que se convirtieron en plan para este público, las copas empezaron a compartir lugar con los porrones de cerveza en la calle y -la frutilla del postre- la famosa fiesta Bresh se realizó en una bodega mendocina.
Varios factores convergieron para llegar a la situación actual. En primer lugar, el mercado comenzó a ofrecer un estilo de vinos más frescos, livianos y un poco menos alcohólicos, esos que suelen etiquetarse como “fáciles de beber”. Para eso fue clave la revalorización de cepas que estaban olvidadas y dan vinos de esas características, como la Criolla, la Garnacha y la Cereza.
El mercado comenzó a ofrecer un estilo de vinos más frescos, livianos y un poco menos alcohólicos al tiempo que empezaron a abrirse más bares y restautantes que enfocaron en esta bebida para los jóvenes.
“Hubo un cambio radical en el mundo del vino en todos los sentidos, desde el diseño de la etiqueta, porque el público más joven se fija y elige en base a eso también, y el hecho de que hoy haya vinos con poca graduación y con buen nivel de frescura y de fruta que le compiten a una cerveza”, cuenta Daiana Giraldi, quien guía algunas de las catas de Bocabajo, uno de los lugares que tendió el puente entre la juventud y el vino.
A tan solo un mes de su apertura, Bocabajo hace furor. De día funciona como una lavandería y al anochecer, cuando los lavarropas se detinen, se abre otro espacio donde el vino es el rey. Las catas son variopintas, desde las que combinan astrología y tarot con vino hasta las de cepas no tradicionales, pero todas tienen algo en común: son super descontracturadas y casi siempre se terminan al grito de “que no se corte”, ya que como casi todas las mesas son comunitarias es un gran lugar para conocer gente.
Con su proyecto ¡Hola Vino!, la reconocida sommelier Agustina de Alba fue una de las personas llave en este camino. “Siempre soñé con acercar el vino a la gente”, cuenta; su estilo de comunicación y su edad hicieron que cumpliera su propósito, sobre todo entre el público más joven.
Para de Alba, el fin de la monarquía de los vinos muy concentrados fue fundamental. “Algo que destaca hoy al mundo del vino argentino es la diversidad; cuando empecé a estudiar, 13 años atrás, esto no pasaba y la diversidad influyó un montón porque cuanta más diversidad hay, más variedad de paladares el vino puede abarcar”, asegura.
El empujón de la pandemia
A veces la ayuda viene del lado menos pensado. Es que el sacudón del Covid-19 obligó a reacomodar algunas propuestas y el vino salió favorecido. Un buen ejemplo es Cowi, el wine bar que nació en 2017 en Recoleta. A mediados de febrero de 2020, inauguraron la sucursal de Belgrano, para ofrecer vinos a precio vinoteca, pero con platos elaborados. Con la pandemia, bajaron la persiana del primer local y adaptaron la propuesta de Belgrano.
“Vimos que el mercado del vino estaba virando a un público más joven, entonces ajustamos un poco la propuesta en Belgrano y ahí bajamos el target de edad; cuando en abril de este año inauguramos una nueva sucursal en Palermo, el promedio de edad bajó aún más”, cuenta Germán Colli, uno de los socios. Como solo se podía dar servicio en la vereda y sin vajilla, la carta exigió una adaptación. “Pasamos de algo más formal a una carta de platitos. Un poco para que se pueda comer en la calle y también porque las cervecerías bajaron su producción por el tema de la caducidad del producto, entonces quisimos ir por esa impronta más descontracturada que ofrecían las cervecerías”, resume.
Otra sede de los jóvenes enófilos es Divino, un bar de vinos que acaba de abrir en Palermo. El secreto del éxito radica en que le hablan a su público en el mismo idioma, ya que los creadores son tres talentosos sub 35, que venían del mundo del vino y la gastronomía. En las mesas no hay cubiertos, solo un cuchillo para que compartir la comida sea más fácil y copas de cristal. “Buscamos que todos se sientan incluidos en este mundo, a la persona que no tiene ningún conocimiento se la atiende igual que a la que sí los tiene, pero todo sin caer en lo ceremonioso”, señala Mateo Renzulli, uno de los socios.
Ofrecen alrededor de 50 etiquetas que arrancan en $1500, la franja más vendida es la que va entre los $1500 y los $2500, lo que derriba otro de los tantos mitos vínicos: “la gente joven solo consume vinos de baja gama”. Para Renzulli, incluso, el precio es una de las razones que sustentan el match: “La generación de los 20 a los 25, que tomaba vodka y mucha cerveza, ahora volcó su atención al vino porque se dio cuenta de que tiene buena relación precio calidad: una pinta cuesta $350 y te tomas dos y por $1500 te podés tomar un muy buen vino y compartir”.
Vina es otro de los templos para winelovers. Se trata de una ventanita, sobre la calle Echeverria, que ofrece vinos orgánicos y naturales y empanadas. Se bebe y se come en la calle, sin mesas, solo unos bancos que hay en esa peatonal. “Usamos vasos de vidrio porque por más que seamos una propuesta de calidad en este contexto callejero las copas no funcionarían. La gente lo aceptó super bien, agradecen mucho que no usemos descartables”, cuenta Luci Guerrero, una de las socias.
Nuevo envase y otra conciencia
Otro empujoncito al consumo joven fue el desembarco de la lata, un formato que presenta, al menos, dos virtudes: consumo individual y sustentabilidad.
Bodega Santa Julia ofrece cuatro de sus etiquetas enlatadas y cuentan que este envase “atrae principalmente a los millennials porque lo perciben como un producto novedoso, moderno y sustentable, dado su fácil reciclaje”. Y están en lo cierto, según Ball Corporation, empresa líder en este envase, en Argentina “se reciclan el 79% del total de las latas consumidas”. Esta consciencia sobre la importancia de la sustentabilidad es punto de contacto entre los jóvenes y el vino y atraviesa toda la cadena, desde el envase hasta el producto en sí.
“Ahora el público está super enfocado en qué es lo que ingresa a su cuerpo y el vino hoy se ve finalmente como un alimento, como un producto más saludable; si se bebe responsablemente no es una bebida que te tira a dormir o que te hace sentir mal”, cuenta Giraldi. Por algo, los vinos orgánicos y naturales son los que más llegada tienen entre los jóvenes. Guerrero lo corrobora: “Los jóvenes valoran un producto bueno y hecho de una forma responsable y cuidada como los vinos que ofrecemos”.
El punto más alto de esta feliz coincidencia entre la juventud y el vino tuvo lugar el mes pasado, cuando la fiesta Bresh se realizó en la bodega mendocina A16, al pie de la montaña donde siempre ofrecen música en vivo y coctelería con sus vinos. Fueron cuatro fechas a las que asistieron 400 personas por vez. “Nos sorprendimos con la actitud y el respeto que tuvo el público, que disfrutó la música y de nuestros vinos dentro de sus corralitos, por el protocolo, y nos ayudaron a que las jornadas fueran fantásticas”, cuenta Alejandro Guirao, gerente Comercial de la bodega.
Simplificar la comunicación del vino y hacerlo más accesible no implica dejar de lado la riqueza de su universo: “El vino es lo más parecido a las personas y a la vida misma porque nunca hay un vino igual a otro y eso es lo que le vuelve muchas veces difícil de comprender, pero si a eso le sumamos el vocabulario técnico y lo complejizamos aún más se aleja al consumidor”, asegura de Alba. La cuestión es volver simple lo complejo; tarea titánica sí, pero cumplida.