Durante medio siglo, impulsó nuevos métodos pedagógicos para el dibujo, el diseño gráfico, la publicidad y el cine.
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Despintar el mural de la Gioconda. Esa fue la orden que venía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El frente de tres pisos del edificio que ocupaba la flamante sede de la Escuela Panamericana de Arte (EPA), en avenida Juramento 1765, en Barrancas de Belgrano, lucía en el año 1983 la imagen de la emblemática dama florentina en versión pop con unos rayos destellantes. Aunque figuras claves del mundo del arte como Jorge Romero Brest, director del Centro de Artes Visuales del Instituto Di Tella, y Jorge Glusberg, quien sería director del Museo Nacional de Bellas Artes entre 1994 y 2003, se opusieron a la medida en solidaridad con la escuela, fue necesario sumergirse en un litigio legal.
Fundada en 1955, la Escuela Panamericana tiene su origen en el Curso de los 12 famosos artistas, que dictaban por correspondencia Hugo Pratt y Enrique Breccia, entre otros.
De unos 30 metros de alto, el mural había demandado un gran esfuerzo: hubo que buscar pintura resistente colorida y combinarla de modo preciso. Se analizaron los múltiples planos de balcones y ventanas. Se diseñó y pintó la imagen de manera que quedara perfecta tanto con las persianas del edificio bajas como levantadas.
Después de semejante esfuerzo, Martín Mazzei –a cargo, junto con Carlos Trillo, de la comunicación integral de la escuela y, en 1984, uno de los cofundadores de la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad de Buenos Aires (UBA)– no imaginó la lucha judicial que estaba en puertas. La Municipalidad consideró que el mural era “un anuncio comercial que violaba el código de la publicidad”. Exigía despintarlo sin demora. Como desde la escuela se negaron, se inició un juicio.
La Gioconda sobreseída
Con colores estridentes y un cambio en su emblemática sonrisa, Mazzei transformó la fachada de la escuela: agregó rayos fulgurantes a la versión pop que ya había creado Pino Milas en 1968 como nueva imagen de la escuela, a partir del retrato que Leonardo Da Vinci hizo de Lisa Gherardini, una mujer joven, madre de cinco hijos y esposa del rico comerciante de seda florentino Francesco del Giocondo.
La Gioconda es un ícono popular que ha inspirado a muchos otros artistas. Entre ellos, a Salvador Dalí, Marcel Duchamp y Fernando Botero, quienes caricaturizaron el retrato y lo adoptaron a su propio estilo. El mural que Mazzei diseñó a partir de la imagen de Da Vinci logró conservar el aura hipnótica y misteriosa, ahora desde la vía pública. Mazzei también hizo campañas televisivas. “Hacé la tuya”, decía desde la pantalla la dama de enigmática sonrisa. Una imagen que muchos recordarán junto a otras que marcaron época en la primavera alfonsinista, como, por ejemplo, la amorosa relación de Tubby 3 y Tubby 4, dibujada y con música hiperpegadiza (uno de los jingles más emblemáticos de los 80). Y hubo más: la de las pilas Eveready (con letra y música de Alejandro Dolina y Eduardo Schejtman), que impuso el eslogan “Una pila de vida”, y la de piña colada American Club, que hoy, después de Ni Una Menos, sería impensada: una mujer con un ojo en compota pedía “dame otra piña”. La de Paty vinculó una hamburguesa con una historia de amor (“Paty te quiero” se convirtió en el eslogan de la marca). La Gioconda, pop, colorida e intervenida a veces con bigotes, se convirtió en una imagen doblemente icónica.
Con una reproducción pop de la Gioconda como símbolo en la fachada del edificio de la Escuela Panamericana de Arte, su eslogan “Hacé la tuya” se transformó en una insignia de la primavera democrática.
Al frente de la comunicación integral de la escuela, Mazzei –quien en 1964 se había unido a la agencia Agens y, así, se integraba al equipo de diseñadores que hizo campañas de los productos Siam Di Tella y que, más tarde, sería socio fundador del círculo de creativos argentinos– intervino la Gioconda de Milas: cada año lanzó nuevas campañas. “Para mí, era la imagen de la virgen del arte”, explica el diseñador. Y añade que la idea clave que lo guio en ese momento fue “quien no se distingue, se extingue”.
Quería que el arte “saliera a la calle, que no se agotara en los museos: una escuela de arte, justamente, tenía que ser la primera en propulsarlo”. Buscaba, también, “romper con los viejos y tristes edificios grises e introducir una nota fresca y alegre en la monotonía del barrio”.
