Las dos hectáreas rodeadas por el río Paranacito y la ruta 12 fueron testigo de casamientos, fiestas y súplicas
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“Gilda ayudame a venir a vivir a Colón, te lo pido por favor”, “Gracias por nuestro segundo cero kilómetro”, “Gilda Ke Nivel”. Peluches, chupetes, recortes de diario, velas derretidas, alguna foto. Ofrendas que descifran el pedido concedido. Una casita de material llena de cuadernos con más peticiones, con más regalos, una bandera de Boca, una de River, una estatuilla del Gauchito Gil, un cartel con una foto conocida y una letra rosa que grita SANTUARIO GILDA.
Cada 7 de septiembre, los fieles de Gilda peregrinan hasta el kilómetro 129 de la ruta 12, en Entre Ríos, donde se encuentra el santuario. La llaman la Santa de la Alegría.
“¿Por qué no a mí?”, fue la pregunta que se hizo Carlos Maza un domingo mientras miraba televisión. Era 1997 y en Crónica estaban contando la historia de una nena que le había puesto un CD de Gilda a su mamá, enferma, en el pecho. La nena lloraba y decía que la cantante la había curado, que su música podía sanar. Era 1997, habían pasado seis meses del accidente en el que moría Gilda y nacía un mito. O una santa.
Se llamaba Miriam y había sido maestra jardinera antes de llegar a los escenarios de las bailantas más conocidas de la movida tropical. Tenía dos hijos y un esposo, del que se terminó separando cuando Miriam empezó a ser cada vez más Gilda. Se dedicó lo mismo a cantar y a escuchar a sus fanáticos, que siempre le pedían algo: una visita a su ciudad, otra canción, un saludo de cumpleaños, su teléfono. Un milagro.
Carlos tomaba un mate cocido y su esposa Rita planchaba. Estaban preparándose para ir al Hospital Garrahan, donde su hijo menor iba a ser operado por cuarta vez de un tumor en su axila. “Me quedé mirando y pensé: ¿por qué no a mí?”. La operación duró nueve horas, pero salió bien. Carlos dice que fue el día más largo de su vida, pero también que la sanación, esta vez, fue definitiva.
Y, después del pedido, toca cumplir la promesa: a las dos semanas viajó desde Buenos Aires hasta el kilómetro 129 de la ruta 12, a 20 minutos del puente Zárate Brazo Largo, que marca la frontera entre Buenos Aires y Entre Ríos. Iba con su familia buscando cumplir lo prometido: dedicarle su vida a Gilda.
El primer paso fue instalar un monolito en el lugar del accidente. En el punto exacto, ya estaba la cruz que había armado el hermano del conductor, que también falleció en el choque, con parte de las ventanas del micro. El resto de la tarea fue difícil, porque la ruta era tan angosta que no había lugar ni para parar: “La llamaban la ruta de la muerte; ahora la arreglaron y la hicieron doble vía, pero sigue siendo trágica. Yo veo accidentes muy seguido por aquí”, cuenta.
Carlos y Rita, la pareja que construyó el santuario, dice que resiste los intentos de mercantilización de una religión pagana que moviliza a cientos de personas.
Todavía había ropa tirada, fotos, algunos papeles y hasta una de las puertas del micro: restos de un momento que la policía no se llevó. “Pusimos una botella de gaseosa con una fotito de ella y le construí una especie de monolito en casa”, recuerda Carlos. Ese monolito iba a ser la piedra inaugural del Santuario de los Milagros, que todos conocen como el Santuario de Gilda y que años más tarde se iba a convertir en dos hectáreas en las que conviven la cumbia, la fe y una parte de la historia popular argentina.
Lo que sucedió en las primeras semanas fue una muestra gratis de lo que iba a ser el destino del espacio en los siguientes 25 años: no habían pasado dos días completos y el monolito ya estaba cubierto de ofrendas de viajeros que pasaban por el lugar: fotos, botellas, chupetes. Zapatillas, cartitas, carteles, un casco, anteojos de sol, relojes, algún dije. No habían pasado ni dos semanas y la policía de la zona ya lo había corrido dos veces temiendo que pudiera ocasionar un nuevo accidente.
Después llegaron los camiones de arena para rellenar los terrenos a la vera del río Paranacito y hacer lugar a la pérgola de hierro con el nombre de Gilda que Carlos armó en su taller. Para el altar, para las velas y los peluches que iban a venir, para exhibir lo que quedó del micro en el que viajaba la cantante. “Hoy por hoy es el lugar de los barbijos. Cuando me bajo del coche para abrir el portón, tengo que tirar un litro de alcohol porque la gente le deja barbijos”, explica Carlos.
