Fue uno de los primeros países en vislumbrar una realidad sin pandemia, ¿cuál fue su estrategia sanitaria?
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Antes de que el conflicto con Palestina empezara su escalada, Israel apareció en los medios de todo el mundo como ejemplo cuando el pasado 18 de abril levantó la obligación de usar barbijo en lugares abiertos. ¿Cómo fue el proceso por el que un país que suele estar en las páginas de Internacionales por los conflictos con sus vecinos pasó a convertirse en referencia a la hora de pensar en medidas para combatir la pandemia? ¿Es posible replicar esa experiencia en países con menos recursos y más población?
En medio de sus cuartas elecciones consecutivas en dos años –y con un lamentable recrudecimiento del conflicto con Palestina–, Israel es uno de los países referentes a la hora de combatir la pandemia.
Al 30 de mayo, más de cinco millones de israelíes habían sido vacunados con dos dosis (ver recuadro al final de la nota). Esto representa casi un 60% de la población total y el porcentaje es aún mayor si se toma en cuenta que las personas de 0 a 16 años no pueden ser vacunadas hasta ahora. El científico Eran Segal, del Instituto Weizmann, dice que el cambio empezó a verse desde mediados de enero, cuando la vacunación a mayores de 60 años mostró las primeras bajas en la cantidad de contagios diarios y hospitalizaciones. Comparando la situación de enero con la de mayo, Segal indica que hay un 99% menos de casos, un 98% menos de cuadros graves y 98% menos de muertes.
Mientras los especialistas miran las cifras con cautela, con miedo a que nuevas variantes del virus puedan cambiar la situación, la vida en Israel a mediados de abril parecía vislumbrar lo que algunos insisten en llamar “normalidad” o “vieja normalidad”.
Noches sin barbijo
“Acá ya hace un calor de locos: vos sabés que en Tel Aviv no existe la primavera ni el otoño, el año se divide entre el invierno y el verano”, dice a principios de mayo, del otro lado de la pantalla, mi amigo Alonn Barthels. Nos conocimos en un curso de hebreo en 2019, mientras yo pasaba un semestre en Israel como investigador invitado en la Universidad de Tel Aviv. Él se crio en Luxemburgo y vive en Israel hace ya cuatro años, desde que llegó para hacer un máster en Desarrollo de las Organizaciones y decidió quedarse. Ahora, a sus 29, me cuenta cómo se vive el relajamiento de las restricciones desde hace unas semanas (unos días después de nuestro intercambio, tuitearía una foto desde el bunker antimisiles y esa postal esperanzadora se empañaría).
Alonn trabaja en el departamento de Recursos Humanos de una empresa con sede en Rehovot, a 30 kilómetros de Tel Aviv. Durante el año pasado trabajó de manera remota y hace unos días le pidieron volver a la oficina tres veces por semana.
Comparando la situación de enero con la de mayo, hay un 99% menos de casos, un 98% menos de cuadros graves y 98% menos de muertes.
“Se sintió como repentino. Primero levantaron las restricciones para los lugares abiertos, después para los lugares cerrados con certificados de vacunación y dos semanas después fueron las celebraciones por el Día de la Independencia, donde hubo fiestas y los restaurantes estuvieron llenos”, dice, con sentimientos encontrados.
Alonn acaba de volver de Luxemburgo, donde se tomó unos días de vacaciones para ver a su familia, y fue como viajar al pasado. Además de ver barbijos por todas partes y de encontrarse con un clima menos propicio para los encuentros sociales (en Europa sí hay primavera), había toque de queda desde las 11 de la noche hasta las 5 de la mañana, con los locales cerrando a las 18. De vuelta en Israel, navega con la presión de volver a la vida social agitada de una ciudad cosmopolita cuando no está del todo listo para retomar ese ajetreo: “Por momentos me siento exhausto y sobrepasado con que el ritmo vuelva a ser tan rápido otra vez. La gente está yendo a cumpleaños, al gimnasio, a hacer compras... Están en una prisa constante y necesito un poco más de tiempo para reajustarme a esa rutina”.
