La pregunta del momento que se hacen expertos y referentes en la Argentina y en todo el mundo
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Hay pocos temas sobre los que todos podemos acordar, independientemente de nuestra edad, nuestra profesión y nuestras preferencias políticas: pasamos mucho tiempo, demasiado, frente a nuestros teléfonos. Si es una tendencia que se venía acelerando desde hace al menos 10 años, la pandemia no hizo más que reforzarla.
Usamos nuestros teléfonos para chequear las noticias, para ponernos al día con nuestros amigos, para ver en qué anda la gente que nos cae mal (es hora de confesar que todos lo hacemos), para pedir comida y hasta para consultar si llegaron los turnos de vacunación para nuestros familiares. Si hasta hace poco las apps de citas eran una opción válida para que los solteros pudiéramos conocer gente, ahora es casi la única: sin boliches, con bares que cierran temprano y con trabajo remoto, ¿qué se puede hacer salvo ver películas y usar Tinder (o Happn, Grindr u OkCupid)?
Más allá de la pregunta sobre si es posible la desconexión de las pantallas o si la vida real ya está definitivamente unida a la digital, existen herramientas que nos pueden ayudar a encontrar un equilibrio.
Además de generarnos problemas posturales y cansancio en la vista, la fatiga por la sobreexposición a las pantallas se puede manifestar de otras maneras. Hastío, enojo, sensación de estar atrapados sin salida, estrés, saturación. ¿Cómo lograr un equilibrio entre lo real y lo digital? ¿Cómo hacer para que la máquina no nos domine? Eso es lo que se están preguntando expertos y referentes en la Argentina y en todo el mundo.
Somos lo que hacemos
“Internet está acabando con la civilización, con el pequeño comercio, con la lectura, pero sobre todo con la imaginación [...] y una sociedad que no imagina es una sociedad muerta”, sentencia uno de los protagonistas de la serie de Netflix Sky Rojo, que no se caracteriza precisamente por tener un guión muy imaginativo y que, sin embargo, es uno de los estrenos más vistos de la plataforma en lo que va del año.
Desde el surgimiento de Black Mirror, aparecieron varias series y documentales que analizan lo que nosotros hacemos con las redes y lo que las redes hacen con nosotros. Uno de los que tuvieron más repercusión el año pasado fue El dilema de las redes sociales, también de Netflix, en el que ex directivos de las empresas de tecnología más grandes se muestran arrepentidos y dicen que detrás del armado de Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, TikTok y Google hay un engranaje pensado y desarrollado para volvernos adictos. La premisa principal del film es que los usuarios solemos tener una mirada inocente y no nos damos cuenta de que cuando no nos cobran por el uso de un producto es porque el producto somos nosotros: nuestro tiempo, nuestra atención y nuestra privacidad, o lo que queda de ella, es lo que, en realidad, se vende a las empresas que publicitan ahí.
Más allá de sus aportes a la difusión de temas de tecnología, El dilema de las redes sociales presenta una mirada por momentos apocalíptica y proclive a decir que los usuarios somos pobres almas manipuladas sin capacidad de agencia o intervención sobre nuestras vidas. Después de ver el documental, los periodistas Martina Rua y Pablo Fernández escribieron Cómo domar tus pantallas: Claves para el detox digital y el bienestar en la era conectada (Conecta), un libro con una mirada más propositiva. En lugar de quejarnos o fantasear con metas imposibles de cumplir, como tirar el teléfono al río, ¿qué podemos hacer para mitigar el efecto nocivo del uso excesivo de los dispositivos móviles?
“Queremos que los lectores puedan entender cómo están usando las pantallas, si están a gusto, qué emociones les generan, si se están comprometiendo con demasiadas cosas. Mostramos cómo está hecha la tecnología, con el objetivo de que sepan cómo está construida para que puedan usarla de una manera más consciente. No tiene que ver con demonizarla, sino con usarla con una herramienta que nos sirva”, dice Martina Rua desde el otro lado del teléfono.
En el libro, que funciona como un compendio de lo que se viene pensando sobre el tema y como un manual de instrucciones para navegar en aguas turbulentas, Rua y Fernández proponen que los lectores se armen lo que denominan un “plan de bienestar digital”. Los autores dicen que es muy importante fijarse metas realizables para no sentirse abrumados por el flujo constante de notificaciones y demandas que se vuelven una carga en el día a día. Anotar en un papel que uno quiere reducir el uso de su teléfono en un 20% y consultar ese papel al mes siguiente para ver los resultados, dicen, es una buena manera de empezar.
"Queremos que los lectores puedan entender cómo están usando las pantallas, si están a gusto, qué emociones les generan, si se están comprometiendo con demasiadas cosas."
Martina Rua
Entre la lista de actividades offline que nos pueden ayudar a aliviar la carga, el libro menciona: escuchar música que nos gusta, leer y escribir en papel, y cocinar, una de las actividades terapéuticas por antonomasia que, entre la primera cuarentena y el boom de programas como Bake Off y MasterChef, está en uno de sus picos de popularidad.