“Gilda dame fuerza”, “Curá a mi mamá de cáncer”, “Gracias por darme fertilidad”.
Visitar el santuario significa poner balizas en una ruta en la que pasan sobre todo camiones y entrar a un pedazo de verde que se extiende entre el cemento y hasta el río Paranacito. Todos los fines de semana suena Gilda, y Carlos y su esposa Rita reciben a los promesantes o los curiosos, les preguntan de dónde vienen, muestran el álbum de fotos de la historia del lugar, les cuentan sobre sus proyectos de construir cabañas, mejorar el escenario, volver a hacer un muelle para pescar sábalo en el río. Este fin de semana esperan a una familia de Santa Fe que va a venir a acampar, porque “están necesitados de este lugar”.
Visitar el santuario es también subir a lo que quedó del micro en el que la cantante viajaba con parte de su familia y su banda en el momento del accidente. Ni los mensajes de amor escritos con fibra en las paredes, ni las banderas colgadas en las ventanas o los peluches en las puertas evitan sentir el hiperrealismo que se respira ahí adentro.
Al colectivo lo fue a buscar Carlos a una casaquinta en Lima, cerca de Zárate. Se enteró por una fanática que fue al santuario de que alguien de su pueblo lo había comprado y lo tenía en su casa. Carlos se hizo pasar por un admirador que lo quería ver y sacarse fotos y, cuando corroboró que efectivamente era ese, lo fue a buscar con el dueño para llevarlo al santuario. Al principio no querían dárselo, pero, comisaría de por medio, consiguió el permiso. El día en que lo pudo trasladar, lo esperaba ahí Antonio Ríos.
Visitar el santuario es también subir a lo que quedó del micro en el que la cantante viajaba con parte de su familia y su banda en el momento del accidente.
“La Santa de la Alegría”, “Eterna”, “Libera a mi hijo del alcohol y la justicia”, le piden. Un sobreviviente del accidente del avión de LAPA que no pudo despegar del aeroparque Jorge Newbery en el centro de la ciudad de Buenos Aires también le agradece a Gilda por el milagro.
Carlos dice que los fines de semana cercanos al 7 de septiembre, fecha del accidente, o al 11 de octubre, que es cuando ella nació, llegaron a pasar 15.000 personas.
Cada 7 de septiembre Carlos y Rita arman uno o dos escenarios para recibir a un público rockero, bailantero, chamamecero. Ese mix de gente se sube al escenario a cantar o contar las plegarias que les cumplió Gilda. Cuando llegan las 7 de la tarde, la hora exacta en que un camión chocó de frente el micro en el que viajaba la cantante junto a su mamá, sus hijos y su banda, el aire se corta: “A las 7 es la misa, lo sagrado. Suena la sirena, se le da una vela a cada persona, se hace la fogata de la fe y es el momento más doloroso porque el locutor se pone a hablar y te llega a las entrañas”.
"Para mí Gilda es una mediadora, está en un lugar que quizás ella no eligió, pero alguien la precisaba."
Carlos Maza
En los 25 septiembres que pasaron entre la primera botella de gaseosa con la foto de la flaca, como le dice Carlos, y los barbijos, hubo muchos “palos en la rueda”. El santuario se incendió dos veces y Rita se refiere a estos hechos como un atentado, por aprietes políticos, porque ellos dicen negarse a explotar comercialmente el lugar. También de peleas familiares.
En la sección famosos del álbum de fotos que retrata la historia del santuario, se los ve a León Gieco, al Chino de la Nueva Luna, a Cacho Castaña, a Pipo Pescador, a gente de la movida tropical desde la Bomba Tucumana hasta Ricky Maravilla. “Vienen porque están necesitados. Cacho Castaña vino mal a este lugar, Mariquita Valenzuela tenía a la hija con un ACV y estaba destrozada y necesitó de este lugar”.
Esas dos hectáreas rodeadas por el río Paranacito y la ruta 12 fueron testigo de casamientos y fiestas de 15. En estos 25 septiembres, Carlos se convirtió en padrino de cinco bebés que nacieron después de que sus madres le pidieran a Gilda fertilidad. Tres de sus ahijadas se llaman Miriam Alejandra.
“Gracias por el amor”, “Gilda sos todo”, “Te quiero como familia”.
La historia del santuario es también la historia de Carlos y Rita. Cuando hablamos se escucha de fondo el televisor, suena Crónica TV. Por ese canal se enteró del accidente y ahora cuenta una noticia que repiten los últimos días: “En el predio del Gauchito Gil, un hombre y su hijo fueron asesinados a cuchilladas por unas personas que intentaban usurpar su campo cerca del santuario. Yo no quiero que pase eso en el santuario de Gilda, por eso lo seguimos haciendo a pulmón”.