El lugar en el que estudiamos hebreo con Alonn se llama Ulpan Bayit y queda en Florentine, el barrio hípster del sur de Tel Aviv. Es un sitio progre en el que se hacían actividades culturales fuera de la currícula, como almuerzos informales con comida de distintas partes del mundo, debates en inglés sobre la coyuntura política israelí o proyecciones de películas con audio en hebreo y subtítulos en inglés. La mayoría de sus estudiantes son extranjeros que están de paso o acaban de emigrar a Israel. Me da curiosidad saber cómo navegaron estos meses de pandemia y me pongo en contacto con algunos de ellos.
“Hasta la llegada del covid habíamos evitado las clases online porque sentíamos que eran impersonales y no estábamos seguros de que nuestra forma de enseñar funcionara de manera remota”, cuenta Ilan Rubin Fields, coordinador del instituto, por mail. “Ahora podemos decir que las clases online fueron las que nos mantuvieron a flote el año pasado, porque con las restricciones no podíamos dar clases presenciales y no había turismo. Tenemos estudiantes de América del Norte, del Sur y hasta de la India y Tailandia”.
El retorno a la presencialidad fue progresivo en los distintos niveles educativos y terminó de consolidarse a fines de abril, en aulas que tienen aforo limitado. “Volver a las aulas fue muy, muy raro. Es como que todo el tiempo estábamos esperando que algo saliera mal. Estuvimos en emergencia por tanto tiempo que es difícil bajar la guardia, pero ahora todos, tanto los docentes como el staff y los estudiantes, estamos disfrutando el hecho de estar juntos de nuevo, en persona. Es algo que habíamos dado por sentado y que perdimos por mucho tiempo”, apunta Ilan.
En esos meses también conocí a Gabriela Jonas Aharoni, una argentina que emigró a Israel en 1996 y hoy es una académica reconocida en el campo de estudios sobre televisión. Un viernes de inicios de mayo, después de que empezara el toque de queda acá en Buenos Aires y con un guiso y una manta en el sillón como único plan, le mandé un mensaje para ver cómo estaba: “Estoy en un cumpleaños, te llamo mañana”, me respondió. La vida social había vuelto y nadie imaginaba, aún, que unas semanas después volvería la escalada de violencia.
"Por momentos me siento exhausto y sobrepasado con que el ritmo vuelva a ser tan rápido otra vez. La gente está yendo a cumpleaños, al gimnasio, a hacer compras. Necesito un poco más de tiempo para reajustarme a esa rutina."
Alonn Barthels
Al día siguiente hablamos y Gabi me contó que, a pesar de que hay un cierto retorno a los encuentros, ella se sigue manejando con cautela y no viaja a Tel Aviv desde el año pasado. Vive con su marido y sus hijos en Meitar, una ciudad al sur, cerca de Beer Sheva, un lugar muy arbolado lejos del tintineo constante del centro. Dice que eso la ayudó a pasar el 2020 de una manera no tan terrible, porque podía salir a hacer largas caminatas entre los árboles y respirar aire fresco. Ahora ella sigue dando clases en Sapir Academic College, un centro de estudios vinculado a las artes audiovisuales, vía Zoom.
Hannah Pollin-Galay enseña Literatura en la Universidad de Tel Aviv y ella sí volvió a dar clases en persona hace unas semanas. “Extrañaba enseñar en el campus y estaba ansiosa por volver a las aulas. Me sorprende que muchos estudiantes no compartieran este sentimiento”, cuenta por mail. “Entiendo que para algunos es un tema de practicidad porque viven lejos o porque se les complica llegar por los horarios de trabajo. Pero me preocupa que en algunos prenda la idea de que venir al campus, hacerse presente y ser parte de la vida universitaria ahora pueda ser considerado una carga”.
Hannah coincide con Alonn en que ajustarse a la vida post-Zoom va a llevar un tiempo: “Me agarré una gripe después de haber ido a la primera reunión social en meses. Y, a veces, me da como un subidón de ver a tanta gente de golpe, me deja confundida y mareada. Va a ser todo un trabajo readaptarse”.
"Me agarré una gripe después de haber ido a la primera reunión social en meses. Y, a veces, me da como un subidón de ver a tanta gente de golpe, me deja confundida y mareada. Va a ser todo un trabajo readaptarse."