Rua se define como una “sobreviviente conversa” y plantea que es importante valorar el tiempo fuera de las pantallas para “entender que enfocarse es un superpoder”. Consultada acerca de su propio manejo de los tiempos, dice que todavía no encontró el equilibrio que le gustaría, que por momentos siente que usa su teléfono más de lo necesario, pero que, al mismo tiempo, disfruta cada vez más de los momentos de ocio. De todos modos, no queremos ser tomados como gurúes, sino como personas que se hacen las mismas preguntas que los lectores, y nos pusimos a investigarlas a fondo”, concluye.
¿Y si dejamos el teléfono un ratito?
Cazzie David es una guionista, actriz y comediante estadounidense, pero, ante todo, es una referente millennial. Con 26 años, la hija de Larry David (creador de Seinfeld y Curb Your Enthusiasm) ya tiene un nombre propio por sus trabajos, en los que combina una lectura inteligente de la realidad con el humor. Uno de sus temas de análisis preferido son las redes sociales y el uso que hacemos de ellas.
En 2017, dirigió y protagonizó la serie web Eighty Sixed, que se puede ver en YouTube. En sus ocho episodios de menos de 15 minutos cada uno, Cazzie analiza el impacto que Facebook e Instagram tienen sobre la vida cotidiana de los millennials en Los Ángeles, ciudad en la que vive. El uso de fotos trucadas para aparentar que está todo bien cuando, en realidad, están bajoneados, la desesperación por la imagen que se proyecta en las redes y una dependencia lindante con la obsesión son algunos de los temas que se tocan. En otro de sus trabajos, el corto Look It Up, David juega con las ramificaciones que se generan a partir de que alguien no se acuerde de algo y se ponga a googlear infinitamente cosas, sin darse lugar a la duda o incluso al desconocimiento.
La tendencia a chequear de manera compulsiva las redes tiene un nombre: doomscrolling. Es una actividad social tan extendida que el diccionario de inglés de Oxford la nombró como la palabra del año.
En su primer libro, publicado en noviembre del año pasado, No One Asked for This (“Nadie pidió esto”), Cazzie habla del agobio que le generan las redes a ella y a su generación: “Estás RODEADO de personas online, personas que ninguno de nosotros estaba destinado a conocer o ver, y ahora los ves todo el puto tiempo, alcanzando sus sueños mientras vos vivís una pesadilla”, dice. “Todos somos un fraude tratando de que los otros vean una cualidad particular en nosotros”.
A pesar de la ansiedad que le generan las redes, Cazzie no las puede dejar. Si en su serie bromeaba al googlear cómo hacen las celebridades para manejar una ruptura amorosa, para ver si le podían dar pistas para superar la propia, en la vida real se volvió una especie de detective 2.0 que pierde el tiempo analizando quiénes muestran una imagen real de sí mismos y quiénes están simplemente haciendo un personaje. “Soy como la Gran Hermano de los influencers”, le dijo a la revista Vogue.
Desde la academia, el profesor e investigador Tim Markham ofrece una mirada distinta. En su libro Digital Life, plantea que la nostalgia por una vida “pura” antes de la existencia de las redes es absurda porque la humanidad y la tecnología se constituyen mutuamente, en un diálogo que depende de nuestras acciones: no es que sean historias separadas, sino que la tecnología siempre estuvo ahí porque es un invento humano. El argumento principal de Markham es que no tenemos que ver el mundo digital como intrínsecamente falso o como una esfera que nos hace perder el tiempo al distraernos de actividades más productivas. La vida, en definitiva, se construye offline y también online, por lo que pasar tiempo scrolleando en nuestra pantalla puede ser una manera, provisional, de ir adaptándonos a ese ambiente. El docente de Birkbeck College, de la Universidad de Londres, propone que, en vez de descartar lo virtual por “inauténtico”, lo pensemos como un sitio importante en el que construimos nuestras personalidades y pensemos en sus usos y efectos desde ese lugar.
La tendencia a chequear de manera compulsiva lo que nuestros contactos van subiendo a las redes tiene un nombre: doomscrolling. Es un término difícil de traducir al español que la BBC define como la obsesión por leer sin pausa una fuente de noticias, generalmente la página de inicio de alguna red social, por más que en el camino nos encontremos con malas noticias o trolls agresivos. Es una actividad social tan extendida que el diccionario de inglés de Oxford la nombró como la palabra del año.
Para la psicóloga Jade Wu, la compulsión por ver noticias puede estar vinculada con trastornos de la ansiedad y también puede ser comparada con la conducta de un jugador, que apuesta lo que tiene con la esperanza de ganarle a la banca. Cuando no podemos parar de scrollear, por más que nos hagamos malasangre al leer cosas que no nos gustan, también tenemos la esperanza de encontrarnos con algo que nos levante el ánimo, dice. Como diría Guido Kaczka: está mal, pero no tan mal.
Mindfulness, apps para bajar un cambio: Calm y Headspace son algunas de las más conocidas para la meditación consciente, una actividad de moda para enfocarse en el presente y oxigenar el cuerpo.
