Llegó a reunirse con Ted Turner y el príncipe Haakon, y fue felicitado por Barack Obama.
- 3 minutos de lectura'
En medio del debate sobre la conveniencia, o no, de importar noruegos a la Argentina para cumplir el anhelo de ser “un país en serio”, pienso que tenemos tanta suerte para la desgracia que si un noruego quisiera lograr esa ímproba tarea, seguro sería Waleed Ahmed, “el Mark Zuckerberg” de ellos. Hace unos años, el joven de veintipico, hijo del medio de una familia de inmigrantes paquistaníes, convenció a todo Oslo de que había inventado un cargador solar para celulares, y así recaudó carretillas de coronas en subsidios y llegó a reunirse con Ted Turner y el príncipe Haakon, heredero del trono, y fue felicitado por Barack Obama y consiguió un millón de dólares para llevar a Escandinavia a su íntimo amigo Justin Bieber, quien no había oído en su vida hablar del pícaro noruego.
El folclore de los falsarios es infinito en personajes como Ahmed, uno de esos dotados con la habilidad del engaño: el arte de la impostura se practica de maneras múltiples. El “Mark Zuckerberg noruego”, que así lo llamaron los diarios, quiso conjurar el trauma de una infancia de segunda con una vida de primera clase, regada de espumante Cristal y valijas Louis Vuitton. La porfía en el verso me recordó el libro Famosos impostores, una de las obras negadas de Bram Stoker: el autor de Drácula, empachado de ficción, quiso demostrar que las mejores mentiras están en la vida real. “Ha sido el deseo de este autor, cuyas experiencias se han centrado en gran medida en el terreno de la ficción, abordar este material como si se tratase del material de una novela, con la salvedad de que todos los hechos son reales y auténticos”, escribió. En esas páginas se lucen el rey durmiente de Portugal, que originó un movimiento mesiánico que llegó hasta el poeta Fernando Pessoa, o el singularísimo Chevalier d’Éon, un superespía francés del siglo XVIII que alcanzó los lechos más encumbrados de la corte británica vistiendo de mujer. Como la Historia está repleta de cacos y truhanes, honro esa tradición y robo el título de Stoker para esta nueva columna sobre la obra de los timadores de toda calaña.
La impostura, una droga que provoca cotas altísimas de dependencia, llevó a Ahmed a una cárcel estadounidense, de la que se espera que salga el año que viene después de una de las penas más duras de la jurisprudencia en casos similares. Es que nadie había logrado engañar a Ted Turner, el príncipe Haakon y Barack Obama. ¿Cómo llegó tan lejos? Las palabras de su antiguo socio, limpio de culpa y cargo, explican el modus vivendi del que hace carrera como fraude: “Empezás a mentir y no parás; es difícil cambiar la historia una vez que la has contado”.