Hannah Pollin-Galay
Al pensar en perspectiva sobre estos últimos meses, la profesora analiza las luces y sombras de la campaña de vacunación. “No estoy para nada de acuerdo con los izquierdistas que se quejaron o minimizaron el logro solo porque Netanyahu tuvo algo que ver con eso. Considero que el éxito en la vacunación tiene mucho que ver con la infraestructura socialista construida por las generaciones anteriores y con la memoria popular de aquella solidaridad. Mi principal reproche al gobierno es que no haya compartido las vacunas con los palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza”.
El 23 de mayo, Hannah asistió a la marcha convocada por el movimiento Omdim Beyachad (Standing Together en inglés; Juntos y de pie, en español), un movimiento de judíos y palestinos que brega por la coexistencia y la paz. Miles de personas se congregaron en la plaza Habima, centro neurálgico de Tel Aviv, con banderas escritas tanto en hebreo como en árabe. Uno de los oradores fue el Premio Nobel de Literatura David Grossman, quien perdió a uno de sus hijos en la Segunda Guerra del Líbano, en 2006. Frente a una de las multitudes más grandes de los últimos tiempos, el escritor dijo: “Nosotros somos rehenes de varios extremistas. Nos sentamos con la boca abierta viendo cómo seres humanos se convierten en objetivos militares, cómo las madres se ponen delante de sus hijos para protegerlos, cómo edificios de muchos pisos se caen como una casa de naipes y familias completas desaparecen en un abrir y cerrar de ojos”. Esa noche, Hannah tuiteó una frase de la plaza y escribió: “Estoy tan orgullosa de haber estado acá”.
Vacunas y conflicto
Israel empezó su campaña de vacunación el 20 de diciembre del año pasado y enseguida se ubicó en el tope de los países con mayor cantidad de vacunados. ¿Las razones? La baja cantidad de habitantes (poco más de 9 millones) y un sistema de salud público con base de datos centralizada. Existen cuatro coberturas (en hebreo, Kupot Holim) entre las que los ciudadanos y residentes pueden elegir para recibir prestaciones básicas y así garantizar su acceso a la salud. El registro en estas cuatro obras sociales es obligatorio y sus orígenes se remontan a los inicios del siglo XX, cuando llegaron las primeras oleadas de inmigración judía a lo que, en 1948, se convertiría oficialmente en el Estado de Israel. Clalit, la mutual más grande en la actualidad, surgió en 1911 por iniciativa de la Histadrut, la poderosa organización sindical de la que salieron algunos de los cuadros políticos más importantes del país. Otra de las mutuales clave a la hora de construir el sistema de salud israelí fue Hadassah, la organización de mujeres sionistas en Estados Unidos fundada en 1912 por Henrietta Szold que en 1934 construyó el Centro Médico Hadassah, considerado el más importante de Medio Oriente y de gran relevancia en el manejo de la pandemia.
Israel empezó su campaña de vacunación el 20 de diciembre del año pasado y enseguida se ubicó en el tope de los países con mayor cantidad de vacunados.
Otro factor determinante fue el rol del primer ministro Benjamin Netanyahu, quien fue muy activo en cerrar acuerdos con Pfizer y Moderna. Algunos dicen que el quid de la negociación fue el vínculo cercano que une a Israel con Estados Unidos; otros, que Israel aceptó pagar más que otros países para asegurarse los primeros lotes, además de acceder a compartir las bases de datos del sistema de salud con los laboratorios. De todos modos, el primer ministro no dudó en usar esa movida con fines partidarios: “¿Saben cuántos presidentes y primeros ministros llaman a estos laboratorios? No los atienden. Pero cuando llamo yo, levantan el teléfono”, dijo.
Su accionar logró ponerle una pausa a la polarización política que tiene a Netanyahu como eje desde el año 2009. El periodista Gideon Levy, uno de los más críticos del gobierno, lo reconoció en el diario Haaretz: “No podemos culpar a Netanyahu de todos los males, la mayoría de las veces con razón, y después ignorar su aporte cuando algo funciona”.
A medida que la población se iba vacunando en el orden de prioridad fijado por los especialistas, y crecía la expectativa de retomar la vida de una manera bien concreta, la situación política en Israel se vivía con tensión. El 23 de marzo se llevaron a cabo las cuartas elecciones en un período de dos años. El sistema israelí es parlamentario y unicameral: el país, al ser tan pequeño, funciona como un distrito único y los ciudadanos eligen a los 120 representantes que forman parte del Knesset, parlamento. Para que se pueda formar un gobierno, tiene que armarse una coalición de al menos 61 diputados y diputadas que acuerden instituirlo y repartirse los ministerios.
