En una franja de medio kilómetro que quedó en un limbo entre Croacia y Serbia, y con la sustentabilidad ambiental como principio.
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Daniel Jackson se convirtió en presidente a los 14 años. Al menos eso dice. Aunque era inglés y, desde la ciudad de Dover, tenía vistas a Francia los días soleados, su ambición política apuntaba hacia otro lado: una franja húmeda de medio kilómetro cuadrado entre Croacia y Serbia, a orillas del río Danubio. Desde el 30 de mayo de 2019, ese rincón frondoso es la República Libre de Verdis. “El primer asentamiento eco-friendly de Europa” –promete una web sobria y moderna– persigue “un mundo mejor, más seguro y más limpio”. Al menos en la computadora de Daniel.
Aunque en los papeles la idea de la República Libre de Verdis aún parece un poco endeble, ya existen ciudades que podrían servirle de modelo.
Los verdisianos se consideran legítimos ciudadanos de esas 49 hectáreas deshabitadas en la zona conocida como Pocket 3, en el banco occidental del río, un territorio que no se adjudican ninguna de las dos naciones que viven en tensión permanente desde hace tres décadas. Son, aseguran, los primeros y más antiguos reclamantes. También plantean que ya cumplen con tres de los cuatro requisitos fijados en la Convención de Montevideo sobre Derechos y Deberes de los Estados: un territorio determinado, un gobierno y la capacidad de entrar en relaciones con otros países.
Verdis es –o será– una república con elementos de democracia directa, tres idiomas oficiales (inglés, croata y serbio) y una bandera casi igual a la argentina, que evoca cielos despejados, modernidad y limpieza. La organización interna parece algo caprichosa: la población se dividirá en 100 grupos de 150 personas. Cada dos años, se elegirá a uno de cada grupo para integrar una Cámara de Representantes, que votará leyes –atención– sujetas a la aprobación presidencial. El líder del Ejecutivo surgirá por voto directo y optativo, cada cinco años. Jackson fue ungido en el mismo momento de la fundación, tras una elección instantánea.
Para concretar el sueño, Verdis necesita el reconocimiento de al menos un Estado. El foco está en sus vecinos, pero las gestiones se extienden a otras naciones soberanas. Por eso hay una convocatoria para reclutar representantes oficiales, una suerte de protoembajadores que trabajan desde sus países con ese objetivo. Verdis los apoya con una dirección de mail, financiamiento para asistir a eventos y el derecho a recibir un pasaporte, que costará US$50. La web tiene un formulario para aplicar a la ciudadanía, que vale US$16. Aunque oficialmente cuentan 1040 ciudadanos, Jackson reconoce que las cifras están siendo reformuladas; algunos llevan un año sin responder los mensajes gubernamentales.
La historia, hay que decirlo, presenta algunos baches. El perfil del presidente en Instagram tiene 112.000 seguidores, pero apenas 47 posteos (el más exitoso, con 280 likes). La cuenta gubernamental, 103.000 seguidores y 10 posteos. No hay información sobre la actividad política de ninguno de los 13 ministros, salvo por el encargado de Educación, Josiah Suwono, que aparece en un rincón de internet como “primer ministro del Reino de Sycamore”, una supuesta micronación oceánica. “Sycamore no tiene afiliación con Verdis; fue un proyecto experimental”, explica Jackson en diálogo con Brando. Aunque asegura que su país ya tuvo apariciones en grandes cadenas como ABC, NBC o CBS, “no logramos archivar esas emisiones”. La cobertura internacional se reduce a páginas de Serbia, Croacia, Rusia y Luxemburgo.
Cuando se le piden imágenes del país naciente, Daniel adjunta una foto que podría ser la de cualquier paisaje pampeano o patagónico.
