Es la primera novela de una trilogía autobiográfica que repasa el derrotero siempre anhelante de una adolescencia gay en un mundo hostil
- 4 minutos de lectura'
“Cuando tenía 14 años, el verano antes de ir a la escuela preparatoria, un año antes de conocer a Kevin, trabajé para mi padre. Quería que aprendiera a apreciar el valor de las cosas. Trabajé, aprendí y gané suficiente dinero como para pagarme un prostituto”, recuerda el protagonista de Historia de un chico, la novela autobiográfica de Edmund White (Estados Unidos, 1940). Biógrafo de Arthur Rimbaud, Jean Genet y Marcel Proust, entre otros, blatt & ríos dio a conocer a este autor en 2019 con Estados del deseo. Viaje por los Estados Unidos gays, su libro de crónicas. Historia de un chico, originalmente editada en 1982, es la primera novela de una trilogía que la editorial argentina planea publicar en el mediano plazo.
Como su título lo sugiere, esta obra abarca la infancia y la adolescencia que su protagonista reconstruye en la edad adulta. Es un recorrido por esa dolorosa discreción con la que tuvo que enmascarar su homosexualidad en un contexto en el que no era bienvenida: todavía se la consideraba una enfermedad y una desdicha familiar. Situada en la década de 1950, el poder a través del dinero y la distancia esculpían la figura de un padre; una madre divorciada era un fracaso y los chicos y chicas debían ser populares. Ser gay, en el mejor de los casos, apenas un secreto anhelante. “En esa época, tenía un libro sobre Rodin. Todas las tardes me sentaba en mi catre y miraba la fotografía en blanco y negro de una de sus primeras esculturas, La edad de bronce, un estudio de desnudo de un soldado belga tan realista que habían acusado al artista de haber usado un molde de una persona real para hacerlo. No me masturbaba mirando esa foto, ni tampoco me imaginaba que me acostaba con la estatua o con el soldado. No, lo amaba, y se lo decía una y otra vez, en susurros que nunca sonaban bien porque nunca pude descubrir quién era yo”.
En Historia de un chico se reconocen las características de la novela de aprendizaje. El quid de la cuestión es justamente poder habitar una identidad, siempre en oposición respecto del mundo adulto que lo rodea. Aquí se suma, además, el tránsito de una sexualidad cargada de culpa que aumenta ese horroroso miedo al rechazo. Pero, a diferencia de muchas otras obras de este estilo, en el libro de White se puede reconocer un goce a cuentagotas que el protagonista sabe aprovechar y ensancha en descripciones y símiles majestuosos, poéticos y serenos. Toda su prosa se ocupa más de los detalles luminosos, aun en el dolor de la derrota amorosa. El deseo se hace lugar, con encuentros sexuales (el rubio en el que gasta su primer sueldo, las pijamadas con Kevin) o con los de tonos más idílicos, como con su compañero Tom, el chico más popular de la escuela secundaria, bello como un Aquiles para un Patroclo.
En el capítulo cuatro, el narrador declara una suerte de ars poetica: “Digo todo esto con la esperanza de que las mentiras que he inventado para pasar de una verdad pobre a otra puedan significar algo; que puedan incluso significar algo muy particular para ti, mi excéntrico, paciente y escrupuloso lector, dispuesto a hacer tanto de tan poco, más paciente y respetuoso con la vida, con una vida, que al autor al que, por un momento, estás permitiendo existir otra vez”. Un llamado amoroso al que se puede acudir sin dudar, no solo para desmenuzar junto a él esa existencia bella y triste, sino también para revisar un mundo que al final era más gay de lo que aceptaba asumirse.