El historietista Jorge González recrea en Llamarada la historia de su abuelo, un jugador que defendió los colores de La Academia en tiempos en los que se jugaba por amor a la camiseta.
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Histórico defensor racinguista de tiempos en que los jugadores entrenaban en ocasiones con sus vecinos de Independiente, José María González fue un back imbatible cuyo historial deportivo y legado familiar llevó al dibujo su nieto, el ilustrador Jorge González, en la novela gráfica Llamarada.
Reeditada en Argentina por Hotel de las Ideas, con prólogo de Fabián Casas, la publicación trasciende el relato deportivo de quien fue un “back aguerrido”. Su historia es la punta del ovillo de una reflexión profunda llevada al lenguaje del cómic de manera magistral sobre el significado de la doble condición presente cuando se es hijo y también padre.
Las múltiples formas en que la herencia cultural repercute en la descendencia dan cuerpo a la narración, una reconstrucción personal que el dibujante ofrece para repensar las complejas tramas que formulan la identidad, las dinámicas familiares, la pertenencia a un barrio o el alcance social del fútbol.
La historia parte del nacimiento a principios del siglo pasado de Llamarada, tal fue el apodo del jugador pelirrojo cuyas hazañas deportivas documentó su hijo, Jorge González, padre del ilustrador, a través de un cuaderno con recortes de diarios y revistas, y que llega hasta el presente con sus bisnietos: Mateo y Leo. El retrato vincular de cuatro generaciones permite al artista, afincado en España, indagar en cuánto de adquirido y refutado resiste en la herencia, los afectos y los recuerdos.
El proceso de la novela, cuenta González, duró ocho años, y en su origen confluyeron dos hechos desencadenantes: la muerte de Luis Alberto Spinetta, también “padre” –cultural– y referencia, acontecimiento que “abrió una puerta”, y una imagen de su hijo mayor, Mateo, de cabello rojizo como su abuelo, sentado sobre el césped en una escuela de fútbol en una pose similar que Jorge recordaba de una fotografía familiar.
Con prólogo de Fabián Casas, la publicación trasciende el relato deportivo de quien fue un “back aguerrido”. Su historia es la punta del ovillo de una reflexión profunda sobre el significado de la doble condición presente cuando se es hijo y también padre.
González (Buenos Aires, 1970), autor de otras novelas gráficas como Dear Patagonia y Fueye, con la que ganó en 2009 el primer premio en la categoría de FNAC-Sinsentido, es también guionista del relato, labor en la que colabora su colega Hernán González. El desafío incluyó una ardua tarea de documentación sobre la idiosincrasia del barrio de Avellaneda, los cambios en el paisaje y las huellas de época. Con ojo historiador, González puso en órbita una antena mientras pintaba, escribía y anotaba.
“Mi padre me regaló el libro de recortes, con documentación brutal de fotos y de la manera en que se hablaba de mi abuelo. A partir de ahí, indagué mucho sobre el barrio, sobre el primer estadio de Racing, la transformación del lugar, sobre cómo las redes de trenes y tranvías comunicaban todo con el estadio. Libros de sociología del fútbol argentino señalan la gran influencia que tuvo el fútbol en la identidad barrial, como signo de pertenencia”, explica el autor.
La vecindad, los potreros, el estadio a metros del de Independiente y la extraña relación entre dos rivales tan físicamente cercanos eran signos de aquella Avellaneda. “Mi abuelo me contaba que antes no existía esa enemistad futbolística: jugaban y disfrutaban. Él empezó a jugar en Racing en la época del fútbol amateur, jugaba por la camiseta, como todos: para defender al barrio, a cierta identidad de la zona. Y, en el momento en que el fútbol se transforma en algo profesional, él se siente perdido”, agrega. Sin embargo, el 2 famoso por su “Tijera”, que consistía en robar la pelota por detrás a los delanteros tirándose al suelo, siguió yendo al club hasta sus últimos días. “Amaba a Racing por casi sobre todas las cosas”.
Lápices, ceras, otros materiales e intervención digital se entremezclan en los capítulos del libro, donde el artista –también autor de historietas como Hard Story y Hate Jazz (junto a Horacio Altuna), colaborador de The New Yorker e integrante del proyecto Orsai– cambia de estilos para crear atmósferas y marcas visuales que permiten reconocer a los protagonistas con los personajes reales.
En el siglo que transcurre desde la Avellaneda de 1903 que ve nacer a “Llamarada” y las ciudades españolas donde el ilustrador desembarcará mucho después, González congela atmósferas en viñetas con ritmo propio que se convierten en cuadros: el clima social en los locales nocturnos, los estibadores, los transportes tirados por caballos. La potencia gráfica copa escenas solo en apariencia austeras, como cuando los directivos del club deciden la ubicación de la cancha de Racing. La historieta se vuelve cuadro, campo y cielo a la espera de los futuros goles. Tras ello, el debut del jugador y la danza del deporte llevada al dibujo ante hinchadas de traje y sombrero.