El heredero de una estirpe de voleibolistas repasa qué cambió en su cabeza y en su estilo de vida después de una gran crisis personal.
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En Pipa, al norte de Brasil, Facundo Conte se sienta sobre la arena con las piernas cruzadas y mira a su novia mientras camina hacia el mar. El atardecer es cálido y la tranquilidad del paisaje lo lleva a conectarse con la naturaleza. Decide meditar. Pasa una hora y otra: su estado de relajación es total, en las antípodas del jugador que abre los ojos como platos y grita cada punto mientras las venas se le marcan en el cuello. Termina la meditación, mira a su novia y le dice, casi escéptico: “Me acabo de ver abrazado con todos en un grito desaforado”.
Esa imagen, en plena cuarentena, volvería a su cabeza muchos meses después, al otro lado del mundo, en Tokio.
Ahora Facundo está en un restaurante de Polonia, país en el que juega, y en la pantalla que nos separa también aparece un trago, que toma de a sorbos breves. Piensa antes de responder: sobre su trayectoria, sobre cómo fue criarse con la presión social de seguir los pasos de su padre, Hugo, uno de los mejores voleibolistas de la historia, y sobre su infancia, cuando solo jugaba para divertirse. Lo que más lo entusiasma, sin embargo, es hablar de meditación, reiki y ambientalismo. “Uno no solo es un deportista, sino muchas otras cosas’', dice.
Nació un 25 de agosto de 1989, en Argentina. Al mes ya estaba en Italia, donde su padre jugó hasta 1997: “Nos hemos mudado mucho. Mis hermanas nacieron en distintos puntos de Italia, una en el norte y otra en el sur. En Módena y Catania”. Al calor de una familia ligada al vóley –Sonia, su madre, también jugó en la selección nacional–, gran parte de sus recuerdos son al costado de una cancha: “Esa etapa me marcó. Nos íbamos últimos de los estadios porque mi viejo se quedaba y hablaba con la gente. Se tomaba fotos y firmaba autógrafos; en cierto modo, fue como ser hijo de Maradona o Messi”.
"Me saqué la careta del éxito. "
Facundo Conte
El periodista y relator José Montesano, quien condimenta las transmisiones con su relato pasional y transparente, fue quien lo apodó “El heredero”, y no le molesta: “José es una persona querida por la familia y lo hizo con buena leche. Lo difícil era tener 14 años y que nos hicieran una nota a los hijos de grandes jugadores por el solo hecho de ser los hijos’'. En 1988, el seleccionado de su padre ganó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Seúl, y ante Brasil. Para Facundo, haberse criado con la medalla en su casa fue algo normal y, con el tiempo, entendió que ese logro formó parte de una proeza que demoró 33 años en repetirse, y él estuvo ahí. Ni más ni menos que ante el mismo rival: “Finalmente, pudimos igualarlos”, dice con una sonrisa que se alarga.
Desde los 13 hasta los 18, pasó por los clubes GEBA y Ciudad, y lo recuerda como la época más linda y despreocupada de su vida: “En otro país no existe la estructura de clubes como en Argentina”. En el vóley local estuvo hasta el 2007, y luego emprendió su periplo por Europa, Asia y Sudamérica. Su primer destino fue Italia, donde jugó cinco años, luego un año en Rusia, dos en China, Brasil y Polonia, una de las ligas más competitivas del mundo, adonde regresó este 2021, y completará su tercer año. Con su novia, dice, aún se están acomodando. “Es un idioma difícil, y si bien sé algunas palabras, no me alcanza para tener una conversación”.
Si de adolescente no pudo viajar a un mundial juvenil para no quedarse libre en el secundario, ya era profesional en Italia cuando rindió libre Literatura de quinto año. Sus prioridades, en ese momento, eran claras. “El vóley es el hilo conductor de gran parte de las cosas que me pasaron, pero ahora sé que es una burbuja muy bonita y cómoda, donde nos movemos con tranquilidad y tenemos las cosas fáciles. Muchas veces no pensamos en lo que somos, sino en lo que hacemos”, reflexiona hoy, a casi una década de lo que fue su primera gran crisis: en 2013 tuvo una grave lesión en el hombro que lo dejó fuera de las canchas durante un año. El hombro no solo es clave en su disciplina, explica, sino también en su estilo de juego, y el fantasma de no recuperar su nivel profesional empezó a angustiarlo.
“El peor momento fue cuando pensé: «¿Esto es lo que soy o lo que hago?». Antes de eso me sentía como los superhéroes. El traje era el uniforme del equipo o la selección”. Ahí decidió que debía ponerle fin a la burbuja del éxito: “Me saqué la careta”, dice sin vueltas, y agrega que esa situación no solo le permitió volver a competir en un alto nivel, sino a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida: “Yo decía «Jugué mundiales, hago puntos, los estadios se llenan y la gente me aplaude», y de golpe me conecté con gente que me decía «Quedate tranquilo, en silencio y respirá». Eso fue clave”.
"El reiki y la meditación me ayudaron mucho para entenderme con la oscuridad que todos tenemos. Sé que mucha gente es incrédula, pero a mí me sirve muchísimo."
Facundo Conte
Entre 2016 y 2017, su estrategia fue barajar y dar de nuevo, volver a las bases. Tanto en lo personal como en lo colectivo: tenía que tomar decisiones. Después de los Juegos de Río 2016, sorprendió con su partida al vóley chino, pero aún más con su renuncia a la selección: “Tenía que frenar. Lo hacía para cumplir y no por sentirlo, y eso no está bueno para nadie”. En medio de esa pausa que se extendió un año, conoció el reiki, una terapia alternativa que se basa en el manejo de la energía del cuerpo: “Me ayudó mucho para entenderme con la oscuridad que todos tenemos. Sé que mucha gente es incrédula, pero a mí me sirve muchísimo’'.
