Está a cargo de tres mujeres que accedieron al trabajo a través de un taller y de una beca promovida por una ONG
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Llueve en la ciudad de Buenos Aires: las gotas caen sobre las hojas de los árboles que apenas están creciendo y el agua se acumula en algunos sectores del Vivero APrA (Agencia de Protección Ambiental), ubicado en el Centro de Información y Formación Ambiental (CIFA), en el barrio de Villa Soldati. Allí trabajan desde hace cinco años Clotilde, Ubaldina y Gloria: las tres consiguieron su empleo como viveristas a través de una beca, después de participar de un taller de huertas que brindó la ONG Un Árbol, una organización enfocada en la producción de especies autóctonas y en la restauración ambiental.
De las 30 personas que participaron y se postularon, ellas enseguida se destacaron: “Nosotros les brindamos una capacitación de siete módulos, les enseñamos los nombres científicos de las plantas, que ellas ya conocían de sus países natales. Las tres tenían una cantidad de información sobre el trabajo con las plantas que no hizo falta capacitarlas en su vinculación, porque ellas saben más que nosotros”, cuenta Lisandro Grané, director de Un Árbol.
Hoy, las tres mujeres son las encargadas de llevar adelante el vivero de flora autóctona más grande de la ciudad: en lo que va de 2021, ya produjeron 60.000 árboles, que una vez que alcanzan su desarrollo óptimo, son plantados en bulevares, plazoletas, plazas, parques, bordes costeros, conectores ambientales y arbolado de viario urbano de la ciudad de Buenos Aires.
Entre las más de 40 especies autóctonas rioplatenses de árboles, arbustos y herbáceas que cultivan están el ceibo, timbó, aliso de río, sauce criollo, curupí, ombú y fumo bravo. Como son originarias de la región, están adaptadas al clima local con múltiples beneficios: oxigenan el aire reteniendo el carbono, amortiguan la contaminación sonora y visual, moderan temperaturas y vientos y favorecen a la biodiversidad, dándoles alimento y refugio a gran cantidad de aves e insectos.
Clotilde: un sueño desde Cochabamba
De las tres viveristas, Clotilde Arce Ferrufino es la que más formación técnica tiene. “Plasmé aquí el sueño que no pude terminar en mi país”, cuenta la oriunda de Cochabamba, Bolivia. A los 19 años, dejó su carrera de Técnica Superior Forestal y emigró a Buenos Aires. Su conexión con la tierra viene desde pequeña, ya que su madre sembraba verdura. Pero su pasión se despertó en la universidad, cuando plantaban árboles y reforestaban los cedros de su país. “En ese momento entendí que a un árbol se lo tiene que cuidar como a una persona: es lo que te permite respirar”.
Clotilde estaba trabajando de costurera independiente cuando una amiga le contó sobre el taller de huertas que estaba dando Un Árbol ONG en la Villa 20. Empezó a asistir todos los jueves junto a su hija y, cuando ofrecieron las becas, no dudó en postularse. “Cuando quedé seleccionada me sentí muy alegre porque era lo que yo quería estudiar”, cuenta con entusiasmo.
Todas las mañanas les da la primera regada del día a sus árboles y disfruta del vivero, lejos de los ruidos de la ciudad. Se siente en un mundo paralelo: hay pájaros que cantan sobre los timbós y mariposas que revolotean. También aparecen sapos de vez en cuando y hasta un lagarto overo, que vive en el mismo parque. Con una sonrisa, cuenta con orgullo que lo que más le gusta es ser testigo del ciclo de cada árbol: “Nosotras lo sembramos y, a la semana, ya está creciendo. Son como bebés. Los vemos crecer de chiquitos y luego los vemos plantados en los parques de la ciudad”.