La ansiedad por querer saberlo todo, por querer estar al tanto de todo, se conoce como FOMO, fear of missing out (“miedo de quedarnos afuera”). Pasaba en las grandes ciudades antes de la pandemia, cuando sentíamos que si íbamos a un evento nos estábamos perdiendo otro mejor, y pasa ahora en las redes, cuando van surgiendo nuevas peleas y nuevas discusiones que demandan una atención permanente si queremos ser parte de ellas. En su libro The Joy of Missing Out, JOMO (“La alegría de quedarse afuera”), la periodista inglesa Debbi Marco propone que nos aferremos al concepto de JOMO para aceptar que necesitamos perdernos de algunas cosas para poder conectar con las que son verdaderamente importantes. Pasar tiempo de calidad en soledad puede no ser un plomo y convertirse en una fuente de descanso y creatividad.
Otra fuente de sosiego que tiene cada vez más adeptos es la práctica de mindfulness o meditación consciente. La premisa es simple: respiramos mal y estamos todo el día pasando de una actividad a la otra, o incluso haciendo más de una cosa a la vez. Por eso es necesario pausar. Al sentarnos unos minutos en un lugar tranquilo y meditar en silencio, logramos una mejor oxigenación de nuestro cuerpo y, sobre todo, conseguimos bajar un cambio. Hay muchas apps enfocadas en esto, como Calm y Headspace, que también tiene su propia serie de Netflix. Para los que hablan inglés, el servicio público de salud británico, el NHS, tiene algunas herramientas de meditación enteramente gratuitas. También hay libros de mindfulness que están de moda, como El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda, de Mark Manson, que Andy Kusnetzoff recomendó en la edición de marzo de Brando.
Estrategias de supervivencia
En su primer programa de este año, Juana Viale, de 39 años, contó que en el verano perdió su celular y, desde ese momento, dejó de usarlo: ahora es su hija mayor la que le maneja las redes sociales mientras ella se maneja solamente con teléfono de línea y mails. El actor Luciano Castro, de 46, delegó el uso de sus redes en una community manager y apenas chequea WhatsApp algunos días: “Prefiero que me llamen”, dice. La preocupación por un uso saludable de las redes excede al mundo del espectáculo y ese diálogo se produce a veces en esas mismas plataformas. El investigador del Conicet Emmanuel Iarussi, de 33 años, tuiteó en abril pasado que las reuniones virtuales deberían contemplar descansos obligatorios cada una hora o cada una hora y media para favorecer la concentración de los asistentes y para que no se vuelvan una carga pesada. No hacerlo, dice, “es una forma de maltrato”.
Mientras termino de escribir esta nota, un sábado de lluvia, no puedo evitarlo: de camino a la cocina reviso mi teléfono, que tengo alejado del escritorio, para ver si me llegó una notificación. Y, efectivamente, tengo una consulta laboral en WhatsApp de una amiga a la que quiero mucho y a la que ya le avisé que los fines de semana no estoy disponible. Me agarro la cabeza con culpa y me debato por unos segundos qué es lo que quiero hacer, hasta que me decido a responder con honestidad y pedirle hablar el lunes. Todo tiene un precio, y puedo haber quedado mal, como alguien antipático, pero el equilibrio entre la vida online y la vida offline, ese balance que nos permite mantenernos en eje y no sentir que estamos trabajando las 24 horas del día o con la cabeza siempre puesta en algún lugar, se logra con un trabajo cotidiano. Pagar el precio puede ser difícil por momentos, pero la salud mental está primero. Respondí ese mensaje, apagué el teléfono para evitar nuevas interrupciones y volví a escribir estas líneas antes de ponerme a cocinar para la noche y disfrutar de los placeres de la desconexión hasta el lunes, cuando alguna mala noticia, algún fueguito de Instagram o alguna notificación de Facebook me devuelvan al ajetreo y al ruido que no podemos dejar del todo. Ese mundanal ruido que nos termina de constituir como sujetos también necesita una pausa. Si no nos podemos ir de viaje porque es tiempo de quedarnos en casa, que sea al menos con un poco de espacio en nuestra mente y en nuestro cuerpo.
Tips para el bienestar digital
(Del libro Cómo domar tus pantallas, de Martina Rua y Pablo Martín Fernández)
- Sé consciente del tiempo que pasás en tu teléfono cada día.
- Ponete una meta realizable: ¿cuánto querés reducir tu exposición?
- Desactivá las notificaciones de todas las apps que usás.
- Avisales a tus contactos cuál es tu vía preferida de comunicación y los horarios en los que estás disponible.
- Desactivá la tilde azul de WhatsApp.
- No tengas el teléfono en tu mesa de luz.
- Poné las apps que más usás en un lugar destacado y escondé en carpetas alejadas las otras.
- Hay reuniones que podrían ser un mail: tenelo presente.
- Si vas a implementar cambios en tu modo de navegar por el mundo digital, comunicáselos a tus contactos para evitar peleas o malentendidos.
- Antes de volverte usuario de una app nueva, probala un poco y fijate cómo la usarías dentro del plan que te fuiste armando.