Tras la batalla judicial, el juez sobreseyó definitivamente a la escuela, desestimando la denuncia de los funcionarios municipales debido a la “ausencia de inequívoca intención publicitaria, carencia de inscripciones complementarias que le den carácter de anuncio comercial”. Como si fuera poco, el Tribunal destacó “el contenido artístico del mural” e invocó la opinión favorable del crítico Romero Brest.
Hacer escuela
Hijo de inmigrantes polacos que llegaron a la Argentina en 1930, Enrique Lipszyc fue el creador y primer director de la EPA. Con apenas 20 años, lanzó un proyecto innovador en nuestras pampas. Mucho antes de la virtualidad, en 1951, obtuvo de la King Features Syndicate la franquicia para Argentina y Latinoamérica para dar un curso de dibujo por correspondencia diseñado por Alex Raymond, creador de Flash Gordon.
En 1953, Lipszyc editó El dibujo a través del temperamento de 150 famosos artistas, un estudio sistemático sobre las técnicas del dibujo de historietas y de la ilustración americana. Luego, en 1955, lanzó el Curso de los 12 famosos artistas, en el que participaron Hugo Pratt, Alberto Breccia, Carlos Roume, Daniel Haupt y Tito Mena, entre otros pesos pesados del dibujo, la ilustración y la historieta. “«Los 12 famosos artistas» era un eslogan, una marca que da pie al nacimiento de la escuela, que se convirtió en una especie de sol que convocaba a importantes ilustradores y dibujantes argentinos”, recuerda el cineasta David Lipszyc, hermano de Enrique.
"El papel de la Escuela Panamericana no solo fue el de educar, sino el de generar nuevos conocimientos en el campo del diseño gráfico."
Jorge Frascara
A ritmo vertiginoso, Enrique Lipszyc convocó en 1955 a los principales dibujantes e ilustradores argentinos y fundó la Escuela Panamericana de Diseño (que con el tiempo llegó a tener sedes en Belgrano, el Centro y Flores). Empezó como una escuela de dibujo e ilustración en un contexto de auge exponencial del cómic: algunas revistas de historietas como Misterix alcanzaron el descomunal tiraje de un millón de ejemplares semanales.
Ya en 1962, Enrique Lipszyc y su hermano David viajaron a San Pablo para fundar allí una nueva sede (Panamericana Escola de Arte e Design), que continúa hasta hoy con éxito dirigida por Alex Lipszyc, hijo de Enrique. David quedó al frente del emprendimiento en Buenos Aires.
Ante la debacle del cómic, la EPA comenzó una nueva etapa: se incorporan nuevas carreras (siempre de nivel terciario) para satisfacer las nuevas demandas juveniles. De este modo, EPA desarrolló la carrera de Diseño Gráfico mucho antes de que se creara en la UBA. Impulsó también el área publicitaria para formar diseñadores junior en publicidad y propaganda, diagramación de libros y revistas, imagen visual de empresas y sistemas de señalización. La escuela se especializó en la enseñanza de la comunicación visual y audiovisual, en diseño gráfico, publicidad, artes plásticas, fotografía y cinematografía.
“El mayor legado de la escuela es el que se apropió el alumno: un método interdisciplinario, que iba desde la práctica a la teoría. Nos inspiramos en la Bauhaus. Considerábamos que la interdisciplina era la realidad del mercado global”, señala David Lipszyc.
Para diseñar la currícula de estudios, viajó con su hermano para reunirse con profesionales de universidades e instituciones educativas en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Durante medio siglo, la escuela fue un ámbito de experimentación que sumó docentes destacados en las distintas áreas, donde se impulsó el trabajo en equipo, plural, vivo: diseñaron campañas ad honorem de vacunación para el Ministerio de Salud, campañas de alfabetización para el Ministerio de Educación y otras de señalización para el Aeropuerto. La EPA organizó, junto con el Instituto Di Tella, la Bienal Mundial de la Historieta (1968) y, además, participó en congresos internacionales.
