A pesar de que siguen vigentes, existe una oscura historia detrás de las marcas insuperables de atletismo previas a la caída del Muro de Berlín.
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Tal como los especialistas aseguraban, el atletismo rompió varias marcas históricas en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Sin embargo, no pudo contra una clase de mejores tiempos masculinos y femeninos que permanecen inmutables desde hace 35 años y sobre los que no hay ninguna expectativa de que puedan ser superados. Son récords a los que ni la tecnología, ni una mejor preparación física, ni todo el progreso del siglo XXI ayudaron a romper: vienen de un mundo que, en cierta forma, ya no existe.
Los registros más antiguos del atletismo resisten desde la década del 80 amparados bajo una sombra en común, el doping en la República Democrática de Alemania (RDA) y el resto de los regímenes comunistas. Son marcas establecidas entre 1983 y 1987, años en los que, detrás de la Cortina de Hierro, pero en especial en Alemania Oriental, un puñado de deportistas conseguían tiempos más robóticos que humanos, como si personificaran un intento desesperado por validar una utopía que muy pronto terminaría en la desaparición o escisión de esos países.
Son marcas establecidas entre 1983 y 1987, años en los que en especial en Alemania Oriental un puñado de deportistas conseguían tiempos más robóticos que humanos. Esos atletas consumían tal cantidad de anabólicos que eran farmacias ambulantes.
Aquellos resultados imbatibles fueron homologados y permanecen en vigencia, pero su legalidad moral continúa en duda. Una vez desaparecida, la ex-RDA (Deutschen Demokratische Republik) también pasó a ser conocida como la Deutschen Doping Republik: la República del Doping de Alemania. Sus atletas consumían tal cantidad de anabólicos que eran farmacias ambulantes: según un libro publicado en 1991, poco después de la reunificación, 10.000 deportistas de la Alemania Oriental (en especial, las mujeres) habían mejorado sus tiempos gracias al Oral-Turabinosi.
Ya en 2007, el gobierno alemán debió indemnizar con €3 millones a 157 de esos exatletas que habían sido conejitos de Indias de un sistema de doping organizado. Aquellos récords provocaron un reguero de atrocidades: en una entrevista anónima realizada a 52 de los atletas de la ex-RDA, el 25% tenía cáncer, el 93% presentaba daños óseos y el 50% de las mujeres sufría enfermedades ginecológicas. También los hijos de las campeonas pagaron la locura: algunos bebés nacieron ciegos y la cantidad de abortos respecto de la población normal fue 32 veces superior.
Entre los principales nombres sospechados (aunque no habría que hablar de victimarios, sino de víctimas) estuvo Marita Koch, campeona de los 400 metros del Mundial de Canberra el 6 de octubre de 1985, día en el que consiguió un tiempo que, desde entonces, fue imposible de igualar: 47:60 segundos. “Los avances tecnológicos no cambian tanto en nuestras disciplinas. Las zapatillas no modifican mucho”, se defendió Koch en 2010.
Pero la de Koch es la segunda marca más antigua: el 26 de julio de 1983, la checoslovaca Jarmila Kratochvílová, una mujer con el cuerpo hipermusculado, más formateado para fisiculturismo que la velocidad, marcó 1:53:28 minutos en los 800 metros. No corrió: voló. Pasaron 38 años y nadie le hizo cosquillas: la única que relativamente puso en peligro el récord fue una soviética, Nadezhda Olizarenko, con 1:53:43, el 9 de septiembre de 1989, dos meses antes de la caída del Muro. Como el de Koch, el récord de Kratochvílová será eterno: mató el tiempo.
En 2007, el gobierno alemán debió indemnizar con €3 millones a 157 de esos exatletas que habían sido conejitos de Indias de un sistema de doping organizado.
También en hombres, el tiempo con mayor antigüedad pertenece a un país que ya no es tal: el discóbolo de Alemania Oriental Jürgen Schult lanzó el disco a 74,08 metros el 6 de junio de 1986. Otra vez, como en los registros de Kratochvílová y de Koch, Schult seguramente morirá con el récord en su poder. El lanzamiento de disco femenino permite otra excentricidad: los 12 mejores tiempos de la historia fueron conseguidos entre 1980 y 1989 por seis alemanas del este, dos soviéticas, dos búlgaras y una rumana, o sea, todas atletas del eje comunista. El segundo hombre en esta lista es el soviético Yuriy Sedykh, que en 1986 lanzó el martillo a 86,74 metros. Su récord es de las pocas vigencias que mantiene la Unión Soviética, al igual que la de su compatriota Natalya Lisovskaya, quien en junio de 1987 lanzó la bala a 22,63. Otro caso es el de una búlgara, la saltadora en alto Stefka Kostadinova, quien marcó 2,09 metros en agosto de 1987.
El tema, claro, no era solo al este de la Cortina de Hierro. La estadounidense Florence Griffith Joyner todavía mantiene el récord de los 100 metros femeninos (10:49 segundos, en julio de 1988) y de los 200 (21:34, en septiembre de ese año), pero, a diferencia de Kratochvílová, Koch, Schult, Sedykh, Lisovskaya y Kostadinova, los seis primeros de la lista, todos ellos europeos del este, todos ellos vivos, ya murió. Fue en septiembre de 1998, 10 años después de su gloria, que asimismo fue su destrucción: Griffith Joyner murió por una apoplejía cerebral. Tenía 38 años, mil sospechas de doping y dos récords que se llevó a la tumba o la llevaron a la tumba.