Vida de un palacio educativo que se salvó de ser convertido en hotel
- 9 minutos de lectura'
En enero de 2008, la noticia de que un grupo empresario se haría cargo de la concesión del edificio que alberga el colegio La Salle desde fines del siglo XIX para convertirlo en un hotel puso a la comunidad educativa en pie de lucha. Alumnos y exalumnos, familias enteras vinculadas con el pedigree lasallano se movilizaron y elevaron su grito hasta el cielo: no estaban dispuestos a entregar así como así esta joya arquitectónica, un templo educativo neorrenacentista, solemne y tradicional. La vigorosa reacción se tradujo en una ley de protección patrimonial votada de modo unánime en la Legislatura porteña y la dilución de un proyecto que le hubiera quitado ese halo educador soñado y plasmado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1889.
En 1891, nueve hermanos de la congregación francesa inauguraron el edificio en lo que era el punto más alto de la ciudad, con el objetivo de que la religión abriera paso a la ciencia, las matemáticas y el pensamiento humanista.
Para el hermano Nicolás Chamorro, director general del colegio desde 2016, si se hubiera impuesto la postura de quienes aceptaban reconvertir el espacio en un hotel y centro de convenciones, el proyecto lasallano habría tenido, de todos modos, los “resortes para reinventarse”. “Esa iniciativa tenía que ver solo con la viabilidad económica, quizá de manera sobrevalorada sobre otro tipo de viabilidades, como las sociales, las educativas y las de sustentabilidad. Perder un espacio tan potente, tan hermoso, hubiese sido penoso y lamentable, doloroso, pero no creo que hubiese sido terminal. La potencia lasallana está en el corazón de los alumnos y los docentes”, dice. Ese sentido de comunidad, de confianza y diálogo, se había puesto en duda. Y hubo que reconstruirlo. Así, de a poco, los hermanos lasallanos lograron sobreponerse y mantener de pie un emblema que cumple, este 2021, 130 años de historia.
Chamorro es lasallano de pura cepa. Cursó sus estudios en el colegio La Salle de Santa Fe, uno de los 19 establecimientos que la orden administra a lo largo y ancho del país, adonde concurren más de 26.000 alumnos y alumnas de todas las clases sociales. “Tenemos colegios que atienden a la clase media, a la clase alta y también en sectores populares, de extrema vulnerabilidad”, señala el director. La primera vez que Chamorro visitó el palacio lasallano ubicado en Riobamba al 600, frente al imponente edificio de Obras Sanitarias, se encontró con una casa de estudios potente, con un aire de “solemnidad fuerte, sin embargo acogedora”. Por su cabeza, recuerda, se sucedieron todo tipo de reflexiones acerca de los condicionamientos que generan ciertos espacios pensados arquitectónicamente para el hecho educativo. A la luz de su pensamiento asomó una pregunta (“¿Qué predomina: la tradición o el conservadurismo?”) que atraviesa todo el campo de la religión, sobre todo cuando empieza a capilarizar en otros ámbitos. Pocos años después, llegaba a la conclusión de que este colegio “presenta una idea con muchas tradiciones, pero no conservador”. “No se conservan las tradiciones porque sí, sino porque las cree valiosas y buenas. No hay miedo de modificarlas cuando es necesario. Es una tradición que implica innovación, novedad. Me encontré con una historia, un relato, de más de un siglo. Con personas que llegaron al principio del siglo XIX con sus ideas, pensando en el siglo XX, y que durante el siglo XX ya empezaron a pensar el XXI”, dice.
El origen
Los nueve hermanos franceses que habían arribado a Buenos Aires en 1899, provenientes de Toulouse y Lyon, pensaron lo que sería la sede principal para su misión educadora. Eligieron lo que entonces era el punto más alto de la Ciudad de Buenos Aires (hoy la manzana de Ayacucho) y diagramaron espacios en los que la religión dejaba paso para el desarrollo de otras actividades, como la académica y la científica. Dos años después, en 1891, abrían sus puertas. “Hay un espacio para lo religioso, pero también para la academia, los laboratorios, el teatro y el arte, la recreación. No está todo mezclado, cada cuestión tiene su lugar. Eso es interesante. Dios, o la idea de lo religioso, atraviesa la ciencia: ¿qué tiene que ver Dios con las matemáticas, con la biología, con las ciencias sociales? ¿Qué palabra tiene para decir en el mundo de hoy? No es lo religioso prevaleciendo al hecho científico o lo científico minimizando lo religioso. Es un diálogo, un disparador”, explica Chamorro. La arquitectura, en el colegio La Salle, va enseñando a cada paso cómo las sensaciones imaginadas en un plano pueden convertirse en realidad. De algún modo, podría decirse, sin ampulosidad, que buscaron crear un universo propio, un microcosmos donde la idea de Dios atraviesa cada moldura y peldaño.
