A mediados de los 90, cambió su futuro académico por las pantallas y se convirtió en una de las guionistas más prolíficas y exitosas de la televisión argentina y en referente para quienes la siguieron.
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Esther feldman tiene 30 años, es mamá de dos desde hace una década y trabaja como docente de Lingüística en la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Puan. Es 1994 y los profesores de la cátedra acaban de ganar una beca del Conicet como investigadores, el sueño para cualquier académico. Hay una alegría extra entre colegas, excepto en ella. Esther no está del todo contenta, no como debería estarlo. La beca exige exclusividad, lo que implica que nadie puede tener un trabajo por fuera de la universidad.
Hoy desde Montevideo, Esther Feldman repasa una carrera vertiginosa –de Montaña rusa a Netflix–, revisa qué implicó ser mujer en su rubro y qué significó para ella abandonar el mundillo de Letras.
Es que, casualmente, Esther viene de entrevistarse con Jorge Maestro y Sergio Vainman, los guionistas estrella del momento, que están por empezar una nueva telenovela y necesitan formar su equipo. El verano anterior, ella había hecho un curso de guion en la Asociación de Profesionales de Medios, un tallercito básico de dos meses que le sirvió para saciar una curiosidad personal. Porque esta licenciada en Letras también consume mucha televisión y quiere comprender cómo se escribe este lenguaje que no aprendió durante la carrera. En el curso, le explican el abecé: en la columna de la izquierda se anotan las acciones y en la derecha, los diálogos. Pero ahora la duda la carcome y entra en una crisis existencial. ¿Dejar la prestigiosa cátedra universitaria y perderse la beca o unirse al equipo de guionistas para escribir melodramas? Pide consejos a unos, a otros. Hasta que Jorge Panesi, quien ha sido por más de 30 años el jefe de Teoría y Análisis, una de las materias troncales de la carrera, le dice sin rodeos:
–Esther, viví de tu pluma.
Ese consejo le cambia la vida. Y elige entrar al séquito de Maestro y Vainman. Pero seguirá sin estar del todo contenta, o no como debería estarlo. Desde ese instante y para siempre, Esther se convierte en la hija bastarda de Puan. Mientras sus compañeros investigan sobre el pensador suizo Saussure, sobre el lingüista estadounidense Noam Chomsky o presentan libros en editoriales renombradas, ella escribe los diálogos entre Mariana (Nancy Dupláa) y Alejandro (Gastón Pauls), los protagonistas de Montaña rusa, el éxito juvenil de Canal 13. Y empieza a consolidar una carrera maratónica como guionista de televisión, a ocupar espacios esquivos –sería la única guionista mujer de Okupas–, a ganar premios, prestigio y mucha plata. Y, sin embargo, durante las siguientes décadas se preguntará si la decisión fue la correcta.
–Durante muchos, muchos años me quedó una deuda con ese mundo al cual yo sentía que estaba predestinada –dice, del otro lado de la pantalla, a sus 56 años, en Montevideo, donde vive desde febrero del 2021–. Me daba vergüenza, por ejemplo, ir a presentaciones de libros de mis compañeros y hasta era medio cholula de mis conocidos escritores. Pero, bueno, eso se me fue pasando con los años, y hoy ya no tengo ningún tipo de deuda ni duda conmigo misma en ese sentido. Es más, hoy ya es gracioso porque nos reencontramos todos escribiendo para Netflix.
Cada vez que Chola, su mamá, le compra un libro, le advierte: “Esther, que te dure una semana, por favor”. Pero eso no sucede a menudo. La pequeña de 6, 7, 8 años devora esa colección de libros españoles en tres días. Esther es la única mujer y la menor de tres hermanos de una familia de clase media de Caballito. No le trae dolores de cabeza a su madre –primera camada de abogadas de Argentina– ni a su padre –un distribuidor de repuestos de autos–, hasta la edad de los 9, cuando termina cuarto grado de una escuela privada muy cerca de su casa. La directora cita a sus padres y les dice que Esther ya no puede seguir estudiando allí. Los Feldman no entienden nada porque, cómo, si es la mejor alumna entre sus compañeros. Y ese es precisamente el problema. La directora les dice que su hija tiene un nivel superior al resto y que, como se aburre, molesta a los demás. No hay instancia para el diálogo y a Esther la echan de la escuela.
