Crearon Destilería Moretti, una marca premiada internacionalmente
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El profesor dicta su clase: fórmulas de química que los alumnos anotan en sus cuadernos. Por un momento se distrae y su mente viaja al laboratorio artesanal que montó con su socio; allí están buscando la alquimia perfecta para hacer un negocio paralelo millonario. Este profesor no es Walter White, ni lo que fabrica en sus horas extracurriculares son metanfetaminas. No es un capítulo de Breaking Bad, ni transcurre en Albuquerque, Nuevo México. Cualquier parecido es pura casualidad. O casi. Porque, lejos de la ficción, es un hecho real que ocurrió hace cinco años entre los barrios porteños de Núñez y Las Cañitas, en las aulas de la ORT y el fondo de un PH donde Franco Moretti (40) junto con su hermano Bruno (43) hicieron de la ciencia el emprendedorismo y también el arte, un proyecto rendidor: Destilería Moretti. Crearon una marca de gin; ellos mismos desarrollan, producen y comercializan sus bebidas.
500 bocas de expendio de gin tonic tirado en todo el país
Como en una montaña rusa, subieron la cuesta, dieron vuelta, bajaron de golpe con la pandemia y volvieron a la cima. Muy alto. Ya tienen 9 productos en catálogo, venden en 500 puntos de todo el país, ganaron tres premios internacionales y siguen escalando. En marzo de este año alcanzaron un crecimiento del 1000% con respecto al mismo período de 2020. La clave de la subida abrupta fue una buena idea que había surgido a destiempo, pero, añejada, propulsó el despegue: el gin tonic tirado.
“Dejar abierta la puerta a oportunidades insólitas”, dice Bruno, es la esencia del espíritu emprendedor. A ellos les funcionó.
Lo de ser autodidactas, versátiles y proactivos los identifica; querer ganar plata y asociarse para conseguirlo no es nuevo. Empezó cuando los hermanos tenían 7 y 10 años. Durante su infancia en Cipolletti, Río Negro, ofrecían sus servicios a los vecinos.
Armaban empresas efímeras: lavaban autos, cortaban el césped, vendían alfajores de maicena caseros y manzanas que cosechaban (sin permiso) en campos ajenos.
No “trabajaban” para cubrir necesidades familiares. Hijos del decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Comahue y de una mujer emprendedora que tuvo un vivero muy reconocido en la zona y hoy maneja una marca de artículos para bebés, usaban sus ganancias para placeres personales como ahorrar para un walkman o comprar algún accesorio de la bici.
Migraron a Buenos Aires para estudiar sus carreras (Franco siguió Biología Molecular y Bruno, Ingeniería Informática) y, mientras adquirían experiencia corporativa en laboratorios internacionales, armaron una banda de corte comercial para tocar en fiestas: Baila Testa. Franco en la guitarra y Bruno como baterista, versionaban canciones de cumbia y reggae. Agitaban las pistas en bodas y en festivales multitudinarios. Les iba bien y, como les quedaba el día libre, la inquietud los empujaba a buscar ocupaciones. Franco empezó a dar clases de química y Bruno montó un estudio de fotografía de moda.
En 2016 se torció el rumbo impreciso. “Alquilaban muy barato el fondo destruido de un PH en Las Cañitas y decidimos reformarlo nosotros mismos, tiramos paredes, hicimos la instalación eléctrica. Queríamos tener un lugar donde ir a hacer asados con la familia, armar un taller de lutería quizás o pasar el rato”, cuenta Franco. Era impensado lo que terminó siendo.
9 productos en el mercado
“Cuando estudiaba ingeniería no me imaginaba como baterista, cuando era baterista ni sospechaba que un día estaría haciendo gin”, cuenta Bruno. “Cuando empezamos un emprendimiento con una inversión mínima –lo que valían dos celulares de alta gama–, no sabíamos que nos convertiríamos en empresarios”.