Ubaldina: tocar la tierra
Ubaldina Baltazar Villarroel también es oriunda de Cochabamba, Bolivia. Se crio en Punata, donde sus padres trabajaban en el campo cultivando papa, trigo, cebada, avena y, de vez en cuando, árboles de eucalipto. Desde pequeña acompañaba a su padre a trabajar, lo ayudaba con los cultivos porque siempre le gustó tocar la tierra. A los 21 años, mientras estudiaba en la Universidad Mayor de San Simón, quedó embarazada de su primera hija, Soledad. No quería ser una carga para su familia, por eso decidió viajar a Buenos Aires, trabajar dos años y volver para terminar sus estudios, pero no pudo.
Siempre había querido estudiar y trabajar con la tierra, pero con los años se terminó quedando al cuidado de la casa. Cuando se enteró del taller de huertas, decidió salir de las cuatro paredes y conectar nuevamente con su pasión: la naturaleza. El día que quedó seleccionada, sintió que finalmente iba a poder cumplir su sueño. “Volví a hacer lo que me gustaba y había tenido que dejar”, cuenta. Ahora, es la encargada del vivero: se levanta a las 5.30 de la mañana y luego de preparar el desayuno y hacer las tareas de la casa, camina hasta el CIFA. Para ella, el vivero es “un paraíso y un sueño cumplido”. Cada vez que toca la tierra, siente que está con la Pachamama. Su conexión, dice, le permite entender y comunicarse con los árboles. “Como si pudiera hablar con ellos”.
Gloria: fluir como el agua
“Si Ubaldina es como la tierra, Gloria es como el agua”, las describe Lisandro. Gloria Álvarez del Pilar es oriunda de Paraguay. Nació en un pueblo y, desde pequeña, trabajaba en la huerta que tenía con su familia, donde cosechaban verduras para luego vender en el mercado. Hace 17 años emigró a Buenos Aires junto a su marido, con quien comparte su pasión por plantar, sembrar y cuidar las plantas. Hace cuatro años, Gloria estaba trabajando como empleada de limpieza cuando le llegó la invitación al taller de huertas. Al poco tiempo, se enteró del programa de becas y no dudó en postularse, porque sintió que era su oportunidad para meter de nuevo las manos en la tierra.
Al igual que sus compañeras, siente que encontró un lugar en el mundo. “Es un paraíso. Lejos de los cementos, lleno de árboles. Tenemos un bosque atrás. Nos perdemos entre los árboles y es muy lindo”, cuenta mirando con complicidad a sus compañeras. Dice que le encanta desyuyar, regar, cuidar, sembrar y ver cómo las semillas dan sus primeros brotes. Junto a sus compañeras, sueña con más viveros como el APrA.
En la actualidad, la ONG tiene cinco proyectos de vivero funcionando a lo largo del país, junto con otros proyectos que incentivan la formación de la comunidad en la plantación de especies nativas y en la reforestación colectiva de bosques.
Las tres son conscientes de que están haciendo algo muy importante por salvar el planeta: ayudar a mitigar los efectos del cambio climático. “La ciudad necesita muchos árboles para respirar. Por eso sabemos que estamos salvando vidas. Más árboles significa más vida. Nosotras somos muy creyentes de la madre tierra, de la Pachamama. Si tú plantas un árbol con tanto amor, ese árbol va a prosperar”, concluye Clotilde.
Más árboles para la ciudad
La ONG Un Árbol nació hace 10 años de la mano de Lisandro Grané como una organización social con una propuesta original: regalarle a cada cantero de la ciudad un árbol nativo y que los encargados de plantarlo sean los propios vecinos. En febrero de 2016 se hicieron cargo del vivero a partir de la convocatoria de Juan Bautista Filgueira, expresidente de APrA, con el fin de desarrollar y gestionar un vivero para trabajar, junto con la Dirección General de Control Ambiental, en la restauración ambiental de la ciudad.
El 31 de agosto, la ONG presentó un corto documental en su canal de YouTube Un Árbol ONG, llamado Más árboles, más vida, que relata la historia del sueño compartido entre la fundación y las tres viveristas. “Estamos todos en el mismo barco porque coincidimos en un punto: soñamos lo mismo, un mundo con más árboles”, dice Grané. Grané.