¿Cuál es la clave para que este thriller psicológico de los 90 hoy se considere un clásico del cine de terror?
- 9 minutos de lectura'
Agente Starling, ¿la recuerdan? pequeña, cabello castaño, mirada gélida. Camina a lo que será su primer encuentro con el temido antropófago, Hannibal Lecter. El doctor del psiquiátrico donde se encuentran no para de hablarle. Pero, de pronto, en la escena se hace un silencio. Y entonces comienza a escucharse la música y el pasillo se tiñe de una luz roja. “Una vez dijo que se sentía mal. ¿Sabes lo que le hizo a la enfermera?”.
El director nos tienta, porque mientras el psiquiatra dice esto le muestra una foto a Clarice. Pero no la vemos. Lo que vemos es el miedo en la mirada de ella, un horror que, en realidad, estamos adivinando y que en ese pequeño acto nos vuelve testigos. Se cumplen 30 años desde aquella primera vez que vimos The Silence of the Lambs (traducido por estas pampas como El silencio de los inocentes), y hasta hoy resulta imposible sacarse de la cabeza ese pequeño monstruo de elegancia inglesa que supo armar el oscarizado Anthony Hopkins. Pero ¿cuál fue la clave para que se volviera un clásico? ¿Su actuación? ¿La dupla con Jodie Foster? ¿La realización del director, Jonathan Demme? Algo pareciera cifrarse en esa escena: el terror no explícito, que nace en lo no dicho. Ni más ni menos, en el silencio.
Hello Clarice
Aunque hoy parezca mentira, Hopkins no fue el primer nombre que se barajó para la interpretación. Inicialmente sonaron varios: Al Pacino, De Niro, Day-Lewis… La oferta llegó a uno, Sean Connery, pero la rechazó. Punto a favor. ¿Se imaginan a James Bond con un bozal?
En una reciente entrevista a Vanity Fair, Hopkins contó que él estaba haciendo una obra de teatro en Londres cuando recibió el guión. Su agente de ese momento lo llama y le dice el título original: El silencio de los corderos. El actor pensó que era un cuento para niños. Su agente le aclaró que no, y le sugirió que leyera el texto. “Llegué al camarín, comencé a leerlo, y pasé unas 10 páginas. Cuando [el agente] Crawford dijo: «No quieres a Hannibal Lecter dentro de tu cabeza», fue todo”. Inmediatamente llamó y aceptó el papel.
Hopkins pensó que El silencio de los corderos era un cuento para niños. Su agente le aclaró que no, y le sugirió que lo leyera.
La cosa, al parecer, no fue tan fácil para Foster, aunque venía de llevarse un Oscar por The Accused. Michelle Pfeiffer, que ya había trabajado con el director, sonaba como número fijo para hacer de Clarice. Pero Foster voló a Nueva York, se reunió con Demme y le pidió ser su segunda opción. Finalmente, Pfeiffer rechazó el papel y ella se encargó de darle vida a la diminuta agente que se enfrenta a los más temidos asesinos seriales.
Sin dudas, esos pequeños diálogos entre Starling y Lecter son la pulsión en la trama de este thriller psicológico. Para eso, Demme recurrió a una técnica muy utilizada por Hitchcock, prácticamente uno de los padres de la cámara subjetiva. Hitchcock planteaba diálogos donde la cámara se volvía los ojos del personaje principal. No hay plano y contraplano. El otro mira a cámara y la sensación es que nos mira directamente. Eso es lo que pasa cada vez que la agente va a visitar al psicópata encerrado, en busca de alguna clave o alguna pista para dar con el autor de los crímenes que mantienen en vilo a toda una ciudad. Más allá del miedo, de la sensación que provoca ese cristal que nos separa del asesino y que se puede romper en cualquier momento, más allá del tono y la mirada de hielo sobre Clarice, si uno ve detenidamente, podrá adivinar que no filmaron juntos ninguna de esas escenas.
¿El más malo de los malos?
La década del 90, generalmente, pasa desapercibida; los críticos de cine no suelen detenerse mucho en ella. Sin embargo, hay algo que no se puede desconocer. Fue la que dio a muchos de los mejores villanos de la historia. Sí, es verdad. Kubrick lo había hecho 10 años antes, cuando llevó a la pantalla el hotel creado por Stephen King. Y, aunque uno podría tentarse y afirmar que estamos ante una delgada línea, ya que El resplandor es una película de terror –de ese, el explícito–, resultaría injusto no incluir en la lista la esquizofrénica interpretación de Jack Nicholson y esa sonrisa de desequilibrado. La de las primeras escenas. Ahí, cuando todavía no hay espíritus, ni mellizas ni redrums, solo un escritor amargado.
Pero volvamos a los 90 y lo que, sin dudas, constituyó un momento en el que el suspenso y las tramas de asesinos seriales se vuelven lenguaje de masas. No por nada El silencio de los inocentes fue la primera del género en ganar un Oscar como mejor película, entre otros cuatro que incluyeron todas las categorías principales. Algo así como la corporación del cine diciéndonos “el terror ya no es solo clase B”. Justamente, 10 años después del estreno de Holocausto caníbal, el film de Ruggero Deodato –conocido por su cine bizarro– que fue prohibido en Italia y se volvió un clásico. ¿De qué trataba? De caníbales. Aunque tal vez no lo suficientemente sofisticados. Porque lo que funciona en Hannibal es eso. No le vemos sangre, solo sus ojos color esmeralda y sus buenos modales.
