Serge Daney, crítico de cine y fanático del tenis, retrató al último Vilas en el grand slam de polvo de ladrillo
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Es cierto que el tenis, en la era de Roger Federer, tuvo quien le escribiera: el genial estadounidense David Foster Wallace publicó El tenis como experiencia religiosa, un pequeño libro de ensayos sobre un deporte que el escritor amaba y jugaba antes de convertirse en una celebridad literaria. Menos conocido, es cierto, fue el caso de un crítico de cine muy respetado en Europa, el francés Serge Daney –alguien considerado “un genio” por sus colegas–, que en su fanatismo por el tenis asistió durante ocho años al palco de prensa de Roland Garros para escribir varias de las mejores crónicas del tenis. Y, aunque el fenómeno actual de Nadia Podoroska genera buenas sensaciones para la edición 2021 –del 30 de mayo al 13 de junio–, algunas críticas de Daney coincidieron con el gran argentino de polvo de ladrillo, Guillermo Vilas.
Daney escribió sus piezas tenísticas entre 1980 y 1988 para el diario progresista de Francia Libération, y fueron recopiladas y traducidas en 2013 por otro crítico de cine y colaborador de Brando, Leonardo D’Espósito, en El amante del tenis. El comienzo es un ace: “Lo bueno de Roland Garros es que hay una final todos los días”. Sus textos también son una referencia a los ídolos de época. Escribió de John McEnroe que “solo juega bien cuando todo el mundo está en su contra, la hostilidad es su droga”, presentó al todavía checoslovaco Ivan Lendl (luego nacionalizado estadounidense) como “el único jugador del Este” y supo apreciar la música del tenis: de Björn Borg hizo referencia a la “sonoridad particular de su raqueta”.
Por supuesto, el crítico (que moriría en 1992) se encargó mucho de Vilas, aunque lamentablemente llegó tres años tarde: el marplatense había sido campeón en 1977. El Vilas que vio Daney no fue el mejor, pero uno que sí alcanzó la final de 1982. Lo peculiar a ojos argentinos es que a Daney le disgustaba el estilo de nuestro ídolo: le parecía defensivo, poco espectacular, monótono, muy lejos de la red. Ya en 1982 Daney trataba a Vilas como alguien de otra época, aunque al menos le reconocía que, camino a la final, vivía una segunda primavera.
“El dinosaurio argentino, el artista del gran efecto monótono, el mal querido del circuito, medía como un gran felino la línea de fondo de tal modo que raramente la abandonaba. El año pasado (por 1981), Yannick Noah lo había eliminado y pareció que el argentino, que se acerca a los 30 años, estaba a punto de retirarse. Pero no. Este año Vilas encontró una nueva juventud, otro juego, otra manera de ser Vilas”. Cuando el argentino se tomó revancha y le ganó al local Noah por los cuartos de final de 1982, Daney pareció redimirse con Vilas: “Noah no podía hacer nada contra este argentino”.
“Vilas –según esta crónica de 1982 recopilada en este libro– sigue siendo un temible pasador y un devolvedor de acero, pero además humanizó un poco su juego. Opta por pelotas más profundas, tiene golpes con un efecto inédito y va en persona –sí, Vilas– a recolectar como flores pelotas imposibles. La carrera de Vilas está sostenida por esta idea de perfección. Todos los años lo hemos visto cambiar de saque, intentar golpes secretos. Hay algo de vano y algo de grandioso en esta soledad del atleta infinitamente mejorable, del atleta muy presente en la cancha y muy ausente en el público”.
Esa falta de feeling con el público fue un tema que Daney retomó al partido siguiente, en la semifinal de 1982 que Vilas le ganó al español José Higueras. No solo escribió el “aburrimiento que acecha” cada vez que jugaba el “viejo dinosaurio”, sino que “aún no ha logrado hacerse querer del todo por el público. Su juego sigue siendo introvertido y poco espectacular. Rompe demasiadas raquetas y su rostro siempre está demasiado presionado por la preocupación de ganar”. Vilas perdió esa final en cuatro sets contra Mats Wilander, en un partido con puntos larguísimos que tuvieron hasta 68 golpes y duraron más de tres minutos. Pasaron 16 minutos del partido hasta que Vilas fue a la red, un tipo de juego que a Daney le llevó a decir que no soportaba más esas “pelotas cargadas de odio interior. ¡Viva Connors, viva el odio exteriorizado!”.
Ya en 1983, en otro partido contra Higueras, Daney escribió de Vilas como “la víctima de una soledad de estrella melancólica. Cuando lo vemos esperar que el rival se equivoque, nos decimos que Vilas se debe aburrir mucho. Pero cuando lo vemos precipitarse a la pelota, nos decimos que este tipo nunca descansa. Finalmente, uno no sabe qué decir: es un tenis zombi”.
Dinosaurio, melancólico, zombi y odio interior. Igual, Vilas es de película.