En China, lo que para otras personas podía ser una limitación –la distancia con Occidente, las restricciones a las redes sociales–, para él fue una oportunidad para centrarse. Empezó a manejar la ansiedad a través de la meditación, por sugerencia de su novia. “Viví dos años en la misma casa y en el mismo equipo, pero fueron dos viajes diferentes. Ahí tomé conciencia de las cosas simples, de que el cielo es azul y de que muchas veces nosotros nos creamos los problemas”.
Luego de un año, el regreso al seleccionado nacional fue auspicioso: “Cuando uno está feliz, contagia al que tiene al lado, o viceversa. Justamente el reiki busca armonizar los puntos claves que tenemos en el cuerpo”, explica el número 7 del seleccionado, y agrega: “No puedo hacerlo antes de empezar un torneo porque necesito estar en modo bestia, enojado y con hambre de ganar. Esa tranquilidad no me ayuda en la cancha, pero en la vida me da mucha paz”.
–¿En qué sentido?
El reiki trabaja sobre lo que está fuera de la mente. He sentido cosas muy hermosas gracias a eso. Lo cuento poco porque no se trata de convencer. Pero, por ejemplo, yo me había golpeado una costilla y estuve un mes sin actividad, y fui con mi novia al norte de Brasil y hacíamos surf a la mañana y después meditábamos y disfrutábamos del lugar. En un momento tan difícil me ayudó mucho y pude ver de diferente manera un momento tan duro, y estoy muy agradecido de lo que viví, y ni hablar después de la medalla. Ahí fue cuando tuve una meditación donde me vi con todos abrazado, y no lo creía porque fue en 2020, y hacía dos o tres meses que no jugábamos con la selección y tampoco no se sabía si se hacían los Juegos. Pero yo estaba gritando desaforado como nunca grité en mi vida, y así viví los Juegos. Grité mis puntos y los de mis compañeros, y cuando entraba a los estadios, en el túnel decía en voz alta: «Confiá, confiá, confiá», sentía explotar de euforia junto a mis compañeros. Además, uno suele gritar los puntos de uno y al otro lo felicita, pero esos Juegos fueron diferentes.
–¿Este cambio de mentalidad también se vincula con tu inquietud por la crisis ambiental?
Sí, estoy empezando a encontrar una manera de comprometerme con algunas organizaciones, principalmente con Eco House, que es una de las ONG más activas y que están haciendo muchas cosas por la lucha ambiental en Argentina y en el mundo. Hace muy poco se hizo un congreso juvenil donde Eco House fue organizador y yo participé. Quisiera hacer mucho más, pero al no estar en Argentina me cuesta, es más difícil y, aun así, molesto a todos con que pongan tachos de reciclaje para tirar las cosas en los entrenamientos. En Europa, es obligatorio separar la basura, tenemos que hacer lo mismo. Además, el lugar que me toca como “influencer”, lo utilizo para enviar un mensaje sobre estos temas. A mí no me gustan las redes sociales, pero elegí tomar ese personaje en las redes para intentar dar un mensaje mejor y más profundo. Las marcas que elijo, por ejemplo, son porque tienen un proyecto sustentable. Trato de linkear con marcas que manejen los mismos ideales y valores: si no, soy un hipócrita.
–¿Por qué no te gustan las redes sociales?
Hoy uno se saca una foto en la torre Eiffel y es más importante que el viaje. Me parece triste. A su vez, me parece que hay un cambio tremendo, pero muy de a poquito. Me gustaría que sea más rápido, por eso aprovecho desde mi lugar para intentar mandar un mensaje a la gente que le gusta el deporte, y que en su teléfono cada tanto vea un mensaje de “che, loco, no tires plástico al piso”: ¿por qué lo vas a hacer si lo podés tirar al tacho?
Un día después de su cumpleaños 33, comenzará el Mundial de Rusia 2022, y si bien no definió su futuro, las chances de que esté presente son altas. “Ganar deja un sabor muy rico’', dice y muestra el tatuaje en uno de sus brazos, donde se lee una de las máximas del reiki: “Solo por hoy”. A su vez, las oportunidades que genera el triunfo deportivo, tanto dentro de la cancha como fuera, son una de las cosas que más le interesan, sobre todo después de tantos años de carrera, aun con todo lo que implica. “Muchas veces tengo ganas de hacer algo y no puedo porque me tengo que ir a jugar a otro país, y recién voy a poder cuando termina la temporada. O sea, en un año’'.
Más allá de los objetivos personales, Facundo tiene un sueño colectivo: que se refuercen las estructuras de clubes en el país. “Los clubes del interior han dado grandes jugadores, pero siempre tuvieron que ir a Buenos Aires’', contextualiza sobre la actualidad, donde la Federación de Vóley no pasa por su mejor momento, y los jugadores juegan en otros países (solo en la primera división de Francia juegan 19 argentinos). “El club genera pertenencia y sacó muchos chicos de la calle. Es algo que debería ser más apuntalado. Agradezco ser un pibe de club’', concluye.
De las enseñanzas que su padre le legó, hay una metáfora que hizo propia: “La cancha de vóley es como una pecera. Ahí es donde yo entro y me siento como un pez en el agua y lo de afuera deja de importar’'. El 7 de agosto del 2021, en los Juegos de la capital japonesa, Argentina se impuso ante Brasil y consiguió subir al podio. “«¿Te acordás de lo que visualicé hace un año?, le pregunté a mi novia unas horas después»”, recuerda. Hoy en su brazo lleva tatuada una playa de Pipa y el mar que asoma, el mismo lugar en el que se vio festejando con sus compañeros.