La escuela –que no tenía ningún subsidio– llegó a tener 1500 alumnos entre las tres sedes (de los cuales entre un 10% y un 30% recibía becas para continuar sus estudios). Los docentes tenían muy buenos sueldos. Hoy, el método que impulsaron continúa en la sede de Brasil. Aquí, con la crisis del 2000, la escuela tuvo que cerrar sus puertas. “La situación económica que se vivía en el país era desastrosa. La idea Panamericana no se sustentaba con toda la infraestructura y la cantidad de docentes que teníamos. El alumnado ya no podía pagar la cuota. Además, teníamos una competencia gratuita a un paso de Barrancas de Belgrano: la Facultad de Arquitectura de la UBA, donde ya había docentes que estaban dando clases en ambas instituciones”, señala David Lipszyc. Y agrega: “Por la crisis, en ese momento solo pagaban la cuota un 70% de los estudiantes. Para mantener el nivel de la enseñanza estábamos obligados a reducir notablemente el plantel docente o pagarles menos. Era insustentable”.
Rocambole, que en su infancia había tomado el curso de correspondencia para conseguir una devolución firmada por Hugo Pratt, dictó un taller de ilustración en la EPA.
El cuerpo docente contó, entre muchos otros grandes nombres, con los artistas Luis Felipe “Yuyo” Noé, Margarita Paksa y Alfredo Portillos y los dibujantes e historietistas Alberto Breccia y Hugo Pratt. Además, el diseñador Jorge Frascara (en 1976, dejó la escuela para tomar un puesto en la Universidad de Alberta, en Edmonton, Canadá), el cineasta Octavio Getino, Rocambole (nombre artístico de Ricardo “Mono” Cohen, creador de la gráfica de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, desde el arte de tapa de todos los discos hasta los afiches promocionales de los álbumes y los shows) y el escritor Carlos Marcucci (director de la carrera de Diseño Gráfico y Publicitario en la escuela y cofundador de la revista Mengano), que a fines de los 80 ganaría fama como un personaje de El Negro Blanco, la tira de Carlos Trillo y Ernesto García Seijas que reemplazó a El Loco Chávez en la última página de Clarín.
Rocambole empezó su contacto con la escuela mucho antes de integrar el cuerpo docente. Fanático de la historieta, se anotó en el Curso de los 12 famosos artistas para aprender dibujo por correspondencia. Mandó la carta con las estampillas, tal como indicaba la publicidad de la revista de historietas que leía. A vuelta de correo, recibió unas ilustraciones del cuerpo humano y las consignas con los trabajos que debía enviar. “Tenía que hacer algunos ejercicios y diseñar personajes míos”, recuerda Rocambole. “Aquel curso lo hice solo para tener la devolución firmada por Hugo Pratt”. Un preciado documento que consiguió.
“Antes se pensaba que las artes visuales eran solo la pintura, la escultura y el dibujo. La EPA les dio un lugar a las artes populares”, dice Rocambole, quien en una oportunidad viajó a la sede paulista para llevar los premios de un concurso.
Tras estudiar Bellas Artes en la Universidad de La Plata, y con algunos diseños memorables en su haber para la gráfica de Patricio Rey, fue convocado para dictar un taller de ilustración en la escuela. De aquella época, recuerda que con los Redondos tenían un método de trabajo singular. Eran –y siguen siendo– amigos, compartían criterios estéticos y conceptuales: “Pensábamos que una obra debía tener tres soportes: musical, poético y visual”, señala. Y cuenta que, para la producción, los miembros de la banda y él indagaban por separado el tema sobre el que trataba el disco en cuestión y luego se reunían para compartir los resultados.
De sus creaciones, Rocambole jamás hizo copyright. “Creo que el arte es para todos. Me hacen exposiciones constantes”, dice, refiriéndose a las reproducciones de sus diseños en todos los soportes físicos y virtuales imaginables y, además, en la propia piel de los fans, con tatuajes.
Director de la revista Mengano, en la que participaron Fontanarrosa, Quino, Trillo y Soriano, entre muchos otros, y autor de una decena de libros de cuentos y novelas, Marcucci recuerda que la escuela tenía a los mejores profesores de diseño de la Argentina. “Fue una época de felicidad absoluta: recuerdo una fiesta en la que todos bailamos en la calle”, rememora, a sus 90 años, el exdirector de la carrera de Diseño Gráfico.
“Una unidad filosófica y una claridad educativa que pocas escuelas en el mundo han conocido”, así definió Jorge Frascara la EPA, donde dio clases desde 1963 a 1976.
“La escuela me abrió las puertas del mundo del diseño: todo lo básico lo aprendí allí”, dice Fabián Di Matteo, que empezó a cursar por la noche Diseño Gráfico en 1976, cuando tenía 16 años, mientras iba al colegio secundario. Lo hizo por sugerencia del artista Pérez Celis, cuyo hijo era su amigo. Pero solo pudo cursar dos años. A los 18, tuvo que interrumpir sus estudios para hacer el servicio militar obligatorio. Sin embargo, lo aprendido en la escuela fue tan valioso que, apenas terminó el servicio militar, con 19 años, empezó a trabajar en Ediciones La Urraca (revistas Humor y Rock Superstar).