Fue de su mano que llegaron otros malos igual de impactantes. ¿Ejemplos? El Max Cody de Scorsese en su remake de Cabo del miedo, con un Robert De Niro tatuado y de pelo largo encarnando el mal en clave marginal. En él ya no hay glamour. Cody es el prototipo de delincuente, el ejercicio de la violencia por sí misma. La película se estrenó tan solo unos meses después de la de Hopkins y también fue un hitazo.
Cuatro años más tarde, David Fincher nos dio Seven (Pecados capitales) con un villano que, podría decirse, pasa a segundo plano. Lo que más conmueve no es el personaje, son sus actos. Pero Kevin Spacey pudo darse el gusto porque, aunque el nombre de John Doe no quedó tan inmortalizado como los pecados que ejecuta, ese mismo año interpreta a uno de los malos más interesantes que nos ha dado el cine: el inolvidable Keyser Soze y su falso bastón de Los sospechosos de siempre.
Y, sí, la pregunta parece inevitable. ¿Alguna vez volveremos a tener esos villanos?
Mujer que corre con lobos
Primera escena. La vemos correr a Clarice por los bosques de Quantico. No hay miedo, no hay impacto. Solo una chica que corre.
En la misma entrevista con Vanity, Foster contó que originalmente ese comienzo estaba planteado como una emboscada: desde el inicio nos hacían creer que Clarice había quedado en manos de los malos. Después nos dábamos cuenta de que era parte de su entrenamiento como agente. Sin embargo, para la actriz algo no cerraba. Según cuenta, se lo planteó a Demme: “Si abríamos la película de esa manera, lo que estábamos diciendo era que se trataba de una película falsa”. El director la escuchó y decidió cambiarla. Y, en esa operación, logró algo más grande. La cámara siguiendo a Clarice, diminuta, joven, inexperta, corriendo primero por el bosque, llegando a la central del FBI y caminando después por pasillos llenos de hombres nos cuenta también una mujer entrando a un universo que no parece serle propio.
Ahora, volvamos a los 90. ¿Podríamos haber incluido en la lista alguna mujer? Sin dudas. Pero los nombres que inmediatamente aparecen nos conducen a películas que fueron de otro, de Michael Douglas devenido en ícono de los thrillers eróticos, aunque todos los créditos se los llevan esas dos villanas increíblemente poderosas. Glenn Close con su Alex de rulos tornado en Atracción fatal, y Sharon Stone, ya más producto moldeado con ciertas aspiraciones pornográficas, en Bajos instintos. Bellísimas y terriblemente psicópatas. Pero para una industria que aún era demasiado machista, no son dueñas de su propia maldad. Más bien el ejercicio de su poder se funda en ser objetos del deseo de otro.
Y es ahí donde aparece la escena de nuestra pequeña Clarice trotando. Porque mientras la complejidad y la riqueza de las dos rubias se reduce ante la vigorosidad del macho omnívoro que asoma como víctima, en El silencio de los inocentes la maldad de Lecter se vuelve en el lugar donde Clarice encuentra su impetuosidad. Y eso nos lleva a lo que planteábamos al comienzo. ¿Por qué 30 años después esta película nos sigue sonando tanto? Tal vez, la clave está en la gramática que logra construir Demme, con una estética, un guion y actuaciones que ponen en práctica una maldad imposible de enunciar. El terror está en el silencio y en la afirmación de nuestra propia imaginación, que de algún modo resulta totalmente seducida por lo perverso. No solo nos sentimos Clarice. Todos queremos, en realidad, ser ella.
Algunos datos
- Hannibal Lecter es un personaje de ficción inventado por el novelista Thomas Harris en 1981. Su primera novela fue El dragón rojo, que se llevó al cine con el título de Manhunter. Sin embargo, la cinta fue un fracaso.
- Cuando salió la segunda, El silencio de los corderos (título original), el primero en comprar los derechos para llevarla al cine fue Gene Hackman. Su idea era debutar como director con la historia de Harris. Pero finalmente el plan se frustró. Dicen que Hackman abandonó el proyecto por pedido de su hija.
- El arte estuvo a cargo de la diseñadora de producción Kristi Zea. Según relató ella en una entrevista, cuando Jonathan Demme le dio el guión, ella le dijo: “¿Vas a hacer una película de alguien que les saca la piel a las mujeres para hacerse ropa con ella? Estás loco”. Demme la convenció fundamentando el costado feminista de la historia.
- Para el desarrollo estético de la película, se basaron en las pinturas de Francis Bacon.
- Una de las imágenes que nadie olvida es la máscara en el rostro de Lecter. Para eso, los diseñadores probaron antes muchísimas alternativas. Finalmente se inspiraron en una máscara de esgrima.
- Para el insecto que es colocado en la garganta de las víctimas, utilizaron gomitas y otros dulces.
- Uno de los puntos más sensibles del relato está dado por la transexualidad del asesino en serie, a quien Clarice desea atrapar, Buffalo Bill. De acuerdo con el testimonio de Foster, Demme estaba muy preocupado del mensaje que podía transmitir. Por eso, incluye un texto donde la agente afirma que “no existe una correlación en la literatura entre la transexualidad y la violencia”, e incluso filman con un psiquiatra, aunque esa escena terminó cortándose.
- En total, el film costó solo US$19 millones. Recaudó más de US$272 millones.
- Se llevó cinco Oscar, incluidas todas las principales categorías: mejor película, dirección, guion, mejor actriz y mejor actor. La interpretación de Hopkins fue la segunda más corta en la historia del cine en ganar una estatuilla: solo aparece 24 minutos.