No es novedad que la religión es también un negocio y los santos populares no escapan de esa lógica. Las imágenes de los santos paganos, aquellos que no son reconocidos por la Iglesia católica, superan muchas veces en ventas a los íconos tradicionales como Jesús o la Virgen María: “El Gauchito Gil tiene más ventas que los santos católicos, sin dudas. Y viene toda clase de gente a comprar. Hay un estereotipo de la gente que compra, de que es muy marginal, pobre, exconvicta. Pero nada que ver, vienen hasta políticos. Todos tienen su fe, que no la manifiesten es otra cosa, y uno no tiene por qué dar nombres porque eso es secreto, solo Dios y ellos lo saben”, cuenta la dueña de la santería La Fe.
En los portales hablan de la “mafia” del Gauchito Gil. De un colectivo de pocas familias que monopolizan todos los espacios alrededor del santuario, que cobran estacionamiento, abren puestos de venta de chucherías, y cobran comisión a quienes venden allí. El santuario de Gilda no tiene esa escala, pero ya sufrió dos incendios en sus instalaciones y una pelea familiar. Rita cuenta que no se puede sacar de la cabeza la frase de un sacerdote que visita el santuario: “Gilda puede convertirse en la Santa de la Alegría”.
“Gilda que haiga paz”, “Gracias por estar con mi familia”, “Gracias”.
Carlos conoció la música de Gilda peleando con sus sobrinas sobre qué casete iba a musicalizar los viajes de paseo en coche de los fines de semana. La cumbia se alternaba con algunos temas de Horacio Guaraní que elegía Carlos. Andrea y Nancy, sus sobrinas, fueron las fundadoras del primer Club de Fans de la cantante: Las Únicas. “Dudábamos de hacerlo, no sabíamos si más gente se iba a sumar, así que hablando con ella una vez le dijimos que bueno, que si no se sumaba nadie seríamos las únicas. Y así quedó el nombre”, cuenta Nancy Vizcarra.
Nancy tiene otra versión sobre los inicios del santuario, pero tampoco quiere entrar en discusión. Solo afirma que estuvo cuando pusieron el monolito y luego del primer 7 de septiembre decidió no pisarlo más, “porque hubo muchas cosas que no me gustaron”.
Nancy dice que su amistad con Gilda fue breve, pero muy intensa: “Todavía no me puedo sacar de la cabeza esa charla del viernes a la noche antes del accidente, en la que me dijo que cuando volviera de Entre Ríos festejábamos su cumpleaños y el de mi marido, que también es por octubre”. Que tiene toda la casa llena de fotos de ella. Que le pide cosas y que muchas se las cumplió. Que no podía quedar embarazada y Gilda se lo permitió. Que la recuerda todos los días de su vida.
“Gilda nunca te conocí, pero me encantan tus canciones”, “Gracias por estar con mi familia”, “Dame salud”. Siguen las plegarias.
El último show de Gilda quedó registrado porque fue horas antes de su muerte en los estudios de Crónica TV. La presentaron como un talento de la música tropical. El público empezó a gritar cuando la banda tocó los primeros acordes de “Fuiste”, uno de sus temas más conocidos. Tenía 35 años y ganarse ese lugar en la música tropical le había costado. Los cuerpos hegemónicos de las únicas mujeres en ese mercado estaban construidos desde el deseo masculino: tetas grandes y operadas, pelo teñido de rubio, actitud fatal. Gilda tuvo que hacerse un lugar entre muchos hombres y pocas mujeres, pero con presencia, como la Bomba Tucumana o Lía Crucet. Su cuerpo menudo y su perfil dulce de maestra jardinera no vendían en el mercado de la cumbia.
Después de esa noche, ella, su banda, sus dos hijos y su mamá subieron a un micro que los llevaría a su siguiente show en la ciudad de Chajarí, en Entre Ríos. Era un micro adaptado para giras, con cuchetas y un espacio para los instrumentos. El ritmo de la movida tropical contempla muchos shows por semana y aprovechaban el viaje para dormir.
El resto de la historia es conocida, pero con más preguntas que respuestas: ¿Quién convirtió a Gilda en una santa? ¿Qué convirtió a Gilda en una santa?
Carlos piensa. “No sé si será verdad lo que dice a veces la gente de que fui un elegido. Para mí es como esa historia que dice plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Bueno, yo le agrego hacer un santuario: todo se logra con constancia y fe”.
–¿Para vos, Gilda es una santa?
–Para mí es una mediadora, está en un lugar que quizás ella no eligió, pero alguien la precisaba.