Chola la somete a un test para determinar su inteligencia y, efectivamente, el resultado le da un coeficiente intelectual superior al promedio. Para la familia, Esther es una niña superdotada. Pero lejos de averiguar alguna escuela acorde a sus dotes, a Chola lo único que le interesa es que sea cerca de su casa y, entonces, la anota en el Sholem Aleijem, una escuela judía de Villa Crespo. Y, para entrar, la pequeña Esther se pasa las vacaciones de verano estudiando ídish, hebreo y la Torá para nivelarse con sus compañeros. Ella prefiere leer otras cosas, sí, pero también ver televisión. A los 10 años queda impactada con QB VII, una miniserie de tres episodios que cuenta la historia de un médico polaco que se ve forzado a colaborar con los nazis en experimentos con prisioneros judíos. Ya en la secundaria, mira de todo: telenovelas, sitcoms, programas de entretenimiento. Su favorito: Rolando Rivas.
"Eran ambientes recontramachirulos. Era muy hostil. Pero lo más emblemático era que una mujer no podía estar a cargo de una ficción. Siempre tenía que estar un varón para respaldarla."
Esther Feldman
Apenas empieza a estudiar Letras, un amigo le dice que le quiere presentar a alguien, que es gracioso porque comparte el mismo apellido que ella. Esther se niega durante un año hasta que, por casualidad, termina conociendo a Javier Feldman. Es amor a primera vista. A los 20, pasa por el registro civil y se convierte en Esther Feldman de Feldman. Al poco tiempo, llega Tatiana y después Nicolás, mientras ella hace malabares para terminar la carrera y trabajar de lo que sea: dar clases, ser secretaria y hasta vender ropa.
Y, entonces, llega 1994 y ahí está, como parte del equipo de guionistas de Montaña rusa. Sabe que la única manera de aprender no es mirar al cielo esperando la musa inspiradora, sino trabajar a la par del resto. Tiene que levantarse a las 6 de la mañana y dormirse pasada la madrugada porque hay que escribir, entregar, escribir, entregar. La vida de Esther empieza a ser su propia montaña rusa. Después llegarán Hombre de mar, Desesperadas por el aire, Mi ex, Mamitas. No todas son un éxito, algunas son un verdadero fracaso. Pero nada la detiene, ni la frustra. Ella está moldeando su oficio y tiene un obstáculo extra, además de su incipiente camino y su juventud: es mujer. Y, en ese ámbito, la mayoría son varones.
–Eran ambientes recontramachirulos, pero recontra –dice con énfasis–. Desde el “casting sábana” hasta que te miraran el culo, las tetas, las piernas y bancarte que te dijeran piropos dentro del canal. Era muy hostil. Pero lo más emblemático era que una mujer no podía estar a cargo de una ficción. Siempre tenía que estar un varón para respaldarla.
Esther no es la única guionista que pulula por los canales en ese momento. También están Marcela Guerty y Adriana Lorenzón, pero son minoría. Y si bien en retrospectiva le causa cierto escozor –porque la palabra feminismo y la violencia de género no estaban instaladas en la charla diaria ni en los medios de comunicación–, Esther no recuerda ese pasado con padecimiento o angustia. Quizás por la influencia familiar, que ella denomina “matriarcal”, es contestataria, no se deja pisotear y responde a los comentarios fuera de lugar con algo que la mayoría de sus compañeros no tiene: talento.
"Hay un libro que doy mucho en mis clases, que es Mientras escribo, de Stephen King, que dice que el secreto para escribir «es horas de culo en la silla y escribir diariamente»."
