Es una de las principales referentes de alta competición por su desempeño en los últimos 20 años en lanzamiento de martillo
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Cuando empezó a practicar deportes, a sus 5 años, encontró una revelación en el fútbol: “La pelota no sabe si sos hombre o mujer, solo quiere que juegues con ella”. Más de tres décadas después, ya con 36 años, Jennifer Dahlgren es una referente del atletismo nacional: participó en 7 Mundiales, 4 Juegos Olímpicos, y tras ganar su título número 12, en la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay, decidió retirarse y poner fin a una trayectoria donde los logros van más allá de las medallas. Su vida deportiva cambió en la adolescencia, cuando una profesora del colegio la llevó al Cenard a probar suerte en una disciplina individual, extraña para muchos: el lanzamiento de martillo. “Fue amor al primer lanzamiento”, recuerda.
La deportista es reconocida también por su militancia pública contra la discriminación.
Por trabajo de su familia, había vivido parte de su infancia en Brasil y Estados Unidos, hasta que regresó a la Argentina con 14 años, en 1997. Su madre, Irene Fitzner, había sido atleta olímpica y había competido en los 100 metros de Múnich 1972. Jennifer heredó ese amor por el deporte y a los 15 ya había ganado los Juegos Evita y clasificado a torneos internacionales.
Sin embargo, mientras el deporte le abría puertas, los prejuicios cerraban otras: sufrió bullying por su cuerpo diferente a la belleza establecida. “Llegaron a prenderme fuego un zapato puesto y a dibujar en el pizarrón una heladera con mi nombre. La aceptación que no tenía en la escuela la tenía en el Cenard. Eso me marcó la carrera”.
Según estadísticas de la evaluación nacional Aprender de 2017, 6 de cada 10 adolescentes reconocen haber sufrido discriminación en la escuela por distintas características: físicas o de orientación sexual. A su regreso al país, no recordaba bien el idioma, y en el colegio buscó el lenguaje universal del deporte para hacer amistades: “Quería jugar al fútbol con los chicos, y no me dejaban. Las chicas, capaz por envidia a esa atención, me decían machona”. En la adolescencia, una etapa de formación que deja marcas para toda la vida, sintió que no tenía de dónde construirse, y por el rendimiento en su deporte empezó a sentirse más segura.
En 2003, con 19 años, clasificó a sus primeros Juegos Olímpicos, Atenas 2004. Luego seguirían Pekín 2008, Londres 2012 y Río 2016. Además, en medio de sus habituales participaciones olímpicas, en 2011 clasificó a la final del Mundial de Daegu, en Corea del Sur, pero no todo fue éxito. Haber estado entre las 10 mejores le generó una presión que le jugaría en contra para los Juegos de la capital inglesa al año siguiente, en los que terminó última y sin puntos: “No supe manejar la presión; en marzo del 2012 no quería hablar más de los Juegos Olímpicos, y eso que empezaban en agosto”.
La parte anímica, fundamental en cualquier deportista, la afectó durante los seis años siguientes. Pero el bloqueo emocional terminó en los Juegos Odesur 2018, donde lograría ganar la medalla de oro en el último lanzamiento: “Después de luchar mucho tiempo, en ese año me sentí libre”, reconoce. Gracias a ese resultado, además, decidió buscar la clasificación a Tokio 2020, donde esperaba sellar 23 años de profesionalismo en el torneo más importante del deporte. Finalmente, el parate por la pandemia y la postergación de los Juegos, la ayudó a tomar la decisión de retirarse: “Fue mi último torneo. Cerré una etapa enorme de mi carrera deportiva”, dijo al finalizar primera en su disciplina, en la edición 101 del certamen que convoca a 300 deportistas argentinos y otorga puntos para la clasificación olímpica.
Los otros martillos
–¿El deporte te sirvió para enfrentar las situaciones de bullying que viviste?
