Después de 12 años en Brando, tengo que escribir el anteúltimo editorial de la revista. Doy vueltas en mi casa, amago con sentarme en la computadora, pero no. No todavía.
Le mando un wasap a Gaspar Kunis, exeditor de fotografía, y le pregunto cómo era lo de los colores de Walter Mitty. Hay películas que son códigos internos. Películas que alcanzan para hacerte amiga o amigo de alguien tan solo por compartir ese gusto. Casi nunca son grandes films, sino, más bien, preferencias arbitrarias, fanatismos secretos. Así fue: en algún momento mencioné, al pasar, que amaba una peli en la que Ben Stiller no hacía de Ben Stiller, sino todo lo contrario. Gaspar abrió los ojos, también los brazos, y gritó como si se le saliera el corazón: ¡La increíble vida de Walter Mitty!
La increíble vida de Walter Mitty nació primero como cuento, escrito por el humorista James Thurber en 1939, en la que un anodino corrector de pruebas, al que todo el mundo maltrata o ignora, sueña despierto para lanzarse a la aventura de conquistar a la chica de sus sueños. Ocho años después, en 1947, se adaptó al cine en formato de comedia romántica.
Cuando nos confirmaron que la revista cerraba y que la edición de febrero (la próxima) sería la última, todo se volvió azul. No azul rutinario, sino azul invisible. Como si el trabajo de todos estos años se hubiera desvanecido en ese instante.
Pero cuando en 2013 Ben Stiller la retomó en su papel de productor, director y protagonista, el mundo había cambiado. Y el ánimo también. Cualquier atisbo humorístico había trocado en melancolía. Acaso nostalgia por el fin de una era. El Walter Mitty del siglo XXI es laboratorista –responsable de los negativos fotográficos– de la revista más famosa del mundo, Life. Y la revista más famosa del mundo, la de Marilyn, Kennedy, Fidel Castro, Hemingway y la Reina Isabel en tapa, está a punto de dejar de salir en papel. Internet arrasa con su materialidad. Y, especialmente, con ese oficio silencioso de Walter que, paradójicamente, se vuelve imprescindible: él tiene la misión de conseguir la última foto de tapa. Una misión de vida o muerte que lo va a llevar de la fantasía a la adrenalina real.
Acá sigo, dando vueltas a una distancia prudencial del teclado, cuando me llega un audio de Gaspar. Y otro, y otro más. Da detalles que, para no espoilear, se resumen en dos colores: azul y rojo. En la primera parte de la película, casi todo es azul. Como la rutina burocrática de Walter Mitty, como su vida de oficinista a la que nadie le interesa mucho, como su trabajo invisible y en extinción. Pero a medida que sale en la búsqueda de la aventura –ya no imaginaria: habrá viajes, barcos, rutas y hasta la escalada a una montaña–, y empieza a poner el cuerpo guiado por un deseo, la paleta vira al rojo.
Fuimos una suerte de Walter Mittys lanzados a convertir algo que podría haber sido rutinario, burocrático, intrascendente, en una aventura periodística.
Cuando nos confirmaron que la revista cerraba y que la edición de febrero (la próxima) sería la última, todo se volvió azul. No azul rutinario, sino azul invisible. Como si el trabajo de todos estos años se hubiera desvanecido en ese instante. Me vi azul. Hasta que empezaron a llegar mails, wasaps y llamados de colaboradores que se habían enterado de la noticia. Y con cada mensaje se multiplicaban las anécdotas, los recuerdos, las señales de gratitud por haber sido parte de este proyecto, y el reconocimiento a una revista que les abrió caminos, espacios, posibilidades de contar, de mostrar, de crear.
Y entonces se me ocurrió que sí, que tanto Humphrey en edición, Martín en diseño e Inés (y más atrás Gaspar y Vera) en fotografía y yo en la dirección (precedida por el gran Nico Cassese) fuimos una suerte de Walter Mittys lanzados a convertir algo que podría haber sido rutinario, burocrático, intrascendente, en una aventura periodística en la que en cada edición nos animábamos a correr algún límite, a reinventar un género, a probar modos de narrar.
Fueron páginas y páginas, años y años, a puro rojo. Ojalá lo hayan sido para ustedes también.
(PD: nos encantaría que nos contaran qué significó Brando para ustedes escribiendo a fnicolini@lanacion.com.ar).
*Directora de Brando