Cuando en 1998 se lanzó la edición argentina de Rolling Stone (la emblemática revista contracultural fundada por Jann Wenner en un sótano de San Francisco, que se convertiría en una marca poderosa asociada a la música y la cultura rock con franquicias en distintas partes del mundo), ocupó el cargo de director de Arte en la versión local durante 15 años. “Hacer la Rolling Stone fue el mayor desafío de mi vida”, dice Di Matteo, quien participó en reuniones con el director de Arte en Nueva York para lograr que la versión nacional tuviera un nivel similar a la revista norteamericana, famosa por sus tapas y su edición.
“Era muy importante la visión de la revista en el kiosco, que llamara la atención. La imagen tenía que ser bien lumínica y llegar en forma directa, destacar. A partir de las reuniones en Estados Unidos, hicimos superproducciones de tapas con personajes muy conocidos a los que se caracterizaba e hipermaquillaba. En esa época, teníamos libertad para incluir diferentes tipografías”, recuerda.
“Una unidad filosófica y una claridad educativa que pocas escuelas en el mundo han conocido”, así definió Jorge Frascara la EPA, donde dio clases desde 1963 a 1976. “Mi descripción del programa y de su metodología educativa fue recibida con admiración en una conferencia que di a los académicos del Departamento de Tecnología Educativa de la Universidad de Surrey, Inglaterra, en 1973″, señala. Y añade: “Las investigaciones en ilustración para la EPA, entre 1974 y 1976, produjeron informes, artículos y conferencias que fueron ávidamente recibidos en Norteamérica y Europa. El papel de la Escuela Panamericana no solo fue el de educar, sino el de generar nuevos conocimientos en el campo del diseño gráfico”.
Frascara considera que los ambiciosos proyectos en equipo que impulsó la escuela permitieron canalizar con muy buenos resultados “el enorme caudal humano de la institución”. Para él, fue interesante participar en los diversos frentes de exploración dentro de la carrera de Diseño Gráfico, pero también “la interacción con fotografía, cine y la unidad de producción: creó la implosión creativa”. Tan solo por dar un ejemplo, entre quienes estudiaron cine en la escuela figuran Marcelo Céspedes, Miguel Pereira y Juan José Campanella, entre otros reconocidos directores.
Durante casi medio siglo, la Escuela Panamericana de Diseño fue una usina de creatividad, un espacio de formación y experimentación, con un pico de exposición mediática y publicitaria en los 80, que trazó una marca y se expandió a diversos ámbitos del imaginario cultural de varias generaciones. El aura de la Gioconda aparece, como fantasma colorido que guiña un ojo, en algún paredón de la ciudad.
La historieta como una de las Bellas Artes
Con la dirección de David Lipszyc, la escuela no solo participó en diferentes congresos a nivel internacional, sino que organizó, con el Instituto Di Tella, la Bienal Mundial de la Historieta (1968).
Oscar Masotta, maestro y máximo exponente del psicoanálisis lacaniano en lengua española, que estaba investigando el lenguaje del cómic y su impacto social, se ocupó de convocar y traer a nuestro país a referentes descollantes del género de España, Brasil, Francia, Italia y Japón. La Bienal se propuso revalorizar la historieta en momentos álgidos para su producción y consumo.
En el Centro de Experimentación Audiovisual del Instituto Di Tella se exhibieron páginas de historietas, bocetos, ilustraciones, libros y revistas especializadas, y un ciclo de proyecciones (que incluyó episodios de animaciones y largometrajes). Expusieron Oscar Masotta, Jorge Romero Brest, Burne Hogarth (creador de Tarzán) y el escritor y guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld, autor de El Eternauta, su mayor creación –una magnífica ficción premonitoria, que devino en un clásico para un mayor número de lectores cada día–. Oesterheld, al igual que sus cuatro hijas –Beatriz, Diana, Estela y Marina–, estuvo desaparecido y fue asesinado durante la última dictadura militar.
Además, se exhibió obra firmada por Oski, Copi, Walter Ciocca, Alberto Breccia, Eduardo Ferro, Julio Portas, Quino, Guillermo Divito, Francisco Solano López y Hugo Pratt, entre otros reconocidos dibujantes y guionistas locales.