La narradora reúne una colección de textos entre la crónica, el aguafuerte y la libreta de notas propia del incesante oficio de escribir.
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Quienes hayan sucumbido al encanto cotidiano de las crónicas y recuerdos de Natalia Ginzburg pueden continuar una lectura gozosa de los géneros tan versátiles de la no ficción en Íntima distancia, de Alejandra Zina (Buenos Aires, 1973), editado por Dábale Arroz. Destacada cuentista, Zina publicó en 2016 Hay gente que no sabe lo que hace, y varios de sus relatos cuentan con traducciones al portugués, inglés y hebreo. Además, es una de las organizadoras del ciclo de lecturas de poesía y narrativa Carne Argentina, un clásico de la actividad cultural porteña que ostenta más de una década.
“Todas las noches, más o menos a esta hora, escucho voces de hombres o mujeres que gritan; a veces son peleas conyugales, a veces son asaltos en la calle, a veces son hijos, a veces son padres. Pensaba que toda la ciudad es un fuera de campo, algo que no se ve pero que está y que modifica la escena. Vivir en la ciudad es vivir afuera, lo de adentro existe como una especie de proyecto, algo inacabado, algo que tarde o temprano se va a lanzar a la calle, va a tomar forma con el aire; en ese momento nosotros seremos el ruido de los demás”.
Organizado en tres partes, “Adentro”, “Afuera” y “Más afuera” de acuerdo con un anclaje espacial y sensorial, la mayoría de los textos provienen de los cuadernos de notas de la autora y también de varios posteos en su cuenta de Facebook.
Escuchar, percibir, anotar. Alejandra no se considera cronista, sino narradora; por lo tanto, en el encuentro con los otros sale más a buscar un relato que un testimonio “tratando de captar su complejidad, sin sentir ninguna ventaja, solo la situación a veces casual, a veces buscada de haber estado ahí existiendo con ellos”. Por ello, aun en el texto que más la tiene de protagonista, “Desde la ventana”, y que contiene sutilmente la experiencia del encierro por las restricciones sociales vividas en 2020, la atención se posa en las historias que arrastran los demás, en ese fuera de campo intrusivo de la ciudad, que moldea la propia subjetividad del día.
Organizado en tres partes, “Adentro”, “Afuera” y “Más afuera” de acuerdo con un anclaje espacial y sensorial, la mayoría de los textos provienen de sus cuadernos de notas y también de varios posteos en su cuenta de Facebook: el mientras tanto de su tarea como autora de ficción, cuya suma, además del presente libro, transformó su forma de escribir, de mirar, de pensar, y –según Zina– la manera futura de narrar cuentos.
“La imagen era muy hermosa y no sé por qué me hizo pensar en algún país asiático. Quizás por el ascetismo de ir en bici a la intemperie, como dos campesinos chinos atravesando un campo de arroz. Pero estos eran paisanos de acá”, anota Alejandra Zina en una vuelta por el pueblo de Mercedes, en el que, en otro relato, ubica un encuentro con su mamá después de cobrarle la jubilación; encuentro peculiar, con el zigzagueo del deterioro de la vejez y el recorrido que pueden hacer los afectos por ella. También les dedica un paneo amoroso a los perros vagabundos de ese pueblo y de otro, Bolívar, cuyo comportamiento la lleva a una disquisición sobre las ventajas y desventajas del anonimato en la ciudad.
Entre los otros apuntes de viaje se destaca “En los esteros del Iberá”: la naturaleza todavía exuberante y la vida de las personas que habitan en esos parajes hacen burbujear una incipiente ficción, no exenta de ciertas inquietudes relativas a los derechos de las mujeres.
“Me gusta mirar la cara de las personas, los gestos mínimos que dicen cosas hondas, antiguas. Las cosas que se van de control”: en Íntima distancia, Alejandra Zina reconstruye momentos con una voz murmurante, nos pasea por una colección de epifanías, lecturas, situaciones risueñas, pero principalmente por la aparición de la fábula que enmarca y le presta su capa al atuendo de lo real.