Es que, una vez que tuvieron el PH habitable, pensaron en montar algún negocio. “Mencionamos la posibilidad de destilar gin y fue como una revelación”, dice Franco. “No entendíamos cómo no se nos había ocurrido antes, era exactamente lo nuestro”. Y Bruno agrega: “Es como el amor, esas cosas que no te pasan muchas veces en la vida, el proyecto nos enloqueció”.
Montaron una destilería casera. “Se parecía a un laboratorio clandestino”, reconoce Franco. La elaboración artesanal de gin tenía un gran potencial y no estaba muy explorada por entonces. La parte técnica de este proceso físico –la separación de los componentes de una mezcla líquida según sus puntos de ebullición– no les iba a resultar un problema. Para la parte regulatoria y comercial pidieron ayuda. Armaron un plan robusto, a largo plazo.
Lo primero era comprar un alambique –el equipo, que es el corazón en una destilería–, pero en el país no había. Era una señal de que avanzaban por un camino poco transitado y eso avivaba el entusiasmo. “Íbamos descubriendo cosas y enloquecíamos más”, recuerda Bruno. Trajeron uno pequeño de Estados Unidos, como para probar. Hicieron ensayos bajo un sistema de registro meticuloso. “Con un manejo científico muy riguroso de la información, desarrollamos un método propio, nos perfeccionamos y terminamos dando cursos de destilería”, cuenta Franco.
3 premios internacionales
Después de probar opciones junto a amigos bartenders, cobraron confianza y dieron con la bebida que habían soñado.
En 2016 fabricaron una partida de 17 botellas. Buenos Aires Gin, una fórmula secreta con 13 ingredientes botánicos, fue un éxito. Al año siguiente recibieron la medalla de bronce en el Wine and Spirits Competition. Y no fue el único galardón.
Al mismo tiempo que salían los primeros lotes de la bebida original, concibieron una versión añejada. Para el 2018 ya estaban lanzando gin con el plus de la complejidad que le da la madera. En marzo de 2020, en Inglaterra, la World Gin Awards eligió el Caporale Oaked Gin como el Best Argentinian Matured y también le otorgó a Buenos Aires Gin el premio Best Contemporary Gin.
Pero faltaba todavía ir más allá en la exploración de propuestas disruptivas.
16 cursos de destilación brindados
Cuando los Moretti hacían botellas de distintos tipos de gin, ya hacían latas de agua tónica, de ginger ale y de tragos, y quisieron crear algo desde cero.
Bruno y Franco innovaron con el gin tonic tirado. “Mezclar dos bebidas en un barril no es novedad”, reconoce Franco. “Pero el concepto microindustrial de almacenado, gasificado y enfriamiento sincrónico de dos elementos de distinta naturaleza, como son el gin y la tónica, es algo que no se había hecho antes”.
En 2019 salieron a los bares a ofrecer el producto estrella. “Con cada barril ahorramos el vidrio de 14 botellas y el plástico de 26 envases; pudimos bajarle el precio a un producto sin tocar la calidad”, explica Bruno.
Era una idea redonda, aunque no funcionó. En ocho meses no vendieron nada.
Pero era cuestión de tiempo. Llegó la pandemia, el confinamiento, las restricciones y los bares cerrados. Recién cuando abrieron nuevamente, el gin tonic tirado fue un boom. La mayor demanda del trago, una necesidad de entrega diferente y el imperioso requisito de bajar costos.
Destilería Moretti tiene una planta microindustrial propia en Buenos Aires y otra en Mendoza, donde tercerizan el último paso de su elaboración.
Franco dejó las aulas este año. Ambos siguen haciendo música. En Palermo pusieron Casa Moretti: ahí están las oficinas, hay una sala con instrumentos musicales, un ambiente estilo “speakeasy” para encuentros más íntimos y una terraza con una barra que tiene etiquetas de todo el mundo. Todavía no pudieron abrir al público; mientras tanto, lo habitan como lugar de trabajo, tocan y, ahora sí, comparten ahí asados con la familia.