–Sí, aunque de muy chica trabajé mi costado deportista y dejé relegada a la mujer. Hasta los 25 o 26, si un hombre me decía que yo era linda, lo tomaba como una cargada, pensaba: “Yo no puedo ser linda, soy grandota”. Esas cicatrices las deja el abuso emocional que tuve, y costó mucho trabajar la autoestima. A los 14 o 15 años sentía que mi cuerpo era horrible, pero me servía para destacarme en mi deporte; gracias a él, empecé a aceptarme a mí misma. Pasaron muchos años para darme cuenta de que no había nada que perdonar, es el cuerpo que me tocó para transitar en la vida. En la adolescencia, yo quería ser igual a todos y no podía pasar desapercibida. Gracias al deporte me amigué con la Jenni mujer.
–Cuando salió la ley de talles, tu historia tomó visibilidad a partir de que te manifestaste por la sanción. ¿Cómo vivís la cuestión de la moda y los estereotipos?
–Es un tema muy importante. De chica quería usar todo lo que estaba de moda y no podía, pero también por eso pude ir encontrando mi estilo. En 2018 tuve un año estelar y me invitaron como deportista a la gala del G-20. Antes de ir a buscar el vestido, le dije a la chica: “Mirá que soy grandota”, y me dijo que tenían todos los talles. Pero al llegar, me probé el vestido más grande y no me cerraba en la espalda. La chica se lamentó, y yo salí a la calle con un nudo en la garganta que me nació compartirlo en las redes. En la última historia terminé llorando desconsolada, me daba vergüenza e impotencia, me fui a dormir supertriste. Al día siguiente se había viralizado, y me invitaron a hablar del tema en el programa de Mirtha. Yo no sabía, pero a las dos semanas se trataría el proyecto de la ley, fue una causalidad. Es un error creer que deberíamos entrar en la ropa y no que la ropa nos entre a nosotros. Cuando salió la ley me pareció genial, pero todavía falta mucho trabajo para que las empresas lo lleven adelante, sigue siendo un problema conseguir ropa.
En 2008, se recibió en Literatura en la Universidad de Georgia, donde fue becada como deportista. En 2016 publicó El martillo volador, libro para el público infantil.
Además del deporte, la literatura también fue para ella otra herramienta de consolidación personal. En 2008, durante una estadía en los Estados Unidos, se recibió en Literatura en la Universidad de Georgia, donde fue becada como deportista. En 2016 publicó El martillo volador, libro para el público infantil en el que trazó un puente entre padres, hijos y deportistas: “Son cuentos de cinco deportes olímpicos: Lanzamiento de Martillo, Judo, Esgrima, Hockey y Remo. Todos con una moraleja diferente, como la timidez, la individualidad y el trabajo en conjunto. Cada uno tiene como referente que fue a los Juegos. Además de compartir mi historia, puede ayudar a los chicos a conocer más a los deportistas argentinos, y que los padres puedan tener otros recursos para hablar de ciertos temas con ellos”.
Lanzamiento final
Jennifer es la segunda argentina en la historia en participar de Mundiales de Martillo (la primera: Karina Moya, en 2001). Durante tres años, logró ser top ten del mundo, y en 2010, fue récord sudamericano, con la marca de 73,74 metros. En 2020 fue campeona metropolitana y cuatro veces medalla de oro en los Juegos Iberoamericanos (2010, 2014, 2016 y 2018).
Su último título profesional, lo consiguió el domingo 11 de abril, en el campeonato Nacional de Mayores organizado por la Confederación Argentina de Atletismo.
–¿Se aprende más en las malas que en las buenas?
–Totalmente. Cuando todo sale de taquito es fácil. Es difícil cuando estás entre la espada y la pared, te llenás de dudas y pensás en cómo salir. Esas situaciones te definen y te hacen cambiar. De todos modos, las medallas, los trofeos o ir a un Juego Olímpico más no me definen. En el atletismo no solo es ganar y clasificar, también mejorar la marca personal. Soy muy competitiva y los objetivos son muy importantes. Sé que tuve años malos y quiero cerrar una etapa. Hoy estoy entrenando fuerte, como me gusta.