Cuando se le piden imágenes del país naciente, Daniel adjunta una foto que podría ser la de cualquier paisaje pampeano o patagónico: una carpa verde bajo un árbol generoso, un jarrito sobre un fogón humeante, un río planchado. Explica que se la mandó uno de los 40 representantes cuando visitó la tierra prometida. Jackson todavía no estuvo allí. Promete conocerla el año que viene, si la pandemia lo permite.
Verdis anuncia un paquete de medidas progresistas una vez que se establezca el primer asentamiento permanente (cuarto requisito de la Convención de Montevideo): atención médica gratuita hasta los 20 años, jardines y parques de juegos estatales, becas y préstamos estudiantiles. Cuando lo consiga, el primer mandatario dejará su cargo. “Solo intento ayudar a que Verdis cumpla con sus metas; después quiero sentar cabeza en la vida”, cuenta el joven que hoy vive en Australia, trabaja en hosting de páginas web y cumple 17 a fin de año.
Verdis que te quiero verde
“Decidimos crear un Estado ambientalmente consciente, que pueda ser un ejemplo para otros países”, escribe Daniel, que ya piensa en las próximas generaciones. Como la superficie es limitada (apenas cinco hectáreas más que el Vaticano), la idea es levantar torres de departamentos y oficinas. Habrá balcones abiertos, jardines y granjas verticales. La energía se producirá con molinos hidroeléctricos. “Uno del tamaño de una habitación chica puede alimentar hasta 60 hogares, y ser amigable con la naturaleza que lo rodea, evitando cualquier riesgo para la fauna acuática”, promociona Jackson. “Queremos minimizar el transporte privado y promover el público, como buses y tranvías eléctricos. Alentamos a que los comercios usen productos reciclados y digitalicen su papeleo. Buscamos que los habitantes inviertan en bombillas eficientes y equipos de limpieza verde”.
Todo eso tendrá sentido en la medida en que se adecúe al territorio, su población y sus recursos, explica Paloma González Lobos, especialista en derecho urbano ambiental. Ahora bien, si tuviera que diseñar una nación realmente eco-friendly, ¿cuáles serían los pilares? La abogada da una respuesta en cinco partes: institucionalidad (garantizar acceso a la información y participación pública), planificación (aprovechar los recursos en su contexto), educación (trabajar la idea de “casa común” como única forma de cuidar el ambiente), soberanía alimentaria (repensar las ciudades con espacios de cultivo) y energética (con fuentes renovables).
Algunos ya transitan esa senda. En Portland, al extremo noroeste de Estados Unidos, las cosas se vienen haciendo bien desde los 70: planificación con espacios para actividades agropecuarias y forestales, descentralización, participación a escala barrial, local y metropolitana. “La clave de esta política ha sido su mantenimiento y evolución a lo largo de los años, y el trabajo constante del Estado y la ciudadanía”, explica González Lobos. De Rotterdam, en los Países Bajos, destaca el sistema de control de inundaciones que transformó techos y plazas en puntos de retención de agua. Además de prepararse para las peores consecuencias del cambio climático, es una medida clave en entornos casi a nivel del mar, como la propia Buenos Aires.
El plan nacional que cosecha más elogios en nuestra región es el chileno, con un servicio de evaluación de impacto ambiental, una superintendencia a cargo de las sanciones y tribunales especializados, repartidos en tres sedes a lo largo del país. Todo bajo los principios de transparencia, descentralización, acceso público y electrónico. Hay, además, sistemas de información sobre la calidad del aire y verificación de las estrategias de sustentabilidad en escuelas y organismos públicos.
Son espejos relucientes para Daniel y sus verdisianos. Aun si la idea no terminara de concretarse, aun si todo fuera el experimento salido de una computadora, la idea habrá sido inspiradora. “Las generaciones más jóvenes son los agentes de cambio en la historia”, recuerda González Lobos. “Saben que esos cambios no se producen de manera pasiva y se ocupan de educar sin tenerles miedo a los argumentos de autoridad de muchos líderes mundiales”. Algunos, de hecho, ya se autoperciben como eso mismo.