“El tiempo es un aletazo”, reflexiona la narradora de 100% química, la novela de la escritora neerlandesa Doeschka Meijsing (1947-2012), quien recoge el pesado guante de la rememoración en primera persona y, magistralmente, caza al vuelo las riquísimas anécdotas personales de una familia alemana. Tías, una bisabuela fundadora, desdichadas mascotas aladas, abuela y madre: todas atraviesan por distintos caminos las dos Guerras Mundiales que azotaron Europa. Pero los avatares de estas mujeres llegan escamoteados a la vida de la hija que escribe, en la última generación del siglo XXI. Por eso, con el alma y la sed de una cronista, este personaje sale a la pesquisa de su pasado –también lo inventa–, no tanto para explicar su presente, sino para comprender el caos del que está compuesta la salud familiar. 100% química es la primera obra de la autora publicada en castellano, fruto de la curiosidad y el catálogo siempre en expansión de Paisanita Editora y la esmerada traducción de Marcela Cazau y Micaela van Muylem.
“Cuando mi madre estaba contando algo, su lengua se olvidaba de sí misma. Se convertía en una mezcolanza propia de palabras neerlandesas y alemanas, dichos combinados con refranes, giros deformados en las curvas aparentemente inconquistables del camino; la lengua ascendía y descendía conservando el aliento y alcanzaba, cantando melodiosa, los claros del bosque donde las palabras debían descansar. Nosotros viajábamos junto a ella, conteniendo la respiración, agazapados bajo el edredón de retazos”. Sin embargo, esas historias que escucha junto a sus hermanos, en esa lengua inventada que alimentará su futuro de escritora, no son la revelación de los secretos de su familia, sino solo cuentos infantiles y argumentos de películas. No hay una sola dirección para remontar los cauces disímiles de la memoria. Y el principal obstáculo será justamente esa madre que guarda celosamente su pasado: el desarraigo propio y el de sus padres que, en 1934, deciden abandonar la cosmopolita Frankfurt cooptada por el ascenso de los simpatizantes nazis para instalarse en una comarca pequeña de los Países Bajos.
El contraste cultural, el problema del idioma y el halo de sospecha vertido sobre cualquier persona de nacionalidad alemana será un estigma por momentos difícil de llevar; por otros, generador de hilarantes escenas y malos entendidos. “No había nada que quisiéramos más que andar vestidos con esa ropa berreta que salía dos pesos, deseábamos de todo corazón no ser diferentes a los demás y tener una madre que no confundiera todas las expresiones en neerlandés, que no se quejara en nuestra presencia en la farmacia de que le dolía tanto la entrepierna. Porque dijo: Kruis, «entrepierna» en holandés, que sí, es cierto, suena un poco como Kreuz en alemán, pero ¡el Kreuz son las lumbares!”.
Lejos de buscar espejos en el cruce de recuerdos familiares e historia, o de pretender sostener un hilo narrativo continuo –y su mentirosa idea de progreso, causa y consecuencia–, Doeschka Meijsing se anima al laberinto de la memoria. A admitir que las lagunas se llenan con buena literatura, labrando cada frase. El tiempo en la novela aletea dispar, de aquí para allá, de una biografía a otra. No concluye. En todo caso, homenajea. Ilumina una genealogía de mujeres sencillas y fuertes, que supieron salirse de entre los escombros de las guerras y los siglos.