Acorralado por causas de corrupción, Netanyahu integra el Likud, partido de derecha y el más votado en las tres elecciones anteriores que, sin embargo, no pudo llegar a las 61 bancas en ninguna de estas oportunidades.
Las elecciones de fines de marzo dejaron un escenario similar a las anteriores, con la diferencia de que consiguieron bancas partidos extremistas tanto árabes como judíos. En una nación parlamentaria que tiene uno de los sistemas electorales más representativos del mundo, cualquier partido, por más chico que sea, en la medida en que consiga bancas, tiene capacidad de bloquear acuerdos centrales, lo que en ciencia política se llama poder de veto.
Como si el contexto de cuatro elecciones consecutivas y una pandemia no fueran suficientes, desde mediados de abril empezó a escalar un conflicto entre los palestinos y los israelíes en el este de Jerusalén. Un viejo refrán dice que basta un fósforo para desatar un incendio en la ciudad sagrada del monoteísmo, en la que la inminencia de la violencia se siente siempre a flor de piel. Esta vez, los problemas empezaron al comienzo de Ramadán, la celebración más importante de la religión musulmana, cuando la Policía israelí puso vallas para evitar que la gente se sentara en la puerta de Damasco, la zona más popular de los festejos. Mientras la Policía asegura que fue para evitar concentraciones excesivas de personas, muchos palestinos lo vieron como un gesto de humillación. El 12 de abril empezaron los enfrentamientos y la represión: un rabino fue atacado por un grupo de palestinos, un grupo de extrema derecha judía marchó para pedir “muerte a los árabes” y las noticias sobre el aumento de la violencia empezaron a ocupar el mismo espacio en la prensa israelí que el número de vacunados. Las vallas fueron levantadas, pero no fue suficiente para detener el tema.
"Mi principal reproche al gobierno es que no haya compartido las vacunas con los palestino."
Hannah Pollin-Galay
El 10 de mayo los conflictos en las calles pasaron al terreno militar. Hamas envió misiles al sur de Israel, la zona más cercana a la Franja de Gaza, y hasta a Tel Aviv, que no era atacada desde el conflicto de 2014. Como respuesta, Israel abrió fuego sobre Gaza. El corresponsal de El Mundo en Jerusalén estima que 254 palestinos resultaron muertos, entre ellos 66 niños, y 1900 resultaron heridos, con 12 muertos en Israel, entre ellos dos niños, y 400 heridos. El sistema de interceptación de misiles Cúpula de Hierro logró detener al 90% de los cerca de 4000 misiles que Hamas tiró sobre Israel. Finalmente, el 21 de mayo las partes acordaron un alto el fuego que, como todo en una región con tanta volatilidad, está lejos de ser definitivo.
Por estas horas, el mapa político israelí parece a punto de dar un giro significativo. El pasado domingo 30 de mayo, el dirigente de derecha Naftali Bennett anunció que está dispuesto a formar un gobierno de coalición con el dirigente de centro Yair Lapid. Si el acuerdo se materializa en los próximos días, significa que Israel tendrá un gobierno de coalición formado por partidos de derecha religiosa, de centro, árabes y de izquierda, y que el período de Benjamin Netanyahu llega a un fin después de doce años. “No quiero deprimir a nadie”, tuiteó esa tarde Anshel Pfeffer, analista político de Haaretz y The Economist y autor de una biografía no autorizada de Netanyahu, ”pero la construcción de esta coalición es la más dificultosa de la historia israelí y todavía no se concretó”.
Vacunas para Argentina
El Centro Médico Hadassah está compuesto por dos hospitales y escuelas de medicina asociadas a la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es una referencia en materia sanitaria y tuvo un lugar muy importante en el manejo de la pandemia. Estuvo a cargo del diseño de los protocolos hospitalarios y allí descubrieron la manera de desarrollar tests rápidos y efectivos, que se reprodujeron luego en otros países, además de haber tenido el mayor caudal de pacientes durante los picos de la crisis.
