Entre el amor y el desamor a una ciudad que siempre se vuelve literaria
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¿Qué libro es más importante leer: El Príncipe o El Principito?”, le pregunté, maquiavélicamente, a un conocido (“El Príncipe, sin dudas”, me contestó, pero su respuesta estaba sesgada por su profesión: es politólogo). La mayoría de nosotros apenas nos quedamos con aquello de que lo esencial es invisible a los ojos y sentimos orgullo porque esta ciudad, a veces invivible, dio alojamiento al enorme Antoine de Saint-Exupéry (sobre Nicolás Maquiavelo no hay noticias de que se haya aventurado hasta las provincias unidas del Río de la Plata). Es que el autor del niño sensible anduvo por Madrid y por Moscú, por Berlín y por Nueva York, pero fue en Buenos Aires donde conoció a su esposa y escribió una obra memorable.
El libro Vuelo nocturno, que en su primera edición luce en tapa los colores de la bandera argentina, cuenta la historia de un piloto que une la Patagonia con Buenos Aires, inspirada en sus propias andanzas como aviador de la Compañía General Aeropostal que hacía las conexiones entre el resto de las ciudades y la capital federal. Acá vivió entre octubre de 1929 y marzo de 1931, en un departamentito de la torre que está sobre la Galería Güemes, en la calle Florida. No se impresionó de entrada: Saintex, como le decían sus amigos con ese afán porteño por la brevedad y la sorna, escribió a su madre que la nuestra “es una ciudad detestable, sin encanto, sin recursos, sin nada”, pero unos meses más tarde ya estaba mimetizado: “Finalmente llegué a sentirme como en casa en la Argentina”. Algunos biógrafos afirman que la cabriola responde a que aquí conoció a su tercera esposa, una salvadoreña de buen talante que inspiró el personaje de la rosa en El Principito, pero a mí me gusta pensar, con un afán menos romántico, pero igual de sentimental, que Saintex adoptó la ciudad porque se enamoró de sus cafés, como el Tortoni, en los que alargaba las tardes en tertulias que no tenían nada que envidiarles a las del Procope.
Acaso como conjura para el trauma de sentirnos tan periféricos, olvidados acá en el cul du monde, los porteños decimos con vanidad impostada que Buenos Aires es la París de Sudamérica. No parece casual que Saintex, epítome del típico gusto francés, haya elegido para vivir las alturas de la Galería Güemes, un portento del art nouveau al que uno entra por Florida y sale por San Martín. Eso si es cierto que la realidad es la que figura en el catastro municipal y no en la literatura, porque Julio Cortázar, un porteño afincado allá en la Ciudad Luz, escribió en su cuento “El otro cielo” que un hombre entra a la Galería Güemes y después de dar unas vueltas sale por la Galería Vivienne de París.