Esther Feldman
En el 2000 llega la propuesta de Bruno Stagnaro para hacer Okupas y ella es la única guionista mujer. Un ciclo que se emitió en ese entonces por la televisión pública, al que le fue bien, pero lejos de ser un programa masivo, se convirtió en uno de culto. Y si Okupas cuenta la historia de cuatro amigos en una Argentina que está por eclosionar, la ficción argentina también lo estará. Esther tiene y quiere seguir trabajando en los medios y ve que el futuro inmediato no está en su propio país. Por eso, acepta sin dudar la propuesta de la empresa mexicana Televisa. Pero no es para una telenovela que la llaman, sino para otro rubro en el cual Esther nunca ha incursionado: los reality shows. No se le caen los anillos y, si ahora hay que guionar estos nuevos formatos de hombres y mujeres que están frente a cámara las 24 horas mostrando su vida cotidiana, lo va a hacer. Porque ya a esta altura ha ganado mucha experiencia y es una obrera de la escritura. Aunque implique estar la mayor parte del tiempo fuera de su casa, a miles de kilómetros de su familia.
Para la guionista Mariana Levy, “Esther es una referente no solo a nivel profesional con respecto a su trayectoria y a las cosas que escribe, sino una referente en el sentido de que es alguien que vos ves y decís «okey, puedo ser madre y a la vez aspirar a tener un lugar profesional, como dirigir un equipo, u ocupar un lugar de poder en un ambiente tan machista». Y Esther es una persona que tiene años de carrera sostenidos a lo largo del tiempo y en ningún momento relegó su vida personal. A mí me ayudó muchísimo y me sacó la culpa”.
"Siento que, en todas las telenovelas que escribí, las protagonistas femeninas eran muy fuertes. Ahora no escribiría a dos mujeres peleándose de las mechas."
Esther Feldman
“Esther es una persona con una capacidad de organización laboral y afectiva enorme”, dice Alejandro Maci, director y guionista, que trabajó durante 10 años en dupla con ella. “Porque Esther estaba ocupándose de su madre, de su marido y de sus hijos a la par que trabajábamos 24 horas. Si me preguntás cómo hacía, no tengo la menor idea, pero te puedo asegurar que lo hacía superbién. Sus hijos han contado con ella paralelamente a que trabajábamos como locos”.
Junto a Maci llegarían innumerables proyectos: Disputas, Sol negro, El tiempo no para, Amo de casa, Lalola, Los exitosos Pells, Botineras, Maltratadas, En terapia, entre otros. Y también llegan los premios. Con Lalola ganan un Martín Fierro como mejor guion y, en 2011, el prestigioso Konex de Platino.
“Esther es todoterreno, es la persona más activa, incansable e infatigable que he conocido”, continúa Maci. “Trabajábamos las 24 horas y, cuando no podíamos más, decíamos «vamos a caminar» y seguíamos trabajando mientras caminábamos, y de pronto nos daba hambre y entrábamos a un restaurante y desplegábamos todos los papeles porque no había notebook. Y cuando nos decían que un proyecto no funcionaba y que teníamos 48 horas para reescribirlo, cualquiera se estresaba, pero Esther tenía una resiliencia enorme y, no sé cómo, lo lográbamos. Así fue nuestra vida durante años. Y lo disfrutamos muchísimo”.
Desde febrero del 2021, Esther vive en Montevideo. Fue convocada para ser docente de Guion en la Licenciatura en Comunicación con orientación audiovisual de la Universidad ORT de Uruguay, mientras trabaja en un gran proyecto para una serie internacional. Pero desde hace siete años ostenta otro título que la enorgullece muchísimo: el de bobe. Tampoco es una abuela convencional, porque se sigue despertando a las 6 y durmiendo tardísimo, hasta que las neuronas ya no le dan más.
–¿Te dan ganas de jubilarte?
–Hace años que vengo amagando con la idea y digo “esto es lo último que hago”, pero siguen apareciendo cosas que me interesan y no puedo negarme. Obviamente, ahora hago cosas que solo me interesan por alguna razón particular. Sí veo en la docencia una especie de retiro, o sea, creo que será esa la retirada. Me encanta enseñar, lo disfruto muchísimo. Pero mientras me siga calentando con el laburo lo voy a hacer, todavía me sigue divirtiendo. Ahora corto con vos, preparo algo para comer y sigo escribiendo hasta que no doy más, y el despertador va a sonar a las 6 de la mañana porque mañana tengo que entregar una escaleta.