Chamorro asiente: “Hay una dinámica que puede verse en las modificaciones o pequeñas reformas, ninguna significativa, que fueron dialogando unas con otras, resignificando una tradición con otra. La imaginética de la capilla francesa, en diálogo con los vitrales, el órgano, el teatro. Una cosa no rompe con la otra”. De esta manera, el estar en la escuela no es solo el hecho educativo, dado por la relación entre las personas, sino también por la presencia inmanente de un edificio que también educa con su prolijidad y estilo. “Sin reformas cocoliche”, suma el director. “Un alumno que ingresa por el hall central todos los días puede sentir la confianza, el sentido de entrar a una casa de estudio, un adelanto de lo que se va a encontrar en el aula”, descubre. En ese tren de conservar ciertas tradiciones elegidas, el La Salle mantuvo la boiserie original, los vidrios y ventanales originales, las aberturas de madera: tres siglos diferentes que conviven en este edificio.
"El modelo no es conservador, sino tradicional. No es innovador despreciando la historia. Esa idea de avanzada que tuvieron a finales del siglo XIX se mantuvo por más de 130 años."
Nicolás Chamorro
Nicolás Chamorro jamás se imaginó que sería director del colegio. Además de ser un religioso de la orden lasallana, Chamorro es contador y profesor abocado al área de la economía social. Al egresar del La Salle santafesino, supo que su vida iba a estar ligada a la orden, en especial, desde su métier: lo administrativo. Cuando siguó la opción como hermano, decidió entregarse al servicio educativo de las clases populares. Vivió en diversos países y en distintas comunidades y provincias de la Argentina. En 2016, le comunicaron que sería trasladado a Buenos Aires para liderar el colegio en un proceso de restauración edilicia que se había decidido luego del fracasado intento de convertirlo en un hotel. “Lo primero que hice fue buscar en la historia cuál era la cabeza de esos hermanos franceses, qué tenían en su corazón”, cuenta.
El colegio La Salle había nacido en pleno apogeo de la Generación del 80, cuando el país estaba definiendo su modelo educativo en debates profundos encabezados por la figura de Domingo Faustino Sarmiento. “Me encontré con que, en sus comienzos, en La Salle había más de 14 lenguas por curso: inglés, francés, italiano, polaco… de todo menos castellano”, revela. “¿Por qué eligieron este lugar de la ciudad? ¿Por qué pensaron este colegio tan monumental? ¿Qué era lo que querían plasmar como proyecto educativo? ¿Qué relación había entre este servicio y los sectores populares que, en simultáneo, también atendían?”, se preguntaba Chamorro. “Llegué a la conclusión de que apostaban a un modelo educativo que muestra a un Jesús en todas las sociedades, salvando a través de dotar de herramientas a los niños para la vida. No con la idea de rezar, ir a misa, sino pensando en que la ciencia tiene que estar al servicio de la vida. Estas herramientas son las que los van a promover, salvar, cuidar, y hacer sus vidas más felices y dignas. Esa idea me pareció interesante de rescatar”, resume.
La idea central que conservó con vida al colegio La Salle, asegura Chamorro, se mantiene a pesar de los profundos cambios sociales, culturales y tecnológicos que se produjeron alrededor. “Las mejores tradiciones son las que perduran sin esfuerzo”, dice. Y enfatiza: “El modelo no es conservador, sino tradicional. No es innovador despreciando la historia. Esa idea de avanzada que tuvieron a finales del siglo XIX se mantuvo por más de 130 años. Lo más interesante es haber podido sostener esto durante tanto tiempo. Nuestro colegio se mueve, pero nuestros principios y valores se mantienen”.
La comunidad, entonces, se revela como crucial para la supervivencia de un proyecto colectivo. La misma comunidad que logró visibilizar el riesgo que corría el colegio y que lo encarriló en su misión. “Para nosotros, eso es fundamental en estos tiempos de hiperindividualismo”, dice Chamorro, para quien la comunidad es un concepto vinculado a la inclusión, pero también a la casa común: el mundo, la ecología, la sociedad civil en su conjunto. “Pusimos paneles solares, reciclamos, tenemos referentes ambientales; es un momento exigente desde el punto de vista ético, tenemos que cuidarnos los unos a los otros: observar qué comemos, qué modelos productivos están involucrados, qué significa la soberanía alimentaria, el reciclaje, entornos sanos y saludables. El individuo por sí mismo es muy difícil que viva solo. En el tiempo de las redes sociales, del hiperindividualismo, hay que hacer comunidad, reconstruirla”.
Para Chamorro, esa reconstrucción comunitaria debe echar mano a la rica tradición cooperativa de la Argentina: clubes, colegios, mutuales y demás asociaciones que marcaron una parte de la historia del desarrollo integrador. ¿Por qué esa gente se juntaba y trataba de organizarse para resolver temas en común? “Porque solo no se puede”, sentencia. “La tecnología, las máquinas, el dinero, los caprichos y el egoísmo no pueden romper algo intrínseco del ser humano, que es ser con otros. El hiperindividualismo tiene esa limitante, exacerbada por sistemas productivos que ensalzan la búsqueda de reconocimiento, el poder, la meritocracia, la acumulación de bienes… Es una ilusión, porque solo la vida comunitaria es el vehículo para desarrollarse y ser”, agrega.
Esa visión comunitaria, ese sentido de pertenencia y la falta de claridad en el horizonte casi pusieron al borde de la redefinición al colegio La Salle en 2008. Fueron tiempos de incertidumbre, de mucha angustia por la sensación de que algo se había quebrado. Y, en el fondo, como dice Chamorro, la respuesta era muy sencilla: había que volver a creer en la misión que les había dado vida e historia. Así fue.