El director ejecutivo de Hadassah es Jorge Diener, un argentino-israelí que vive allí desde 1996. Por más que la organización esté en contacto con otros países de América Latina, Jorge reconoce que para él es “un orgullo” que una delegación de cinco expertos, entre los que se encuentra, haya viajado a principios de mayo a la Argentina para compartir expertise sobre lo aprendido estos meses y para avanzar en la negociación de dos temas centrales: el testeo de la vacuna israelí Brilife y su eventual producción con laboratorios argentinos.
Hadassah trabaja en el desarrollo de la vacuna Brilife junto al Instituto de Investigación Biológica israelí. La vacuna se encuentra en la fase 3 y, como la mayoría de la población israelí ya fue vacunada, necesitan al menos 30.000 voluntarios en el exterior para probarla. La idea es explorar la posibilidad de que, además, Argentina se convierta en uno de los países productores una vez que la vacuna sea totalmente aprobada. De suceder, sería la tercera vacuna contra el coronavirus que se fabricaría en el país, después de la AstraZeneca y la Sputnik V.
"Argentina está en un lugar importante de nuestra estrategia global y me da mucha satisfacción poder, de cierta forma, volver teniendo un rol."
Jorge Diener
“Argentina está en un lugar importante de nuestra estrategia global y me da mucha satisfacción poder, de cierta forma, volver teniendo un rol”, dice Jorge. “Yo no soy médico, soy licenciado en Sociología y trabajo hace 30 años en organizaciones no gubernamentales y hace 10 en Hadassah. Me da satisfacción haber generado este enroque entre los dos países”.
Diener no cree que la estrategia israelí se pueda “copiar” en la Argentina, pero sí que hay elementos que se pueden tomar. Por ejemplo, cómo manejar el balance entre los cierres y las aperturas y cómo atender a los pacientes graves de covid mientras no se deja de atender a pacientes con otras afecciones. Y se muestra entusiasmado en que la cooperación entre Argentina e Israel pueda dar frutos para el manejo de la pandemia a nivel global.
Algo que destaca Diener y que no debería pasarse por alto es que la campaña de vacunación de Israel se realizó durante una cuarentena muy estricta, con escuelas y comercios cerrados. Las clases presenciales, por ejemplo, recién volvieron cuando un porcentaje importante de los grupos de riesgo había recibido su primera dosis.
El después
Tras la combinación de alegría y mareo por el regreso de la vida social, los y las israelíes se enfrentaron, una vez más, a la crudeza del conflicto con Palestina. Los festejos por el éxito de la campaña de vacunación y la vida sin barbijo dieron paso a una situación de emergencia que obligó a poner una pausa a la “vieja nueva normalidad” que se había recuperado. Ahora, lo que la mayoría de los civiles ansía, por fuera de los discursos extremos, es la paz.
Datos
Cuarentenas estrictas
- Organizó tres cuarentenas muy estrictas: entre marzo y mayo de 2020, entre septiembre y octubre de 2020 (en coincidencia con las Altas Fiestas Judías de Rosh Hashana y Yom Kippur, las más importantes y en las que se suele reunir más gente) y entre diciembre de 2020 y marzo de 2021. Durante estas cuarentenas estuvo cerrado hasta el aeropuerto internacional Ben Gurion.
- El sistema de salud es público y todos los ciudadanos están obligados a registrarse en una de las cuatro obras sociales que garantizan el acceso a las prestaciones básicas de salud. Además, las bases de datos están centralizadas.
- La campaña de vacunación empezó en diciembre de 2020, durante la tercera cuarentena y con las escuelas cerradas.
- Desde abril de este año, no es obligatorio el uso de barbijos en lugares abiertos, pero sí en lugares cerrados.
- Los certificados de vacunación con los que se va retomando la vida prepandémica tienen una duración inicial de seis meses.
Cifras (al 30 de mayo)
- Personas vacunadas con las dos dosis: 5.130.087
- Personas vacunadas con una dosis: 5.450.570
- Población total a diciembre de 2020 según la Oficina Central de Estadísticas israelí: 9.291.000 personas. Población judía: 6.870.000 personas, 73,9% del total; población árabe: 1.956.000, 21,1% del total; población de otros grupos étnicos y religiosos: 456.000, 5% del total
- Porcentaje estimado de personas debajo de los 14 años, aquellos que no pueden recibir la vacuna: 28%
- Pacientes cursando un cuadro de coronavirus: 349
- Casos graves: 49