–Está romantizado el oficio del guionista, pero levantarse a las 6 no es del todo alentador.
–Tal cual. Es que yo siempre digo lo mismo. No tengo el terror a la hoja en blanco, pero porque no lo puedo tener. En este momento, tengo detrás mío a casi 400 personas, entre productores, directores, actores, escenógrafos, vestuaristas y guionistas, que están esperando todos los días recibir lo que yo escribo. Entonces, yo no puedo llegar y decir “ah, hoy no me inspiré”. Por supuesto que hay días que funciona mejor, otros peor, pero yo tengo que entregar y no tengo escapatoria. Hay un libro que doy mucho en mis clases, que es Mientras escribo, de Stephen King, que dice que el secreto para escribir “es horas de culo en la silla y escribir diariamente”.
–Durante muchos años te cuestionaste si la decisión correcta era dedicarte al guion o seguir con la carrera académica en la Facultad de Letras. ¿Hay algo de desprecio por quienes escriben en la televisión, como si fuera un género menor?
–Yo creo que todo lo popular es menospreciado. La música popular, la literatura popular. O sea, ¿cómo puede ser que lo peor que le puede pasar a un escritor sea vender muchos libros y convertirte en un escritor popular? Yo estoy muy en contra de esa postura, pero ideológicamente muy en contra. Para mí, los géneros populares no son géneros menores. A mí me encanta el melodrama, la telenovela, porque además creo que culturalmente difunden cantidad de información política, social, económica, médica. Es más, Netflix tiene una gran cantidad de telenovelas dentro de su catálogo, tanto que ha creado un Departamento de Telenovelas dentro de la empresa.
–Hoy, con los feminismos se vuelven a mirar ciertas telenovelas o series y hay muchas que no pasarían el “filtro”. ¿Sentís que hay algo que hayas hecho de lo que te arrepentís en ese sentido?
–Arrepentirme no. Pero, obviamente, hay cosas que hoy escribiría de otra manera, eso seguro. Sí siento que, en todas las telenovelas que escribí, las protagonistas femeninas eran muy fuertes. Ahora, por ejemplo, no escribiría a dos mujeres peleándose de las mechas, no me gusta, me parece feo. Porque la verdad es que después de tantos años de que se escribiera de esa manera es necesario que hoy mostremos otra cosa. No creo que tenga que haber censura, pero sí creo en la necesidad de que la balanza se incline para el otro lado.
–¿Qué telenovela que hiciste creés que fue precursora en materia de género antes de que estuviera en boga?
–Sin dudas Lalola. Es del año 2007 y hablaba de un hombre que se despierta en un cuerpo de mujer y que se enamora de otro hombre. Pero no era una mujer enamorándose de un hombre, sino un hombre enamorándose de otro hombre. Creo que es una lectura superavanzada para ese momento.
–¿Cómo leés el fenómeno de Okupas después de 20 años?
–Yo hace años que sigo a los grupos de fans, que hay algunos muy, muy fanáticos de aquella época y me encanta, pero siempre pensé que era una serie de culto. Pero que siga entre las más vistas de Netflix me sorprende muchísimo. Creo que es un redescubrimiento para una generación que no la vio o por edad o porque en esa época fue muy fácil perdérsela. No fue tampoco un suceso. Y es bastante loco todas las exégesis que hay sobre los textos, las influencias. Una que estuvo sabe cómo se escribió cada línea, entonces, no sé, algunos dicen que estábamos influenciados por tal escritor, por otro director. Algunos le pegan, qué sé yo. En todo caso, me parece buenísimo que siga generando tantas cosas y que se siga reinterpretando.
–Es una serie que tiene 20 años. ¿Hay cosas que hoy no pasan el “filtro” o deberían reescribirse?
–No. Si tuviera que escribir Okupas hoy, lo haría exactamente igual.